«Lo de Jarvia no es culpa mía, lo de Jarvia no es culpa mía»
—He visto lo que hace en la gente —trago, intentando no pensar en los ojos verdes de Jarvia, pero siguen en mi cabeza—, he visto mujeres morir.
—Cualquier cosa que me haga retenerte en el tiempo, que me acerque más a ti, vale la pena.
Y aquí estoy dudando otra vez. ¿No es gracioso? No he tenido a nadie con quién hablar en mucho tiempo y la última persona que pareció necesitarme, que desea “retenerme en el tiempo” es una bestia. Es vergonzoso cómo las palabras de Irah me afectan, estoy un poco agitada, siento mi piel afiebrarse, cada músculo de mi cuerpo se tensiona, y sé que algo está cambiando en mi interior. Temo que mi voluntad se debilite, así que no digo nada.
—A veces el silencio es una buena respuesta —me dice en un hilo de voz. Una sensación de ternura secuestra mi control, me acerco a la cama y él intenta sentarse otra vez, pero se lo impido poniendo mi mano derecha sobre su hombro y la izquierda sobre la colcha, a modo de soporte. Al tocarlo me doy cuenta que en ningún momento ha dejado de temblar, sólo ha estado conteniéndose. Este gato idiota realmente es bueno actuando.
Desvío la vista hasta su boca, se está mordiendo los labios. Tonto Irah, cien veces tonto.
—No lo hagas, no tomes eso, como sea que se llame.
—Aya, si no la tomo voy a dormirme.
—¿Cuánto llevas sin dormir?
—Bueno, la noche pasada dormí algo…
—No seas mentiroso, en la cabaña estuviste despierto todo el tiempo mientras me secaba el pelo, no entiendo porqué. Antes dijiste que la torre no tenía largo alcance.
—Quería verte dormir.
—¿Por qué?
Saco la mano que tengo apoyada en el cochón y la llevo hasta su rostro, sin apartar la otra de su hombro.
—Ahora que entiendo todo, lo del chip, el formateo, me doy cuenta que mi vida ha sido una farsa. ¡No soy defectuosa!
—Por fin te das cuenta.
—No sé si alegrarme o ponerme a llorar. Siento que todo es aún peor porque fui un error.
—Al contrario, eres un milagro —su rostro sudado se ruboriza al decir eso. Eso siempre lo recordaré, junto con este día, el que quedará tan marcado en mi memoria como mi cumpleaños número ocho, la partida de Emil y la muerte de Jarvia.
—No se suponía que existiera.
—Eres una en un millón. ¿Sabes cuántas personas se han saltado el proceso de inserción?
Sacudo la cabeza, ni siquiera sé lo que dice.
—Tres. Contándote.
—¿Cómo sabes que me salté el proceso? Tal vez tengo chip, tal vez sólo está mal soldado o algo así.
—Imposible, ¿recuerdas la primera vez que nos vimos? ¿Cuándo te pedí que no te acercaras?
—Difícil de olvidar algo así, ¿a dónde quieres llegar con eso?
—Si un hombre y una mujer se encuentran, sin que ella haya sido previamente insertada a la ciudad. Con esto me refiero a la reprogramación de su chip, ellos sencillamente entran en combustión.
Levanto una ceja sin terminar de creérmelo.
—Define “combustión”.
—¡Caboom! explosión, vísceras y miembros por todas partes.
La indignación bulle por mis venas, ya no corre sangre por ellas sino ácido. ¡Quiero matarlo!
—Vuelve a explicármelo —le exijo—. Explícame cómo sabías que no iba a volar en pedazos cuando me presentaste a todas esas bestias, mientras me paseabas por las calles de La Große.
—Eres una exagerada —dice Irah, quitándole importancia—. Eran sólo Tadeo y Aitor, aunque este último sí cuenta como bestia. No voy por ahí, arriesgando tu vida sin estar seguro que nada te iba a pasar. Ya había probado mi teoría, la primera vez que nos conocimos te arrojaste sobre mí como una demente.
—Aún así…
—¿Estás acá no? Yo podía hacerlo sin ti, pero tú insististe en que era tu deber sacar a tu amiga de La Große.
—Y lo del beso —esta vez lo tomo por sorpresa—. ¿También fue en beneficio de la ciencia?
—Me temo que eso fue en beneficio mío —la comisura de su boca se curva en una sonrisa traviesa—. Y debes admitir que te encantó.
Me niego a caer en su juego y opto por un tema neutral, su salud. Hay algo en particular que me preocupa aún más que su herida en el pie.
—¿Alguien te está tratando ese tumor? Tanto que te burlabas de mi ciudad y hasta ahora no he visto ningún hospital.
—Eso es porque te traje por la Avenida Laqueos, el hospital está en Tevessa, al otro lado. Y ¿de qué tumor hablas? No tengo ningún tumor. Diablos, ni siquiera un quiste o algo que se le parezca.
—Pero hace un rato, cuando entré…
Vuelvo a mirar la zona del tumor, todavía se adivina la protuberancia por debajo de la tela, más pequeña, pero todavía está ahí.
—Dejémoslo en que es cosa de gatos.
—No eres un gato.
—Por eso lo digo.
Y en menos de quince segundos, él vuelve a sonreír atrevido, como si me perdiera de algo grande.
—Más por favor —me pide con el vaso tembloroso entre sus manos. Corro al baño, pero me detengo cuando doy con la puerta de Jairo. Irah tendrá que esperar, no debo olvidar que es un hombre, una bestia, un mentiroso que se reservó información vital.
Empujo la manija, y Jairo yace desparramado en su cama. Duerme como un tronco, con las manos abiertas y las piernas dobladas como las ranitas del estanque. Ocupa las dos plazas de cama.
Es extraño que no haya despertado con todo el ruido que hemos hecho, me acerco un poco más, lo justo para poder verle el rostro.
—Alcohol y una mierda —se siente extraño maldecir después de tanto tiempo—, con razón no me recordabas.
Observo pequeños restos dorados esparcidos por su rostro, las esquinas achinadas de sus ojos, la comisura de su boca y todo está tan claro, más ahora que Irah me ha contado la verdad.
—¿Polvo de Valeriana, eh? —pregunto de regreso en el cuarto del gato—. El amigo del año.
Él levanta su ceja, pero no dice nada, así que le entrego el vaso con brusquedad, lista para salir de ahí. Recibe lo que le entrego, lo voltea, y se lo avienta en la cara.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto.
—¿Qué parece que hago?
—El ridículo, pero eso es normal en ti.
—Estoy intentando no dormirme.
Sus ojos están cerrados por el dolor. «No te ablandes» «No te ablandes»
—Francamente, ni sé porque te molestas. Despierto o dormido, no hace una diferencia.
—Lo hace para mí —dice pasando una mano por su pelo ahora mojado y abriendo los ojos sólo un poco, pero lo justo para que pueda ver en ellos esa emoción enigmática a la que no quiero dar nombre.
Algo me ha estado rondando la cabeza, así que pregunto para salir de dudas de una vez por todas.
—Tu amigo también consume Vigilia ¿no es así?
—Veo que lo has adivinado.
—La verdad no. Te había creído, pero cuando me dirigía al baño, procesé la información que me diste y pasé por la habitación de Jairo. Pude distinguir restos de polvos por toda su cara. Sinceramente, me siento una estúpida, debí haberlo captado cuando me preguntó quién era, de todas maneras, dudo que el alcohol sea el causante de su actual estado de coma.
—Te sorprenderías de lo que puede hacer el alcohol en tu organismo. Por supuesto, nunca lo sabremos.
—Porque me olvidarás.
—No, porque eres menor.
—Cumplo dieciséis en marzo, ya te lo dije.
—Yo tengo veintiuno, sigo siendo mayor —podría jurar que oigo culpa en su voz—. Tengo una idea.
Irah y yo subimos al tejado a esperar el amanecer, fue su idea, pero tuve que prestarle mi hombro todo el camino, los temblores vienen y se van. A último momento me hace devolverme para ir por una manta, bueno quería bajar él, pero tendría que estar loca para dejarlo ir padeciendo esas convulsiones que parecen haber acrecentado su cojera.
—¿Si tomas la pastilla los temblores se irán? —Él asiente y yo pienso en Jarvia—. Sigue siendo una pésima idea.
Me vienen unas ganas de bostezar de no sé dónde, cierro los ojos y él me ofrece la manta, no la acepto. No hace tanto frío, ya está por salir el sol, lo sé por la mancha amarilla que se asoma en el horizonte entre esas líneas rosadas y violetas.
—Me dará tiempo, ya lo sabes.
—No se trata del tiempo, sino de cómo lo aprovechas.
Irah se queda mirando hacia el horizonte, no veo nada de interesante, otro día, otras veinticuatro horas perdidas. Pienso en retrospectiva y es demasiado decepcionante reconocer que nada fue real, que sólo se trató de otra mentira. Para buscar una distracción a las trampas que me está jugando mi cabeza sin chip, intento reacomodarme en mi sitio, pero es difícil estar encima del techo y no caerse.
—Tienes un gusto de lo más raro en escoger lugares.
Me regala una sonrisa agotada y palmea el espacio a su lado. Estamos sobre unas tejas del tamaño de un melón y aún así, no imagino un lugar mejor para dar inicio al nuevo día. Viendo ahora sus ojos dorados, me doy cuenta que han perdido todo ápice de enigma, todos los secreto que lo atormentaban, han sido sacado a la luz. Bueno, la gran mayoría al menos.
—Es curioso —me dice—, pensé que una vez que te dijera todo me sentiría mejor, pero resultó ser todo lo contrario.
—No voy a pedir perdón por eso. Un hombre… ¿puedes creerlo?
Lo observo, cubierto por la manta luce incluso más débil.
—Tienes que dejar de ser tan prejuiciosa.
—Quiero golpearte —suelto cruzando los brazos sobre mi pecho—, quiero rasguñarte la cara y los brazos hasta que me duela tanto como a ti.
Él me mira con esos ojos dorados de ensueño, la comisura de su boca se curva.
—Hazlo —sus ojos me recorren con somnolencia y destraba mi mano de la teja, la tengo tan adherida que Irah tiene que desengancharla dedo por dedo—. Golpéame, pero que sea en la cara, de otro modo terminarás lastimándote.
Y lo hago, le doy un puñetazo en la cabeza, ni siquiera me fijo qué parte de ella es, pero se siente blando. La sensación de liberación no tarda en aparecer, pero se esfuma con la misma rapidez con la que llega, tal y como ocurrió con el sueño de tener a mi lado a “un igual”, esa hermosa “idea” que llegó materializada en Irah, pero que al parecer, estoy condenada a no experimentar jamás.
—No te detengas —dice él y acaricia mi mejilla con el pulgar, su mano es tan grande que abarca todo mi rostro. Estamos tan cerca que puedo ver los poros de su piel bajo la sombra de una barba afeitada hace sólo un día.
—Pensé que me sentiría mejor.
Frunce el ceño
—¿Y no fue así?
—Para nada.
Él vuelve a desviar su vista al horizonte, liberándome de la prisión dorada de sus ojos.
—Explícame qué tanto le ves a esas rayas rosadas.
—No son rosadas, son violetas y me recuerdan a ti, a tus ojos.
Pestañeo varias veces antes de conseguir hilar una frase.
—Entremos —la lengua se me pega en la boca—. Ya amaneció.
Él me sujeta del brazo y me acerca hacia él, mete su mano al bolsillo y me muestra las píldoras de antes.
—Depende de ti.
—Vamos, que se trata de tu cuerpo.
—Me sentiré mejor si tú estás de acuerdo con esto. La verdad es que no creo que me haga daño. Ya viste a Jairo
—Ni yo, pero será mejor que te abstengas —Se me ocurre una idea, una idea estúpida para convencerlo de que se quede a mi lado, tal vez consiga hacerlo dormir. Ni siquiera hace falta observarlo en detalle, su carita ha perdido algo de color y está tan ojeroso que da pena mirarlo—. ¿Qué te parece si recuestas tu cabeza en mis piernas y te cuento una historia?
Incluso exhausto, él entrecierra los ojos.
—Ni hablar, conociéndote será una de terror, sobre los hombres acechando jovencitas indefensas.
Dejo salir un suspiro de pura frustración.
—Necesitas descansar.
—Lo que necesito es que te quedes, prometí sacarte de acá y lo haré.
—Si lo que quieres es mi bendición para tomar esa cosa, la respuesta es no. No lo apruebo, no pienso cargar otra muerte sobre mis hombros.
Veo comprensión en sus ojos y algo similar a la ternura, alejo el rostro cuando él estira su mano para acariciarme.
—No me toques.
—¿Tanto asco me tienes? —no se trata de asco, sino de algo mucho mayor, son mi creencias, las bases de lo que soy, los fundamentos de mi pueblo.
—Estábamos bien así, simplemente respirando el mismo aire, me sentía normal. Eras cálido —niego rápidamente cuando lo veo sonreír—. Pero ya no lo eres, ahora cuando me tocas, ya no es como antes, no es lo mismo, no hay calor, tu toque es como brisas frías en mi piel
—Yo no he cambiado.
—Eras mi sol, ahora te has vuelto la reencarnación del invierno. Dudo que eso sea lo mismo.
Irah frunce el ceño, pero se guarda sus palabras. Es lo mejor, no es nadie para exigirme respuestas.
Cerca de las seis de la mañana, dejamos el tejado ni siquiera me molesto en despedirme de Jairo, Irah me ha explicado que el organismo del gato colapsó la noche anterior. A diferencia de Irah, él sí tomaba la droga, setenta y dos horas sin dormir, setenta y dos horas justas para que él pudiera recordarme y sernos útil. Pero los recuerdos tienen un precio, de hecho Irah tuvo que darle una alta dosis de polvo de Valeriana disuelto en un jugo por la mañana.
Por supuesto, Jairo ni siquiera preguntó por mí. Quiero decir, no es que me importe ni nada de eso, es un… la palabra con “H”, una bestia que atenta contra la integridad de la mujer, mi integridad. No porque se haya comportado amable, gracioso, cocine exquisito y me lave la ropa voy a olvidar algo como eso.
Estamos otra vez en medio de la nada. Irah me ha traído de regreso a un punto muerto de la quebrada. El sol de la mañana recae justo en su piel y su mandíbula cuadrada luce limpia con apenas una sombra de barba, eso hace que tenga deseos de tocarle.
Esta mañana cuando salimos, nos topamos con una foto mía en el escaparate donde antes salía el hombre que Irah señaló como el “gato” Gobernador, sólo que mi afiche no daba la bienvenida a la jurisdicción, no, mi cartel decía ”Se busca” y ofrecía una recompensa. No había cifras ni nada de eso. Pregunté a Irah cuál sería el valor, pero no quiso contestarme. La fotografía nos advirtió que debíamos escondernos, así que Irah decidió guiarme por otra vía, una mucho más larga pero, también, mucho más segura.
—Luces mejor —le digo, mientras rebusca algo dentro de mi mochila. A estas alturas, es bastante obvio que, en algún momento mientras preparábamos nuestras cosas, se ha tomado la píldora.