Read Sólo tú Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Sólo tú (21 page)

BOOK: Sólo tú
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—En una nube.

—Es algo... Sí, te entiendo. No pensaba...

—Ahora ya está.

—Aún no puedo creérmelo.

—¿Sabes lo que es más importante en una relación así?

—No.

—No hacernos daño.

—¿Por qué habríamos de hacérnoslo? —Frunció el ceño.

—Porque cuando el amor no se ajusta a los cánones establecidos ni se mide por el mismo rasero, cuando uno tiene más años y más experiencia que el otro, casi siempre hay uno de los dos que acaba pasándolo mal.

Volvió a desarbolarlo aquella insólita madurez.

Tanta serenidad.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Mi padre.

«Una relación».

Tenían «una relación.»

Era el momento de echar a correr o detenerse a pensar.

Y lo único que deseaba era no separarse de su lado.

—Beatriz... —susurró su nombre como en un rezo.

Llegaron a la puerta del parque, la que conducía a la plaza San Gregorio Taumaturgo. Se trataba de un espacio abierto, sin árboles, y aun así, ella se detuvo y se le colocó delante.

—No voy a dejar que me beses en la puerta de mi casa ni en la calle, así que será mejor que lo hagas aquí.

Era su tercer beso.

Y si creían que no podía ser más apasionado, más entregado y más denso que los anteriores, se equivocaban.

También fue el más largo.

Como su mirada al separarse.

Creían que temblaba la Tierra, pero eran ellos.

 

 

Caminaron por Francesc Pérez i Cabrero, rodearon la plaza por la derecha, pasando por delante de la parada de taxis, y continuaron por Johann Sebastian Bach, la frutería, la sucursal de La Caixa, la librería Pleyade...

Cuando Beatriz se detuvo, Rogelio miró el edificio.

No habían vuelto a hablar.

Una burbuja los envolvía.

—Es aquí —dijo ella.

—Vale.

—Llámame mañana por la tarde, o por la noche, o cuando quieras si es que estás liado.

—No...

—Rogelio —lo detuvo—. Cuando quieras o puedas, sin agobios.

—Bien —asintió.

No supieron cómo separarse.

No querían darse la mano, como extraños, aunque dos besos en las mejillas pareciesen tan poco después de lo que acababan de compartir.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Beatriz no le dijo ni que sí ni que no.

Se la respondió directamente.

Mirándolo a los ojos.

—Cumplo dieciocho dentro de un mes.

Tercera parte

LOS ACTOS

 

 

 

Amor es todo lo que hay, lo que hace al mundo girar.

Amor y sólo amor, no puede negarse.

No importa lo que pienses,

no serás capaz de hacer nada sin él.

Te lo dice uno que lo ha intentado.

Así que si encuentras a alguien que te da su amor,

mételo en tu corazón, no lo dejes pasar de largo,

porque una cosa es cierta,

que luego te sentirás muy mal, si lo tiras todo por la borda.

 

I threw it all away
, B
OB
D
YLAN

Capítulo 13

MOMENTOS

 

 

 

Había salido de su casa, todavía adolescente, para ir a una cita en el parque con un hombre, y había regresado convertida en una mujer.

Al menos, ésa era la sensación.

Como si hubiera dejado de ser virgen.

Seguía conmocionada, incapaz de estudiar. Le parecía imposible que lo que acababa de vivir le hubiera sucedido a ella. Se tocaba los labios y sentía la huella de aquellos tres besos. Se pasaba la lengua por ellos y percibía el sabor de Rogelio. Se tocaba el cuerpo y lo notaba todavía excitado, vivo, convertido en un ascua. Sabía que existiría un antes y un después de ese momento. De un plumazo, toda su vida anterior había quedado barrida por el efecto de un golpe insólito del destino.

Le dolían partes de su cuerpo que ni siquiera sabía que existían.

Quería cantar, gritar, echar a correr, subir a contárselo a Elisabet o telefonearla, pero de lo único que fue capaz, convertida en una gelatina, fue de quedarse sentada delante del libro, con la cabeza perdida en el Turó Parc.

Miró las fotos que le había tomado a él.

Una a una.

Las pasó al ordenador y las amplió.

Deslizó las yemas de los dedos por la pantalla.

Luego recordó a duras penas cada palabra, aquel largo diálogo previo al estallido de sus emociones, y los besos. Habían hablado de música, de cantantes, de discos o películas, pero en el fondo y durante todo aquel rato, no hicieron otra cosa que hablar de amor, ahora lo comprendía, porque existían muchas formas de hacerlo sin que lo pareciera. Vueltas y más vueltas para llegar al punto sin retorno.

Y aquella pregunta, tan tierna aunque desconcertante:

—¿Puedo besarte?

Beatriz se estremeció.

Temía no haber estado a la altura. Quería parecer fuerte y segura. Quería sentirse ella. Quería que la percibiera como a una mujer.

No estaba muy convencida de haberlo conseguido.

Aunque el amor convirtiera los defectos en virtudes y las inseguridades en deliciosas gracias.

—Rogelio —susurró su nombre a media voz.

Sonaba bien. Con empaque.

—Rogelio, Rogelio, Rogelio.

No iba a poder dormir, y por la mañana metería la pata en el examen. Sería una noche en vela, con la cabeza sacudida por mil ideas, mil emociones, mil sensaciones. Descubrir que la felicidad era mágica la sobrepasaba. Pero descubrir también que dolía la desconcertó. Temió que le estallara el corazón. Le faltaba el aliento. Y quedaba lo peor: la cena. Era como si llevase escrito en la cara lo sucedido, o las palabras «Me he enamorado» colgadas de su cuello lo mismo que si llevase un collar de perlas. Su madre lo vería.

Podía decirle que no tenía hambre.

No, eso sería peor.

—¡Ay, Dios! —suspiró.

Miró el libro.

Y descubrió lo mucho que odiaba estudiar.

 

 

Al ir a la cita con Beatriz no tenía ni idea de lo que iba a suceder, no sabía cómo actuaría, qué le diría o por qué derroteros transcurriría aquel rato partiendo de la postura o las reacciones de ella, pero ahora lo veía todo lógico, como si, en el fondo, hubiera sabido de antemano que eso y ninguna otra cosa fuera posible.

Sólo la verdad desnuda de sus emociones.

Llevaba un buen rato mirando por la ventana hacia una Barcelona que se oscurecía gradualmente. Los últimos días de la primavera y los primeros del verano son los más hermosos. Pasadas las nueve de la noche, todavía hay luz. Y la luz es magia. Él odiaba la llegada del otoño, cuando a las cinco y media o las seis de la tarde ya es de noche, aunque la noche formara parte de su vida.

Pilar había muerto en uno de esos anocheceres rápidos.

Abandonó la ventana y se enfrentó a su fotografía.

La miró largo rato.

—Ella es diferente —le dijo.

Pilar siguió sonriéndole desde aquella instantánea en la que había quedado atrapada su belleza, y también el tiempo, haciéndola eterna e inmortal.

—Rezuma inocencia, frescura, y es tan luminosa...

Su voz flotó como una lluvia quieta por el aire, hasta desaparecer envuelta en aquel cadencioso silencio.

—Tiene diecisiete años —suspiró.

Y de pronto la escuchó.

Otra voz.

La de su desaparecido amor.

—Siempre te han gustado jóvenes.

—Pero no tanto.

—Siempre has sido enamoradizo.

—Pero no tanto.

—¿Entonces...?

—No lo sé.

—¿Y por qué me lo cuentas? ¿Quieres mi permiso?

—No.

Cuando Pilar le hablaba en susurros, él cerraba los ojos. Su tono era armónico, y el calor que proyectaba sobre su oído o su mejilla, un balsámico masaje. Solía hacerlo en el cine, bailando, en la cama, cuando necesitaba que la abrazara o le hiciera el amor, y después de consumarlo, cuando lo besaba.

—Estoy loco, ¿verdad?

—Depende de tu sinceridad.

—Ahora mismo...

—No se trata de ahora, sino de mañana.

—No había sentido nada igual desde que te perdí, ni siquiera por Concetta.

—No le hagas daño.

—No pienso...

—No le hagas daño.

Cerró los ojos y la voz desapareció, y con la voz, la imagen de Pilar, no sólo la que emanaba de aquella fotografía, sino la de su mente y su recuerdo.

Rogelio regresó a la ventana.

No solía apreciar los momentos. No tenía tiempo. La calle era únicamente un lugar de paso, lo que medía la distancia entre dos puntos. Las ventanas de las casas, ojos abiertos o cerrados que no le importaban porque al otro lado vivían extraños. La gente acababa siendo compradora o no de lo que él vendía.

Y ahora todo era distinto.

En las calles había vida, detrás de las ventanas, amores secretos, y las personas eran cómplices de su propio secreto.

Extraño.

¿Cómo podía cambiar tanto el mundo en un abrir y cerrar de ojos?

¿O se trataba de él?

 

 

Llegó al instituto concentrada para el examen, con el sueño pegado a los párpados y el cansancio cosido a su cuerpo. No habló con nadie, cruzó la puerta, recorrió los pasillos y se metió en el aula para dejarse caer sobre su silla. Faltaban cinco minutos para la hora. No quiso ni echar un último vistazo al libro. Esperó, quieta, rodeada de vacío, porque no hay nada más solitario que un aula sin gente.

Y lo esperaba todo menos aquello.

Que la directora metiera la cabeza por el hueco de la puerta y la llamara.

—Blasco, ven.

Se levantó y caminó hacia ella. Las dos se encontraron justo a la entrada del aula, fuera de los ojos y los oídos del pasillo. El rostro de la mujer era grave. O más que grave, expectante. Cuando tuvo que empezar a hablar se mordió el labio inferior. Luego se lo soltó.

—Vas a tener que repetir el examen de lengua.

Beatriz no podía creerlo.

—¿Qué?

—Lo del otro día con el profesor Buendía...

—Discutimos, sí, pero eso...

—Él insiste en suspenderte por tu actitud. Yo no estoy de acuerdo. Pero de alguna forma te pasaste, y hay que hacer algo al respecto.

—¡Mi examen era para nota, y me puso un cinco por un maldito matiz personal!

—Podrías pedir una revisión.

—¿Con él? ¡Por Dios, ese hombre es un retrógrado inútil...!

—Blasco —la previno.

—¿Cómo puede dar clase de lengua y literatura un tipo que no lee un solo libro con la excusa de que lo que se hace hoy es malo?

—¿Quieres volver en septiembre?

—¡No!

—Pues haz ese examen. Lo pasarás sin problema.

—¡No es justo!

—El miércoles, a primera hora. —La directora pareció dispuesta a terminar la conversación.

—¿Y si me pone un examen durísimo para catearme?

—No lo hará, te lo aseguro.

Beatriz se cruzó de brazos. Tenía ganas de llorar, pero más aún de gritar. Aquello era lo más insólito que le había sucedido en la vida.

—Esto es absurdo y usted lo sabe. La gente no se examina dos veces como no sea para mejorar nota o algo parecido.

—Escucha —la mujer soltó una bocanada de aire que pareció vaciarle los pulmones—, eres una buena estudiante, inteligente, capaz, con un nivel intelectual alto, ya lo sabes después del test de hace un año, pero hay unas normas, una dinámica escolar, unos profesores a los que hay que respetar...

—¿Y si ellos no nos respetan a nosotros?

—Déjame hablar —volvió a prevenirla—. Ni defiendo ni ataco a José María Buendía, pero aquí sois muchos, y si bien cada cual es único y diferente, todos juntos representáis algo que precisa del equilibrio para que funcione. Puedes negarte a hacer ese examen, aunque no te lo aconsejo. Si te niegas, Buendía te suspende y vuelves en septiembre. Si lo haces, te garantizo un trato justo, y yo misma me lo leeré. Sabes que he dado lengua toda la vida. Si estás para nota, tendrás nota. No quisiera tener que expedientarte por enfrentarte a un profesor, o expulsarte justo cuando acaba el curso y tus estudios. Podría ser muy malo para tus notas según lo que hayas decidido estudiar en el futuro.

—No voy a seguir estudiando. No vale la pena. Y más después de cosas así.

—No uses esto como excusa. —La directora la miró con fijeza—. Ni tires por la borda tu porvenir. Eres buena, tienes dos cosas indispensables: corazón y carácter, además de inteligencia. Supera este palo y superarás cualquier adversidad, como siempre has hecho, ¿de acuerdo?

Sonó el timbre de entrada a las clases.

El primer enjambre de compañeros y compañeras se dirigió hacia las aulas.

—Esto es una mierda —protestó por última vez.

—Es tu mierda. —La mujer le puso una mano en el hombro—. Cómetela, digiérela, y luego sácala por donde se sacan las mierdas y tira de la cadena para limpiar, ¿vale?

Eso fue todo.

La directora dio media vuelta y se alejó pasillo abajo.

 

 

Marcelo Novoa entró en el despacho de Rogelio sin llamar a la puerta, aprovechando que estaba entornada. El director de marketing y promoción estaba leyendo los periódicos, con las críticas de la actuación de Brainglobalnoise en Razzmatazz. Al notar su presencia, levantó los ojos.

—Hola, Rogelio —lo saludó el recién llegado.

—Hola, buenos días.

—Nada positivas, ¿no? —El dueño de Discos Karma señaló los periódicos.

—Lo esperado.

—Creía que, al menos, alguno destacaría el éxito de público.

—Lo hacen, aunque de forma velada.

—Muy propio de ellos.

—Ya los conoces.

—Sí, ya los conozco. —Marcelo Novoa se sentó en una de las dos butacas ubicadas a la derecha de la mesa. No parecía muy feliz. Más bien todo lo contrario. Una vez derrengado sobre el asiento, rezongó—: ¡Malditos hijos de puta, creídos y sabelotodo!

—Hay cosas buenas —quiso ser positivo Rogelio.

—¿Cuáles?

—Éste dice: «Con el disco apuntando al n.º 1 y una creciente legión de fans...». Y éste —señaló otro periódico—: «La contundencia del sonido del grupo hizo que la respuesta del público estuviese a la altura».

—Frases extrapoladas, no me vengas con hostias.

Rogelio ya no dijo nada más.

Esperó.

Sabía lo que se le venía encima.

—¿Por qué lo hiciste? —suspiró Marcelo Novoa moviendo la cabeza de lado a lado.

—Ya lo comentamos el sábado.

—En caliente, todos gritando, con ellos allí. Ahora estamos solos, tú y yo, y nos conocemos.

¿Se conocían?

¿Bastaban catorce años?

Si vendía Discos Karma a BMG Ariola y lo dejaba en la estacada, ¿de que le iba a servir esa amistad?

A la hora de la verdad primaban siempre los egoísmos.

—Todos sabemos que la vida media de un grupo es de cinco años, Rolling Stones aparte. —No era un chiste aunque lo pareció—. Comienzan con entusiasmo, son honestos, se creen su película, pelean duro, y a partir del primer éxito se inicia una cuenta atrás degradante que acaba con ellos. Si un matrimonio de dos se mata en unos años, ¿que van a hacer cinco tipos con cinco egos? Tarde o temprano el cantante se emancipa, uno se alcoholiza, el otro se droga, el otro pasa, el otro... —Hizo una pausa cargada de reflexiones—. Cuando vi a ese niñato esnifando coca...

BOOK: Sólo tú
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