Rumbo al Peligro (33 page)

Read Rumbo al Peligro Online

Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

BOOK: Rumbo al Peligro
5.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se sentó con cuidado en una cama tallada a mano y arregló una lámpara. Montones de insectos se estrellaron zumbando contra el cristal caliente, y él sintió lástima por la gente de la isla menos afortunada, teniendo en cuenta que el propio gobernador estaba expuesto a contraer fiebres.

Fuera, las tablas crujían, y la puerta estaba desencajada; Stockdale se lo quedó mirando. Había bajado a tierra con otros seis hombres para «tener un ojo puesto en las cosas», tal como lo expresó él. Dijo resollando:

—Todos en sus puestos, señor. Iremos haciendo guardias. Josh Little será el encargado de la primera. —Se apoyó en la puerta y Bolitho oyó cómo la madera protestaba con un crujido—. He puesto a dos hombres cerca del otro lugar. Es suficiente.

Bolitho pensó en la forma en que ella le había mirado cuando algunos sirvientes del gobernador la habían llevado a toda prisa junto a su marido a la vivienda contigua. Le había parecido que estaba preocupada, afligida por el repentino cambio de los acontecimientos. Al parecer Egmont tenía amigos en Basseterre, pero en lugar de permitirle estar con ellos, continuaba siendo un huésped. O, mejor dicho, un prisionero.

—Duerma un poco —dijo Bolitho. Se tocó la herida e hizo una mueca de dolor—. Me siento como si hubiera sucedido hoy.

Stockdale rió entre dientes:

—¡Hicieron un buen trabajo, señor. Por fortuna tenemos buenos matasanos!

Desapareció por el umbral de la puerta y Bolitho le oyó silbar suavemente fuera hasta que encontró un lugar adecuado para estirarse. Los marinos eran capaces de dormir en cualquier parte.

Bolitho se estiró a su vez, con las manos detrás de la cabeza, mirando las sombras del techo al débil resplandor del farol.

Todo aquello era un esfuerzo inútil. Garrick se había marchado de la isla, o al menos eso es lo que él había oído decir. Debía de estar mejor informado de lo que Dumaresq creía. En aquellos momentos se estaría riendo, pensando en la fragata y en su no deseado consorte español, ambos anclados y perplejos mientras él…

Bolitho se sentó bruscamente, buscando a tientas su pistola, cuando oyó las tablas crujir de nuevo en el exterior.

Observó el movimiento de la manija, sintiendo cómo el corazón le latía más deprisa contra las costillas mientras calculaba la distancia que había hasta el otro lado de la habitación y se preguntaba si se podría poner en pie a tiempo para defenderse.

La puerta se abrió unos centímetros y vio la delicada mano de ella sujetando el borde.

Se levantó de la cama en cuestión de segundos, y cuando abrió la puerta oyó su voz sofocada:

—¡Por favor! ¡Cuidado con la luz!

Durante un largo y confuso momento permanecieron abrazados, la puerta herméticamente cerrada tras ellos. No se oía ningún otro sonido aparte de sus respiraciones; Bolitho casi ni se atrevía a hablar por miedo a hacer añicos aquel increíble sueño.

Ella dijo en voz baja:

—Tenía que venir. Ya era bastante duro en el barco. Pero saber que estaba usted aquí mientras… —Le miró a los ojos, con los suyos brillando intensamente—. No me desprecie por mi debilidad.

Bolitho la abrazó estrechamente, sintiendo su terso cuerpo a través del largo vestido de color claro, sabiendo que ya estaban perdidos. El mundo entero podía desmoronarse a su alrededor, pero nada iba a malograr aquel momento.

No sabía cómo ella había conseguido pasar inadvertida a la vigilancia de sus centinelas, pero tampoco le importaba. Entonces pensó en Stockdale. Debía haberlo adivinado.

Le temblaban terriblemente las manos cuando la rodeó por los hombros y la besó en el cabello, en el rostro, en el cuello.

—Te ayudaré —susurró ella. Se separó de él y dejó que el vestido cayera al suelo—. Ahora abrázame otra vez.

En la oscuridad, en algún lugar situado entre los dos edificios, Stockdale apoyó su alfanje contra un árbol y se sentó en el suelo. Observó la luz de la luna iluminando la puerta que había visto abrirse y cerrarse una hora antes y pensó en ellos dos juntos. Probablemente fuera la primera vez para el teniente, pensó complacido. No podía haber tenido mejor maestra, de eso no le cabía duda.

Mucho antes de que amaneciera, la mujer llamada Aurora se deslizó en silencio fuera de la cama y se vistió. Se quedó aún un rato mirando aquella pálida figura que ahora dormía profundamente, mientras se acariciaba el pecho como había hecho él. Luego se inclinó para besarle suavemente en la boca. Los labios le sabían a sal, quizá debido a las lágrimas que ella misma había derramado. Sin volver a mirarle salió de la habitación y pasó apresuradamente junto a Stockdale sin verle.

Bolitho cruzó lentamente el umbral y salió al exterior, pisando la tierra endurecida por el sol como si estuviera andando sobre una fina capa de cristal. Aunque se había puesto el uniforme todavía se sentía desnudo, revivía en la imaginación su abrazo, la urgente exigencia de una pasión que le había dejado exhausto.

Se quedó mirando el sol de las primeras horas de la mañana. Uno de sus guardias le observaba con curiosidad apoyado en el mosquete.

Si al menos hubiera estado despierto cuando ella le había dejado. En ese caso nunca se hubieran separado.

Stockdale fue a su encuentro.

—Ninguna novedad, señor.

Veía la incertidumbre de Bolitho con callada satisfacción. El teniente estaba cambiado. Perdido, pero vivo. También desconcertado, pero con el tiempo llegaría a sentir la fuerza que ella le había dado.

Bolitho asintió.

—Reúna a los hombres.

Iba a ponerse el sombrero cuando recordó la cicatriz que palpitaba y le hacía sentir una intensa quemazón al menor roce. Ella había conseguido que olvidara incluso eso.

Stockdale se agachó para recoger del suelo un pequeño pedazo de papel que había caído del interior del sombrero. Se lo tendió con el rostro inexpresivo.

—Yo no sé leer, señor.

Bolitho desplegó el papel, y se le nublaron los ojos mientras leía las pocas palabras que ella le había dejado:

«Querido, no puedo esperar. Piensa en mi alguna vez y en cómo fue todo».

Debajo había escrito:

«El lugar que busca el comandante es la isla Fougeaux».

No había firmado con su nombre, pero él casi podía oír su voz.

—¿Se siente débil, señor? —No.

Releyó el breve mensaje una vez más. Debía de haberlo llevado con ella, sabiendo que iba a entregarse a él. Sabiendo también que allí acabaría todo.

Oyó sonido de pasos en la arena y vio a Palliser acercándose a grandes zancadas por el sendero; tras su estela, siguiendo a duras penas el paso del larguirucho teniente, trotaba el guardiamarina Merrett.

Al ver a Bolitho, Palliser le espetó:

—Todo preparado. —Esperó, mirándole con recelo.

—Egmont y su esposa, señor —preguntó Bolitho—, ¿qué ha ocurrido con ellos?

—¡Oh!, ¿no está enterado? Acaban de subir a bordo de un barco en la bahía. Enviamos su equipaje durante la noche. Creí que estaría usted mejor informado.

Bolitho vaciló. Luego dobló cuidadosamente el papel y rasgó la mitad inferior, en la que figuraba el nombre de la isla.

Palliser lo examinó y dijo:

—Ése será el lugar.

Volvió a plegar el papel y se lo tendió a Merrett.

—Vuelva al barco, muchacho, y déle esto con mis respetos al comandante. ¡Piérdalo, y le prometo una muerte horrible! —El joven echó a andar a toda prisa por el sendero y Palliser dijo—: El comandante tenía razón, después de todo. —Sonrió a pesar de la seriedad que expresaban las facciones de Bolitho—. Vamos, volveremos juntos.

—¿Ha dicho que están ya a bordo de un barco, señor? —No era capaz de aceptarlo—. ¿Rumbo a dónde?

—Lo he olvidado. ¿Es importante?

Bolitho mantuvo el paso a su lado. Ella le había dado la información a modo de pago, quizá por haberle salvado la vida, o por haber hecho el amor con ella. Dumaresq les había utilizado a ambos. La indignación le hizo sentir como si le hubieran abofeteado. Un lugar seguro, lo había denominado él. Hubiera sido más apropiado calificarlo de fraudulento.

Cuando llegaron al barco encontró a los marineros en plena tarea, las velas aferradas pero listas para ser desplegadas de un momento a otro.

Tal como se le había ordenado, Bolitho se presentó en el camarote, donde Dumaresq y Gulliver estaban estudiando minuciosamente algunas cartas de navegación.

Dumaresq le pidió al piloto que esperase fuera y luego dijo sin rodeos:

—Para evitarme tener que imponerle un castigo por insubordinación, será mejor que me deje hablar a mí primero. Nuestra misión en estas aguas es muy importante para un barco tan pequeño. Siempre lo he pensado así, y ahora, con esta última parte de información ya sé dónde Garrick ha instalado su cuartel general, su depósito de armas, sus aprovisionamientos y barcos ilegales, gracias a lo cual podré dispersarlos. Es algo muy importante.

Bolitho le miró a los ojos.

—Yo hubiera debido ser informado, señor.

—Pero disfrutó usted de ello, ¿no es cierto? —Su voz se suavizó—. Sé lo que es estar enamorado de un sueño, y tenga por seguro que nunca hubiera podido ser más que eso, un sueño. Es usted un oficial del rey, y con el tiempo y un poco de sentido común, tiene posibilidades de ascender hasta ser uno de los mejores.

Bolitho miró hacia las ventanas, por detrás de él, y observó los barcos allí fondeados, preguntándose a bordo de cuál, si es que era uno de aquellos, se encontraría Aurora.

—¿Eso es todo, señor? —preguntó.

—Sí. Tome el mando de su división. Tengo intención de zarpar en cuanto mi chupatintas haya hecho copias de mis despachos para las autoridades y para Londres. —Dicho esto se sumergió en sus pensamientos, en las mil y una cosas que debía hacer.

Bolitho salió del camarote sin prestar atención a nada de lo que le rodeaba y se dirigió a la cámara de oficiales. Le parecía imposible que el camarote hubiera tenido alguna vez el aspecto que él recordaba. Sus vestidos colgados pulcramente para que se secaran, la joven doncella siempre cerca por si la necesitaban. Quizá los métodos de Dumaresq fueran los mejores, pero ¿tenía necesariamente que ser tan brutal e insensible?

Rhodes y Colpoys se levantaron para darle la bienvenida, y los tres se estrecharon las manos con solemnidad.

Bolitho palpó el trozo de papel en su bolsillo y se sintió más fuerte. Pensaran lo que pensaran Dumaresq y los demás, ninguno de ellos tendría nunca la certeza o sabría realmente cómo había sido todo entre ellos.

Bulkley entró en la cámara de oficiales, vio a Bolitho y estuvo a punto de preguntarle qué tal iba evolucionando su herida, pero Rhodes le hizo una imperceptible señal con la cabeza y en lugar de eso llamó a Poad para pedirle café.

Bolitho lo superaría. Pero necesitaría tiempo.

—¡El ancla ha zarpado, señor!

Dumaresq fue hasta la batayola y se quedó mirando al buque español mientras, con las velas restallando e impulsada por una fuerte brisa, la
Destiny
viró en redondo para salir a mar abierto.

—Esto no le va a gustar nada al caballero español —dijo—. ¡Tiene la mitad de sus hombres en tierra buscando avituallamiento y no va a poder seguirnos antes de que pasen unas cuantas horas! —Echó atrás la cabeza riéndose—. ¡Maldito seas, Garrick! ¡Aprovecha el poco tiempo de libertad que te queda!

Bolitho vio a sus hombres desplegando el juanete mayor, intercambiando gritos como si también ellos se hubieran contagiado de la excitación de Dumaresq. Muerte, prima de presa, un lugar de recalada nuevo, para ellos todo era tan sabroso como la carne.

Palliser gritó desde el alcázar:

—¡Despierte a esos marineros, señor Bolitho, llevan todo el día dormidos en sus laureles!

Bolitho se giró hacia popa irritado, articulando ya una áspera réplica. Pero se encogió de hombros. Palliser estaba intentado ayudarle de la única manera que sabía hacerlo.

Orillando las traicioneras aguas poco profundas de punta Bluff, la
Destiny
desplegó más velas y puso rumbo al oeste. Más tarde, cuando Bolitho tomó el mando de la guardia de mediodía, examinó la carta de navegación y los cálculos de Gulliver meticulosamente registrados allí.

La isla de Fougeaux era muy pequeña, una de las que formaban un disperso archipiélago situado a unas 150 millas al oesnoroeste de San Cristóbal. Había sido reclamada por Francia, España e Inglaterra sucesivamente, e incluso los holandeses se habían mostrado interesados durante algún tiempo.

Ahora no debía lealtad a ningún país, pues no resultaba realmente útil en ningún sentido. Carecía de madera para astilleros o reparaciones, y según los apuntes de navegación, poseía menos agua de la que necesitaba para consumo propio. Un lugar inhóspito y hostil con una laguna de atolón en forma de hoz como único bien de cierto valor. Podía constituir un refugio en el que ponerse al abrigo de las tempestades y poco más. Pero, como había puntualizado Dumaresq, ¿qué más necesitaba Garrick?

Bolitho observó al comandante mientras éste recorría sin descanso la cubierta, como si no pudiera permanecer en sus dependencias ahora que su objetivo estaba tan cerca. Vientos adversos hacían la travesía difícil y frustrante; el barco voltejeaba atrás y adelante varias millas para ganar sólo unos pocos cables en su avance.

Pero la sola mención del oro perdido y la perspectiva de obtener una posible participación del mismo parecía suficiente para que se llevara a cabo sin quejas el agotador trabajo de orientar las vergas y las velas una y otra vez.

¿Y si la isla estaba vacía o no era la que buscaban? A Bolitho no le parecía probable. Aurora tenía que saber que la captura de Garrick era la única forma de evitar que la venganza cayera sobre su esposo y ella misma. Por otra parte, Dumaresq no hubiera estado dispuesto a dejarles en libertad de no poseer información segura.

Al día siguiente, la
Destiny
surcaba un mar completamente en calma, las velas colgando planas e inmóviles.

Bastante lejos hacia estribor se vislumbraba vagamente la sombra de otro islote, pero todo lo demás, hasta donde alcanzaba la vista, era agua. Hacía tanto calor que los pies se quedaban pegados en las juntas de cubierta, y los cuerpos de los cañones quemaban como si hubieran sido disparados en combate.

Gulliver dijo:

—Si hubiéramos tomado una ruta más hacia el norte habríamos tenido mejor suerte con el viento, señor.

Other books

Men Explain Things to Me by Rebecca Solnit
Little Lamb Lost by Fenton, Margaret
Undercover by Vanessa Kier
Son of the Hawk by Charles G. West
Fingerless Gloves by Nick Orsini
Against the Wind by Kat Martin
Pronto by Elmore Leonard
All in One Place by Carolyne Aarsen