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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (88 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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—Deja que se rompa alguno que otro cáliz —murmuró Kirana. Su expresión en la luz tenue era serena, indómita.

—Todos se han roto —dijo Naser. Se sentó en un rincón, mirando la lluvia a través del cristal de la ventana. Golpeó ligeramente su cigarrillo en el cenicero—. No puedo decir que lo siento.

—En Irán tampoco parece importarles. —Kirana daba la impresión de querer animarlo—. Allí están haciendo grandes progresos, están marcando el camino en muchos terrenos. Lingüística, arqueología, ciencias físicas; tienen a toda la gente destacada.

Naser asintió con la cabeza, mirando hacia dentro. Budur había sacado en conclusión que, desde un exilio de algún tipo inexplicado, él había gastado su fortuna para financiar muchos de aquellos esfuerzos. Otra vida complicada.

Llegó otra tormenta. El clima parecía sumarse a su situación; el viento y la lluvia abofeteaban las grandes ventanas del Café Sultana y sacudían salvajemente la lámina de cristal, empujada para un lado y para el otro por las ráfagas de viento. El viejo soldado miraba cómo subía el humo de su cigarrillo, hebras blancas y azules enroscadas, enredándose más y más a medida que subían. Piali había descrito una vez la dinámica de aquel ascenso perezoso, al igual que el de la lluvia que bajaba por los cristales. Los pálidos rayos de un sol de tormenta daban un lustre plateado a las calles húmedas. Budur se sentía feliz. El mundo era hermoso. Tenía tanta hambre que su café con leche era como una comida en su interior. La luz de la tormenta era una comida. Pensó: ahora él es hermoso. Estos viejos persas son hermosos; su acento persa es hermoso. La extraña serenidad de Kirana es hermosa. Deshacerse del pasado y del futuro. El viejo Jayam de los persas lo había entendido, una entre muchas razones por las que a los mulás nunca les había gustado:

Ven a llenar la taza y, en el resplandor de la primavera,

arroja la prenda invernal del arrepentimiento.

El pájaro del tiempo sólo tiene un pequeño camino:

Volar, ¡y eh! ¡El pájaro está en el ala!

Los otros se fueron, y Budur se sentó con Kirana, miró cómo escribía algo en su cuaderno de tapas marrones. Levantó la mirada, feliz de ver que Budur la observaba. Hizo una pausa para fumar y luego hablaron durante un rato acerca de Yingzhou y los hodenosauníes. Como de costumbre, los pensamientos de Kirana hacían interesantes giros. Pensaba que la etapa más primitiva de civilización en la que estaban viviendo los hodenosauníes cuando fueron descubiertos por el Viejo Mundo era lo que les había permitido sobrevivir, a pesar de lo insólito que pudiera parecer aquello. Ellos habían sido hábiles cazadores-recolectores, más inteligentes como individuos que la gente de culturas más desarrolladas, y mucho más flexibles que los incas, quienes estaban limitados por una teocracia muy rígida. Si no hubiera sido por su susceptibilidad a las enfermedades del Viejo Mundo, los hodenosauníes sin duda ya lo habrían conquistado. Ahora estaban recuperando el tiempo perdido.

Hablaron de Nsara, del ejército y de los clérigos, de la madraza y del monasterio. De la infancia de Budur. De la época que Kirana había vivido en África.

Cuando el café cerró Budur fue con ella a la zawiyya de Kirana, donde ella tenía una pequeña buhardilla en la que había un estudio con una puerta que generalmente estaba cerrada, y se tendieron juntas en un sofá, besándose y pasando de un abrazo a otro, Kirana abrazándola con tanta fuerza que Budur pensó que se romperían las costillas; y fueron puestas a prueba una vez más cuando su estómago se contrajo en un violento orgasmo.

Después Kirana la abrazó con su habitual sonrisa pícara, más tranquila que nunca.

—Ahora te toca a ti.

—Yo ya me he corrido; me estuve frotando con tu espinilla.

—Hay formas más delicadas.

—No, de verdad, estoy bien. Estoy satisfecha.

Y Budur, con un vuelco del corazón, se dio cuenta de que Kirana no iba a dejar que ella la tocara.

15

Después de aquello, Budur se sentía bastante extraña en clase. Tanto allí como más tarde en el café, Kirana actuaba con ella igual que como lo había hecho siempre, sin duda era una cuestión de decoro; pero a Budur le resultaba chocante, y también triste. En el café se sentaban en extremos opuestos de la mesa y sus miradas no se cruzaban muchas veces. Kirana aceptaba aquello y participaba en la conversación de su extremo de la mesa, discutiendo en su modo habitual, el que ahora le parecía a Budur un poco forzado, incluso despótico, a pesar de que no era más verboso que antes.

Budur dirigió su atención hacia Hasán, quien estaba describiendo un viaje a las Islas del Azúcar, entre Yingzhou e Inca, donde planeaba fumar opio cada día y tirarse en las playas blancas o en las aguas de color turquesa lejos de la costa, cálidas como una bañera.

—¿No sería estupendo? —preguntó Hasán.

—En mi próxima vida —sugirió Budur.

—Tu próxima vida —resopló Hasán, con los ojos inyectados en sangre mirándola sardónicamente—. Es muy bonito pensar eso.

—Nunca se sabe —dijo Budur.

—Sí, claro. Tal vez deberíamos hacer un viaje para ver a madame Sururi; podrías ver quién eras en tus vidas pasadas. Y hablar con tus seres queridos en el Bardo. La mitad de las viudas de Nsara lo están haciendo, estoy segura de que es bastante reconfortante. Si pudieras creerlo. —Hizo un gesto señalando el otro lado del cristal, donde la gente pasaba por la calle con abrigos negros, encorvados debajo del paraguas—. Aunque es una tontería. A mucha gente ni siquiera le gusta la única vida que tiene.

Una vida. Era una idea que a Budur le costaba mucho aceptar, a pesar de que la ciencia y todo lo demás habían dejado bien claro que una vida era todo lo que se tenía. Cuando Budur era niña, su madre le había dicho: «Sé buena o regresarás en la forma de un caracol». En los funerales se decía una oración para la próxima existencia del fallecido, pidiéndole a Alá que le diera a él o a ella una oportunidad para mejorar. Ahora todo eso había sido desechado, con todo el resto de la vida en el más allá, el cielo y el infierno, el mismísimo Dios; todas esas tonterías, todas las supersticiones de generaciones anteriores en su inmensa ignorancia, inventando mitos para encontrarle un sentido a las cosas. Ahora vivían en un mundo material, evolucionado hasta lo que era por la casualidad y las leyes de la física; luchaban durante toda una vida y morían; eso era lo que los científicos habían revelado con sus estudios, y no había nada que Budur hubiera visto o experimentado jamás que pareciera indicar lo contrario. Sin duda era verdad. Ésa era la realidad; tenían que adaptarse a ella o vivir en un engaño. Adaptarse cada uno a su propia soledad cósmica, a la nakba, al hambre y a la preocupación, al café y al opio, al conocimiento de un final.

—¿He oído mal o has dicho que deberíamos visitar a madame Sururi? —preguntó Kirana desde el otro lado de la mesa—. ¡Qué buena idea! Hagámoslo. Sería como un viaje didáctico para la clase de historia, como visitar un lugar en el que la gente todavía vive como lo hacía hace cientos de años.

—Por lo que sé, ella es una vieja charlatana y divertida.

—Un amigo mio la visitó y dijo que se lo pasó muy bien.

Ya hacía muchas horas que estaban sentados allí, mirando los mismos ceniceros y marcas de la taza de café sobre la mesa, los mismos arroyos de lluvia en las ventanas. Así que cogieron sus abrigos y paraguas, y tomaron el tranvía número cuatro que subía junto al río hasta llegar a un barrio miserable de apartamentos que lindaban con los astilleros más viejos, los edificios donde había pequeñas tiendas magrebíes en cada esquina. Entre un taller de costura y una lavandería se escondía una pequeña construcción con habitaciones sobre las tiendas. La puerta se abrió cuando la golpearon, y fueron invitados a pasar a un camino de entrada, y luego, más adelante, a una habitación llena de sillones y pequeñas mesas, obviamente la sala de un viejo apartamento bastante grande.

Ocho o diez mujeres y tres ancianos estaban sentados en sillas, frente a una mujer de cabellos negros que era más joven de lo que Budur había esperado, pero no tan joven, una mujer que llevaba un vestido zott, mucho kohl y lápiz de labios, y muchas joyas de cristal de muy mal gusto. Había estado hablandoles a sus devotos con un tono de voz bastante bajo, luego hizo una pausa y señaló a los recién llegados unas sillas vacías que había en el fondo del salón sin decir nada.

—Cada vez que el alma desciende a un cuerpo —continuó cuando ya estaban sentados—, es como un soldado divino que entra en el campo de batalla de la vida y lucha contra la ignorancia y la maldad. Intenta revelar su propia divinidad interior y establecer la verdad divina en la Tierra, según sus capacidades. Luego, al final de su viaje en esa encarnación, regresa a su propia región del Bardo. Yo puedo hablar con esa región cuando las condiciones son las adecuadas.

—¿Cuánto tiempo pasa allí un alma antes de regresar otra vez? — preguntó una de las mujeres de la audiencia.

—Esto varía de acuerdo con las condiciones —contestó madame Sururi—. No hay un único proceso para la evolución de almas superiores. Algunas comienzan desde el reino mineral y algunas desde el animal. A veces comienza por el otro extremo, y los dioses cósmicos adoptan directamente forma humana. —Asentía con la cabeza como si tuviera una relación personalmente directa con este fenómeno—. Hay muchas maneras diferentes.

—¿Entonces es cierto que pudimos haber sido animales en una reencarnación anterior?

—Sí, es posible. En la evolución de nuestra alma hemos sido todas las cosas, incluyendo rocas y plantas. No es posible cambiar demasiado entre dos reencarnaciones, cualesquiera que sean, por supuesto. Pero después de muchas encarnaciones, pueden hacerse grandes cambios. El Señor Buda reveló que él había sido una cabra en una vida anterior, por ejemplo. Pero debido a que él se había dado cuenta de que era un dios, esto no tenía importancia.

Kirana intentó reprimir algo así como un resoplido, se movió en la silla para disimularlo.

Madame Sururi la ignoró:

—Para él era fácil ver qué había sido en el pasado. A algunos de nosotros se nos dota con esa clase de clarividencia. Pero él sabía que el pasado no era importante. Nuestra meta no está detrás de nosotros, sino delante de nosotros. Siempre digo que para una persona espiritual el pasado es polvo. Digo esto porque el pasado no nos ha dado lo que queremos. Lo que queremos es llegar a ser dioses, y estar en contacto con nuestros seres queridos, y eso depende totalmente de nuestro grito interior. Debemos decir: «No tengo pasado. Estoy comenzando aquí y ahora, con la gracia de Dios y mi propia aspiración».

No había mucho que objetar con respecto a eso, pensó Budur; iba extrañamente hacia el corazón, dada la fuente; pero podía sentir el escepticismo que emanaba de Kirana como si fuera calor, de hecho la habitación parecía estar caldeándose, como si un calentador eléctrico hubiera sido colocado en el suelo y encendido a plena potencia. Tal vez era una función de la vergüenza de Budur. Estiró la mano y apretó la de Kirana. Le pareció que la vidente era más interesante de lo que permitían escuchar los continuos movimientos de Kirana.

Una viuda anciana, que aún llevaba un prendedor que se les daba en las décadas centrales de la guerra, dijo:

—Cuando una alma escoge entrar en un nuevo cuerpo, ¿ya sabe qué clase de vida va a tener?

—Únicamente puede ver probabilidades. Dios lo sabe todo, pero encubre el futuro. Ni siquiera Él utiliza siempre su total clarividencia. De lo contrario, no habría juego.

La boca de Kirana se abrió tan redonda como un cero, casi como si fuera a hablar, y Budur le dio un codazo.

—¿El alma pierde los detalles de sus experiencias anteriores o tiene memoria?

—El alma no necesita recordar esas cosas. Sería como recordar lo que has comido hoy, o cómo era la comida de una discípula. Si sé que la discípula era muy buena conmigo, que me traía comida, entonces eso es suficiente. No necesito saber los detalles de la comida. Sólo la impresión del servicio. Esto es lo que recuerda el alma.

—A veces, mi..., mi amigo y yo meditamos mirándonos mutuamente a los ojos, y cuando lo hacemos, a veces vemos cómo cambia el rostro del otro. Hasta nuestro cabello cambia de color. He estado pensando en qué podría significar esto.

—Significa que estáis viendo encarnaciones pasadas. Pero esto no es aconsejable. Supón que ves que hace tres o cuatro encarnaciones eras un tigre feroz. ¿Qué beneficio puede aportarte esto? El pasado es polvo, ya te digo.

—¿Alguno de tus discípulos, alguno de nosotros se conoció en encarnaciones pasadas?

—Sí. Viajamos en grupos, nos encontramos una y otra vez. Aquí hay dos discípulas, por ejemplo, que son amigas muy cercanas en esta encarnación. Cuando medité sobre ellas, vi que eran hermanas físicas en su encarnación anterior, y muy unidas. Y en la encarnación anterior a ésa, habían sido madre e hijo. Así es como sucede. Nada puede eclipsar la clarividencia de mi tercer ojo. Cuando habéis establecido un verdadero lazo espiritual, ese sentimiento nunca puede desaparecer de verdad.

—¿Puedes decirnos..., puedes decirnos quiénes fuimos antes? ¿O quiénes entre nosotros tienen ese vínculo?

—Yo no se lo he dicho abiertamente a estas dos personas, pero a los que sois mis verdaderos discípulos se lo he dicho internamente, entonces ya lo saben dentro de ellos. Mis verdaderos discípulos —aquellos a quienes he tomado por propios, y quienes me han tomado a mí— se sentirán satisfechos y realizados en esta reencarnación, o en la próxima, o dentro de muy pocas encarnaciones. Algunos discípulos pueden necesitar veinte reencarnaciones o más, debido a que han tenido un comienzo muy malo. Algunos que han acudido a mí en su primera o segunda encarnación humana pueden necesitar cientos de encarnaciones más para llegar a su meta. La primera o segunda reencarnación es todavía una encarnación medio animal, casi siempre. El animal aún está allí como un factor predominante, ¿así que cómo pueden llegar a la realización de Dios?

Incluso en el Centro de Desarrollo Espiritual de Nsara, aquí entre nosotros, hay muchos discípulos que han tenido apenas seis o siete encarnaciones, y en las calles de la ciudad veo africanos, u otra gente del otro lado del mar, que son obviamente más animales que humanos. ¿Qué puede hacer un gurú con esas almas? Con esta gente un gurú puede hacer mucho.

—¿Puedes..., puedes ponernos en contacto con almas que han fallecido? ¿Ahora? ¿Ya es la hora?

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