Read Sólo tú Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Sólo tú (19 page)

BOOK: Sólo tú
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Intentó mantener la conversación dentro del tema que tanto apasionaba a su compañera.

—¿Qué grupos te gustan? —preguntó.

—Te diría cien nombres —repuso Beatriz.

—Dime sólo diez, o veinte.

—Aparte de algunos de los que ya te he citado, como Led Zeppelin, que me parecen lo más grande del rock, están John Mayall, Traffic, Fairport Convention, Aerosmith, Brian Auger, Byrds, Deep Purple, Doors, Eagles, Fleetwood Mac, King Crimson, Mahavishnu Orchestra, Pink Floyd, Tangerine Dream, Who, Eric Burdon, Eric Clapton, Elton John, Stevie Wonder, Spencer Davis Group... y por supuesto, Crosby, Stills & Nash, o ellos mismos más Neil Young. Sin olvidar a papá Dylan.

—Jesús... —suspiró él.

—Te apuesto a que muchos ni te suenan —quiso ser malévola Beatriz.

—Pues...

—¿Has oído
California
, de John Mayall?

—No creo.

—Te la grabaré. ¿Y
Bumpin' on sunset
, de Brian Auger?

—Me suena —mintió.

—¿Y
Gimme some lovin'
, de Spencer Davis Group?

—Ésa sí. Es brutal. —Se alegró de aprobar al menos una.

—No me extraña que promociones grupos como Brainglobalnoise —completó su ataque.

—Eso no es justo. Una cosa es el trabajo y otra muy distinta los gustos de cada cual.

—¡Pero trabajas en la industria del disco, tienes una responsabilidad! —se alteró Beatriz.

—El que vende braguitas de esparto no tiene por qué saber cómo se hacen, sólo si van bien —se defendió Rogelio.

—No estoy de acuerdo. Si yo vendiera braguitas de esparto, lo querría saber todo de ellas, para así ayudar mejor al cliente. —Movió la cabeza de lado a lado, pesarosa—. Eso es lo que falla hoy en día en las relaciones humanas, que se quedan en lo superficial, y consecuentemente, trasladamos esto a nuestra vida cotidiana, a lo que hacemos, a la manera como trabajamos. Todo el mundo cree que ha de hacer lo justo, que no cobra para dar más, y se limita, mejor dicho, se autolimita y...

Dejó de hablar. Ella misma se dio cuenta de que estaba sobrexcitada, alterada, que no defendía una postura, aunque fuera consecuente con ella, sino que se defendía a sí misma, en guardia frente a un invisible ataque que no se estaba produciendo por parte de él.

Los nervios que no creía tener la traicionaban.

Se calmó de pronto.

—Perdona —manifestó.

—Me encanta oírte hablar —se arriesgó Rogelio.

—¿Por qué?

—Eres diferente.

—Oh, sí, eso ya lo sé.

—Eres una enciclopedia con patas, y una listilla, pero hablas bien.

—No se puede vivir en la oscuridad.

—Seguro que odias las películas americanas y vas a los cines, que proyectan versiones originales.

—En eso te equivocas. Voy tanto a los Cinesa o los Gran Sarriá de ahí al lado como a cualquier otro. Pero reconozco que prefiero ver cosas antiguas pero buenas en la tele o el ordenador. Sólo un corto de miras puede decir que todo el cine americano es malo únicamente porque llevan años haciendo basura en su mayor parte. ¿Y Scorsese qué? ¿Y Coppola, Pollack, Spielberg, Allen, Pakula, Scott y tantos otros qué? ¿Sabes cuál es mi película favorita? —No esperó su respuesta—:
Blade Runner
, de Ridley Scott. Es una de las pocas veces en las que el cine supera al libro, porque
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
, de Philip K. Dick, no me pareció relevante, y en cambio la peli...

Volvían a estar a la altura del bar del parque. Las escasas mesas estaban llenas. En el momento en que miraban en su dirección los ocupantes de una se levantaron.

—Ahora sí me apetecería tomar algo —dijo Beatriz.

 

 

Se sentaron uno frente al otro y los dos se acodaron en la mesa, renunciando a relajarse apoyando la espalda en el respaldo de sus sillas metálicas. La sensación de proximidad se mantuvo. El universo que abarcaba cada uno era el del contrario. No había más. Primeros planos cargados de imágenes, detalles ampliados, ojos, labios y gestos que se traducían en emociones y destellos. La conversación seguía siendo aparentemente trivial, pero ambos tenían la sensación de que, detrás de ella, se escondía algo más, como si hablaran de una cosa para enmascarar otra, aunque los dos conocieran perfectamente los márgenes de esta segunda.

—Bueno, nos hemos puesto a hablar como cotorras —hizo notar Rogelio.

—Yo me he puesto a hablar. Perdona —se excusó Beatriz.

—Ha sido muy interesante. Te lo aseguro.

—¡Oh, sí!

—De verdad.

—¿No tienes nada mejor que hacer que pasar una tarde de domingo con una antiBrainglobalnoise, o es que intentas convencer a todo el mundo como los políticos, yendo de puerta en puerta?

—¿Qué quieres que te diga, que me encanta estar aquí contigo? Pues te lo digo.

Beatriz bajó los ojos un instante, por primera vez.

—Tú también eres una sorpresa para mí —le reveló.

—¿En qué sentido?

—No sé. —Se encogió de hombros—. No me lo he planteado. Estoy a gusto y ya está. No todo tiene por qué tener un significado.

—Todo tiene un significado.

—Pues lo buscaré. —Repitió su gesto.

A veces era demasiado segura. Otras, perceptiblemente insegura. Pero con él, la seguridad avanzaba más y más, se abría paso, la dominaba. Más que una defensa o una coraza, era su valor, la energía capaz de mantenerla firme.

Y necesitaba de esa firmeza.

Se les acercó una mujer joven, de rasgos latinoamericanos, antes de que pudieran reemprender la charla. Beatriz pidió una limonada; Rogelio, una cerveza. Mientras lo hacía, ella se sacó la cámara digital del bolsillo trasero y la colocó a un lado, sobre la mesa, porque se le clavaba en la nalga. Su compañero la observó curioso.

—¿Siempre la llevas? —quiso saber.

—Sí, casi siempre.

—¿Puedo...?

—No. —Beatriz la atrapó con un gesto rápido impidiendo que él la cogiera primero.

—Perdona, no quería...

Se lo pensó mejor. No tenía nada que esconder.

—Da igual, toma.

—¿De verdad?

—Sí, en serio. Puedes curiosear.

—Gracias.

La puso en marcha y, demostrando que tenía una parecida o, al menos, conocía su manejo, colocó la pantalla en modo «reproducción». Una a una pasó las fotografías tomadas por Beatriz aquella tarde y las anteriores que aún no había borrado.

—¿Fotografías parejas en el parque? —comentó.

—Sí.

—¿Por qué?

—Te lo contaré algún día.

—Así que volveremos a vernos.

Podía decirle cualquier cosa, incluso escudarse detrás de una evasiva, pero fue sincera. Era lo mejor. Rogelio no parecía el tipo con el que se pudiera jugar, lo mismo que quizá haría con uno de su edad.

—Ya sabes que sí.

Se la quedó mirando.

Le habría gustado ponerle una mano en el pecho, para escuchar su corazón.

Rogelio continuó pasando fotos, hasta llegar a las suyas.

No habló hasta verlas todas.

—Me has fotografiado —dijo.

Beatriz asintió con la cabeza, sin decir nada.

Él ya no preguntó por qué.

Apagó la cámara y la dejó sobre la mesa, en el mismo lugar del que la había tomado. Su gesto coincidió con el regreso de la chica llevándoles sus bebidas. Colocó los dos vasos con parsimonia, como si se tratara de un restaurante de lujo, y luego escanció las dos botellas. Limonada para ella, cerveza para él. Dejó la nota bajo el cenicero y se retiró sin decir una palabra. Beatriz fue la primera en tomar su vaso y darle un largo sorbo. Rogelio lo hizo más despacio. En ningún momento dejaron de mirarse.

Ya no había sorpresa, sí intensidad.

Un desgarro emocional.

Y cientos, miles de preguntas.

—Háblame de ti —retomó la conversación él mientras dejaba el vaso en la mesa.

—No hay mucho que contar. Salvo el divorcio de mis padres, no me ha sucedido nada relevante en la vida. Aún no he tenido tiempo. Vivo con mi madre y mi hermana pequeña, tengo una hermana casada y embarazada. Acabo los estudios y no tengo ni idea de lo que haré porque lo que quiero es montarme la vida por mi cuenta, sola, y para eso necesito trabajar, aunque entiendo que si siguiera estudiando tendría más oportunidades. Un caos mental.

—No me pareces la clase de chica con un caos mental.

—Porque engaño. Te toca.

—¿Yo?

—Tú no naciste ayer.

—No, eso sí que no —resopló Rogelio.

—¿Qué pasa, te sientes mayor?

—Cuando uno se acerca a los cuarenta...

—Así que en crisis.

—No tanto. Sólo te da por reflexionar.

—Eso de la mitad de la vida no es más que una estupidez. Si te mueres con setenta, la mitad de tu vida es a los treinta y cinco, y si llegas a los noventa es a los cuarenta y cinco. No sé por qué la gente se come el tarro con eso de los cuarenta. Yo veo más peligrosos los treinta, porque esos sí marcan el final de la juventud y la llegada de la madurez.

—Ya me lo dirás cuando llegues tú.

—Si aún somos amigos, descuida.

Amigos.

Extraña palabra.

Seguía deseando preguntarle la edad y no se atrevía.

¿Qué más daba que hubiera cumplido o no los dieciocho?

¿Era por su moralidad, por el hecho de estar o no estar con una menor?

—Venga, cómo te metiste en Discos Karma —lo apremió Beatriz aprovechando su silencio.

—A los dieciséis quise ser cantante, me presenté a algunas pruebas y concursos sin decir nada en casa. Cuando comprendí que no era lo mío, que no tenía voz ni aptitudes, lo que sí quise es seguir en el mundo de la música, sobre todo porque eso era lo que más fastidiaba a mi padre.

—¿Tu padre es de los de antes?

—De los de antes de antes de antes —bufó—. Empresario de éxito, de esos que se han hecho a sí mismos, con un hijo que le dice amén a todo y otro que siempre ha sido la oveja negra voluntaria. También tengo una hermana más pequeña, Martina. Marcos está casado y espera su segundo hijo.

—¿Por qué no trabajaste con tu padre?

—Porque era lo que todos esperaban.

—Eso me gusta —asintió Beatriz—. Enhorabuena.

—¿Enhorabuena por darme contra la pared? Mi padre desprecia este mundillo, no le ve futuro, y en eso tiene razón. Aún confía en que vuelva al redil, con el rabo entre las piernas, cosa que no pienso hacer nunca.

—Bien.

—Di algunos tumbos antes de los veintitrés, veinticuatro... Estudié, no terminé la carrera. Hice algo de periodismo... Nada importante. Acabé trabajando en un montón de cosas antes de llegar a Discos Karma hace catorce años. Y hasta ahora no me he arrepentido. Han sido buenos tiempos, y hemos tenido un montón de éxitos, Marcha Atrás, Negro sobre Negro, J.J.J., Jorge Mauro, Leo Nairo...

—¿Vosotros descubristeis a Leo Nairo? —lo cortó Beatriz de pronto.

 

 

Leo Nairo había sido uno de los grandes lanzamientos de Discos Karma. Una apuesta y un descubrimiento de Marcelo Novoa. Con su primer álbum arrasó, causando una conmoción parecida a la de un Serrat en sus inicios. El segundo lo asentó y el tercero lo convirtió ya definitivamente en una de las grandes voces y uno de los mejores autores del panorama musical español. Entonces apareció la multinacional de turno, le puso un cheque descomunal sobre la mesa, le prometió el éxito internacional, comenzando por Latinoamérica, y no hubo quien se resistiera a eso. La pequeña compañía devorada, una vez más, por la pulpo-
major
de ocho tentáculos.

De eso hacía nueve años.

Leo Nairo ya no era aquella gran voz, sus canciones se habían hecho vulgares, su éxito, relativo; pero todavía se contaba entre los mejores a pesar de todo.

Como estrella en Discos Karma habría sido quizá mucho más que entre la extensa nómina de su nueva compañía discográfica.

—Sí. —Se alegró y se llenó de orgullo al ver la cara de Beatriz.

—Me encantó desde que era pequeña, aunque ahora ya no sea lo mismo.

—Sus tres primeros discos fueron nuestros.

—¿Por qué no sacáis cosas así?

—Porque no siempre es fácil dar con algo nuevo, y menos con alguien del talento natural de Leo.

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