—De acuerdo a trabajos recientes de Agnes Babloyantz y sus colegas de la Universidad de Bruselas, un electroencefalograma que revele una actividad cerebral demasiado regular, demasiado estable, conduce generalmente a la epilepsia y otras enfermedades cerebrales. ¿Podríamos deducir entonces que el cerebro es, en sí, un mecanismo caótico?
—Todo lo contrario. Es tan perfecto que no obstante el mundo externo sea caótico, una inmensa proporción del cerebro está organizada. Lo que pasa es que esas partes están subutilizadas, que es una consideración bien diferente. Lamentablemente esa población casi sideral que hemos descrito permanece aburrida, llena de tedio, sin uso alguno por la vacuidad existencial, porque el hombre dedica su vida a subsistir, a sobrevivir, y no ejerce lo que yo llamo la economía de la trascendencia. Es algo más que comer, dormir, trabajar, hacer el amor de determinada manera, vivir para la economía corporal. Allí, el cerebro está siendo totalmente subutilizado. Acaban de descubrir el hombre de los hielos, cuatro mil años, y es el mismo hombre actual. ¿Qué ha pasado en cuatro mil años? ¿Se ha perfeccionado el hombre? ¿Es más feliz, más creador? ¿Más estable? ¿Las inmensas masas de la humanidad son más felices?
El drama del hombre frente a la naturaleza es no darse cuenta de que formamos parte de una cadena. Somos unos seres vivientes más, y no ángeles caídos del cielo. Somos una especie más dentro de las especies, que vive de ellas, y ellas de nosotros. Es una sola y única totalidad: la universal.
—¿Por qué el hombre es tan violento? ¿Por qué mata?
—Es el único ser que mata por agresividad. Nadie se imagina a un león comiendo una gacela por rabia. Lo hace por sobrevivir. Es un acto poético. El más fuerte intenta mantener su vida sobre la base de otro ser más débil, más frágil muscularmente, o en reflejos. Hay diferencia entre violencia y agresividad. Todos los seres son violentos, en la medida en que la violencia es una respuesta necesaria para sobrevivir. El único agresor es el hombre, porque conquista y mata, no para sobrevivir, sino para satisfacer brutales instintos, generados a su vez por la sociedad en la que se vive.
—Instintos de poder…
—Sí, instintos de posesión, de invadir territorios ajenos. En este momento la humanidad se ha quedado absolutamente inerme, y es por ello que Bush propone el desarme nuclear. Porque ya tiene el poderío tecnológico a otros niveles, que le van a garantizar no ser destruidos por la vía violenta, sino por la vía de la agresión sutil de la tecnología. Es el único ser que mata por el placer de matar, y por la necesidad de poseer cosas que no necesita, y por explotar a otros seres humanos, para humillarlos. El misterio que se plantea Gandhi: «No entiendo cómo hay seres humanos razonables o normales, que puedan vivir humillando a los otros». Y eso es lo que hacen los inmensos imperios. Mientras exista esa sed de dominio, de control de poder, nunca la humanidad podrá ser feliz y me temo que no tiene vuelta atrás. Las comunidades animales son violentas, porque utilizan la violencia para sobrevivir. El hombre ejerce la violencia, no para sobrevivir, sino para conquistas, porque la economía de la trascendencia no está en la búsqueda de bienes éticos, estéticos o de trascendencia espiritual, sino de bienes de existencia material.
—Pero esa generalización de la violencia en el hombre, ¿no se podría definir como un fenómeno meramente neurofisiológico que forma parte de la estructura cerebral? Muchos bioquímicos afirman que las reacciones cerebrales son tan banales, como las del aparato digestivo. ¿Implica esto que si en el futuro mejoran aún más las técnicas exploratorias del cerebro se podrían definir en términos científicos la memoria, los sentimientos, la naturaleza misma del pensamiento?
—Si nosotros estimulamos exactamente una zona que se llama núcleo o amígdala del hipocampo, provocamos en el animal humano o cualquier otra forma de mamífero, una respuesta que se llama
cambrage, «the cambrage»,
la falsa rabia. Provocamos la gesticulación de la agresión: el animal abre las fauces y tiende a morder. Pero si le metemos el dedo en la lengua, el animal no muerde. Es bien interesante. La seudo rabia. Una respuesta de agresión corporal evidente. Pero es una respuesta que está meramente registrada en el cerebro, como una huella filogenética de lo que posiblemente fue una respuesta absolutamente necesaria en nuestros mamíferos predecesores. En el hombre ha pasado a ser inútil; las estructuras neurofisiológicas están allí, en consecuencia su corte es bioquímico. Justamente, el hombre no tiene respuesta cuando agrede con las manos, ni con las fauces. Agrede con otra parte de su cerebro. No es porque el cerebro tenga una secuela como un fósil de su filogénesis, como una huella de su pasado filogenético, sino que la cultura, la sociedad, la convivencia colectiva inarmónica, genera en cada hombre patrones de control y de sumisión, de autoritarismo y obediencia, y en este círculo vicioso es donde se forma el control que hombres ejercen sobre otros hombres. Sociedades sobre sociedades. Países sobre países. Eso no tiene nada que ver con los núcleos de violencia interna.
—¿Un bebé no es agresivo? ¿Todos nacemos con el mismo cerebro? ¿Qué determina entonces que algunos sean agresivos y violentos, y otros no?
—Tan somos iguales al nacer, como tenemos las potencialidades para ser distintos. Allí es donde Marx dio las claves fundamentales: la lucha de clases. Porque existen seres humanos que quieren dominar a otros, y existen profundas diferencias clasistas que tienen, por supuesto, implicaciones étnicas de todo orden, prejuicios de toda naturaleza. Allí es donde el capitalismo es un mundo atroz. Lamentablemente dominante por la caída del bloque socialista. Esta caída es la renuncia a la fe y la esperanza.
—Pero fue una caída motivada, nada gratuita.
—Porque no aplicaron, ni entendieron, ni desarrollaron la filosofía marxista. Engels y Marx tenían que haber sido actualizados, enriquecidos, con el inmenso aporte de la tecnología y otras ciencias. Lamentablemente la rigidez de los hombres que ejercieron estas concepciones inicialmente, su celo policial por conservar a todo trance el ideario inicial, provocó un fenómeno interesante: el de la
saciación.
Una vez que el hombre tiene la vivienda, la salud, la alimentación, ya eso no importa. Quiere comprar esa quincallería absurda y necia, que el capitalismo sí sabe ofrecer. Aquella gente cambia, la felicidad entre comillas, de un bienestar, de una existencia económica y espiritual relativamente cálida y satisfactoria, por la búsqueda de un estímulo nuevo, extraño, que es lo que la inmensa minoría, la minúscula proporción de seres humanos en el mundo capitalista, disfruta. De allí el triunfo del capitalismo: haber podido vender ese estímulo diferenciador de lo que es la presunta paz del hombre nuevo que nunca se llegó a concluir, porque no se tomó en cuenta que la motivación humana se sacia fácilmente, y que hay que buscar otros alimentos para generar nuevas vocaciones de sobrevivencia, y la venden a uno tras la democracia, esa horrible forma de vivir, que si el derecho al voto, que el derecho a disentir, cuando sabemos que es un embuste de quienes regentan los grandes poderes económicos.
—Nadie es libre realmente, ni aquí ni allá.
—En ambos regímenes. Pero aquí es peor. Porque allá había libertad para comer, libertad para un buen morir y una buena salud. Aquí ni siquiera tenemos eso. En cambio tenemos la droga de la llamada libertad de expresión, la droga de la libertad de poder crecer. Lo que acá es libertad, no es sino una sumisión a la dependencia.
Hay tres formas de conciencia que tienen que ver con las formas de libertad: libertad vinculada directamente con la fisiología más ancestral que el hombre trae. Al nacer traemos un sistema rígido de respuestas que garantiza nuestra sobrevivencia más elemental: por eso respiramos, por eso podemos pasar rápidamente de la placenta y del útero a la respiración del oxígeno externo, y podemos seguir sobreviviendo con mecanismos respiratorio y digestivo. Hay una necesaria rigidez con muy poca libertad. Luego hay un segundo aprendizaje, que también es biológico, porque todo lo que aprendemos necesariamente se incorpora a esa masa sináptica que hemos comentado. Y la tercera libertad es la peor de todas: la que expone al hombre a la libertad de las masas, de las muchedumbres, que no es sino una esclavitud. Porque la inmensa masa de seres humanos está controlada rígidamente por pequeñas corporaciones que controlan a su vez los medios de comunicación, los medios de producción, el mercado, el consumo. Esa es la inteligente crueldad del capitalismo: la capacidad de decirle al mundo, fuera los misiles, fuera las armas nucleares, porque ahora tenemos las masas, para destruir la inteligencia de los seres humanos.
Seguirán las nueve décimas partes de la humanidad, viviendo en la miseria más abyecta y más sin sentido. Todo porque una mínima proporción de los seres humanos tuvo acceso al conocimiento. De allí el último libro de Toffler: el poder ahora, es el poder del conocimiento. Quien sepa más, controla y es dueño del mundo. Eso lo están logrando los norteamericanos con una aparente posible oposición de los japoneses y del bloque de los países del triángulo sur. Lo que no entienden los últimos conversos, que me produce cierta náusea existencial, es que con la caída del socialismo se acaba la única posibilidad de control que tenía el imperio norteamericano para evitar que nosotros seamos explotados mucho más.
Cuba requiere ahora más que nunca de una solidaridad extrema. De paso, lo único con lo cual yo estoy de acuerdo con el presidente Pérez, es que en medio de estos dos años y medio de horror, al menos no ha caído en la histeria de los anticomunistas y anticastristas. Y frente a ese monstruo, el más importante ser que ha dado el siglo veinte, Fidel, estos pequeños enanos presidenciales del subdesarrollo, por lo menos hay uno, el nuestro, que se yergue sobre sus hombros, y le dice al gigante, estoy dispuesto a que no te caigas.
—En un futuro muy cercano, sabremos exactamente la secuencia del mensaje genético, situada en un punto preciso de tal o cual cromosoma, la que determina nuestras características, desde la resistencia del cáncer hasta la tendencia a la depresión. Y tendremos los medios para modificar esta secuencia. El hombre dominará su especie y su destino. ¿Representa esto un peligro o un beneficio para la humanidad? ¿Qué hará la ciencia con esta libertad de escoger, de diseñar el hombre a su antojo?
—Los personajes robotizados, son seres humanos replicados con una perfección abrumadora. Con la computadora replican todos los comportamientos humanos, incluyendo algunos que se parecen a la conciencia. La ficción tan prolífica, no está tan lejana a la verdad. Las computadoras pueden generar una forma de conciencia tan autónoma que podría independizarse de quien la programa. Un peligro que está en marcha. En efecto, los códigos genéticos están tan bien estudiados, que va a ser posible como lo afirmas, que a corto plazo podamos construir seres humanos ya lo hacemos,
in vitro,
fuera del útero-, probablemente vamos a poder combinar los ribonucleicos masculinos con los femeninos, y vamos a programar el desarrollo genético de cada una de estas estructuras. Eso es por una parte tremendamente esperanzador, desde el punto de vista de la enfermedad.
—Por ejemplo, a una madre con riesgos y tendencia de cáncer, se le podría eliminar en su código ese peligro.
—Eso es perfectamente posible en la ciencia de los próximos años. Todas las formas de patología. Beneficioso en cuanto a la prolongación de la vida, hay quienes ya anuncian los 120 años posibles. La gran pregunta, es qué va a hacer el hombre durante esos 120 años. Si a los 50 no ha hecho nada en muchos casos, en los otros 70 que le quedan, la vida va a ser terriblemente fastidiosa, cuando podría ser, como dije antes, la etapa más hermosa y creativa del hombre.
Lo positivo sería entonces evitar la fatalidad de las muertes genéticamente previstas y programadas.
La otra área que es monstruosa, es el control físico de la mente.
Va
a ser posible. De hecho, ya existen dispositivos en Estados Unidos, y yo los he utilizado para control del cerebro, por vía de la programación audiovisual con mensajes subliminales. Es posible reclutar los ritmos eléctricos cerebrales, de modo tal que uno puede provocar en el paciente las reacciones perceptivas que uno programa. También es positivo porque puede haber súper aprendizaje, un mayor desarrollo de esas áreas silenciosas del cerebro que han sido subutilizadas; pero también, por supuesto, será posible el control tecnológico de las muchedumbres. Como periodista, sabes que en estos momentos uno de los grandes dramas que tiene la cultura europea es sentir que los
comics
norteamericanos, y que los frívolos y necios programas de televisión, provoquen cambios en las masas europeas cultas, y por supuesto con más razón, en las incultas del mundo.
Esta es una de las razones de la caída del bloque soviético: las parabólicas llevaron al ciudadano soviético común, el mundo de «Falcon Crest» y de «Dinastía», como el mundo occidental. ¿Cómo no se va a rebelar contra las llamadas dictaduras del proletariado? Los efectos del control tecnológico de la mente son de una oscuridad, que van a hacer resurgir posiblemente el sentimiento religioso como única fuerza, muy débil para mantener al hombre dentro de cierta mística, dentro de cierta vocación de trascendencia.
—¿Habrá un resurgimiento religioso?
—Yo creo que va a haber un resurgimiento del pensamiento religioso, como lo ha habido en Japón, actualizado y tecnologizado, para que la gente tenga fe, tenga mística, para que más gente mejore la calidad de su vida, y tenga armas con qué defenderse de esta invasión monstruosa que supone la primacía y control del capitalismo.
Dentro de ese poderío del capitalismo, la tecnología ha pasado a ser un instrumento fundamental. Y el control físico de la mente, ya es un hecho. Podemos implantar electrodos en ciudadanos perfectamente comunes, y ordenarles a distancia lo que tienen que hacer. Lo que hizo Delgado, delante de mí, en Madrid: puso electrodos en el cerebro de un toro. Y cuando el torero hacía su ballet delante del animal, el animal se quedaba quieto, con la cabeza agachada. Y al pulsar otro botón, embestía de tal o cual manera. Una manera de acabar con la fiesta taurina.
Todos estos monstruos que nos están vendiendo, musculosos, supersónicos, con todo el ornamento de la tecnología norteamericana, eso es un hecho brutal. Así como en medicina prácticamente podemos visualizar todo lo que hay en cada órgano, en cada víscera, dentro de la sangre, y eliminar por supuesto la savia de la medicina tradicional. En cierto modo depende de la ética de los médicos, parte buena, y de la parte espiritual de los médicos, parte mala. También se podrá controlar a los seres humanos. Esa sociedad psicofísica es de las dos primeras décadas del siglo XXI.