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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Salvajes (2 page)

BOOK: Salvajes
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Trata de borrarse la guerra a fuerza de follar y mueve las caderas como si así pudiera mandar a la mierda las imágenes, como si pudiese eyacular los malos recuerdos junto con el semen, pero no puede ser no puede ser no puede ser no puede ser, por más que ella haga su parte y arquee las caderas y corcovee como si quisiera expulsar de su gruta cubierta de helechos a aquel invasor armado que ha penetrado en su selva tropical, su jungla húmeda y resbaladiza.

Ella empieza a gemir:

—Ah, ah, ah... Oh, oh, oooooooooooh...

¡O.!

4

Cuando ella despierta —más o menos—, Chon está sentado ante la mesa del comedor; sigue mirando fijamente el ordenador portátil, pero se ha puesto a limpiar una pistola cuyas piezas ha desparramado sobre una toalla grande. Es que a Ben le daría un ataque si Chon ensuciara de aceite la mesa o la alfombra. Ben es muy maniático con sus cosas. Chon dice que es como una mujer, aunque Ben no opina lo mismo. Cada cosa bonita representa un riesgo, como cultivar y mover la hierba de cultivo hidropónico.

Aunque hace meses que Ben no aparece por allí, Chon y O. siguen siendo muy cuidadosos con sus cosas.

O. espera que eso de desmontar la pistola no signifique que Chon se esté preparando para volver a «I-Rock-and-Roll», como él dice. Después de salir del ejército, ha regresado dos veces, contratado por una de esas empresas peligrosas de seguridad privada. Dice que vuelve a casa con el alma vacía y los bolsillos llenos.

Para eso va, evidentemente.

Cada uno vende lo que sabe hacer.

Chon acabó la secundaria, ingresó en la marina y fue a parar a la Escuela de los SEAL, los grupos de operaciones especiales de la Armada de Estados Unidos. Cien kilómetros más al sur, en Silver Strand, utilizaron el océano para torturarlo. Lo hacían tumbarse boca arriba en el mar, en invierno, mientras las olas congeladas rompían contra él (el submarino no era más que una parte del entrenamiento, amigos míos, un procedimiento de rutina). Le ponían troncos pesados a la espalda y lo obligaban a correr por las dunas y en el mar con el agua hasta los muslos. Lo hacían sumergirse y contener la respiración hasta que los pulmones parecían estar a punto de estallarle. Hicieron todo lo que se les ocurrió para obligarlo a reaccionar y darse por vencido; lo que no consiguieron fue que a Chon le gustara el dolor. Cuando finalmente tomaron conciencia de aquel hecho retorcido, le enseñaron a hacer todo lo que sólo alguien muy loco y muy atlético puede llegar a hacer en el líquido elemento.

Después lo enviaron a Istanlandia.

O sea, Afganistán.

Allí hay arena y hay nieve, pero no hay mar.

Los talibanes no practican surf.

Claro que Chon tampoco —detesta toda esa chorrada supuestamente guay y siempre se jactó de ser el único hetero de Laguna que no surfeaba—, pero le resultaba absurdo que, después de gastar cien mil dólares en entrenarlo para convertirlo en un experto en el agua, lo enviaran a un lugar en el que no había agua.

En fin, que te llevas tus guerras a donde las encuentres.

Chon se quedó allí durante dos reemplazos y después se dio de baja y regresó a Laguna para...

Ejem, para nada.

No había nada que Chon pudiera hacer; vamos, nada que quisiera hacer. Podría haber seguido el camino del socorrismo, pero no le apetecía nada sentarse en una silla alta a ver cómo los turistas hacían crecer sus melanomas. Un capitán retirado de la marina le ofreció un curro como vendedor de yates, pero Chon no servía para vender y aborrecía los barcos, de modo que no salió bien. Por eso, cuando fueron a reclutarlo, Chon estaba disponible.

Para ir a I-Rock-and-Roll.

La situación estaba muy chunga en aquella época previa al gran despliegue de las tropas estadounidenses, con tantos secuestros, decapitaciones y artefactos explosivos improvisados que amputaban miembros y cortaban melones. La misión de Chon consistía en impedir que aquello les ocurriera a los clientes de pago y, si la mejor defensa es un buen ataque... En fin.

Era lo que había.

Además, con la combinación adecuada de hierba de cultivo hidropónico,
speed
, vicodina y oxicodeína, en realidad el videojuego —IraqBox— no estaba del todo mal y, si uno no era demasiado puntilloso, podía obtener muchos puntos en medio del follón mesopotámico entre chiitas y sunitas.

Según el diagnóstico de O., Chon padece un trastorno postraumático de falta de estrés.

Él dice que no tiene pesadillas, nervios,
flashbacks
, alucinaciones ni culpa.

—No estaba estresado —insistía Chon— ni sufrí ningún trauma.

—Debió de ser por la maría —opinaba O.

«La maría es cojonuda», según Chon.

Se supone que las drogas son una mierda pero, si en un mundo de mierda pillas la polaridad moral inversa, son cojonudas. Para Chon, las drogas son «una respuesta racional a la irracionalidad» y su uso crónico de lo crónico es una reacción crónica a la locura crónica.

«Proporciona equilibrio —considera Chon—. En un mundo jodido, uno tiene que ser jodido, si no se quiere joder...»

5

O. se sube los vaqueros, se acerca a la mesa y observa la pistola, desmontada aún sobre la toalla. ¡Qué bonitas son aquellas partes metálicas que encajan con tanta precisión!

Ya hemos visto que a O. le gustan los instrumentos de poder, salvo cuando Chon se pone a limpiar uno con concentración profesional, aunque esté mirando la pantalla del ordenador.

Ella mira por encima de su hombro para averiguar lo que le llama tanto la atención.

Espera ver a alguien practicando sexo oral y a alguien recibiéndolo, porque es imposible dar si nadie recibe y nadie recibe lo que no se da.

Sin embargo, no es así, porque lo que ve es el siguiente vídeo:

Una cámara recorre lentamente, en lo que parece el interior de un depósito, una hilera de nueve cabezas cortadas dispuestas en el suelo. Los rostros, todos masculinos y todos con el cabello negro despeinado, muestran expresiones de horror, dolor, pena e incluso resignación. A continuación, la cámara se vuelve hacia la pared, donde, de sendos ganchos, cuelgan en orden los troncos de los cuerpos decapitados, como si las cabezas los hubiesen dejado en un vestuario antes de ir a trabajar.

El vídeo no tiene sonido, no hay ninguna narración; sólo se oye el sonido vago de la cámara y del operador.

Quién sabe por qué, el silencio resulta tan brutal como las imágenes.

O. reprime el vómito que siente bullir en su vientre. Como ya se ha visto también, no es de las que salen corriendo. Cuando recupera el aliento, mira el arma, mira la pantalla y pregunta:

—¿Vas a volver a Iraq?

Chon niega con la cabeza.

—No —le dice—, no es Iraq. Es San Diego.

6

¡Dios mío!

¿Estás preparado para el porno de la decapitación?

¡Alto ahí!

¿Para el porno de la decapitación gay?

O. sabe que Chon es muy retorcido; vamos a ver, sabe perfectamente que Chon es muy retorcido, pero no retorcido como quedan los espaguetis del día anterior en un bol, como para joder a unos tíos y arrancarles la cabeza, como aquel programa de televisión sobre el rey británico que mandaba cortar la cabeza a todos los pimpollitos que se pasaba por la piedra. (Moraleja del programa de televisión: si le haces a un tío una buena mamada, te considera del oficio y te manda a paseo, o sexo = muerte.)

—¿Quién te ha enviado esto? —le pregunta O.

¿Será marketing viral, del que va flotando por YouTube, el vídeo del momento que no te puedes perder? ¿MySpace, Facebook —no, no tiene nada de gracioso—, Hulu? ¿Es lo que ve todo el mundo hoy día, lo que reenvía a sus amistades, porque «tienes que verlo»?

—¿Quién te ha enviado esto? —insiste.

—Unos salvajes —dice Chon.

7

Chon no habla mucho.

Los que no lo conocen piensan que le falta vocabulario, pero más bien es al contrario: Chon no usa demasiadas palabras, porque las palabras le gustan demasiado. Las valora tanto que tiende a guardárselas.

—Es lo mismo que pasa con la gente a la que le gusta la pasta —explicó O. en una ocasión—: a los aficionados a la pasta no les gusta gastarla y por eso siempre tienen mucha.

Podía ser que estuviera colocada cuando lo dijo, pero estaba en lo cierto.

Chon siempre tiene montones de palabras en la cabeza; lo que pasa es que no suele abrir la boca para dejarlas salir.

Tomemos como ejemplo la palabra «salvaje», el singular de «salvajes».

A Chon le intriga el sustantivo, en oposición al adjetivo, la gallina y el huevo, la causa y el efecto de esa etimología en particular. Este enigma —¡qué palabra más bonita!— surgió de una conversación que oyó en Istanlandia. Hablaban de Fundolslamos, que arrojaba ácido a la cara de las niñas que cometían el pecado de ir a la escuela.

Chon recuerda así la escena:

Exterior de una base de artillería de los SEAL, de día.

Un grupo de miembros de los SEAL, agotados después del tiroteo, se reúnen en torno a una cafetera colocada en una mesa del comedor.

MÉDICO DEL EQUIPO SEAL
(
horrorizado, consternado
) ¿Cómo se justifica que haya gente capaz de hacer algo tan... salvaje?

JEFE DEL EQUIPO SEAL
(
hastiado
) Es que eso es lo que son: salvajes.

CORTE A:

8

Chon cae en la cuenta de que se trata de una videoconferencia en la que el cartel de Baja establece un pacto con los siguientes puntos:

  1. No venderéis al por menor vuestra hierba de cultivo hidropónico.
  2. Nosotros venderemos al por menor vuestra hierba de cultivo hidropónico.
  3. Nos venderéis a nosotros y, además, a buen precio y al por mayor vuestra hierba de cultivo hidropónico.
  4. De lo contrario...

Mira el vídeo.

En este soporte visual ilustrativo (un medio educativo), vemos a cinco ex traficantes de droga de la conurbación de Tijuana-San Diego que quisieron seguir representando la versión minorista de su producto, contraviniendo unas demandas como las que acabamos de exponer, y a cuatro ex policías mexicanos de Tijuana que les proporcionaban protección (o no, según se mire).

Todos estos tíos eran unos idiotas redomados.

Creemos que vosotros sois mucho más listos.

Mirad y aprended.

No nos obliguéis a entrar en acción.

9

Chon se lo explica a O.

El cartel de Baja, con su cuartel general colectivo en Tijuana, exporta por tierra, mar y aire grandes cantidades de maría, coca, caballo y meta a los Estados Unidos. Al principio se limitaba a controlar el contrabando fronterizo y dejaba a los demás el comercio minorista; sin embargo, en los últimos tiempos se ha dedicado a integrar verticalmente todas las partes del negocio, desde la producción y el transporte hasta el marketing y las ventas.

Lo logró con bastante facilidad con respecto a la heroína y la cocaína, pero tuvo que superar cierta resistencia inicial por parte de las pandillas estadounidenses de motoristas que controlaban el comercio de metanfetamina.

Las pandillas de moteros no tardaron en cansarse de celebrar funerales espléndidos —¿has visto cómo se ha puesto últimamente el precio de la cerveza?— y accedieron a incorporarse al equipo de ventas del cartel de Baja. Por su parte, los médicos de Urgencias de todo el país se alegraron de que la producción de metanfetamina se normalizara, para poder prever los síntomas bioquímicos de la sobredosis, cuando les llovían los casos.

Sin embargo, las cifras de ventas de las tres drogas mencionadas han disminuido considerablemente. Existe un factor darwiniano implacable, sobre todo en el uso de la metanfetamina, según el cual todos sus usuarios se van muriendo o acaban clínicamente muertos tan pronto que ya no saben dónde comprar el producto. (Si los yonquis te resultan odiosos, es que no conoces a ningún adicto a las metanfetaminas; en comparación con éstos, los yonquis parecen John Wooden.) Aunque aparentemente la heroína está experimentando un repunte leve, pero evidente, el cartel de Baja todavía tiene que compensar la reducción de ingresos para mantener contentos a sus accionistas.

Por eso, ahora quiere controlar todo el mercado de la marihuana y eliminar la competencia de quienes se dedican al cultivo hidropónico familiar en el sur de California.

—Como Ben y Chonny —dice O.

Chon asiente.

El cartel les dejará continuar con el negocio sólo si venden exclusivamente al cartel, que entonces se quedará con el mayor margen de ganancia.

—Son como Walmart —dice O.

(¿No hemos dicho, acaso, que O. no es ninguna estúpida?)

—Pues sí, son como Walmart —reconoce Chon— y se han movido horizontalmente para ofrecer una amplia variedad de productos: no sólo venden drogas, sino también seres humanos, tanto para el mercado laboral como para el sexual, y últimamente han entrado en el lucrativo negocio de los secuestros.

Sin embargo, eso no tiene ninguna relevancia para este tema ni para el vídeo en cuestión, que demuestra gráficamente que Ben y Chonny tienen dos alternativas: aceptar el trato o la decapitación.

10

—¿Vais a aceptar el trato? —pregunta O.

—No —responde Chon con un bufido.

Apaga el portátil y sigue montando la hermosa pistola.

11

O. vuelve a su casa.

Rupa está atravesando una de sus fases. Ha habido tantas que a O. le cuesta mantenerse al corriente pero, en un orden aproximado, han sido las siguientes:

El yoga

Las pastillas y el alcohol

La rehabilitación

La política del partido republicano

Jesús

La política del partido republicano y Jesús

El
fitness

El
fitness
, la política del partido republicano y Jesús

La cirugía estética

La gastronomía

La gimnasia jazz

El budismo

La propiedad inmobiliaria

La propiedad inmobiliaria, Jesús y la política del partido republicano

El buen vino

La requeterrehabilitación

El tenis

La equitación

La meditación

Y ahora toca la venta directa.

—Pero, mamá, si es un esquema piramidal —le dijo O. al ver la cantidad de cajas y más cajas de productos orgánicos para el cuidado de la piel que Rupa trató de convencerla para que vendiera.

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