Sangre en el diván (21 page)

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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

BOOK: Sangre en el diván
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Obvio, cuando tú le metes corriente al cerebro, hay un choque eléctrico, la persona convulsiona, brevemente. Es un coñazo. Un solo choque. Es bastante efectivo. Puede variar el número de sesiones a la semana. Al paciente del TEC hay que procurarle una medicación para que produzca la relajación muscular, de manera que cuando tensione, no sea tan traumático. Se le coloca protección en la boca para que no se vaya a morder la lengua ni los labios. La sedación también trata de evitar el recuerdo de lo que pasó.

No genera sangramiento. Nada. De manera excepcional, podría sangrar un poco la nariz, pero por hipertensión, porque hay fragilidad capilar y aumenta la tensión. Es algo controlable, son gotas, porque es un conducto muy limitado.

Mi pregunta en cuanto a Chirinos, es si a todas las pacientes que les va a hacer TEC también les va a mandar el mismo medicamento, es decir la Clozapina. Además, ¿tantos TEC, a tantas pacientes, no conlleva un interés económico? Las sesiones son costosas. El eventual aprovechamiento económico de Chirinos sobre sus pacientes ha sido comentario frecuente entre colegas. Y más allá, llego a preguntarme si Chirinos hará el TEC de verdad, o si todo es con el objetivo de tener a las pacientes sedadas.

Roxana Vargas no era esquizofrénica. Chirinos da una explicación sobre lo que es la esquizofrenia absolutamente errada.

Hay gente que no tiene ética.

Por lo que he leído de Chirinos y de la víctima en su blog, me puedo arriesgar a decir que esta muchacha tenía un trastorno
borderline,
de personalidad. Una muchacha insegura, intensa, que idealizaba constantemente, con conductas autoagresivas, no sólo por cortarse, porque el comer de más —que se manifiesta en sobrepeso— es una manera de herirse.

Cuando uno habla de trastornos de personalidad, hay síntomas. Por ejemplo, los
border
son personas que idealizan, pero así como idealizan, denigran. Cuando no se cumple con su expectativa, igual de intenso como es el amor, es el odio. Y entonces aparece una cosa que se llama retaliación, la venganza. Me voy a vengar, esto no me lo haces tú. El
border
es muy inestable. Sumamente inestable. Y esa inestabilidad lo lleva a situaciones de alto riesgo, a exponerse. Lo que se llama el
acting out.
El actuar, arriesgarse a situaciones de peligro, poniendo en riesgo incluso su vida. Física y psíquicamente. ¿Cómo? Siendo consumidora de sustancias compulsivamente, siendo promiscua sexualmente.

Quiero referirme a un aspecto que Chirinos maneja con ligereza que es la transferencia y la contratransferencia. Aquí yo tengo que defender a los freudianos, aunque en lo personal no les tengo mucha simpatía, a pesar de sus indiscutibles aportes. Chirinos refiere que entre él y Roxana hubo transferencia. No estoy penalizando a un psiquiatra porque hable de la palabra transferencia. Lo que censuro es que él utiliza un término malamente, para justificar una marramucia.

Cuando se habla de terapia, sea freudiana, junguiana, lacaniana, porque hay muchas escuelas dentro del psicoanálisis, se habla de la transferencia y la contratransferencia que existe en la relación médicopaciente. La teoría es ésta: hay un nivel de comunicación entre tú y yo, consciente, durante la terapia, pero hay un nivel inconsciente. La transferencia es lo que tú como paciente sientes. Son sentimientos, es absolutamente emocional. Es lo que el terapeuta te genera. La relación entre un paciente y un psiquiatra, es como bailar. El terapeuta puede ser el mejor bailarín, pero si no se acompasa a su paciente o viceversa, no funciona. Y la contratransferencia es al revés. Es lo que el terapeuta siente con el paciente. Por eso es tan importante que los terapeutas tengan terapeutas. Y uno debe tener claro en qué soy, qué siento, qué es lo que el paciente me está mandando como mensaje. Porque cuando uno hace psicoterapia, maneja otro tipo de terminología que tiene que ver con la parte dinámica. Donde vas viendo también con más claridad lo que está haciendo el paciente. Si se está proyectando, si está desplazando su conflicto, si está haciendo una sublimación, está racionalizando o está negándose. Son los mecanismos de defensa que utilizan para sobrevivir a un conflicto. Cuando vas en búsqueda de ayuda, es porque no sabes salir de eso.

Siempre hay una relación con el paciente. Cuando hago terapia a los colegas, les pregunto, ¿qué sentiste por el paciente? ¿Tristeza, conmiseración, deseos de ayudar, rabia?

La transferencia es positiva o negativa. Si es positiva, el paciente continúa con el tratamiento, y si es negativa, se va. Si tú eres un buen terapeuta y ves que la transferencia es negativa, no permites que continúe la relación médicopaciente.

Que Chirinos diga que hubo transferencia positiva con Roxana, que ella se enamoró, que lo quería, que le tenía mucho cariño, perdóname, pero no. El cariño existe, o el agradecimiento, que es una forma de cariño. Una cosa es el cariño, la empatia, pero esto tiene un límite. Eso está entre lo normal de una relación porque tú te preocupas por tus pacientes. Eso es así, pero eso va tomado de la mano del rol del terapeuta. Lo que pasó entre Chirinos y Roxana, sucede porque él se aprovecha malamente de su rol de terapeuta, abusa y pretende manipular, atribuyendo a la transferencia lo que no es. Lo que ocurrió entre ellos, fue otra cosa.

Chirinos admite que tenía fotos de Roxana. Dice que ella estaba desnuda, pero que no hubo sexo.

En cuanto a las fotografías de otras mujeres desnudas —las que no estaban sedadas— sobre quienes él dice que no las obligaba, que posaban voluntarias… bueno, eso significa, primero que todo, que hubo una proposición. Yo me pregunto qué hace un psiquiatra tomando fotos a sus pacientes por mucho que le guste la fotografía. ¿Qué tiene que ver eso con la psiquiatría? ¡Nada!

Es muy grave lo que ocurrió. Porque hay que ver la confianza que un paciente deposita en su psiquiatra. Estamos hablando de una criatura chiquita como Roxana, con problemas, que viene de un pueblito del interior. Venir a pedir ayuda, y tener que enfrentarse a ese ser. Caer en manos de él.

Tal vez por eso su destino sea pasar el resto de su vida entre cuatro paredes, senil, desorientado, obsesionado con los recuerdos de lo que un día fue, o no fue. Rehaciendo historias fabuladas, porque la megalomanía no perdona al psicótico escondido en la estructura de su psiquis.

CAPÍTULO 6
LA SENTENCIA

C
uando habían transcurrido una hora y siete minutos de su último día de vida, el teléfono celular de Roxana Vargas repicó. Sobresaltada en su cama, atendió el móvil sin haber logrado conciliar el sueño. La llamada era del psiquiatra Edmundo Chirinos. «Dígame, doctor», respondió presurosa. A pesar de la intimidad que se había producido entre ambos, Roxana nunca lo tuteaba. Conversaron 4 minutos y 53 segundos.

El momento pudo haber sido solemne. Una sala de audiencias en juicio suele sobrecoger. Tres filas de bancos en paralelo, de esos de las iglesias, comienzan a ser ocupados por rostros anónimos. Delante de ellos, separadas por una pequeña baranda, unas sillas desvencijadas, junto a unas mesas, ubicadas en izquierda y derecha, alojarán a la defensa y a los representantes del Ministerio Público, que para los efectos, es la parte acusadora. Frente a todos, una tarima. Sobre ella, un largo tablón, para que la máxima autoridad judicial divise, escuche y dirija el debate. Hoy, esa autoridad, la juez 5º de Juicio, Fabiola Gerdel Santamaría, dictará sentencia. En su esquina, el secretario del tribunal, con su computadora, tomará nota. Un ventanal del lado derecho permite el ingreso de luz natural, la cual será aprovechada por una cámara que sobre un trípode grabará todo lo que allí ha de acontecer. Un mástil con la bandera de Venezuela da colorido al escenario. La asistencia, impaciente, mira unas hojas pegadas en la pared, con distintas instrucciones. Prohibido comer. Prohibido hablar. Prohibido tomar nota. Prohibido sentarse mal. Prohibido. Cuatro alguaciles, con chaqueta negra y letras amarillas en su espalda que dicen Poder Judicial, están a la caza de la desobediencia que, apenas aparece, les da el placer del regaño público. Suelen ser intimidantes.

La sala, por primera vez en más de seis meses de juicio está llena. Casi todos son familiares o amigos de Ana Teresa Quintero. Eufemia, madre de otra víctima de abuso sexual, está a su lado, en primera fila. Tres estudiantes de Derecho se ubican con interés académico. Un grupo de mujeres hace coro, al acecho de agresiones contra el género. Sólo al fondo, una pareja de señores mayores y una mujer de alguna edad se identifican con el acusado.

Los dos fiscales del Ministerio Público, Pedro Montes y Zair Mundaray, se colocan sus togas. También lo hacen los abogados de la defensa. Están dos: Gilberto Landaeta y Jorge Paredes Hanny. El tercero, Elio Gómez Grillo, no acompañará a su cliente durante la sentencia. Con paso ligero ingresan algunos empleados del tribunal. Las campanadas de la iglesia de Santa Teresa recuerdan que son las 12. Algunas mujeres se persignan. Es día de San Miguel Arcángel. 29 de septiembre de 2010. La espera ha sido larga. Han sido dos años, dos meses y 17 días sin Roxana.

Con discreción, el psiquiatra Edmundo Chirinos entró a la sala. En nada se parecía al hombre que algo más de seis meses atrás había iniciado su juicio. El traslado de su casa al Palacio de Justicia, siempre desagradable, hoy había sido peor: le colocaron esposas. Mala señal. Su traje, amarillo mostaza, forrado a su cuerpo, ya se mostraba arrugado. Su poco pelo, oscurecido y forzado a parecer abundante después de batirlo, se había convertido en hilachas para tapar la calvicie. Chirinos giró su rostro levemente, tratando de buscar alguna cara que lo mirara con gentileza. Detectó a sus tres amigos y movió la mano sonriente. Esta vez no picó el ojo. Tampoco miró hacia donde se sentaba Ana Teresa, como cada vez que asistía a esta sala. Por un segundo pareció lamentarse de su suerte. Es probable que en ese instante los pensamientos de Chirinos y Ana Teresa coincidieran en una misma persona: Roxana. Sólo que sus sentimientos eran muy distintos. Chirinos no se creía esta pesadilla. No podía entender cómo una joven, muy inferior para él, había logrado llevarlo a estar en una situación tan humillante: ocupar el banquillo del acusado. Lo culpaban de su homicidio. En cambio, Ana Teresa presentía justicia para Roxana y quería que regresara la paz a su alma. Al menos eso podría recuperar. A sus brazos nunca más volverían ni su hija ni su marido. En algo más de dos años, los había perdido a ambos. Su esposo, Antonio, había fallecido el 17 de septiembre de 2009 después de un accidente cerebro vascular. No soportó la tristeza de perder a Roxana.

Una voz, masculina, firme, ordenó: «De pie». Entró la juez Fabiola Gerdel. Alta, con paso seguro, en toga, dejó una estela de aroma que dejaba en claro su feminidad. Se esperaba que la audiencia fuera breve. Sólo ella hablaría, para sentenciar a Edmundo Chirinos por el asesinato de la joven de 19 años Roxana Vargas.

El 18 de marzo de 2010 Chirinos entró a la sala, sobrado, sonriente y con desenfado. Observó con curiosidad al escaso público presente, aunque sin detener la mirada. Como hacen los políticos. Con parsimonia, se ubicó en el lugar que habían dejado libre los representantes de la Fiscalía. Y con desparpajo, hizo un comentario que generó carcajadas en su equipo de defensa; uno de sus abogados llegó a golpear el escritorio con su mano, dejando claro que no podía contener la risa. Llevaba un traje gris hecho a la medida y su cabeza la cubría con una boina negra, para ocultar la cicatriz de una reciente operación y su calvicie tan detestada. Esperaba con ansiedad que su pelo creciera. Con agilidad al caminar, se coló en medio de sus abogados y después se sentó. Su cuerpo no representa los 75 años que lleva encima, pero su rostro sí. Las orejas no dejan de crecer. Al sentarse, mantiene la ligera sonrisa de lado que tanto le caracteriza, pero que por momentos puede parecer una mueca. Acostumbrado a ser dueño del escenario, se dio vuelta como si fuera el anfitrión de un evento y con un leve tono amenazante viró hacia tres jóvenes que estaban sentados en los bancos y les preguntó: «¿Ustedes son amigos de Roxana?». Los muchachos, con una seriedad imperturbable, giraron la cabeza, y como una exhalación se escuchó: «No».

Después del protocolo de rigor comenzó la primera audiencia. El turno inicial fue para Zair Mundaray. El fiscal 50, con competencia nacional, sorprendió a algunos. Hizo evidente que se había preparado con pasión para este caso. Con voz pausada, hizo un recuento de los hechos, con énfasis en las evidencias criminalísticas, que originaron la asistencia de todos allí. Ante la juez 5o de juicio, Fabiola Gerdel, solicitó para Edmundo Chirinos la pena máxima de 30 años de presidio por homicidio intencional, con el agravante de la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que en su artículo 65, parágrafo único, eleva la pena al máximo constitucional.

Durante la intervención del fiscal, Chirinos parecía imperturbable. Apenas el incesante traqueteo de sus dedos sobre el mesón podía revelar alguna inquietud. Su cabeza se balanceó todo el tiempo, negando el discurso de Mundaray. Su mirada, en cambio, persiguió con desafío la figura de la juez.

Luego le tocó el turno a la defensa. Chirinos se mostró más relajado. El criminólogo Elio Gómez Grillo encabeza su equipo de abogados. Se trata de un legendario personaje, que tuvo su época de gloria en el ejercicio del Derecho. Especializado en criminología, había destacado por defender los derechos de los internos, de las cárceles venezolanas. Con rostro bonachón, solía mostrarse crítico ante las injusticias y su labor era reconocida por cierta gente. Llegó a presidir importantes comisiones en distintos gobiernos, y por el de Hugo Chávez no ocultaba sus simpatías, aun cuando tal vez por su edad más nunca había sido tomado en cuenta. Muy amigo de Edmundo Chirinos, desde un principio asumió las riendas de la defensa —primero de manera informal, y luego formalmente— y fue el único personaje conocido que se atrevió a interceder a favor del psiquiatra, a través de escritos que reproducían textos que Chirinos había redactado sobre sí mismo. El criminólogo alegaba la superioridad intelectual del psiquiatra, así como su reconocida cultura y trayectoria académica.

Gómez Grillo ahora camina con dificultad. Su espalda, muy encorvada, lo obliga a esforzarse para mirar a los demás a los ojos. Su voz apenas llega a ser un susurro. Es el único en quien confía Chirinos. Y a él se debe el viraje de estrategia en la defensa, al cambiar el equipo inicial de abogados y expertos por personajes del derecho que tuvieran ascendencia en el Gobierno. Y si bien el intento con José Jesús Jiménez Loyo había fracasado, el segundo equipo parecía satisfacerlo. Gómez Grillo se había esforzado en elaborar algunas teorías que resultaron descabelladas, asunto que poco le importaba, con tal de procurar desmontar argumentos que esgrimía el Ministerio Público. Destacaba en su idea que la terapia electro convulsiva podía ocasionar sangrado menstrual profuso. Con eso intentaba adelantarse a la prueba de ADN que confirmaba que la sangre encontrada en el consultorio del psiquiatra era de Roxana Vargas. Esta hipótesis de Gómez Grillo fue descartada sólidamente por los expertos. La defensa la tuvo que desechar.

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