Sauce ciego, mujer dormida (48 page)

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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Fantástico, Otros

BOOK: Sauce ciego, mujer dormida
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Él la llamó a ese número y los dos se vieron el sábado al atardecer. Cenaron en un restaurante, bebieron un poco de vino, hicieron el amor en la habitación de Junpei y durmieron juntos. Por la mañana, ella había vuelto a desaparecer. Era domingo, pero había dejado una nota sencilla diciendo: «Desaparezco porque tengo que ir a trabajar». Junpei aún no sabía a qué se dedicaba Kirie. Pero debía de ser un trabajo que empezara a primera hora de la mañana. Y ella trabajaba los domingos, al menos, algunos de ellos.

No les faltaban temas para hablar. Kirie era muy lista y buena conversadora. Podía tocar muchos temas distintos. Excepto novelas, a ella le encantaba leer todo tipo de libros: biografías, historia, psicología, libros científicos de divulgación. Y retenía sobre esa diversidad de campos una cantidad asombrosamente grande de información. Un día, Junpei se admiró de los conocimientos tan precisos que tenía sobre la historia de las casas prefabricadas. ¿Casas prefabricadas? ¿Se dedicaba Kirie a algo relacionado con la arquitectura?

—No —le respondió ella—. Es que me interesa cualquier tema que tenga que ver con la realidad. Sólo eso.

Sin embargo, cuando leyó los dos libros de relatos que había publicado Junpei, los encontró magníficos. «Son muchísimo más interesantes de lo que esperaba», dijo.

—¡Uf! La verdad es que estaba preocupada —admitió ella—. Pensaba en qué haría si, al leerlos, no me parecían nada interesantes. Qué debía decirte y demás. Pero no tenía por qué preocuparme. He disfrutado mucho leyéndolos.

—¡Menos mal! —exclamó Junpei con alivio. Lo cierto es que él había sentido la misma preocupación al entregarle, a petición de ella, los libros para que los leyera.

—Que conste que no es un cumplido dijo Kirie—. Pero tienes algo especial. Ese algo que un buen escritor debe poseer. En tus historias se respira un aire muy tranquilo, pero muchas de ellas están escritas con una gran viveza y el estilo es precioso. Y, por encima de todo, guardan el equilibrio. A decir verdad, es en el equilibrio en lo primero en lo que me fijo. Tanto en la música como en las novelas como en la pintura. Y cuando me topo con una obra de arte o con una interpretación que no mantiene el equilibrio, en definitiva, cuando me encuentro con obras imperfectas de escasa calidad, me siento fatal. Es como si me mareara al subir a un vehículo. Posiblemente sea por eso por lo que no voy a conciertos y apenas leo novelas.

—¿Porque detestas encontrarte con obras que no guardan cierto equilibrio?

—Sí.

—¿Y para evitar ese riesgo ni lees novelas ni vas a conciertos?

—Exacto.

—Pues, no sé. Me parece una idea muy radical, la verdad.

—Es que soy Libra. Y no puedo soportar las cosas desequilibradas. Más que no soportarlas, es que… —Aquí ella enmudeció, buscando las palabras apropiadas. Pero no las encontró. A cambio, lanzó un suspiro—. En fin, dejémoslo. Lo fundamental es que a mí me da la impresión de que tú, alguna vez, escribirás novelas más largas. Y que, haciéndolo, te convertirás en un escritor de mayor peso. Claro que quizá tardes algún tiempo.

—Yo, en principio, soy un autor de relatos. No estoy hecho para las novelas de largo recorrido —dijo Junpei con voz seca.

—A pesar de ello.

Junpei no manifestó su opinión al respecto. Enmudeció y se quedó escuchando el rumor que hacía el aire acondicionado. La verdad es que había intentado en varias ocasiones escribir una novela larga. Sin embargo, en cada una de ellas había desistido a medias. Porque era incapaz de mantener, a lo largo de un dilatado periodo de tiempo, la fuerza de concentración necesaria para escribirla. Al principio le daba la sensación de que estaba creando algo magnífico. La prosa era viva, el futuro le parecía prometedor. La historia fluía espontáneamente. Sin embargo, conforme iba avanzando, le iban fallando poco a poco pero a ojos vistas, el vigor y el brillo necesarios para proseguir. Y al final se le agotaban del todo, como un tren que va reduciendo la velocidad hasta detenerse por completo.

Ambos yacían sobre la cama. Era otoño. Tras un acto sexual largo y lleno de intimidad, los dos estaban desnudos. Kirie apretaba el hombro contra los brazos de Junpei, que la rodeaban. Sobre la mesilla de noche había dos copas con vino blanco.

—Oye —dijo Kirie.

—¿Sí?

—Tú quieres a otra mujer, ¿verdad? Hay una mujer a la que no puedes olvidar.

—Sí —admitió él—. ¿Te has dado cuenta?

—Claro —dijo ella—. Las mujeres somos muy receptivas a este tipo de cosas.

—No creo que lo sean todas, la verdad.

—Tampoco yo digo que
todas
las mujeres lo sean.

—Ya —dijo Junpei.

—¿Y no puedes estar con ella?

—No, hay circunstancias que lo impiden.

—¿Y no hay absolutamente ninguna posibilidad de que esas circunstancias dejen de existir?

Junpei hizo un breve y resuelto movimiento de cabeza.

—No.

—O sea, que son razones de peso.

—No sé si son de peso o no, pero ahí están.

Kirie tomó un sorbo de vino.

—En mi vida no hay nadie así —dijo ella en un susurro—. Y tú me gustas mucho. Me atraes muchísimo y, cuando estoy así, contigo, me siento increíblemente relajada y feliz. Pero en absoluto tengo ganas de llegar a algo más serio. ¿Qué? ¿Te sientes más tranquilo?

Junpei introdujo los dedos entre los cabellos de ella. Y, sin responder a su pregunta, le hizo otra a su vez.

—¿Y eso por qué?

—¿Que por qué no tengo ninguna intención de llegar a nada contigo?

—Sí.

—¿Te preocupa?

—Un poco.

—Porque yo no puedo establecer una relación profunda, cotidiana, con nadie. No sólo no puedo contigo, no puedo con nadie —dijo ella—. Quiero estar centrada por completo en lo que hago. Si viviera junto a alguien, si me involucrara emocionalmente de un modo muy profundo con alguien, quizá no podría seguir haciendo lo que hago. Así que a mí ya me va bien seguir como estamos.

Junpei reflexionó un poco sobre ello.

—Es decir, que no quieres que te desorienten.

—Sí.

—Porque, si te desorientaran, perderías el equilibrio y eso, tal vez, representaría un gran obstáculo para tu carrera.

—Exacto.

—Y para eludir ese riesgo, no quieres vivir con nadie.

Ella asintió.

—Al menos, mientras me dedique a este trabajo.

—¿Y no piensas decirme en qué trabajas?

—Adivínalo.

—Ladrona —dijo Junpei.

—No —repuso Kirie con expresión seria. Luego hizo una mueca divertida—. Es una hipótesis muy interesante. Pero los ladrones no trabajan desde primeras horas de la mañana.

—¿Asesino a sueldo?

—Será asesina —corrigió ella—. Pero la respuesta, en ambos casos, es no. ¿Por qué se te ocurren cosas tan horribles?

—¿O sea, que es un trabajo que está dentro del marco de la ley?

—Exacto —dijo ella—. Está perfectamente dentro del marco de la ley.

—¿Agente secreto?

—No —dijo ella—. Mira, dejémoslo por hoy. Prefiero hablar de tu trabajo. ¿Te importa que hablemos de la novela que estás escribiendo ahora? Porque estarás escribiendo algo, supongo.

—Estoy escribiendo un relato —dijo Junpei.

—¿Qué tipo de relato?

—Aún no he llegado hasta el final. Ahora estoy a medias, tomándome un descanso.

—Si no te importa, me gustaría que me contaras la historia, hasta donde has llegado.

Junpei enmudeció. Tenía como norma no hablar jamás del contenido de las novelas que estaba escribiendo. Era una especie de superstición. Hay cierto tipo de cosas que, una vez traducidas en palabras, se desvanecen como la niebla matutina. Los sutiles matices se convierten en delgadas bambalinas. El secreto deja de serlo. Pero, en la cama, mientras pasaba los dedos por entre los cortos cabellos de Kirie, Junpei decidió que a ella sí podía contárselo. De todos modos, estaba bloqueado y, durante los últimos días, no había dado ni un solo paso hacia delante.

—La novela está escrita en tercera persona y la protagonista es una mujer. Se encuentra a principios de la treintena —empezó a contar Junpei—. Es una internista muy buena que trabaja en un gran hospital. Está soltera, pero mantiene una relación en secreto con un cirujano, que ronda la cincuentena, empleado en el mismo hospital. Él está casado.

Kirie se imaginó el personaje.

—¿Es atractiva?

—Mucho —dijo Junpei—. Pero no tanto como tú.

Kirie sonrió y besó a Junpei en el cuello.

—Respuesta correcta.

—Yo siempre intento dar la respuesta correcta cuando he de darla.

—Especialmente en la cama.

—Especialmente en la cama —repitió él—. La doctora se toma unas vacaciones y se va de viaje. Justo en la misma época del año en que estamos ahora. Se aloja en un pequeño balneario entre las montañas y pasea tranquilamente siguiendo el curso de los arroyuelos. A ella le gusta mucho observar los pájaros. Sobre todo al martín pescador. Y un buen día, caminando por el cauce seco de un río, se encuentra una piedra extraña. Es de tonalidad negrorrojiza, lisa, con una forma que le resulta familiar. De repente se da cuenta de que le recuerda a un riñón. No te olvides de que estamos hablando de una especialista en medicina interna. Tanto en el tamaño como en la tonalidad y en el grosor es idéntica a un riñón de verdad.

—Y entonces ella recoge la piedra con forma de riñón y se la lleva a casa.

—Eso es —dijo Junpei—. Se lleva la piedra a su despacho del hospital y decide utilizarla como pisapapeles. Tiene la medida justa para sujetar papeles y, también, el peso adecuado.

—Y, además, su imagen cuadra mucho con un hospital.

—Exacto —asintió Junpei—. Pero, unos días después, ella se da cuenta de que sucede algo extraño.

Kirie permanecía en silencio, esperando a que él prosiguiera. Junpei había hecho una pausa como si con ello pretendiera avivar la curiosidad del oyente. Pero no era algo intencionado. Lo cierto es que todavía no había escrito la continuación de la historia. Se había quedado en ese punto. Se encontraba plantado en un cruce sin poste indicador alguno y miraba a su alrededor estrujándose los sesos. Pensó en cómo debía proseguir el relato.

—Cada mañana, la piedra había cambiado de posición. Antes de volver a casa, ella la dejaba sobre su escritorio. Tenía un carácter muy metódico y siempre la ponía exactamente en el mismo lugar. Pero, por la mañana, se la encontraba sobre el asiento de la silla giratoria. O al lado del jarrón, o tirada por el suelo. Al principio pensó que se equivocaba. Luego, sospechó que tal vez le sucediera algo a su memoria. Porque la puerta estaba cerrada con llave y nadie podía entrar en la habitación. El guarda tenía una llave, por supuesto. Pero hacía mucho tiempo que trabajaba en el hospital y era una persona de toda confianza que no se dedicaba a entrar por las buenas en los despachos. Además, ¿qué sentido tenía que cada noche irrumpiera en su despacho y le cambiara el pisapapeles de sitio? En los demás objetos de la estancia no se apreciaba nada anómalo. No faltaba nada, nadie había tocado nada. Sólo que la piedra cambiaba de posición. Ella se sentía desconcertada. ¿Y a ti qué te parece? ¿Por qué crees que la piedra cambiaba todas las noches de sitio?

—Porque la piedra con forma de riñón tenía sus propios designios —dijo sencillamente Kirie.

—¿Y qué designios eran ésos?

—La piedra con forma de riñón quería hacerle sentir una sacudida. Ir sacudiéndola poco a poco. A lo largo de un periodo de tiempo. Ésos eran los designios de la piedra con forma de riñón.

—¿Y por qué la piedra con forma de riñón quería hacer sentir una sacudida a la mujer?

—Pues, no lo sé —respondió ella. Luego soltó una risita—.
Ishi o yusaburu ishi no ishi
.
[25]

—Eso no tiene ninguna gracia —replicó Junpei con voz de fastidio.

—Eres tú quien debe decidirlo. El escritor eres tú, no yo. Yo me limito a escuchar.

Junpei hizo una mueca. Por haber estado concentrado estrujándose el cerebro sentía un dolor sordo en las sienes. Quizás había bebido demasiado vino.

—Ahora mismo soy incapaz de ordenar mis ideas. Para desarrollar el argumento de una historia tengo que sentarme frente a la mesa y ponerlo por escrito. Espérate un poco más. Hablando he tenido la impresión de que la historia me va a salir.

—No importa —dijo Kirie. Alargó la mano, alcanzó la copa de vino blanco y tomó un sorbo—. Esperaré. Es una historia muy interesante. Me muero de ganas de saber cómo termina la historia de la piedra con forma de riñón.

Kirie cambió de posición y presionó sus senos de bonita forma contra el costado de Junpei.

—¿Sabes, Junpei? En este mundo, todas las cosas tienen sus propios designios —le dijo en voz baja, como si le hiciera una confesión. Junpei estaba medio dormido. No pudo responder. Las frases que ella pronunciaba perdían su estructura en el aire y, mezcladas con el aroma del vino, alcanzaban furtivamente los recovecos de su conciencia—. El viento, por ejemplo, tiene su voluntad. Nosotros vivimos sin darnos cuenta de ello. Pero, a veces, nos vemos obligados a advertirlo. El viento te envuelve impelido por sus propios propósitos y te sacude. El viento conoce todo cuanto hay en tu interior. Y no sólo el viento. Todas las cosas. Incluso las piedras. Ellos nos conocen muy bien. De arriba abajo. En ciertas ocasiones, nosotros lo recordamos. No tenemos otra solución que convivir con todo ello. Y, al aceptarlos, sobrevivimos y ganamos en profundidad.

Durante los cinco días siguientes, Junpei permaneció sentado frente a la mesa, sin apenas pisar la calle, escribiendo el relato de la piedra con forma de riñón. Tal como le había pronosticado Kirie, la piedra con forma de riñón iba sacudiendo en silencio a la doctora. Despacio, tomándose su tiempo, pero de forma certera. Un atardecer, durante un encuentro precipitado en una habitación anónima de un hotel, ella deposita con sigilo la mano en la espalda de su amante y va palpando con los dedos el contorno del riñón. Ella sabe que allí se oculta su piedra en forma de riñón. Es un informador secreto que ella ha introducido en el cuerpo de su amante. Bajo sus dedos, su riñón zumba como un insecto. Envía mensajes nefríticos. Ella conversa con el riñón, intercambia información. Puede notar su tacto húmedo y resbaladizo bajo la palma de la mano.

La doctora se va acostumbrando, poco a poco, a la existencia de la piedra negrísima con forma de riñón que va cambiando cada noche de sitio. Empieza a aceptarlo como algo natural. Deja de sorprenderle que se desplace durante la noche. Al llegar al hospital, encuentra la piedra en algún rincón de su despacho, la recoge y vuelve a ponerla encima de la mesa. No turba en absoluto su rutina diaria. Mientras ella está en su despacho, la piedra no se mueve. Permanece inmóvil en su sitio como un gato dormido al sol. Cuando ella sale y cierra la puerta con llave, la piedra abre los ojos y empieza a desplazarse.

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