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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Diego San José,Kike Díaz de Rada

Tags: #Humor

Todos nacemos vascos (10 page)

BOOK: Todos nacemos vascos
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Pero alguien descubrió la jornada de ocho horas, el fin de semana y la escapadita de agosto, y se acabó el invento; los vascos empezamos a tener tiempo libre. Y eso, en vez de darnos placer, nos dio más culpa y perplejidad. Por si fuera poco, nos trajeron la bicicleta de montaña, que permitía a los adultos enfundarse en un maillot de ciclista, y los periódicos empezaron a traer coleccionables de excursiones y rutas de todo tipo. ¡Qué tentación!

¿Cómo combinar el ocio con la culpa? La ecuación era difícil pero no imposible, y para resolverla el vasco se inventó el «machacarse un poquito». Este es un concepto que permite disfrutar y seguir sufriendo a la vez. Se trata de diseñar el tiempo de nuestro ocio como si fuera el de un deportista de élite.

Siguiendo este modelo, nunca se nos ocurriría ir a la piscina a nadar un rato para estirar la espalda, no. Iríamos para hacer treinta largos, acabar con la lengua fuera y poderle decir a todo el mundo que si no te machacas así tres veces por semana, no te encuentras a gusto, que lo necesitas para sentirte bien.

El «machacarse un poquito» vale para todos los deportes que llenen el tiempo de ocio. Por eso no se pasea, sino que se hace una marcha, como en la mili. Y tampoco se anda en bici si no es para completar, por lo menos, una etapa de tres puertos, que si no, ni se suda.

La cuadrilla

Se podría definir la cuadrilla como un grupo de más de dos que chiquitean juntos (
chiquitear
consiste en hacer un arte del beber en público). Pero no sería una definición justa, porque la cuadrilla es mucho más que todo eso. Para empezar, es una institución itinerante que da cobijo y protege a sus miembros. Le pasa lo mismo que al átomo, que es indivisible y tiene poder de decisión sobre sus integrantes. Es más, hay quien sostiene que se trata de un ser vivo dotado de varios estómagos, ningún cerebro y dos temas de conversación: el fútbol y las mujeres. Estamos, por lo tanto, ante uno de los inventos vascos más importantes.

La cuadrilla vasca no se debe confundir con la pandilla de amigos madrileña, la panda de colegas gijonense o el grupo de mi gente andaluz, no. Puede que comparta alguna peculiaridad con esos colectivos, pero su origen se pierde en la noche de los tiempos y algo la hace diferente.

Cuando en el resto del mundo se inventó la secta, en el País Vasco ya existían las cuadrillas, que no es lo mismo, pero se le parece. En todas las cuadrillas hay un líder, como en las sectas, y cada miembro tiene un cargo: el que lleva el bote, el que conduce o el que se está haciendo los análisis de la próstata (por motivos aún sin explicar, siempre hay uno que se encuentra en ese trance).

En definitiva, detrás de la cuadrilla vasca encontramos una complicada trama de reglas y peculiaridades que se entienden mejor a través del decálogo que resumimos a continuación y que, en definitiva, resume a su vez gran parte de la idiosincrasia vasca.

E
L DECÁLOGO DE LA CUADRILLA

1. Después del señor, lo primero es la cuadrilla

Ya puede llover, ser festivo o haber amenaza de guerra termonuclear, que la cuadrilla no suspende su ronda por los bares. Para el chiquitero que forma parte de ella, la cuadrilla es lo más grande que hay, y eso condiciona el resto de su vida. Si se echa novia, tendrá que conseguir el visto bueno de la cuadrilla o dejarla por otra. Si se casan y tienen un hijo, la cuadrilla participa en la elección del nombre del chaval. Si un vasco compra coche, antes tiene que gustarle a la cuadrilla. Nada escapa al poder de la cuadrilla. Es tal su magnitud, que incluso termina siendo más grande que el propio chiquitero. Así, cuando otro miembro de la cuadrilla lo presente ante un conocido, no lo llamará por su nombre, será «uno de la cuadrilla», que es lo que importa. Y no dejará de ser así hasta el día que el chiquitero fallezca y haya que enterrarle. Eso sí, en la iglesia que elija la cuadrilla.

2. La cuadrilla no bebe agua ni en el
Titanic

El chiquitero tiene muy claras las tres bebidas que suponen un grave riesgo para su salud: el agua, el mosto y los zumos de frutas. La Coca-Cola sí la puede tomar, siempre y cuando la rebaje con un poco de vino tinto (así surge el
kalimotxo
, y no al revés). El resto de refrigerios carbonatados se lleva directamente a la tumba a un chiquitero. Eso sí, los alcoholes y las uvas fermentadas el hígado vasco las aguanta como ningún otro hígado internacional.

No han sido pocos los intentos de la Universidad de Alburquerque por hacerse con el hígado de algún chiquitero fallecido para estudiar su espectacular resistencia a todo lo que le echen (se calcula que el hígado de un chiquitero puede soportar el alcohol mejor que una barrica de roble). Sin embargo, no se ha dado aún el caso del chiquitero que acepte la cesión de su parte del cuerpo más usada (sí, la más usada) a la citada universidad. Y es que a ver quién es el valiente que se va al más allá, ese lugar regentado por un tipo con fama de transformar el agua en vino, dejándose el hígado en Alburquerque.

3. La cuadrilla no es un plato de lentejas

La cuadrilla se toma, pero no se deja. Jamás. Se puede intentar, pero es más difícil salir de la cuadrilla que borrarse del Círculo de Lectores. Las cuadrillas se forman en la juventud, se solidifican en la madurez y alcanzan su plenitud en la jubilación. Es decir, te acompañan toda la vida, como las intenciones de apuntarte a una academia de inglés, vamos.

Uno es de su cuadrilla como es de su madre o de su padre, no puede evitarlo. Y de la misma manera que no se puede salir, tampoco cualquiera puede entrar en ella. No es como el fútbol, aquí no valen fichajes extranjeros ni se puede reforzar la plantilla de chiquiteros. ¿Que en la cuadrilla hay mucho
cuentachistes
pero poco cantante de
bilbainadas
? De nada servirá intentar fichar un cantante nuevo. Las cuadrillas son como el Athletic, que no aceptan la incorporación de chiquiteros de fuera del barrio para no perder la identidad. ¿O habría que decir que el Athletic es como las cuadrillas?

4. En cuestiones de imagen, la cuadrilla nunca arriesga

Intentar entrar en un
batzoki
o en un bar de chiquiteo en chándal con la cabeza alta puede acabar en la invitación a dejar el bar a golpe de paraguas. La cuadrilla no admite virguerías estéticas entre sus integrantes, si no es con previo consentimiento.

Se admite un corte de pelo funcional y tinte uniforme, de estos que le dejan a uno como estaba hace quince años. Arriesgar con las mechas puede costar la expulsión inmediata con penalización. Y ojo también con las patillas del chiquitero, en eso pasa como con el pene, que si superan los dos dedos de longitud el resto de la cuadrilla lo odiará.

Se permite probar suerte con las diferentes tonalidades de la camisa a cuadros, pero no improvisar con la forma geométrica del estampado: una camisa de lunares, de rombos o el clásico reno canadiense puede sacarle la peor mueca a los compañeros de cuadrilla.

Se recomienda pantalón oscuro de línea clásica y zapato marrón o negro. En principio, no se pueden llevar complementos (bolsos, riñoneras, mochilas, etc.). Sólo se permite su lucimiento si son regalo de la mujer y nos quiere ver con ellos encima. En este caso, se llevarán el primer día, y sólo en la ronda de la mañana. Los pendientes están prohibidos, excepto en cuadrillas donde haya algún miembro que trabaje en la mar, sobre todo si trae atún para embotar cuando está de temporada. Se pueden llevar pulseras y cadenas si son de oro o de esas curativas que venden en las revistas.

5. La cuadrilla no cotillea, comenta

La cuadrilla no se reúne para practicar deporte ni para ver un espectáculo. La cuadrilla se reúne simple y llanamente para hablar, para darle a la lengua mientras bebe. Así que cuando de lo único que se trata es de rajar, se llega a un punto en el que el flujo de información dentro de la cuadrilla es imparable.

Luego acusarán a sus mujeres de cotorras si se cruzan con la vecina en el descansillo, porque lo que ellos hacen durante horas en el bar no es lo mismo. Ellos comentan. Del vecino, del amigo, de Nuria Bermúdez, pero comentan. No hay maldad como en los cotilleos de sus mujeres, que son unas víboras. En la cuadrilla no se cotillea por maldad, se habla para estar informado.

Digan lo que digan, alguien debería proponerle ya a María Teresa Campos introducir un chiquitero vasco en su corrillo. Perdería
glamour
, porque ganaría demasiado en entrecejo, pero el nivel de información que tiene una cuadrilla después de una semana chiquiteando no lo tiene una comisión de investigación ni en un año. Lo que pagarían los Gobiernos occidentales por poner un micro en la tertulia de una cuadrilla no se puede calcular a día de hoy.

Ahí está la razón que explica por qué en las cuadrillas se van todos a la vez. A ver quién es el valiente que se vuelve a casa dejando al resto de la cuadrilla reunida sin SU presencia. Le pueden cortar un traje que ni Victorio y Lucchino en su mejor tarde con la tricotadora. Pero no porque cotilleen, sino porque comentan.

6. En la cuadrilla no se está gordo, se está fuerte

Y es que el chiquitero nunca está gordo.
Gordo
suena mal, lo gordo hay que solucionarlo. Si los pavos reales tienen cola de plumas para medir su poderío entre sus semejantes, el chiquitero tiene su barriga para infundir respeto en la cuadrilla.

No es cuestión de ponerle ganas durante unas semanas, qué va, la tripa es algo que se cultiva con paciencia, a base de acompañar los chiquitos de
pintxos
(la tapa vasca) durante años, de organizar cenas, de hacer que todo gire en torno a la comida; hasta que llega un punto en el que el estómago toma control de la mente. Y cuando el estómago se ha apoderado del chiquitero, todo se ve desde otro punto de vista: los demás no le incomodan, le tienen «frito»; las películas eróticas son «picantes»; las personas graciosas son «saladas», y los domingos se despierta «empanado».

El término
gordo
sólo se utiliza en la cuadrilla para hablar del premio de la lotería de Navidad. Y eso es porque en Euskadi no se está gordo, se está fuerte. Con esto queda demostrada no sólo la coquetería del vasco, sino también su caballerosidad. Es más, en las cuadrillas de chiquiteros nunca se habla de las películas de El Gordo y El Flaco, se les llaman El Fuerte y El Desmejorado.

7. En la televisión sólo salen maricones

Las conversaciones de las cuadrillas se basan en tres principios básicos, que constituyen a menudo el punto de partida y el punto final de cualquier discusión:

«En la televisión sólo salen maricones».

Con
maricón
se define a todo hombre que lleve el pelo largo o de colores, que vista con colores chillones o que gesticule mucho al hablar. Por supuesto que para la cuadrilla no hay diferencia entre un transexual, un homosexual, un transformista y un travestí, lodos son
maricones
. Incluso si un miembro de la cuadrilla se va a casa antes de tiempo, pasa a ser también un ¡maricón!

«El fútbol ya no es lo que era».

Es otro de los principios sobre el que giran muchas tertulias. Cualquier tiempo pasado fue mejor para los amantes del balompié. Ahora los jugadores se cansan antes, tiran los penaltis más flojos, no viven los colores, no hacen segadas como antaño y sólo se preocupan de la imagen. Desde que en los vestuarios de los jugadores han puesto espejos, los futbolistas son unos maricones.

«A trabajar le ponía yo a ése».

Este tópico también se conoce popularmente como «Pico y pala le daba yo a ése». Generalmente, cuando un miembro de la cuadrilla dice esto, se refiere a alguien que domina las nuevas tecnologías. No está bien visto dentro de una cuadrilla el tema de los ordenadores. Internet es una cosa de los hijos y además tiene efectos nocivos, porque se pasan todo el día delante de la pantalla esa que seguro que da cáncer.

Los móviles, que también deben de provocar cáncer, se esconden con pudor y nunca se comenta si se ha cambiado el viejo por uno nuevo. Las únicas máquinas con lucecitas que admite la cuadrilla son las tragaperras.

En la cuadrilla se sigue asociando la palabra
trabajo
con
actividad física
, y cualquier empleo que no implique habilidad material no es respetado en el seno de la cuadrilla. Escritores, cantantes y diseñadores son reconocidos maricones para un chiquitero. Y si un miembro de la cuadrilla trabaja en una oficina, para ser admitido tendrá que quejarse y decir que tiene la espalda destrozada de estar ocho horas sentado.

8. No se habla ni de política ni de los problemas familiares

En la cuadrilla está terminantemente prohibido hablar de política. Este tema no se trata. Antes se habla de los últimos análisis de orina de un chiquitero que del contubernio que puedan tener nacionalistas y constitucionalistas en el Parlamento vasco. En la cuadrilla hay una ley no escrita que recomienda, por el bien de todos, evitar hablar de política para ahorrarse enfrentamientos en grupo. De esta manera, dentro de una cuadrilla pueden convivir sin ningún upo de problema un ultraderechista y un marxista leninista, siempre y cuando a los dos les parezca bien la última alineación del Athletic, claro.

Otros temas que se evitan por pudor son los conyugales. No se habla de la mujer, ni de posibles discusiones con ella, ni de la vida íntima. Con todo esto nos quedamos en que las cuadrillas sólo hablan de fútbol y del tinto que se están bebiendo en esos momentos. Así se puede dar el caso de que en una cuadrilla que lleva veinte años saliendo de bares tenga lugar un diálogo como el siguiente:

—El domingo tengo dos pases para ir a San Mames porque no va mi hijo.

—¿Entonces tú tienes hijos, Antxon?

—Sí, se me ha olvidado comentároslo. Cuatro tengo, y uno está en camino.

—¿Y contra quién juega el Athletic?

9. Cuánto daño hizo perder Cuba

Vamos a insistir en un tema que tal vez no ha quedado suficientemente claro: los vascos somos puteros como nosotros solos. Todo se deba posiblemente a la represión sexual a la que nos hemos referido en estas páginas, y es que el abanico de posturas amatorias que maneja un vasco es como un bistec en su punto: vuelta y vuelta. Y esta limitación, tarde o temprano, termina por explotar por algún sitio.

Ese sitio se encuentra en una isla caribeña: Cuba, la isla a la que todo chiquitero aspira a ir algún día a contribuir en lo que pueda a su reconquista. Cada vez son más los solterones vascos que aparecen con una mulata de la mano por las calles de su pueblo natal. Eso sí, insistirán en que es una amiga de La Rioja que se ha pasado tomando el sol. Y si no hay ahorros para volar tan lejos, es innegable la afición del vasco a conocer los lupanares.

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