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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

¿Sabes que te quiero? (6 page)

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—Lo siento, pero mi familia me necesita.

Un sollozo se oye al otro lado del teléfono, que termina en un sonoro llanto que dura varios minutos.

—Te quiero, Alan. ¡Te quiero! —consigue decir por fin la chica.

—Y yo, Monique. Te quiero mucho. Ya te llamaré.

Pero Alan nunca más llamó a su novia suiza. Ni ella supo más de él.

Le fastidiaba haber mentido sobre la salud de su tío, pero ¿qué podía decirle si no? Ya se le pasaría. Como a Claudia, la romana, o como a Mara, la mejor amiga de su prima. Al fin y al cabo, del amor al odio solo hay un paso.

Capítulo 10

Esa tarde de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Se baja del metro y sube por las escaleras mecánicas situándose a la derecha. Oye un silbido y unas risitas detrás. Gira la cabeza y observa cómo un grupo de chicos, de unos catorce años, intentan ver más allá de lo permitido. Inmaduros. Son los riesgos de llevar aquella falda vaquera tan corta. Paula no dice nada, se pasa a la fila de la izquierda y camina deprisa hacia arriba. Llega tarde. Hace quince minutos que Cristina la espera.

Sale de la estación jadeante por el esfuerzo. Mira a un lado y a otro, con la mano en la frente a modo de visera para cubrirse del sol, que pega con fuerza. El verano se echa encima.

Allí está Cris, en la esquina habitual donde solían quedar antes las cuatro amigas para tomar café o irse de tiendas. Hace bastante tiempo que eso no pasa y lo echa de menos. Las circunstancias, los novios de una y otra, los exámenes... ¿Excusas o motivos?

Cristina también se ha puesto falda, aunque menos corta que la suya, y luce un escote bastante pronunciado. Lleva taconazos. Paula la contempla desde lejos y se da cuenta de lo cambiada que está. Este año la naturaleza ha hecho maravillas con la Sugus de limón. Es sorprendente. Un grupito de quinceañeros pasa por delante de ella y todos se la quedan mirando. Cris sonríe y saluda tímidamente.

Se ven. La chica sonríe y amaga con ir a su encuentro pero Paula le hace un gesto con la mano para que espere. Cruza el paso de cebra cuando el semáforo cambia de color y llega al otro lado de la calle.

—¡Tía, estás impresionante! —exclama Cris antes de darle dos besos.

—¡Tú sí que estás buena! ¡Mira qué cuerpazo! —Y la hace girar sobre sí misma.

Una pareja de universitarios se detiene frente a ellas, comentan algo y siguen su camino entre risas.

—Y esos, ¿de qué van?

—Pues se habrán alterado cuando han visto lo buena que estás. Es que menudo escote te has puesto, niña...

—No me miraban a mí. Miraban tu minúscula minifalda. ¡Ya te vale!

—¡Qué va! No es tan corta...

—¿Que no? Desde lejos parecía un cinturón ancho.

Las dos ríen, cómplices y divertidas, sabiéndose algo más que amigas: es ese estado siguiente a la amistad que solo se consigue con contadas personas en toda la vida. Los tres últimos meses han calado profundamente en ambas.

—¿Vamos al Starbucks?

—Sí. Necesito un poco de azúcar— comenta Paula.

Caminan entre bromas y miradas. Sonrisas y carcajadas. Uno que va en moto sin casco frena junto a ellas y les grita que si alguna se quiere montar. Las chicas se niegan y huyen riendo hasta una calle peatonal. Los tacones suenan en la calzada con tuerza. Se paran y respiran ruidosamente cuando están a salvo del motorista. Cris se coloca bien el escote y Paula se ajusta la minifalda vaquera.

—Es culpa tuya —dice riendo, Cristina.

—¿Mía? ¿De qué vas? Ese tío quería que tú te montaras en su moto.

—¡Estás de broma!

—Sí, sí..., de broma.

—Está muy claro que te habría elegido a ti.

—¡Ni de coña!

Las dos vuelven a caminar. El Starbucks está justo al final de la calle.

Un nuevo silbido y más comentarios en voz baja. Otros no disimulan y se giran cuando la pareja de chicas pasa junto a ellos.

—Como está el personal hoy, ¿no? —señala Paula, que coge del brazo a su amiga.

—Ya ves. Pero sigo pensando que es por tu minifalda.

—Podríamos preguntar.

—¿Que podríamos preguntar el qué?

—Si miran mi minifalda o tu escote.

Han llegado a la puerta de la cafetería. Cris se detiene y mira a Paula a los ojos. Luego ríe con fuerza.

—¡Estás loca! —exclama, y entra en el establecimiento.

La parte de abajo está llena. Además, hay mucho ruido.

—Ponte en la cola. Yo voy a mirar si hay mesas arriba —indica Paula.

—Vale. ¿Frapucchino grande de moca?

—Sí. Si no bajo es que he encontrado sitio.

—Okey.

La chica abre su bolso para sacar el dinero para pagar pero Cristina se lo impide de un manotazo.

—Invito yo, ¿recuerdas?

—Pero...

—Que pago yo. Ese era el trato. Y corre, que nos quedamos sin sitio.

—Es que...

—¡Sube!

Paula acepta sin convencimiento, pero tiene que darse prisa para buscar una mesa libre antes de que otros se adelanten. Con las manos, se baja un poco la falda para evitar accidentes y sube basta la planta de arriba.

Recorre con la mirada toda la sala. Parece que no hay nada libre. ¡Vaya...! Sin embargo, una pareja se levanta en el fondo. La chica se da cuenta y camina deprisa hasta allí. ¡Qué suerte! Ella es muy guapa y va elegantemente vestida. Él está de espaldas.

—¿Os vais?

—Sí —responde ella.

Paula sonríe y espera a que terminen de recoger para sentarse. Entonces lo reconoce. Son unas décimas de segundo muy extrañas. La sangre se le hiela y el cerebro se le bloquea por completo, como si le disparasen una bala en pleno corazón. Una sensación de ahogo y sentimientos contrapuestos la invade.

¡Ángel...! ¿Qué hace él allí? ¡Dios! ¿Y quién es ella? ¿Es su... novia? Paula no sabe qué hacer ni qué decir. Él tampoco, aunque es finalmente quien da el paso adelante.

—Hola, Paula —dice en voz baja, tratando de disimular su sorpresa lo máximo posible.

—Hola, Ángel —susurra.

¿Y ahora? Le pide a Dios, ese en el que no termina de creer, que la saque de allí. Cómo desearía estar ahora en su casa, metida en la cama, bajo las sábanas, como cuando intentaba olvidarse de él. De aquel chico del que se enamoró y al que dejó escapar.

—Hola, soy Sandra, encantada —interviene la chica que va con Ángel, y le da dos besos.

Uff. Parece mucho más madura que ella. Más mujer. Qué decidida. Y es guapísima. Sin duda hacen buena pareja.

De nuevo silencio entre el ruido del Starbucks. Ni Ángel ni Paula parecen capaces de hablar. El pasado pesa para ambos.

—¿Sois amigos? —pregunta Sandra, que, aunque no comprende qué sucede, se da cuenta de la tensión existente entre ellos dos.

—Sí, aunque hace tiempo que no nos vemos —contesta Paula, que sospecha que Ángel nunca le ha hablado a aquella chica de lo que tuvieron.

—Tres meses —añade el periodista.

Tres meses que han transcurrido lentamente, aunque ambos tienen el recuerdo de aquellos días como si fuese ayer. Las experiencias nunca se olvidan, solo se sustituyen. Y la intensidad de un momento disminuye cuando se viven otros. Pero para Ángel V para Paula aquella intensidad aún está reciente.

Sandra mira el reloj y decide dar por concluido aquel inesperado encuentro. Se siente incómoda y tiene la sensación de que hay algo que no sähe. Pero ya lo aclarará con Ángel en su debido momento.

—Nos tenemos que ir. Me alegro de haberte conocido, Paula.

—Sí —responde ella, todavía confusa—. Yo también.

Sandra toca con la mano el hombro a Ángel y, sin más, se dirige hacia las escaleras.

Se quedan a solas. Un segundo. Dos. Tres largos segundos. En silencio.

¿Qué decir? «¿Ya nos llamamos?». ¿Para qué? «Si no te cogí el móvil.... Si no respondí tus mensajes. Si aquel 'sabes que te quiero', fue lo último que supe de ti, porque quise olvidarte para siempre...», piensa Paula.

El destino tiene estas cosas. En un Starbucks se vieron por primera vez y en un Starbucks han vuelto a encontrarse después ile tanto tiempo.

Aquel día de marzo, cuando Ángel tropezó con ella, aquel maravilloso día en el que Paula dio su primer beso de amor. Aquel día en el que era feliz, el día más feliz de su vida.

El ahogo en la chica aumenta. Le cuesta respirar. Tiene ganas de lanzarse a su pecho y ponerse a llorar como una niña pequeña. Pedirle perdón. Contarle todo. Toda la verdad.

Pero es tarde. Tarde para todo. Incluso para decirle adiós.

Ángel se da la vuelta y, sin una palabra de despedida, se aleja hasta las escaleras de la cafetería y desaparece. Paula no le sigue. Lo deja marchar. Tampoco dice nada. Porque, realmente, no tiene derecho a decir nada.

Se sienta en la mesa que Sandra y Ángel han dejado libre. Hundida. Los ojos vidriosos. Apoya los codos en la mesa y se tapa la cara con las manos.

En ese instante llega Cristina. La ve sentada en el fondo de la sala, camina hasta ella y se sienta enfrente. Cuando ha visto a Ángel, se ha salido de la cola y ha corrido hasta donde estaba su amiga.

—¡No me lo puedo creer!

—Ni yo.

—¿Qué te ha dicho?

—Nada. Apenas hemos hablado.

—Qué fuerte.

—Ya.

—¿Y ella? ¿Era su novia?

—Eso parecía.

—Vaya.

—No pasa nada.

Paula la mira y sonríe. Suspira. Sus ojos enrojecen. Cristina también suspira, se levanta y se coloca a su lado. Con un dedo acaricia su mejilla e intercepta una lágrima que resbala por su rostro.

—No llores. Él ya no está en tu vida.

—Lo sé, pero no puedo evitarlo.

—Ha sido mala suerte.

—Ha sido... No sé lo qué ha sido. Pero creía que esto ya no me podía afectar.

—Y no te va a afectar.

—Cris, ¿no me ves?

Las lágrimas son más abundantes. El rímel empieza a correrse por su cara.

—Claro que sí, te veo. Y eres la Paula de siempre. Una chica preciosa, inteligente, capaz de todo. Alguien que...

—¡No! ¡No soy la de siempre! Estoy rubia. Ni siquiera me gusta ser tan rubia. Y fumo. Algo que jamás habría imaginado. Y...

—Shhhh. Ya vale. Tranquilízate.

Cristina abraza a su amiga ante las miradas de varios curiosos que llevan un rato observando. No prestan atención. No les importa. Ahora no.

Le da un beso y le acaricia el pelo. Ambas sonríen.

—Debo estar feísima.

—Eso, nunca. Eres preciosa. —Y le vuelve a besar en la mejilla—. Espera.

Cris abre su bolso y saca un paquete de pañuelos de papel. Le entrega uno a Paula para que se limpie la cara.

—Gracias. Voy al baño a arreglar esto.

—Te acompaño. Y nos vamos.

—Vale.

Se levantan y caminan hasta el cuarto de baño. Es pequeñito pero caben las dos. Ambas, delante del espejo, se observan y sonríen.

—¿Por qué ha tenido que aparecer otra vez?

—La vida es así.

—Uff.

Paula abre el grifo del agua fría y se lava las manos. Luego, suavemente, pasa el pañuelo por debajo de sus ojos.

—¿Sabes qué vas a hacer? —comenta Cristina, a la que se le ha ocurrido algo.

—¿Qué?

—Te vas a venir conmigo mañana a la casa de los tíos del francés.

—¿Quéeee?

—Eso.

—Ni loca. No recuerdas que...

—Claro que lo recuerdo. Sé lo que pasó —la interrumpe Cris—. Pero estarás un par de días entretenida y te olvidarás de esto.

—No creo.

—Si no vas, nunca lo sabrás. ¿Qué prefieres, pasarte el fin de semana encerrada en tu casa compadeciéndote de ti misma y pensando en Ángel y en su posible novia? Además, un clavo saca otro clavo.

—¡Qué dices! ¡Yo no quiero nada con Alan!

Las dos se miran serias.

—Paula, debes pasar página. Ángel se acabó. Y Alan...

—¿Alan, qué?

—Alan se nota desde lejos que te gusta. Te gusta mucho.

Capítulo 11

Un día de abril, en un lugar de Disneyland-Paris.

—¡Vamos allí, vamos allí! —grita Érica, agarrando de la mano a su hermana.

Paula protesta en voz baja y camina hasta la enésima tienda a la que la pequeña quiere entrar. No le apetece dar más vueltas por el parque, lo que desea es irse al hotel a comer y descansar en la habitación. Además, se ha levantado un viento bastante desagradable que anuncia lluvia.

—¡La última! Luego nos vamos al hotel con papá y mamá, ¿vale?

La niña asiente con la cabeza y abre la puerta de la tienda.

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