Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (8 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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La Barcaza Velera, ardiendo por la mitad, comenzó a retumbar y zarandearse con una serie de explosiones.

Luke guió la lancha a lo largo de la barcaza hasta localizar las piernas de 3PO, que sobresalían erectas en la arena. A su lado, el periscopio de R2 constituía la única parte visible de su anatomía por encima de las dunas. La lancha se detuvo sobre los robots y, abriendo unas trampillas en la base del casco, hizo descender un electroimán. Con un sonoro estruendo metálico, los dos robots surgieron de la arena y se adhirieron al disco magnético.

—¡Oh! —gimió 3PO.

—¡biip DOOO dullt! —asintió R2.

En pocos minutos, todos se reunieron en la lancha, más o menos indemnes y, por vez primera, se miraron los unos a los otros, dándose cuenta de que estaban reunidos de nuevo. Durante largo rato se abrazaron, lloraron y parlotearon hasta que alguien, accidentalmente, rozó la herida del brazo de Chewie, y el Wookiee bramó de dolor. Entonces todos entraron en actividad, inventariando las reservas de alimentos y... alejándose del reino de Jabba.

La gran Barcaza Velera, ardiendo por los cuatro lados, comenzó a explosionar y, mientras la pequeña lancha se perdía sobre el horizonte del desierto, desapareció finalmente con una brillante conflagración, sólo disminuida en su luminosidad por la abrasante luz vespertina de los dos soles gemelos de Tattoine.

Capítulo 3

La tormenta de arena eclipsaba la visión y sofocaba el aliento, impidiendo casi pensar y moverse. Tan sólo un rugido era ya desorientador: parecía provenir de todas partes a la vez, como si el universo estuviera compuesto únicamente por ruido y ése fuera su caótico centro.

Nuestros siete héroes caminaban paso a paso a través del turbio vendaval, asidos los unos a los otros para no extraviarse. R2 encabezaba la fila; siguiendo las señales electrónicas —que el viento no podía interferir— del radiofaro de la nave. 3PO le seguía a continuación y, tras él, Leia guiando a Han. Por último, Luke y Lando sostenían al desfallecido Wookiee.

R2 emitió unos fuertes sonidos y todos alzaron la vista. Unas formas vagas y confusas podían vislumbrarse a través del tifón.

—No lo sé —gritó Han—. Todo lo que puedo ver es un montón de arena en movimiento.

—Eso es lo que vemos todos nosotros —replicó, chillando, Leia.

—Entonces mi vista ha de estar mejorando — contestó Solo.

Apenas habían dado unos pocos pasos, cuando las confusas siluetas adquirieron un mayor relieve y pudieron distinguir al Halcón Milenario flanqueado por el Ala-X de Luke y una Ala-Y de dos plazas. Cuando el grupo se reunió bajo la masa del Halcón, el viento disminuyó su furia hasta límites que podrían definirse como malísimas condiciones atmosféricas solamente. 3PO apretó un interruptor, se abrió una trampilla y una rampa inclinada descendió con un zumbido. Han Solo se volvió hacia Luke Skywalker.

—Tengo que confesártelo, muchacho —dijo— estuviste magnífico en el fregado.

—Tuve mucha ayuda —contestó Luke, encogiéndose de hombros y comenzando a dirigirse hacia su Ala-X.

Han lo detuvo con un gesto extrañamente calmo en él; incluso serio.

—Gracias por venir a buscarme, Luke.

Luke, por algún motivo, se sintió embarazado. No sabía cómo replicar adecuadamente sin emplear alguna cuchufleta del viejo pirata.

—Olvídalo —dijo por fin.

—No, al contrario, pienso mucho en ello —replicó Han—. Estar congelado en carbonita es lo más aproximado a la muerte; no es como dormir, no, sino como estar despierto encarándose a la Nada.

Una Nada de la que había sido rescatado por Luke y los demás, jugándose todos la vida por él, sin más razón que... la amistad. Y éste era un concepto nuevo para el engreído Solo; un concepto terrible y maravilloso. Existía cierto riesgo en este giro de la situación. Por un lado se sentía aún más ciego que antes y, por otro, visionario y soñador. Era algo terriblemente confuso; antes estaba solo y ahora formaba parte de algo.

Esta comprensión le hacía sentirse en deuda con los demás; un sentimiento que siempre había evitado. Pero ahora sabía que la deuda creaba unos lazos, lazos de hermandad y amistad. En cierto y extraño sentido, eran lazos liberadores.

Ya no estaba solo.

Nunca más estaría solo.

Luke detectó algo distinto en su amigo; como cuando el mar cambia de color. Era un instante sumamente delicado y no quiso interferir. Por ello, tan sólo asintió con la cabeza.

Chewie gruñó afectuosamente al joven guerrero Jedi, mientras alborotaba su pelo como si fuera una abuelita orgullosa del muchacho. Leia le abrazó cálidamente.

Todos sentían un enorme afecto por Solo, pero, de algún modo, era más fácil demostrárselo a Luke.

—Os veré de nuevo cuando me reúna con la flota —manifestó Luke, dirigiéndose hacia su nave.

—Por qué no abandonas ese cacharro y vienes con nosotros —dijo Solo, dando un codazo a Luke.

—He de cumplir primero una promesa... que hice a un viejo amigo.

«Un auténtico viejo amigo», sonrió Luke, pensando para sus adentros.

—Bueno; date prisa en volver —urgió Leia—. La Alianza entera debe estar ya reunida. —Vislumbró algo en el rostro de Luke que no supo definir, pero que le asustaba a la par que hacía que se sintiera más unida a él— Date prisa en volver— repitió.

—Lo haré —prometió Luke—. Vamonos, R2.

R2 rodó hacia el Ala-X, emitiendo un saludo de despedida a 3PO,

—Adiós, R2 —dijo 3PO con afecto—. Que el hacedor te bendiga. Cuídalo mucho, amo Luke, ¿quieres?

Pero Luke y el pequeño robot ya estaban al otro lado de la nave.

Todos los demás permanecieron inmóviles unos instantes, tratando de colegir sus futuros en el torbellino de arena.

Lando los sacó de su ensueño.

—Vamos: salgamos de esta asquerosa bola de arena —dijo. Su suerte había sido abominable. Esperaba tener mejor fortuna en el próximo juego. Durante algún tiempo, solamente apostaría en juegos más caseros, pero esperaba, mientras tanto, cargar bien los dados.

Solo palmeó su espalda.

—Me parece que a ti también te debo agradecimiento, Lando —dijo con una sonrisa en los labios.

—Creí que si te dejaba congelado tendría mala suerte durante el resto de mi vida; así que antes o después tenía que descongelarte —se excusó Lando.

—Quiere decir que eres bienvenido —Sonrió Leia—. Todos te damos la bienvenida. —Besó a Han en la mejilla para recalcarlo personalmente.

Emprendieron la marcha hacia la rampa del Halcón. Solo se detuvo un instante antes de entrar y propinó una pequeña palmada a la nave.

—Tienes buen aspecto, querida muchacha. Nunca creí que viviría lo bastante como para volverte a ver.

Entró el último, cerrando tras él la escotilla.

Luke hizo lo mismo en el Ala-X; se ciñó las correas de la cabina de pilotaje y encendió los motores, percibiendo su familiar rugido. Observó su dañada mano, en la que los cables se entretejían entre los huesos de aluminio como las piezas de un rompecabezas. Se preguntó cuál sería la solución a ese rompecabezas: Extrajo un guante negro y enfundó la expuesta infraestructura de la mano. Ajustó los controles del Ala-X y, por segunda vez en su vida, partió de su planeta natal camino de las estrellas.

El Superdestructor Estelar yacía inmóvil en el espacio por encima de la estación de combate de la Estrella de la Muerte y de su verde compañera, la luna de Endor. El Destructor era una enorme nave atendida, por un enjambre de naves de todo tipo, que flotaban o salían paradas en torno a la nave materna como si fueran de distintas edades y temperamentos: cruceros de alcance medio, voluminosas naves de carga, cazas TIE de escolta.

La compuerta principal del Destructor se abrió al silencio del espacio. Una lanzadera Imperial emergió y aceleró hacia la Estrella de la Muerte acompañada por cuatro escuadras de cazas.

Darth Vader observaba la llegada en la pantalla de control de la Estrella de la Muerte. Cuando estaban a punto de aterrizar en el muelle, salió del centro de mando, seguido por el Comandante Jerjerrod y una falange de tropas de asalto Imperiales, y encabezó la marcha hacia el muelle de embarque. Iba a dar la bienvenida a su Amo.

El pulso y la respiración de Vader estaban controlados mecánicamente, de modo que no podían acelerarse, sin embargo, algo en su pecho se electrificaba cuando se encontraba con el Emperador. No sabría decir lo que era. Una sensación de plenitud, de poder, de dominio tenebroso y demoníaco. Ambiciones secretas, pasiones sin freno, sumisión insensata. Todo ello latía en el corazón de Vader cuando se aproximaba al Emperador. Todo eso y mucho más.

Al entrar en el muelle de embarque, miles de soldados se pusieron automáticamente firmes como un solo hombre. La lanzadera aterrizó sobre sus carriles. La rampa descendió como si fuera la mandíbula de un dragón, y la Guardia Imperial bajó corriendo por ella con sus rojos mantos ondeando como lenguas de fuego que anunciaran un próximo y bestial rugido. Formaron dos filas, vigilantes y mortales a ambos lados de la rampa, mientras el silencio descendía sobre la enorme cavidad. En la cima de la rampa apareció, el Emperador.

Descendió con lentitud, majestuosamente. Era un hombre pequeño, encogido por la maldad y los años. Apoyaba su encorvada estructura sobre un retorcido bastón y se cubría con un largo y encapuchado manto, muy parecido al de los Jedis, salvo en que era totalmente negro. La arrugada faz poseía tan poca carne que era casi una calavera; los ojos, taladrantes y amarillentos, parecían quemar cuanto miraban.

Al llegar el Emperador a la base de la rampa, el Comandante Jerjerrod, sus generales y lord Vader, se arrodillaron frente a él. El Supremo Regidor del Reverso Oscuro hizo una seña a Vader y comenzó a caminar por entre las filas de soldados.

—Álzate, amigo mío. Quisiera hablar contigo —dijo, dirigiéndose a Vader.

Vader se irguió y acompañó a su maestro. A continuación desfilaron los cortesanos del Emperador, la guardia real, Jerjerrod y los guardias de elite de la Estrella de la Muerte; todos reverenciales y temerosos.

Vader sentíase pleno de energías al lado del Emperador. Aunque jamás se rellenara lo suficiente el hueco central existente en su corazón, era un glorioso vacío vislumbrado bajo la fría luz que proyectaba el Emperador; un hueco que podría abarcar el Universo. Y algún día abarcaría el Universo..., cuando muriera el Emperador.

Porque tal era el sueño final de Vader. Cuando absorbiera todo el oscuro poder, que pudiera de ese mal; absorber y conservar esa fría luminosidad en su corazón, matando al Emperador y devorando su tenebrosidad. Para regir el Universo acompañado de su hijo.

Porque ése era su otro sueño: recuperar a su hijo y mostrarle la magnitud de su sombrío poder; la tremenda fuerza cuyo camino había él seguido tan directamente. Y Luke habría de acompañarle; tenía que hacerlo. Juntos, padre e hijo, regirían el Universo.

El sueño estaba a punto de cumplirse, percibía se acercaba el final. Cada suceso encajaba en su lugar tal como él —con la sutileza propia de un Jedi— había previsto y forjado con su oscuro poder.

—La Estrella de la Muerte se completará según lo previsto, maestro —exhaló Vader.

—Sí, lo sé—replicó e1 Emperador—. Has obrado bien, Lord Vader... y ahora detecto tu deseo de continuar la búsqueda del joven Skywalker.

Vader sonrió tras su máscara blindada. El Emperador percibía siempre lo que acontecía incluso cuando no conocía los detalles.

—Sí, Maestro —respondió.

—Paciencia, amigo mío —advirtió el Supremo Regidor— Siempre te ha costado ser paciente. A su debido tiempo, él te buscará..., y cuando lo haga, debes traerlo ante mí. Ha crecido pleno de fortaleza; sólo tú y yo podemos atraerlo al Reverso Oscuro de la Fuerza.

—Sí, Maestro. —Juntos corromperían al chico, al hijo del padre. Lo atraerían a la grandiosa gloria del Reverso Oscuro. Pronto fallecería el Emperador, y, aunque la galaxia se agitara por el horror de su pérdida, Vader continuaría gobernando acompañado de su hijo.

Como había de ser siempre.

El Emperador alzó levemente la cabeza concentrándose en las posibilidades futuras.

—Todo acontece tal como lo he previsto —dijo con satisfacción.

Él, como Vader, tenía sus propios planes; planes que implicaban violaciones espirituales y manipulaciones de vidas y destinos. Rió entre dientes, saboreando la proximidad de su conquista: la seducción final del joven Skywalker.

Luke dejó su Ala-X aparcada cerca del borde del agua y siguió cuidadosamente el camino a través del pantano. Una espesa neblina se extendía formando capas por encima de él. Vapores de la jungla. Un extraño insecto voló hacia él proveniente del racimo de una parra, aleteó locamente sobre su cabeza y desapareció. En la espesura, algo gruñó. Luke se concentró un instante y los gruñidos cesaron. Continuó su camino.

Luke poseía unos sentimientos encontrados respecto a ese lugar, Dagobah, el terreno de pruebas donde se entrenó para ser un Jedi. Aquí fue donde verdaderamente aprendió a utilizar la fuerza, a dejarla fluir a través suyo; dirigiéndola a donde quería y vigilando cuidadosamente su empleo para aplicarla sólo para el bien. Era como caminar sobre un puente de luz: un terreno sólido y estable para los Jedis.

Criaturas peligrosas acechaban en el pantano, pero para un Jedi ninguna era maligna. Voraces arenas movedizas aguardaban inmóviles como charcas placenteras. Extraños tentáculos se mezclaban con los bejucos colgantes. Luke percibía todo ello como parte de un planeta viviente, como elementos de la Fuerza de la que él mismo era partícipe.

Pero también existían allí cosas tenebrosas, increíblemente oscuras; reflejos de los rincones sombríos de su alma. Ya antes las había sentido, y huyó primero de ellas para encararse y luchar después. Algunas habían sido vencidas, mas otras formas oscuras yacían agazapadas.

Atravesó una maraña de raíces retorcidas y cubiertas de musgo. Al otro lado, un terso y desbrozado camino conducía en la dirección que deseaba. Sin embargo, no lo siguió y volvió a sumergirse en la selvática espesura.

Muy por encima de su cabeza una silueta negra aleteaba, aproximándose; luego cambió de rumbo sin prestar atención, prosiguió su camino.

La jungla se espesaba aún más. Tras el siguiente pantano, Luke divisó al fin la pequeña cabaña de extraña arquitectura, con sus ventanillas proyectando una luz sobre la húmeda floresta. Luke bordeó la ciénaga, agachándose penetró en la morada.

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