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Authors: Eiji Yoshikawa

Taiko (96 page)

BOOK: Taiko
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Los campos de moreras desaparecieron en una sola noche, convirtiéndose en un plano de calles bien trazadas, mientras que en lo alto de la montaña la estructura de la torre del homenaje apareció casi antes de que la gente se percatara de su construcción. La ciudadela principal, modelada según el mítico monte Meru, tenía cuatro torres, que representaban a los reyes de las Cuatro Direcciones, alrededor de la torre del homenaje central, con sus cinco pisos. Debajo había un enorme edificio de piedra, del que partían unos anexos. Por encima y debajo de ese edificio se extendían más de un centenar de estructuras relacionadas, y era difícil saber cuántos pisos tenía cada estructura.

En la Sala del Ciruelo, la Sala de las Ocho Escenas Famosas y la Sala de los Niños Chinos, el pintor aplicó su arte sin tiempo para dormir. El maestro lacador, que detestaba la mera mención del polvo, lacó las barandillas bermellones y las paredes negras. Un ceramista de origen chino recibió el encargo de fabricar las tejas y baldosas. El humo de su horno en la orilla del lago se alzaba en el aire día y noche.

Un sacerdote solitario musitó para sí mismo mientras miraba el castillo. No era más que un monje viajero, pero su amplia frente y su ancha boca le daban un aspecto peculiar.

—¿No sois Ekei? —le preguntó Hideyoshi, dándole unas suaves palmadas en el hombro para no sobresaltarle.

Hideyoshi se había separado de un grupo de generales que estaban a escasa distancia.

—¡Vaya, pero si es el señor Hideyoshi!

—No habría esperado encontraros aquí —le dijo Hideyoshi alegremente. Volvió a darle unas palmaditas en el hombro, sonriendo con afecto—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Creo que fue en casa del señor Koroku en Hachikusa.

—Sí, es cierto. No hace mucho, creo que fue a fines de año en el palacio de Nijo, oí decir al señor Mitsuhide que habíais ido a la capital. Fui con un enviado del señor Mori Terumoto y me quedé algún tiempo en Kyoto. El enviado ya ha regresado a casa, pero como soy un sacerdote rural sin asuntos urgentes, he hecho un alto aquí y allá, en templos dentro y fuera de Kyoto. He pensado que el proyecto de construcción actual del señor Nobunaga sería un buen tema de conversación sobre este viaje cuando vuelva a casa, así que he venido a echar un vistazo. Debo deciros que estoy muy impresionado.

—Tengo entendido que Vuestra Reverencia también está empeñado en cierta construcción —observó Hideyoshi de súbito. Ekei pareció sobresaltado, pero Hideyoshi añadió riendo—: No, no se trata de un castillo. Creo que estáis construyendo un monasterio llamado Ankokuji.

—Ah, el monasterio. —Ekei recobró la calma y también se rió—. Ankokuji ya está terminado. Confío en que encontréis tiempo para visitarme allí, aunque me temo que, como señor del castillo de Nagahama, vuestras ocupaciones no os lo permitirán.

—Puede que sea el señor de un castillo, pero mi estipendio todavía es bajo, por lo que ni mi posición ni mis opiniones tienen mucho peso. No obstante, supongo que os parezco un poco más adulto que la última vez que me visteis en Hachisuka.

—No, no habéis cambiado lo más mínimo. Sois joven, señor Hideyoshi, pero casi todos los miembros del estado mayor del señor Nobunaga están en la flor de la vida. Desde el principio me ha impresionado la grandiosidad del plan de este castillo y el espíritu de sus generales. El señor Nobunaga parece tener la fuerza del sol naciente.

—La financiación de Ankokuji ha corrido a cargo del señor Terumoto de las provincias occidentales, ¿no es cierto? Su propia provincia es rica y fuerte, y supongo que incluso en lo que respecta a hombres de talento, el clan del señor Nobunaga está muy por debajo.

El derrotero que estaba tomando la conversación no parecía agradar a Ekei, el cual volvió a alabar la construcción de la torre del homenaje y el magnífico panorama de la zona.

—Nagahama está en la costa, a poca distancia de aquí hacia el norte —le fijo finalmente Hideyoshi—. Mi embarcación está atracada cerca... ¿Por qué no os venís a pasar una o dos noches? Me han concedido un permiso y he pensado en regresar a Nagahama.

Ekei aprovechó esta invitación para retirarse a toda prisa.

—No, tal vez os visitaré en otra ocasión. Os ruego que saludéis de mi parte al señor Koroku, o más bien el señor Hikoemon, ahora que es uno de vuestros servidores.

Tras decir esto, el sacerdote se marchó bruscamente.

Mientras Hideyoshi le veía alejarse, dos monjes, que parecían ser sus discípulos, salieron de una casa plebeya y corrieron tras él.

Acompañado sólo por Mosuke, Hideyoshi fue al solar en construcción, cuyo aspecto era el de un campo de batalla. Como no le habían asignado responsabilidades importantes en la obra, no tenía que quedarse de manera permanente en Azuchi, pero de todos modos realizaba frecuentes viajes en barco desde Nagahama hasta Azuchi.

—¡Señor Hideyoshi! ¡Señor Hideyoshi!

Alguien le estaba llamando. Miró a su alrededor y vio a Ranmaru, que exhibía una hermosa línea de blancos dientes en su boca sonriente y corría hacia él.

—Hola, Ranmaru. ¿Dónde está Su Señoría?

—Se ha pasado toda la mañana en la torre del homenaje, pero ahora está descansando en el templo Sojitsu.

—Bien, vayamos allá.

—Señor Hideyoshi, ese monje con el que estabais hablando..., ¿no era Ekei, el famoso fisonomista?

—En efecto. He oído a otra persona llamarle así, pero no sé si un fisonomista puede ver realmente el verdadero carácter de un hombre.

Hideyoshi fingió que tenía escaso interés por el tema. Cada vez que Ranmaru hablaba con él, no medía sus palabras como lo hacía con Mitsuhide. Esto no significaba que Ranmaru considerase a Hideyoshi fácil de embaucar, pero había ocasiones en que el hombre mayor se hacía el tonto y a Ranmaru le resultaba fácil congeniar con él.

—¡Pues claro que un fisonomista puede verlo! —replicó Ranmaru—. Mi madre lo dice siempre. Poco antes de que mi padre muriese en combate, uno de ellos predijo su muerte, Y la cuestión es que..., bueno, me interesa algo que dijo Ekei.

—¿Le has pedido que estudiara tus rasgos?

—No, no. No se trata de mí. —Miró a uno y otro lado de la calle y dijo en tono confidencial—. Es sobre el señor Mitsuhide.

—¿El señor Mitsuhide?

—Ekei dijo que había ciertos signos funestos..., que tiene el aspecto de un hombre que se volverá contra su señor.

—Si buscas esa cualidad, la encontrarás, pero no sólo en el señor Mitsuhide.

—¡No, de veras! Ekei lo ha dicho.

Hideyoshi le escuchaba sonriente. Muchos habrían censurado a Ranmaru por ser un desaprensivo traficante de rumores, pero cuando hablaba así no parecía mucho más que un chiquillo recién destetado. Después de que Hideyoshi le hubiera seguido un rato la corriente, preguntó a Ranmaru más seriamente:

—¿A quién has oído decir esas cosas?

—Asayama Nichijo —se apresuró a confiarle Ranmaru.

Hideyoshi hizo un gesto de asentimiento, como dando a entender que lo había imaginado.

—Pero Asayama no te lo habrá dicho personalmente, ¿no es cierto? Tienes que haberlo sabido a través de otra persona. A ver si lo adivino.

—Adelante.

—¿Ha sido tu madre?

—¿Cómo lo habéis sabido?

Hideyoshi se echó a reír.

—No, de veras —insistió Ranmaru—. ¿Cómo lo habéis sabido?

—Myoko creería tales cosas desde el principio —dijo Hideyoshi—. No, sería mejor decir que es aficionada a tales cosas, y además tiene una relación de confianza con Asayama. Pero a mi modo de ver, Ekei es más hábil en el estudio de la fisionomía de una provincia que la de un hombre.

—¿La fisionomía de una provincia?

—Si a juzgar el carácter de un hombre por la observación de sus rasgos puede llamarse fisionomía, entonces juzgar el carácter de una provincia por el mismo método debería llamarse igual. Me he dado cuenta de que Ekei ha dominado ese arte. No deberías acercarte demasiado a los hombres como él. Puede que no sea nada más que un monje, pero en realidad está a sueldo de Mori Terumoto, señor de las provincias occidentales. ¿Qué te parece, Ranmaru? —dijo riendo—. ¿No soy mucho más hábil que Ekei en el estudio de la fisionomía?

El portal del templo Sojitsu apareció a la vista. Los dos hombres seguían riendo al subir los escalones de piedra.

La construcción del castillo estaba progresando visiblemente. A finales del segundo mes de aquel año, Nobunaga ya se había trasladado allí desde Gifu. El castillo de Gifu fue cedido al hijo mayor de Nobunaga, un muchacho de diecinueve años llamado Nobutada.

Sin embargo, mientras que el castillo de Azuchi, de fortaleza incomparable y anunciador de toda una nueva época en la construcción de castillos, se alzaba orgullosamente en aquel cruce estratégico, había varios hombres muy preocupados por su valor militar, entre ellos los monjes guerreros del Honganji, Mori Terumoto, de las provincias occidentales, y Uesugi Kenshin de Echigo.

Azuchi se alzaba en la carretera que iba de Echigo a Kyoto. Kenshin, por supuesto, también tenía las miras puestas en la capital. Si se presentaba la oportunidad propicia, cruzaría las montañas, llegaría al norte del lago Biwa y, de un solo golpe, izaría sus banderas en Kyoto.

El shogun depuesto, Yoshiaki, de quien no se tenía noticias desde hacía algún tiempo, envió cartas a Kenshin, tratando de incitarle a la acción.

Sólo el exterior del castillo de Azuchi ha sido terminado. De un modo realista, el interior requerirá otros dos años y medio. Una vez construido el castillo, muy bien podréis decir que la carretera entre Echigo y Kyoto habrá dejado de existir. Ahora es el momento de atacar. Viajaré por las provincias y forjaré una alianza de todas las fuerzas contrarias a Nobunaga, que incluirá al señor Terumoto de las provincias occidentales, los Hojo, los Takeda y vuestro propio clan en Echigo. Sin embargo, si no tomáis primero una postura animosa como jefe de esta alianza, no preveo ningún éxito.

Kenshin forzó una sonrisa, preguntándose si aquel gorrioncillo tenía la intención de brincar hasta los cien años de edad. Él no era la clase de dirigente corto de luces que se dejaría engañar por semejante estratagema.

Desde el Año Nuevo hasta el verano, Kenshin trasladó a sus hombres a Kaga y Noto, y empezó a amenazar las fronteras de Oda. Un ejército de socorro fue enviado desde Omi con la velocidad del rayo. Con Shibata Katsuie al frente, las fuerzas de Takigawa, Hideyoshi, Niwa, Sassa y Maeda persiguieron al enemigo e incendiaron los pueblos que usarían como protección hasta Kanatsu.

Llegó un mensajero desde el campamento de Kenshin y dijo a gritos que la carta que traía sólo debería leerla Nobunaga.

—Es indudable que es de puño y letra de Kenshin —dijo Nobunaga mientras rompía el sello de la misiva.

Hace mucho que oigo hablar de vuestra fama y lamento no haber tenido aún el placer de conoceros. Ésta parece ser la mejor oportunidad. Si no lográramos encontrarnos en la lucha, ambos lo lamentaríamos durante muchos años. La batalla ha sido fijada para mañana a la hora de la liebre. Os veré en el río Kanatsu. Todo se arreglará cuando nos encontremos de hombre a hombre.

Era un desafío formal a combatir.

—¿Qué le ha ocurrido al enviado? —preguntó Nobunaga.

—Se ha marchado en seguida —respondió el servidor.

Nobunaga no pudo reprimir un escalofrío. Aquella noche anunció de repente que levantaría el campamento, y sus fuerzas se retiraron.

Más adelante esta retirada provocó la risa de Kenshin.

—¿No es precisamente eso lo que cabría esperar de Nobunaga? De haberse quedado donde estaba, al día siguiente lo habría dejado todo a los cascos de mis caballos y, además de conocerle, le habría hecho el favor de cortarle la cabeza allí mismo junto al río.

Pero Nobunaga regresó en seguida a Azuchi con un escuadrón de sus soldados. Al pensar en la anticuada carta de desafío de Kenshin, sonreía sin poder evitarlo.

—Probablemente fue así como atrajo a Shingen a Kawanakajima. Desde luego, es un hombre valeroso y se enorgullece mucho de esa larga espada suya forjada por Azuki Nagamitsu. Creo que no deseo verla con mis propios ojos. Es una lástima que Kenshin no naciera en los brillantes tiempos dorados, cuando llevaban armaduras trenzadas de escarlata con placas de oro. No sé qué pensará de Azuchi, con su mezcla de estilos japonés, chino y de los bárbaros del sur. Los avances en el armamento y la estrategia en la última década han cambiado el mundo. ¿Cómo puede alguien decir que el arte de la guerra no ha cambiado también? Supongo que se ríe de mi retirada, considerándola cobardía, pero yo no puedo evitar reírme porque su anticuada manera de pensar es inferior a la de mis artesanos.

Quienes le escucharon realmente decir esto aprendieron mucho. Sin embargo, había algunos a los que se les enseñaba pero que nunca aprendían.

Después del regreso de Nobunaga a Azuchi, le dijeron que había sucedido algo durante la campaña del norte entre el comandante en jefe, Shibata Katsuie, y Hideyoshi. La causa no estaba clara, pero se había estado cociendo una querella entre los dos por cuestiones de estrategia. El resultado fue que Hideyoshi había reunido sus tropas y regresado a Nagahama mientras Katsuie se apresuraba a apelar ante Nobunaga.

—Hideyoshi ha considerado innecesario obedecer vuestras órdenes y ha regresado a su castillo. Su comportamiento es inexcusable y debería ser castigado.

Hideyoshi no envió ningún mensaje. Creyendo que tendría alguna explicación plausible de sus acciones, Nobunaga se propuso esperar a que todos los generales hubieran regresado de la campaña del norte. Sin embargo, los rumores llegaban uno tras otro.

—El señor Katsuie está enojado en extremo.

—El señor Hideyoshi es demasiado irascible. Retirar sus tropas durante una campaña no es algo que pueda hacer un gran general y mantener al mismo tiempo su honor.

Finalmente, Nobunaga pidió a un ayudante que examinara el asunto.

—¿Ha regresado Hideyoshi realmente a Nagahama? —le preguntó.

—Sí, parece estar definitivamente allí.

Nobunaga montó en cólera y envió un mensajero con una severa reprimenda: «Esta conducta es insolente. ¡Antes que nada, da alguna muestra de arrepentimiento!».

Cuando el mensajero estuvo de regreso, Nobunaga le preguntó:

—¿Qué clase de expresión tenía cuando oyó mi reprimenda?

—Parecía como si estuviera pensando: «Ya veo».

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