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Authors: Eiji Yoshikawa

Taiko (47 page)

BOOK: Taiko
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Llegó hasta él un aroma de incienso contra los mosquitos y desde la cocina los sonidos de alguien que manipulaba la vajilla. Al parecer, la cena aún no había sido servida. Tokichiro imaginó que su amada estaba trabajando con ahínco. Por fin, a la débil luz de la cocina, vio a la mujer que había decidido convertir en su esposa. Pensó entonces en que una mujer como Nene probablemente sería una excelente ama de casa.

Su madre la llamó y la respuesta de Nene vibró en los oídos del joven, aunque estaba agazapado al otro lado de la valla, mirando hacia la casa. Tokichiro se apartó, pues alguien venía por la calle.

«Trabaja de firme y es discreta. Sin duda mi madre sería feliz con ella. Y Nene no maltrataría a mi madre sólo porque es una campesina.» Su amor, atravesando la barrera de la pasión, se transformó en elevados pensamientos. «Soportaremos la pobreza. No cederemos a la vanidad. Ella me ayudará entre bastidores, me cuidará con abnegación y excusará mis defectos.»

Era una mujer absolutamente adorable. Ninguna, excepto ella, sería su esposa, de eso Tokichiro no tenía la menor duda. Y con tales pensamientos su pecho se hinchaba y el corazón le latía con fuerza. Alzó la vista a las estrellas y exhaló un hondo suspiro. Cuando finalmente volvió a la realidad, se dio cuenta de que había vuelto a rodear la manzana y se hallaba de nuevo ante la casa de Nene. De repente oyó la voz de la muchacha al otro lado de la valla, y al mirar entre los zarcillos de los dondiegos de día vio su rostro.

Incluso acarreaba agua, como una sirvienta, y con aquellas manos blancas que tocaban el
koto
. Tokichiro deseaba mostrarle a su madre que su esposa sería esa clase de mujer, y cuanto antes lo hiciera tanto mejor. No se cansaba de mirar a través de la valla. Oía el sonido del agua que Nene recogía, pero de repente ella se volvió en su dirección sin extraer el cubo. Tokichiro pensó que la muchacha debía de haberle visto y sintió pánico. En el mismo momento en que esta idea cruzaba por su mente, Nene abandonó el pozo y se encaminó a la puerta trasera. Tokichiro sintió en el pecho un calor tan intenso que parecía fuego.

Cuando la joven abrió la puerta y miró a su alrededor, Tokichiro se alejaba ya corriendo sin mirar atrás. Al llegar a la esquina del primer cruce, se volvió. Ella estaba al lado de la puerta, con una expresión de perplejidad en su pálido rostro. Tokichiro se preguntó si estaría enfadada con él, pero al mismo tiempo empezó a pensar en su partida al día siguiente. Acompañaría al señor Nobunaga y le habían prohibido hablar del viaje con nadie, ni siquiera con Nene. Tras verla y cerciorarse de que estaba bien, Tokichiro se sentía tranquilo, y regresó a casa rápidamente. Cuando se durmió, sus sueños estuvieron libres de preocupaciones.

Gonzo despertó a su señor antes de lo habitual. Tokichiro se salpicó la cara con agua, desayunó y se preparó para el viaje.

—¡Me voy! —anunció, pero no dijo a su criado adonde iba.

Poco antes de la hora convenida llegó a la casa de Doke Seijuro.

***

—¡Eh, Mono! ¿También vienes hoy? —le preguntó un samurai rural que estaba junto al portal de Seijuro.

—¡Inuchiyo!

Tokichiro miró a su amigo con sorpresa. No le sorprendía tan sólo tener por compañero de viaje a Inuchiyo, sino la transformación de su aspecto. Desde la manera en que se ataba el cabello hasta las polainas, Inuchiyo vestía como un samurai de una región remota y silvestre.

—¿A qué viene todo esto? —le preguntó Tokichiro.

—Ya han llegado todos. Entra en seguida.

—¿Y tú qué haces?

—¿Yo? He sido nombrado vigilante temporal de la puerta. Me reuniré más tarde contigo.

Tokichiro se quedó en el jardín, al otro lado del portal. Por un momento no supo qué camino tomar. La vivienda de Doke Seijuro era notablemente vetusta, incluso a los ojos de Tokichiro. Éste no podía conocer con exactitud su antigüedad, pero parecía una reliquia de épocas pretéritas, cuando familias enteras vivían juntas en un gran recinto. Un edificio largo de múltiples habitaciones, dependencias exteriores más pequeñas, portales dentro de otros portales e innumerables senderos cubrían todo el terreno.

—¡Por aquí, Mono!

Otro samurai rural le hacía señas desde un portal cerca del jardín. Reconoció a aquel hombre, Ikeda Shonyu. Al entrar en el jardín, encontró a unos veinte servidores vestidos como samurais rurales. Tokichiro también había sido informado de ese plan y parecía el más ruralizado de todos.

Un grupo de diecisiete o dieciocho ascetas de montaña descansaban en los bordes del patio. También ellos eran samurais de Oda disfrazados. Nobunaga parecía encontrarse en una pequeña habitación, en el extremo del patio. Como es natural, también él iba disfrazado.

Tokichiro y los demás estaban relajados. Nadie preguntaba nada, nadie sabía adonde iban, pero especulaban.

—Su Señoría se ha disfrazado como el hijo de un samurai que viaja con unos pocos servidores. Está esperando que lleguen todos sus acompañantes. Es probable que se dirija a una provincia distante, pero quién sabe adonde vamos realmente.

—Poco es lo que he oído, pero cuando me convocaron a la residencia de Hayashi Sado oí casualmente que alguien mencionaba la capital.

—¿La capital?

Todos tragaron saliva.

Nada podría ser más peligroso, y, si era cierto que se dirigía allí, Nobunaga debía de haber ideado un plan secreto. Tokichiro asintió y, sin que los demás reparasen en él, salió a la huerta.

Unos días después, el grupo de samurais rurales que acompañaría a Nobunaga y los ascetas de montaña, que le protegerían desde lejos, se pusieron en marcha hacia la capital.

Los hombres del primer grupo se hicieron pasar por samurais rurales de las provincias del este, que hacían una visita a Kyoto. Los hombres caminaban relajados. Ocultaron la luz ardiente que brillara en sus ojos en Okehazama y adoptaron el aspecto rudo y el habla pausada de quienes fingían ser.

Doke había dispuesto su alojamiento en una casa de las afueras de la capital. Cuando caminaba por los alrededores de Kyoto, Nobunaga siempre se cubría los ojos con el borde del sombrero y vestía como un simple provinciano. Sus acompañantes no pasaban de cuatro o cinco. Si unos hipotéticos asesinos hubieran sabido quién era, habría resultado para ellos un blanco fácil. Había días en los que abandonaba toda inhibición y se pasaba la jornada entera caminando entre las multitudes y el polvo de Kyoto. Y había noches en las que de repente se marchaba a una hora inoportuna para visitar las mansiones de cortesanos y mantener conversaciones secretas.

Los jóvenes samurais ni comprendían los motivos de estas acciones ni por qué se atrevía a emprender semejante aventura en el peligroso tumulto de un país en guerra consigo mismo. Tokichiro, por supuesto, tampoco disponía de datos que le permitieran comprender tales circunstancias. Pero él mismo dedicaba el tiempo a la observación. Pensó que la capital había cambiado. Durante la época de sus andanzas por el país vendiendo agujas, había acudido con frecuencia a la capital para proveerse de género. Contó con los dedos y llegó a la conclusión de que sólo había sido seis o siete años antes, pero en tan corto periodo las condiciones alrededor del palacio imperial habían cambiado notablemente.

El shogunado seguía existiendo, pero Ashikaga Yoshiteru, el decimotercer shogun, sólo ejercía el cargo nominalmente. Como el agua en un estanque profundo, la cultura y la moral de la gente se habían estancado, y era inevitable la sensación de un final de época. La verdadera autoridad estaba en manos del subgobernador general, Miyoshi Nagayoshi, pero éste, a su vez, había delegado el control de la mayor parte de los asuntos en uno de sus servidores, Matsunaga Hisahide. El resultado fue una desagradable disensión y una administración tiránica ineficaz. Según los chismorreos del pueblo llano, el gobierno de Matsunaga se desplomaría espontáneamente.

¿Cuál era la tendencia de la época? Nadie lo sabía. Las luces brillantes ardían cada noche, pero la gente estaba perdida en la oscuridad. Se decían que mañana sería otro día, y una irremediable corriente sin dirección fluía a través de sus vidas como un arroyo turbio.

Si la administración de Miyoshi y Matsunaga no se consideraba digna de confianza, ¿qué sería de aquellos gobernadores que habían sido nombrados por el shogun? Hombres como Akamatsu, Toki, Kyogoku, Hosokawa, Uesugi y Shiba se enfrentaban por igual a similares problemas en sus propias provincias.

En estas circunstancias Nobunaga efectuó su viaje secreto a la capital, algo que no había pasado por la mente de ningún otro jefe militar provincial. Imagawa Yoshimoto había marchado sobre Kyoto a la cabeza de un gran ejército. Su ambición, que le concedieran un mandato imperial y, en consecuencia, dominar al shogun y gobernar el país, se vio reducida forzosamente a la mitad, pero él fue tan sólo el primero en intentarlo. Todos los demás grandes señores del país consideraban que los planes de Imagawa eran los mejores, pero únicamente Nobunaga tenía suficiente audacia para viajar solo a Kyoto y preparar el futuro.

Tras varios encuentros con Miyoshi Nagayoshi, finalmente Nobunaga consiguió entrevistarse con el shogun Yoshiteru. Como es natural, acudió a la mansión de Miyoshi con su disfraz acostumbrado, se cambió poniéndose un atuendo formal y fue al palacio del shogun.

La residencia shogunal era un lujoso palacio venido a menos, hasta el punto de que parecía una ruina. El lujo y la riqueza que crearon y luego agotaron trece shogunes sucesivos no era ahora más que un sueño recordado a medias. Todo lo que quedaba era una administración engreída y volcada por entero a la promoción de sus propios intereses.

—¿De modo que sois Nobunaga, el hijo de Nobuhide? —le preguntó Yoshiteru.

Su voz carecía de fuerza, y en sus modales, aunque eran perfectos, no había vitalidad.

Nobunaga comprendió en seguida que no quedaba rastro de vigor en el titular del shogunado. Se postró y pidió a Yoshiteru que le hiciera el honor de trabar conocimiento con él, pero en la voz del hombre que se inclinaba había una fuerza que abrumaba a su superior.

—Esta vez he venido de incógnito a Kyoto. Dudo de que estos productos locales de Owari sean agradables para una persona de la capital.

Presentó a Yoshiteru una lista de regalos y empezó a retroceder.

—Quizá me favoreceréis quedándoos a cenar —dijo Yoshiteru.

Les sirvieron sake. Desde la sala del banquete se veía un jardín elegante. En la oscuridad de la noche, el color de las hortensias y el rocío sobre el musgo húmedo brillaban a la luz de los faroles.

El carácter de Nobunaga no le permitía mostrar una formalidad estricta, al margen de lo encumbrado de su compañía y de la situación en que se hallaba. Cuando los ceremoniosos sirvientes trajeron los recipientes del sake y sirvieron la comida de una manera meticulosamente tradicional, Nobunaga se comportó sin ninguna reserva.

Yoshiteru contemplaba a su invitado como si el apetito de éste fuese algo maravilloso. Aunque estaba cansado del lujo y la formalidad, consideraba un motivo de orgullo que cada plato que se servía en su mesa fuese una exquisitez de la capital.

—¿Qué os parece la cocina de Kyoto, Nobunaga?

—Es excelente.

—¿Qué tal su sabor?

—Veréis, el sabor de los platos de la capital es bastante sutil. No estoy acostumbrado a una comida tan insípida.

—¿De veras? ¿Seguís el Camino del Té?

—Desde mi infancia tomo té de la misma manera que bebo agua, pero desconozco la manera en que los expertos practican la ceremonia del té.

—¿Habéis visto el jardín?

—Sí, lo he visto.

—¿Y qué opináis?

—Me ha parecido bastante pequeño.

—¿Pequeño?

—Es muy bonito, pero si lo comparo con el panorama de las colinas de Kiyosu...

—Parece ser que no entendéis nada en absoluto. —El shogun volvió a reírse—. Pero es mejor ser un ignorante que tener sólo un conocimiento superficial. Decidme, entonces, ¿cuáles son vuestros gustos?

—El tiro al arco. Por lo demás, carezco de cualquier talento especial. Pero si queréis ver algo extraordinario, os diré que he sido capaz de venir desde Owari hasta vuestras mismas puertas en tres días, atravesando territorio enemigo por la carretera de Mino-Omi. Ahora que el país entero está sumido en el caos, siempre existe la posibilidad de que ocurra un incidente en el palacio o en sus proximidades. —Entonces añadió sonriente—: Por ello os estaré muy agradecido si tenéis en cuenta mi seguridad.

Al principio fue Nobunaga quien se aprovechó del caos nacional y derribó al gobernador Shiba de Owari que había sido nombrado por el shogun. Y aunque el Tribunal Supremo del shogun consideraba el asunto como una muestra del desafuero y autoridad de la administración, esto no era realmente más que una cuestión de forma. En los últimos tiempos los gobernadores provinciales apenas acudían a Kyoto, y el shogun se sentía aislado. La visita de Nobunaga aliviaba su hastío, y parecía muy deseoso de conversar.

Yoshiteru podría haber esperado del visitante que le diese a entender su deseo de una promoción oficial o de ascender al rango de cortesano, pero no ocurrió así, y por fin Nobunaga se despidió jovialmente.

—Vamos a casa. —Así anunció su regreso tras una estancia de treinta días en la capital, y añadió lacónicamente—: Mañana.

Mientras los ayudantes disfrazados de samurais rurales y ascetas, que se habían alojado por separado, se afanaban ahora para hacer los preparativos del viaje, llegó un mensajero con una advertencia enviada desde Owari:

Se han extendido rumores desde vuestra partida de Kiyosu. Cuando volváis, hacedlo con extrema prudencia y, por favor, estad preparado para hacer frente a posibles contratiempos por el camino.

Fuera cual fuese la dirección que tomaran, tendrían que cruzar una provincia enemiga tras otra. ¿Qué camino podrían seguir sin riesgos? Quizá deberían regresar por mar.

Aquella noche los hombres de Nobunaga se reunieron en la casa donde se habían alojado y discutieron el asunto, pero no pudieron llegar a un acuerdo. De improviso, Ikeda Shonyu llegó bruscamente desde los aposentos de Nobunaga y se quedó mirándoles.

—¿No os acostáis todavía, caballeros?

Uno de los hombres le miró con semblante irritado.

—Estamos discutiendo de algo importante.

—No sabía que estabais en medio de una conferencia. ¿De qué estáis hablando?

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