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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

¿Sabes que te quiero? (3 page)

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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Un escalofrío sacude a Paula. Un desconocido que se sienta con ella en una cafetería... Alex. ¿Hace ya un mes del encuentro en el Starbucks? No, ni tres semanas. El tiempo pasa tan rápido y tan lento a la vez.

—Pues mira, no es la primera vez que me pasa —dice muy seria. Pero aquel descarado sigue teniendo algo que le suena.

—Normal. Eres una chica muy guapa. Te pasará a diario.

—Mira..., no estoy interesada.

Paula se levanta y coge de la mano a su hermana para que la siga. Érica también se incorpora de su asiento. Van a marcharse, pero el chico se anticipa y se coloca en su camino.

Tranquila, tranquila... No era mi intención molestarte. De verdad. Te pido disculpas. —Se agacha y le sonríe a la niña—. A ti también te pido perdón por si te he molestado.

—No. A mí no me has molestado —responde la pequeña.

La niña sonríe tímidamente. Y luego mira hacia la mesa donde el niño rubio también la está mirando. Cuando sus ojos coinciden, los dos, al mismo tiempo, sacan la lengua.

—Vamos, Érica. Papá y mamá nos están esperando.

—Entonces, ¿no quieres saber de qué nos conocemos?

—No. Aparta, por favor.

—De verdad que no quería molestar.

—Vale. Perdonado. Ahora, ¿nos dejas irnos? Mis padres nos están esperando.

El chico sonríe y se echa a un lado.

—Gracias.

Y, caminando deprisa, Érica y Paula salen de la cafetería del hotel sin saber quién es aquel atrevido muchacho. No tardarían mucho en tener una respuesta acerca de su identidad.

Capítulo 4

Un día de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

—Mierda.

Coge un pañuelo de papel y limpia con suavidad la gotita de mayonesa que le ha caído en el pantalón. Pero lo único que consigue es extender más la mancha.

—¡Mierda!

Ella sonríe. Le divierte que se altere de esa manera. No está acostumbrada a verlo perder la calma.

—¿Qué te ha pasado?

—Me he manchado.

—A ver...

La chica arrastra la silla y se coloca junto a él. Examina la mancha de su vaquero azul y arruga la nariz.

—¿Es grave? —pregunta él, resignado.

—Mucho.

—Si es que teníamos que haber ido a comer al bar con los demás.

Tal vez.

—Bueno, voy al baño, quizás con un poco de agua...

—No sé si lograrás salvarlo.

—Lo intentaré. Deséame suerte.

—Suerte.

El joven se levanta y camina hasta el otro extremo de aquella enorme sala. Abre la puerta y sale. Sandra lo observa sonriente. Qué bueno está. Sí, realmente es uno de los chicos más atractivos que se ha encontrado en su vida. Y lo mejor es que Ángel es su novio.

Hace aproximadamente dos meses, un día de finales de abril, en ese mismo lugar de la ciudad.

—Sandra, cuando puedas ven a mi despacho, por favor.

—Enseguida, don Anselmo.

La chica se levanta de su asiento y se ajusta la falda. El jefe la llama a su despacho. ¿Qué querrá? Quizás el motivo es ese muchacho nuevo del que tanto cuchichea el resto de la redacción: «Es muy guapo»; "Sí, es guapo, pero demasiado joven»; «¡Qué ojazos tiene!»; «¿De dónde habrá salido?»... Ella lleva toda la mañana fuera y no lo ha visto todavía. Y tampoco se va a dejar impresionar.

Toc, toc.

La puerta no está trancada y se abre lentamente cuando Sandra llama.

—Pasa, pasa.

La chica obedece y entra en el despacho. Don Anselmo la recibe desde su butacón de jefe con una gran sonrisa bajo su mostacho blanco. Parece feliz. No está solo. En una de las sillas de enfrente, un joven también sonríe y se pone de pie. Sandra se dirige hasta él, observándole atentamente.

—Hola. Soy Ángel, encantado —dice, mientras le extiende la mano.

—Yo... soy Sandra. Igual... mente —responde, estrechándosela.

¿Por qué tartamudea? Ella nunca lo hace.

Los dos se sientan.

—Esta es la persona de la que te he hablado, Ángel. Jamás en mi vida he conocido a alguien tan profesional, válida y tozuda como ella. Es una periodista sensacional. Y de toda confianza. Por eso, con solo veinticinco años, ya es jefa de sección.

Ángel mira hacia su derecha y contempla con admiración a la recién llegada. ¡Veinticinco años y ya dirige una sección en un periódico de tirada nacional!

—No exagere, don Anselmo.

—¿Me vas a decir que no eres tozuda?

—Bueno, yo...

El director del periódico suelta una carcajada y se pone de pie. De un montón de folios que hay sobre su mesa, elige el primero y se vuelve a sentar. Lo hojea por encima y se lo entrega a Sandra.

—Esta es la fotocopia de un artículo que Ángel realizó para su anterior revista. Una entrevista a Katia. Léela. Es realmente buena.

La chica siente gran curiosidad y comienza a leer bajo la mirada de su jefe y de aquel joven de ojos azules.

Está francamente bien. De una manera muy sutil consigue que la cantante responda a cosas que quizás a otros no contestaría. No se entretiene en banalidades, sino que llega a su interior con preguntas sencillas pero directas. Se nota que entre ambos hubo cierta química y que se lo pasaron bien dialogando. ¿Pasó algo entre Katia y ese chico? No le extrañaría. A ella la conoce bien. La entrevistó personalmente hace poco. Y, aparte de ser un bombón, posee algo que a los tíos les encanta: misterio. Y él es uno de los hombres más guapos con los que se ha encontrado. Harían muy buena pareja.

—¿Y bien? ¿Qué te parece? —pregunta don Anselmo pasados unos minutos.

—No está mal —responde Sandra sin levantar la mirada del folio.

Ángel arquea una ceja. Parece que no le ha impresionado demasiado. Sin embargo, don Anselmo sonríe y le comenta en voz baja.

—Eso en su idioma quiere decir que le ha encantado. Pero ella es así.

El chico no está muy convencido de lo que el director del periódico le dice, pero sonríe.

—Vale. Por mí, sí —termina diciendo la periodista. Y deja la hoja sobre la mesa.

—Perfecto. No tenía ninguna duda. Entonces, Ángel, estás contratado. Serás el encargado de todo lo que tenga que ver con la música en
La Palabra
. Y Sandra será tu jefa.

El hombre, desde su butacón, le da la mano.

—Mil gracias, don Anselmo. Intentaré estar a la altura.

—Estoy seguro de que lo estarás. Tienes mucho talento. Y mucho futuro en nuestra empresa.

El joven se incorpora de su asiento y mira a la chica. A continuación, le sonríe.

—Gracias. Será un placer estar a tu... su disposición para lo que necesite.

Sandra se sonroja cuando Ángel le habla de usted.

—Háblame de «tú», por favor. Somos de la misma generación, ¿no?

Más o menos. Eres tres años mayor que yo.

—De la misma generación.

—De los ochenta.

—Sí.

Los dos permanecen un momento en silencio, sin saber qué decir, hasta que el hombre del bigote cano interviene.

—Ángel, por favor, ¿esperas a Sandra fuera para que te explique cómo funciona todo? Tengo que hablar un minuto con ella.

—Claro, don Anselmo.

El periodista se despide dándole la mano a su nuevo jefe y sale del despacho cerrando la puerta tras de sí.

—¿Entonces te gusta? —pregunta el director de
La Palabra
cuando están a solas.

—Parece un chico muy competente. La entrevista a Katia es buena y...

—No me refería a eso.

—¿Y a qué te referías exactamente?

El hombre se levanta y se sitúa detrás de la chica. Pone las dos manos en los hombros cié Sandra y los aprieta suavemente.

—Ya sabes lo que quiero decir.

—No sé nada.

—Pues a que puede que te enamores de él.

—Eso no pasará. Me voy, que tengo mucho trabajo.

La chica aparta las manos de don Anselmo de sus hombros y se levanta de la silla.

—Ya lo veremos. Pero ya sabes que no es bueno mezclar el trabajo con el placer.

—Lo tendré en cuenta. Pero no tengo intención de mezclar nada. Además, ni siquiera lo conozco.

La periodista agarra el pomo de la puerta y la abre. —Bueno. El tiempo me dará o no la razón. Adiós, Sandra. —Adiós, papá.

Y sin decir nada más abandona la habitación.

Capítulo 5

Un día de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

—Espera aquí un momento.

Y le besa en los labios. Un suave, cariñoso y tierno beso de enamorada. Pero Mario apenas le corresponde. Se limita a unir su boca con la de ella. Diana nota que su chico no está receptivo. Y sabe el motivo. Pero todo a su tiempo.

Katia en la casa y cierra la puerta sin llave. Camina deprisa por el pasillo de la entrada. Mira en una habitación. En otra, l'a rece que está sola.

¿Mamá?—pregunta alzando la voz—. ¿Hay alguien?

Nadie responde. Perfecto. Pero tiene que asegurarse completanente y continúa inspeccionando la casa. Entra en la cocina y observa que encima de la mesa hay un recipiente tapado con una nota escrita a mano al lado:

«Diana, he salido a comer con Diego. Te he dejado la comida preparada. Solo tienes que ponerla en el microondas y calentarla. Nos vemos a la noche.

Besos. Mamá.»

Bien. Como pensaba. Sola. Aunque el mensaje le ha provocado cierto fastidio. Ese Diego, el novio de su madre, no le convence demasiado. Al menos, la casa está vacía.

Hace una pelotita con el papel y la tira a la basura. Luego vuelve sobre sus pasos hasta la puerta principal y la abre. Mario sigue allí, esperándola con rostro serio.

—No hay moros en la costa. Mi madre no volverá hasta la noche. Puedes pasar —dice sonriéndole.

El chico obedece y entra detrás de ella. El silencio es total en el interior.

—¿Subimos a mi cuarto o te apetece comer algo?

—Me da igual. Lo que tú quieras.

Su respuesta no ha sido del todo sincera. En realidad, tiene hambre y no estaría mal comer un poco antes de... cualquier cosa. Pero sigue enfadado y su orgullo le impide decir lo que piensa.

—Subamos entonces.

Diana sabe perfectamente que su novio habría preferido la otra opción, pero no le va a dar ningún tipo de ventaja.

Los dos suben la escalera hacia el dormitorio. Mario lo conoce bien, se han enrollado allí siete veces. Sí, aunque parezca mentira, lleva contadas todas las veces que Diana y él se han liado. Son sus primeros encuentros carnales con una chica y, sin pretenderlo, se le graban en la mente. Sin embargo, aún le falta dar un paso más. Ese paso que todo adolescente desea dar. Él también ha soñado con él, pero no tiene prisa.

—¿Quieres que ponga música?

—Vale. Como tú quieras. Tú mandas —responde Mario con seriedad.

—Okey.

La chica no se deja intimidar por su comportamiento y actúa como si nada pasase. Es un orgulloso. Se acerca a una pequeña minicadena y enciende la radio. Suena
Speed of sound
de Coldplay. Sube el volumen y se sienta en la cama. Mario ya está allí, reclinado, apoyando la mano izquierda en su barbilla.

—¿Te gusta?

—Sí, es una buena canción.

Diana intenta buscar sus ojos pero está distante. La esquiva. Es hora de actuar.

—¿Qué te pasa?

—No me pasa nada.

—Claro. Y por eso estás así de serio.

—Soy un tío serio.

La chica sonríe. Es cierto que la primera impresión que transmite su novio es la de una persona muy seria. Sin embargo, nunca se ha reído más en su vida que con él.

—Es por la recarga, ¡me equivoco?

—No. No es por nada.

—¿Seguro?

—Seguro.

Diana empieza a cansarse del orgullo de Mario. Se pone de pie y se sienta en una de las sillas de su habitación.

—Venga ya, Mario. Te ha molestado que le dijera a Alan que me podía recargar el móvil a mí si Paula no quería el dinero.

Los ojos del chico entonces se fijan por primera vez en ella desde hace mucho rato.

—Sí, me ha molestado.

—¿Te has puesto celoso?

—Claro que no.

—¿No? Pues lo pretendía.

—¿Querías darme celos con ese tío?

—Sí.

—¿Por qué? No lo entiendo.

Diana se levanta de nuevo de la silla. Está nerviosa. Camina hacia la puerta y se apoya en ella.

—Normal que no lo entiendas. Hay tantas cosas que no comprendes.

Mario la observa confuso. ¿Le está llamando tonto? ¿Qué es lo que tiene que comprender?

—No solo ha sido lo de la recarga. ¿Por qué has dicho que vamos a ir este fin de semana a la casa de los tíos de Alan?

—Porque me apetece ir.

—¿Y yo qué? ¿Por qué no cuentas conmigo para tomar la decisión?

—Porque seguro que hubieras dicho que no.

La chica regresa a la cama. Vuelve a sentarse junto a su novio y luego se deja caer hacia atrás. Tiene los pies en el suelo y la espalda y la cabeza apoyadas en el colchón.

—En eso tienes razón. No me gusta nada ese tipo.

—¿Y por qué no te gusta? ¿Es por...? Ya sabes... Por lo de Paula. Lo que pasó.

—No lo sé. Solo sé que me cae mal.

Diana resopla. Ambos permanecen unos segundos en silencio.

—Mario, ¿tú realmente qué sientes por mí?

—¿Por qué me preguntas eso ahora?

—¿Me quieres?

—Claro. Si no, no estaría contigo en esta cama ahora.

Una lágrima resbala por la mejilla de Diana. Le duele el pecho. ¿Está mintiendo? ¿La quiere? Uff. ¿Qué le pasa? ¿Por qué tiene esa sensación tan extraña? Todo era más sencillo cuando iba de flor en flor, con tíos de quita y pon. Qué fácil eran las cosas cuando no estaba enamorada.

—Dime la verdad, ¿me quieres tanto como quisiste a Paula?

Aquello, Mario no lo esperaba. ¿Qué puede responder? ¿La verdad? Pero ¿cuál es la verdad? Está en blanco. ¿Qué dice? ¿Qué demonios le dice?

—¿Por qué no me respondes? ¿Tienes dudas? Si dudas es porque realmente no me quieres como la quisiste a ella. ¿Qué pasa, Mario? ¿Sigues queriéndola a ella? ¡Dios! Uff.

Diana se da la vuelta. Su cabeza choca contra la almohada y sus rodillas se clavan en la manta que cubre la cama.

—Solo sé que te quiero, Diana. Y que me encanta estar contigo.

Y de repente, sin que Mario lo espere, la chica se incorpora de un brinco y lo mira directamente a los ojos. Se inclina sobre él. Sus bocas se acercan y lo besa. Esta vez, aunque sorprendido, el chico sí acepta el beso, que es apasionado y ardiente. Enseguida, Diana alcanza con sus labios su cuello. Sus manos se introducen por la camiseta.

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