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Authors: Eiji Yoshikawa

Taiko (98 page)

BOOK: Taiko
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—En absoluto. Mi madre, mi esposa y mi hijo adoptivo están allí. ¿Por qué habría de entristecerme?

El hijo adoptivo era el cuarto hijo de Nobunaga, Tsugimaru, a quien Hideyoshi estaba criando.

Nobunaga se echó a reír y le preguntó:

—Si esta campaña se prolonga y tu provincia cae en manos de tu hijo adoptivo, ¿dónde establecerás tu propio territorio?

—Después de subyugar el oeste, os lo pediré.

—¿Y si no te lo concedo?

—Tal vez conquistaría Kyushu y viviría allí.

Nobunaga se rió de buena gana, olvidando sus recelos anteriores.

Hideyoshi regresó alborozado a sus aposentos y se apresuró a informar a Hanbei de las órdenes de Nobunaga. Hanbei envió de inmediato un correo a Hikoemon, el cual estaba al frente de Nagahama en ausencia de Hideyoshi. Hikoemon realizó la marcha durante la noche, al frente de un ejército que se uniría a su señor. Entretanto se hizo llegar un despacho urgente a todos los generales de Nobunaga, informándoles del nombramiento de Hideyoshi.

A la mañana siguiente, cuando llegó Hikoemon y fue a los aposentos de Hideyoshi, le encontró allí a solas, aplicándose moxa a las espinillas.

—Ésa es una buena precaución para una campaña —comentó Hikoemon.

—Aún tengo media docena de cicatrices en la espalda de la época en que me trataron con moxa en mi infancia —respondió Hideyoshi, los dientes rechinándole a causa del intenso calor—. La moxa no me gusta porque quema, pero si no hiciera esto mi madre se preocuparía. Cuando envíes noticias a Nagahama, haz el favor de decir que me aplico moxa a diario.

En cuanto terminó el tratamiento con moxa, Hideyoshi partió hacia el frente. Las tropas que salieron aquel día de la población fortificada de Azuchi eran realmente impresionantes. Nobunaga contempló su partida desde la torre del homenaje. Pensó que el mono de Nakamura había llegado lejos, y un torrente de profundas emociones pasaron por su pecho mientras miraba el estandarte de Hideyoshi, con la calabaza dorada, que desaparecía a lo lejos.

La provincia de Harima era la perla de color verde jade en la lucha que libraban el dragón del oeste y el tigre del este. ¿Se aliaría con las fuerzas recientemente alzadas de los Oda? ¿Se alinearía con la antigua potencia de los Mori?

Pero el mayor y el más pequeño de los clanes de las provincias occidentales que se extendían desde Harima a Hoki se enfrentaban ahora a una decisión difícil.

—Los Mori son el principal sostén del oeste —decían algunos—. Es indudable que no decepcionarán.

Otros, no tan seguros, replicaban:

—No, no podemos pasar por alto el repentino ascenso de los Oda al poder.

La gente tomaba partido comparando la fuerza de los adversarios: los territorios de ambos bandos, el número de soldados y aliados. Sin embargo, en este caso, dada la inmensidad de la influencia de Mori y las vastas posesiones de los Oda, el poderío de ambos bandos parecía idéntico.

¿A cuál de ellos pertenecería el futuro?

Hacia esas provincias occidentales, perdidas entre la luz y la oscuridad e incapaces de seguir una línea de conducta, avanzaron las tropas de Hideyoshi el día veintitrés del décimo mes.

Al oeste. Al oeste.

La responsabilidad era enorme. Hideyoshi cabalgaba bajo su estandarte de la calabaza dorada, con una expresión preocupada en el rostro sombreado por la visera del casco. Tenía cuarenta y un años de edad. Fruncía la boca en una mueca mientras su caballo trotaba imperturbable. El polvo transportado por el viento cubría a todo el ejército.

De vez en cuando, Hideyoshi se recordaba que estaba avanzando hacia las provincias occidentales. Probablemente él no habría dado demasiada importancia a su posición, pero cuando partió de Azuchi los demás generales de Nobunaga le felicitaron.

—Por fin Su Señoría ha decidido aprovechar vuestra valía. No estáis por debajo de nadie, señor Hideyoshi. Tendréis que corresponder a Su Señoría por sus favores.

En cambio, Shibata Katsuie parecía muy enojado.

—¡Cómo! ¡Ése ha sido nombrado comandante en jefe de la campaña occidental!

La mera idea hacía reír despectivamente a Katsuie. Era fácil ver por qué pensaba así. Cuando Hideyoshi era todavía un criado que llevaba las sandalias de Nobunaga y vivía en los establos con los caballos, Katsuie era un general del clan Oda. Además, se había casado con la hermana menor de Nobunaga, y gobernaba una provincia con un rendimiento de más de trescientas mil fanegas. Finalmente, cuando Katsuie era comandante en jefe de la campaña del norte, Hideyoshi desobedeció sus órdenes y regresó a Nagahama sin previo aviso. Como servidor de alto rango, Katsuie hizo una serie de maniobras políticas para que la invasión de las provincias occidentales estuviese fuera del candelera.

Montado en su caballo camino de las provincias occidentales, Hideyoshi se reía sin cesar para sus adentros.

Tales cosas cruzaban de improviso por su mente al tiempo que su atención se desviaba de la apacible carretera del oeste. En un momento determinado se echó a reír sonoramente. Hanbei, que cabalgaba a su lado, creyendo que quizá se le había escapado algo, le preguntó qué había dicho, a fin de asegurarse.

—No, nada —respondió Hideyoshi.

Aquel día el ejército había recorrido una buena distancia y ya se estaban aproximando a la frontera de Harima.

—Hanbei, te espera cierto placer cuando entremos en Harima.

—¿Ah, sí? ¿Qué puede ser?

—Creo que todavía no conoces a Kuroda Hanbei.

—Así es, pero oigo hablar de él desde hace largo tiempo.

—Es un hombre a la altura de los tiempos. Creo que cuando le conozcas os haréis en seguida amigos.

—He oído contar muchas anécdotas de él.

—Es hijo de un servidor de alto rango del clan Odera, y apenas tiene más de treinta años.

—¿Ha sido concebida esta campaña por el señor Kanbei?

—En efecto. Es un hombre inteligente y muy perspicaz.

—¿Le conocéis bien, mi señor?

—Le he conocido a través de cartas, pero le he visto por primera vez hace poco en el castillo de Azuchi. Tuvimos una conversación totalmente franca durante media jornada. Ah, me siento confiado. Con Takenaka Hanbei a mi izquierda y Kuroda Kanbei a mi derecha, dispongo de todo un estado mayor.

En aquel momento algo causó un ruidoso desorden entre las tropas detrás de ellos. Alguien en la unidad de pajes reía a mandíbula batiente.

Hikoemon se volvió y reconvino a Mosuke, el jefe de los pajes. Éste, a su vez, gritó a los pajes de la compañía:

—¡Silencio! ¡Un ejército avanza con dignidad!

Cuando Hideyoshi preguntó lo que había ocurrido, Hikoemon pareció azorado.

—Desde que he permitido cabalgar a los pajes, retozan en las filas como si estuvieran de excursión. Hacen mucho ruido y juegan entre ellos, e incluso Mosuke es incapaz de controlarlos. Tal vez, después de todo, sería mejor obligarles a caminar.

Hideyoshi soltó una risa forzada y miró atrás.

—Están muy animados porque son tan jóvenes, y probablemente su carácter juguetón sería difícil de dominar. Dejémoslos. Ninguno se ha caído todavía del caballo, ¿verdad?

—Parece que el más joven de ellos, Sakichi, no está acostumbrado a cabalgar, y alguien ha pensado que sería divertido hacerle caer.

—¿Sakichi se ha caído del caballo? Bueno, eso también es un buen adiestramiento.

El ejército prosiguió su avance. La carretera penetró en Harima y finalmente llegaron a Kasuya al atardecer, tal como habían planeado.

Al contrario que la adusta jefatura de Shibata Katsuie, quien sólo respetaba las regulaciones y la forma, o la severidad y el rigor de Nobunaga, el estilo de mando de Hideyoshi se distinguía por una jovialidad característica. Al margen de lo acosadas que estuvieran sus tropas por las penalidades o la lucha desesperada, seguían irradiando esa jovialidad y la armoniosa sensación de que el conjunto del ejército formaba una sola familia.

Por ello, aunque el grupo de pajes, compuesto por muchachos de once a dieciséis años, podía quebrantar fácilmente la disciplina militar, Hideyoshi, como el «cabeza de familia», se limitaba a hacer un guiño y decía que los dejaran en paz.

Empezó a oscurecer cuando la vanguardia entraba discretamente en Harima, una provincia aliada en medio de territorio enemigo. Los habitantes de la provincia, incapaces de decidir lo que debían hacer y muy presionados por sus vecinos, encendieron fogatas y dieron la bienvenida a las tropas de Hideyoshi.

Las fuerzas de Hideyoshi habían dado el primer paso en la invasión de las provincias occidentales. Cuando la larga columna de soldados en doble fila entró en el castillo, un estrépito continuo llenó la atmósfera crepuscular. La primera unidad estaba formada por los abanderados, la segunda por los portadores de armas de fuego, la tercera por los arqueros, la cuarta por los lanceros, la quinta por los hombres armados con espadas y alabardas. La unidad central estaba formada por jinetes, entre ellos los oficiales que rodeaban a Hideyoshi. Con los tambores, los portadores de estandartes, policía militar, inspectores, caballos de reserva y de carga y los exploradores, el número total de hombres ascendía a unos siete mil quinientos, y el espectador podía ver que se trataba de una fuerza realmente formidable.

Kuroda Kanbei estaba en el portal del castillo de Kasuya para darles la bienvenida. Cuando Hideyoshi le vio, se apresuró a desmontar y fue a su encuentro, sonriente. Kanbei también se adelantó, saludando a gritos y con las manos extendidas. Entraron en el castillo como amigos que no se veían desde hacía años, y Kanbei presentó a Hideyoshi a sus nuevos servidores. Cada uno de los hombres dijo su nombre e hizo un juramento de lealtad a Hideyoshi.

Entre ellos había un hombre que parecía de excelente carácter.

—Soy Yamanaka Shikanosuke —se presentó—, uno de los pocos servidores supervivientes del clan Amako. Hasta ahora hemos luchado juntos, pero en regimientos distintos, por lo que no nos habíamos visto. Pero me entusiasmé al oír que invadíais el oeste y pedí al señor Kanbei que hablara en mi favor.

Aunque Shikanosuke estaba arrodillado y con la cabeza inclinada, Hideyoshi pudo ver por la anchura de sus hombros que era mucho más alto y corpulento que la mayoría. Al levantarse reveló una altura de seis pies, y parecía tener unos treinta años de edad. Su piel era como el hierro, y sus ojos penetrantes como los de un halcón. Hideyoshi se le quedó mirando como si no recordara del todo quién era. Kanbei acudió en su ayuda.

—La lealtad de este hombre es infrecuente en los tiempos que corren. En el pasado sirvió a Amako Yoshihisa, un señor arruinado por los Mori. Durante muchos años ha demostrado una entrega y una fidelidad inquebrantables en las circunstancias más adversas. En los últimos diez años ha intervenido en diversas batallas y se ha desplazado de un lugar a otro, hostigando a los Mori con pequeñas fuerzas, en un intento de poner de nuevo a su antiguo señor al frente de sus dominios.

—Incluso yo he oído hablar del leal Yamanaka Shikanosuke, pero ¿qué habéis querido decir al mencionar que hemos estado en regimientos diferentes? —le preguntó Hideyoshi.

—Durante la campaña contra el clan Matsunaga, luché junto con las fuerzas del señor Mitsuhide en el monte Shigi.

—¿Estuvisteis en el monte Shigi?

Kanbei volvió a intervenir en la conversación.

—Los años de lealtad en medio de tantas adversidades quedaron en nada cuando Amako fue derrotado por los Mori. Más tarde pidió secretamente ayuda al señor Nobunaga a través de los buenos oficios del señor Katsuie. En la batalla del monte Shigi Shikanosuke cortó la cabeza del feroz Kawai Hidetaka.

—Fuisteis vos quien acabó con Kawai —dijo Hideyoshi, como si sus dudas se hubieran despejado, y miró de nuevo al hombre, esta vez con una ancha sonrisa.

***

Hideyoshi demostró muy pronto el poderío de sus tropas. Cayeron los dos castillos de Sayo y Kozuki, y aquel mismo mes derrotó al vecino clan Ukita, un aliado de los Mori. Takenaka Hanbei y Kuroda Kanbei estaban siempre al lado de Hideyoshi.

El campamento principal fue trasladado a Himeji. Durante esta época, Ukita Naoie solicitaba constantemente refuerzos al clan Mori. Al mismo tiempo Naoie confió a Makabe Harutsugu, el guerrero más valeroso de Bizen, una fuerza de ochocientos hombres con la que logró recuperar el castillo de Kozuki.

—Después de todo, ese Hideyoshi no es gran cosa —se jactó Makabe.

Se repusieron los suministros de pólvora y alimentos del castillo de Kozuki y se enviaron nuevas tropas de refuerzo.

—Supongo que no podemos consentirlo —sugirió Hanbei.

—Creo que no —dijo Hideyoshi pausadamente. Desde su llegada a Himeji, había estudiado con detalle la situación de las provincias occidentales—. ¿A quién te parece que debería enviar? Creo que esta batalla va a ser muy dura.

—Shikanosuke es la única alternativa.

—¿Shikanosuke? ¿Qué opinas, Kanbei?

Kanbei mostró su acuerdo de inmediato.

Shikanosuke recibió las órdenes de Hideyoshi, preparó sus tropas durante la noche y avanzó hacia el castillo de Kozuki. Finalizaba el año y el frío era intenso.

Los oficiales y soldados de Shikanosuke sentían el mismo entusiasmo que su jefe. Habían jurado derribar a los Mori y restaurar a Katsuhisa, el jefe del clan Amako, en el poder, y su valor y lealtad eran ilimitados.

Cuando los generales de Ukita fueron informados por sus exploradores de que el enemigo era el clan Amako, con Shikanosuke al frente, se amedrentaron. La mención del nombre de Shikanosuke les producía un terror similar al que podría sentir un pajarillo ante un tigre furioso.

Y era indudable que temían los informes sobre el avance de Shikanosuke mucho más de lo que habrían temido un ataque directo por parte de Hideyoshi.

Desde ese punto de vista, Shikanosuke era el hombre más adecuado para enviarlo contra el castillo de Kozuki. Al fin y al cabo, con su resolución y valor había hecho estragos e inspirado terror como un dios encolerizado. Incluso el general más valiente del clan Ukita, Makabe Harutsugu, abandonó el castillo de Kozuki sin luchar, temiendo sufrir excesivas bajas si se quedaba y enfrentaba a Shikanosuke.

Cuando Shikanosuke entró en el castillo e informó a Hideyoshi de que había logrado su captura sin derramamiento de sangre, Makabe ya había pedido refuerzos. Tras la unión de un ejército al mando de su hermano, con lo que las fuerzas combinadas sumaban mil quinientos o mil seiscientos hombres, Makabe avanzó para contraatacar y se detuvo en medio de una nube de polvo en una planicie a corta distancia del castillo.

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