Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (3 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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—Este nos será bastante útil; ponle unos grilletes y llévatelo al salón principal de audiencias.

El guardia gruñó y empujó rudamente a 3PO hacia la puerta.

—¡R2, no me abandones! —chilló 3PO, mientras el guardia, aferrándolo, lo sacaba a rastras.

R2 profirió un largo quejido al ver cómo sacaban a su amigo; Luego se volvió hacia 9D9 y expresó con furia su indignación. 9D9 se rió.

—Eres un pequeñajo bien ruidoso; pronto aprenderás modales. Te necesitaré para la Barcaza Velera del Amo. Recientemente han desaparecido algunos de nuestros robots pilotos, supongo que robados para ser utilizados como piezas de recambio. Creo que servirás perfectamente.

El robot del potro de torturas emitió un chirrido de alta frecuencia, chisporroteó brevemente y enmudeció.

La corte de Jabba el Hutt vibraba con maligno éxtasis. Oola, la bella criatura encadenada a Jabba, bailaba en el centro del salón mientras los embriagados monstruos entorpecían la danza con sus carcajadas. 3PO permaneció cautelosamente inmóvil, cerca del respaldo del trono, intentando pasar inadvertido. De cuando en cuando tenía que agacharse para esquivar los frutos que le arrojaban, o bien saltar evitando algún cuerpo que rodaba por el suelo. Más que nada, permanecía a la expectativa, semiapagado. ¿Qué otra cosa podía hacer un robot de Protocolo en un lugar donde existía tan poco?

Jabba miraba lascivamente tras el humo de su narguile y, por señas, llamó a la bailarina para que se sentara a su lado. Oola, bruscamente, dejó de bailar y se negó con la cabeza —el miedo asomó en sus ojos—. No era la primera vez que Jabba la requería.

Jabba se enfureció y, señalando un punto del estrado a sus pies, gruñó:

—¡Da eitha!

Oola negó con vehemencia, con el terror reflejándose en su rostro.

—Na chuba negatorie. ¡Na! ¡Na! ¡Natoota...! Jabba, lívido de rabia, señaló a Oola y ladró una sola palabra.

—¡Boscka!

Apretó un botón mientras soltaba la cadena que le unía con la danzarina. Antes de que Oola pudiera escapar, una trampilla enrejada se abrió a sus pies y cayó a un foso inferior. La reja se cerró de golpe. Hubo un breve silencio, seguido por un rugido retumbante y grave. Al poco, un grito de terror invadió la sala y, de nuevo, se hizo el silencio.

Jabba rió y rió hasta babear. Una docena de secuaces suyos se precipitaron a mirar por el emparrillado, y observaron la muerte de la núbil danzarina.

3PO se encogió aún más y miró desconsolado a la carbonitizada forma de Han Solo, suspendida sobre el suelo como un bajorrelieve. Él sí que era un humano sin sentido del protocolo, pensó melancólicamente 3PO.

Sus meditaciones fueron interrumpidas por un extraño silencio que, repentinamente, descendió sobre la sala. Alzó el rostro y vio a Bib Fortuna avanzar entre la multitud, acompañado por dos guardias Gamorreanos y seguido por un Cazador de Recompensas de temible aspecto —con su casco y armadura— que arrastraba con una traílla a su presa: Chewbacca el Wookiee.

3PO asombrado sofocó un grito:

—¡Oh no! ¡Chewbacca! —El futuro, en verdad, se presentaba tenebroso.

Bib musitó unas palabras en la oreja de Jabba señalando al Caza-recompensas y a su prisionero. Jabba escuchó con atención. El Cazador de Recompensas era un humanoide pequeño y delgado; una canana repleta de proyectiles se ceñía a su torso y la pequeña ranura ocular de su casco parecía conferirle el poder de ver a través de las cosas. Hizo una reverencia y habló en fluido Ubes.

—Saludos, ¡oh, Majestad! Yo soy Boushh. Era un lenguaje metálico, bien adaptado a la rarificada atmósfera del planeta de dónde provenía su raza nómada.

Jabba respondió en el mismo idioma, aunque su Ubes era lento y vacilante.

—Por fin alguien me trae al poderoso Chewbacca...

Intentó continuar, pero no halló las palabras necesarias. Riendo sonoramente se volvió hacia 3PO.

—¿Dónde está mi robot intérprete?—tronó exigiendo que 3PO se acercara. De mala gana, el robot cortesano obedeció.

Jabba, de buen humor, ordenó:

—Da la bienvenida a nuestro mercenario amigo y pregúntale cuál es su precio por el Wookiee.

3PO tradujo el mensaje al Cazador de Recompensas. Boushh escuchó atentamente mientras estudiaba a quienes le rodeaban, las posibles vías de escape, los posibles rehenes y los puntos vulnerables. En particular, se fijó en Boba Fett —el enmascarado mercenario que capturó a Han Solo—, que estaba situado cerca de la puerta de salida.

Boushh valoró todo esto; en una fracción de segundo, luego habló calmosamente en su lengua nativa, dirigiéndose a 3PO.

—Aceptaré cincuenta mil, no menos.

3PO tradujo la respuesta a Jabba, quien inmediatamente se encolerizó y, con un golpe de su maciza cola, arrojó a 3PO fuera del estrado. 3PO cayó con estruendo al suelo en confuso montón y permaneció inmóvil, inseguro de qué había de hacer en tal situación.

Jabba desvarió en un Huttés gutural; Boushh acercó su arma preparándose para usarla. 3PO suspiró, se recompuso y volvió al trono, traduciendo a Buoshh, aproximadamente, el confuso tropel de palabras que salían de la boca de Jabba.

—No pagará más de veinticinco mil —instruyó 3PO.

Jabba mandó que sus cerdunos guardias apresaran a Chewbacca, mientras dos Jawas cubrían a Boushh. Boba Fett también alzó su arma. Jabba añadió a la traducción de 3PO:

—Veinticinco mil y su vida.

3PO tradujo. Un tenso silencio descendió sobre el salón. Por fin, Boushh, suavemente, replicó a 3PO:

—Dile a esa basura fermentada que habrá de proponerme algo mejor o tendrán que recoger sus podridos trocitos de todos los rincones de la sala. Tengo en la mano una bomba termal.

3PO enfocó con rapidez la pequeña bola plateada oculta parcialmente por la mano izquierda de Boushh.

Se podía oír una débil pero ominosa vibración. 3PO miró nerviosamente, primero, a Jabba y, luego, a Boushh.

Jabba ladró al robot:

—¿Bien? ¿Qué es lo que ha dicho?

3PO aclaró su garganta.

—Su Alteza, él..., bueno..., él...

—¡Suéltalo ya, robot! —rugió Jabba.

—¡Oh, cielos! —dijo el apurado robot. En su ínterin, se preparó para lo peor, mientras respondía a Jabba en perfecto Huttés—: Con todos los respetos, Boushh no está de acuerdo con su Elevada Persona y le ruega que reconsidere el precio..., o arrojará la bomba termal que está sosteniendo.

Un murmullo de desconcierto aleteó por el salón. Todo el mundo retrocedió unos pasos, como si con ello conjuraran el peligro. Jabba miraba fijamente la esfera en manos del Cazador de Recompensas. Comenzaba a brillar. De nuevo se hizo un silencio mortal.

Jabba clavó, con malevolencia, sus ojos sobre el cazador durante breves segundos. Luego, lentamente, una mueca de satisfacción cruzó su enorme y fea boca. Desde la biliosa sima de su estómago ascendió una risa burbujeante como el gas en un pantano.

—Este Cazador de Recompensas pertenece al tipo de carroña que me gusta. Arrojado e inventivo. Dile que treinta y cinco mil, ni uno más, y adviértele que no abuse de su suerte.

3PO suspiró aliviado al advertir el giro de la situación. Tradujo para Boushh, mientras todo el mundo, con las armas preparadas, esperaba su reacción.

Boushh pulsó un interruptor de la bomba termal y ésta se apagó.

—Zeebuss —asintió.

—Está de acuerdo —dijo 3PO a Jabba.

Los presentes se regocijaron y Jabba se relajó.

—Acércate, amigo, únete a la fiesta. Quizá encuentre otra tarea para ti.

3PO lo comunicó al Caza-recompensas y el festín continuó su ritmo frenético y depravado.

Chewbacca gruñó entre dientes mientras los guardias Gamorreanos le sacaban del salón. Podría partirles la cabeza por ser tan feos, o para recordar a todos los presentes de qué madera están hechos los Wookiees, pero cerca de la puerta localizó un rostro familiar. Escondido tras una pequeña máscara con colmillos de jabalí, se ocultaba un humano vestido con el uniforme de los guardias de las lanchas: Lando Calrissian. Chewbacca no dio muestras de haberlo reconocido y tampoco opuso resistencia al guardia que le escoltaba.

Lando se las había compuesto para introducirse en ese nido de gusanos meses antes, estudiando la posibilidad de liberar a Solo de las garras de Jabba. Y lo hacía por varias razones.

Primero porque sentía —con toda razón— que Han Solo se hallaba en tal situación por su culpa, y él quería subsanarla; siempre y cuando —por supuesto— no corriera peligro su integridad física. Deambular por la siniestra corte como si fuera un pirata más, no era ningún problema para Lando, habituado como estaba a usurpar distintas identidades.

En segundo lugar, quería unirse a los compañeros de Han, que eran los máximos dirigentes de la Alianza Rebelde. Luchaban, para derruir el Imperio y él no podía estar más de acuerdo con ello. La policía Imperial le había causado infinidad de problemas y quería devolverles los golpes. Además, a Lando le agradaba formar parte del grupo de Solo, ya que eran la vanguardia de la reacción contra el Imperio y adoraba hallarse en primera fila.

En tercer lugar, la Princesa Leía había solicitado su ayuda y él jamás podría negarse ante una princesa en apuros. Aparte de que uno jamás podía saber cómo lo agradecería en su día.

Finalmente, Lando apostaría, cualquier cosa en contra de la posibilidad de que Han fuera rescatado de un lugar como ése. Y Lando podría resistirlo todo, salvo el atractivo de una apuesta.

De ese modo empleó su tiempo observándolo todo. Observando y calculando. Tal como ahora hacía mientras se llevaban a Chewbacca. Observó y luego se deslizó por entre los muros.

La orquesta comenzó a tocar, dirigida por un gimiente ser de orejas caídas y cuerpo azul llamado Max Rebo. El salón se llenó de danzarinas, los cortesanos ulularon con regocijo y alcoholizaron aún más sus neuronas.

Boushh giró levemente, cambiando de postura, mientras acariciaba su arma como si fuese un bien inapreciable. Boba Fett permaneció inmóvil, arrogante y burlesco tras su máscara siniestra.

Los guardias Gamorreanos condujeron a Chewbacca a través del oscuro corredor repleto de mazmorras. Un tentáculo sobresalió de una puerta intentando asir al meditabundo Wookiee.

—Rheeeaaar —rugió. El tentáculo retrocedió de inmediato.

La siguiente puerta estaba abierta y, antes que Chewie pudiera reaccionar, fue empujado violentamente por los guardias. La puerta se cerró bruscamente, dejándolo en completa oscuridad.

Alzó la cabeza y profirió un largo y lastimero aullido que atravesó la entera montaña de hierro, elevándose como una saeta hacia el paciente infinito estelar.

El salón del trono estaba silencioso, lóbrego y vacío de guardias. La noche se extendía por sus mugrientos rincones. Sangre, vino y esputos manchaban el suelo; andrajosas tiras de ropa festoneaban el mobiliario; cuerpos inconscientes yacían bajo mesas rotas. La bacanal había finalizado.

Una tenue silueta se deslizaba en silencio entre las sombras, ocultándose ora tras una columna, ora tras una estatua. Caminó subrepticiamente a lo largo del perímetro del salón, deteniéndose un instante casi encima de la cara roncante de un Yak. En ningún momento hizo el menor ruido. Era Boushh, el Cazador de Recompensas. Alcanzó la alcoba con cortinajes a cuyo lado estaba la losa de Han Solo, colgando de la pared suspendida mediante un campo energético. Boushh echó una furtiva ojeada a su alrededor y luego pulsó un interruptor contiguo al ataúd de carbonita. El zumbido del campo de energía disminuyó y el pesado monolito descendió lentamente hasta el suelo.

Boushh se irguió y estudió la congelada faz del pirata del espacio. Tocó con suavidad la mejilla carbonitizada, como si fuera una piedra preciosa, y la halló dura y fría como el diamante.

Durante unos segundos estudió los controles laterales de la losa; luego accionó una serie de interruptores y, por último, lanzando una dubitativa mirada a la estatua viviente, bajó la palanca de descarbonitización hasta situarla en su punto inferior.

La carcasa comenzó a emitir un sonido extremadamente agudo. Con ansiedad, Boushh escrutó las sombras a su alrededor, asegurándose de que nadie escuchaba. Poco a poco, la dura costra que recubría la cara de Solo empezó a fundirse. Instantes después la capa se retiró de todo el cuerpo de Solo, liberando sus alzadas manos —tanto tiempo congeladas en muda protesta— hasta que cayeron flojamente a sus costados. Su rostro, distendido, parecía una máscara mortuoria. Boushh extrajo del molde el cuerpo inanimado y lo depositó con delicadeza sobre el suelo.

Acercó su macabro casco al rostro de Solo, intentando percibir algún signo vital. No respiraba. No tenía pulso. De pronto, los ojos de Han se abrieron y comenzó a toser. Boushh lo sujetó intentando calmarlo. Muchos guardias —ahora yacientes— podrían oírlos.

—¡Tranquilo! —susurró—. Tan sólo relájate.

Han miró con ojos estrábicos a la silueta velada situada encima de él.

—No puedo ver... ¿Qué es lo que pasa?

Comprensivamente, estaba desorientado tras haber vivido en suspensión animada seis meses en ese desértico planeta. Un período, para él, en el que el tiempo no había transcurrido. Era una sensación extraña y macabra, como si durante una eternidad hubiera intentado respirar, moverse, gritar; consciente en todo momento, dolorosamente sofocado. Y ahora, de forma repentina, caía por una fosa profunda, negra y fría.

Todos sus sentidos despertaron a la vez. El aire mordía su piel con mil dientecillos helados; el velo que nublaba su visión era impenetrable; el viento acariciando sus oídos poseía el volumen de un huracán; no distinguía entre arriba y abajo; miles de olores asaltaron su olfato mareándolo, no podía controlar su salivación, le dolían todos los huesos..., y entonces comenzaron las visiones.

Visiones de su infancia, de su último desayuno, de sus mil correrías..., como si todos los recuerdos e imágenes de su vida se condensaran en un globo y ese globo estallase vertiéndolas al unísono —en un microsegundo— sobre él.

Era casi abrumador. Una sobrecarga sensorial o, mejor dicho, una sobrecarga de la memoria. Muchos hombres habían enloquecido en esos primeros minutos posteriores a la descarbonitización. Completa, inexorablemente enloquecidos. Incapaces ya de reorganizar los diez billones de imágenes individuales que abarcan una vida, dentro de algún tipo de orden coherente y selectivo.

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