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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Diego San José,Kike Díaz de Rada

Tags: #Humor

Todos nacemos vascos (13 page)

BOOK: Todos nacemos vascos
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Desde aquí nos atrevemos a formular una definición más ajustada de la palabra
tradición
: «La tradición es todo aquello que se sigue haciendo sin saber muy bien por qué». Pero sólo sirve para explicar aquello que es estético, cultural o saludable, porque por más que nuestros antepasados se orinasen fuera de la taza del váter, no se le puede explicar a la esposa que uno se ha meado vivo «por seguir con la tradición». Así de ambiguo es este concepto que tanta importancia tiene para los vascos.

¿Para qué sirve la tradición?

Por ejemplo, sirve para que te cobren las lechugas a precio de jabugo. Con decir que son «lechugas de caserío» ya valen más que las lechugas de toda la vida. ¿De caserío? Hombre, no se puede decir que tenga mucho mérito la indicación, porque pocas lechugas se ven creciendo en los arcenes. Algo parecido ocurre cuando te llevas a casa un kilo de «tomates del país». ¿Alguien ha comido alguna vez unos tomates que no sean de un país? Es como si unas truchas fueran más caras porque son «truchas de agua dulce». Pues da lo mismo, el frutero te va a clavar un plus si son del país. Con razón se ven quebrar tan pocas fruterías.

Por culpa de ese aire trascendental y serio que implica el respeto a las viejas costumbres, nunca vienen premios en las tapas de la cuajada. No, como es lo más tradicional en yogures, parece que queda frívolo que con cuatro tapas de cuajada te regalen una visera de los Lunnis. Y es que, lo queramos o no, la cuajada siempre ha sido mucho más respetada que los yogures, de ahí que venga envasada en elegantes recipientes de cerámica, que no las haya de diferentes sabores o que nadie haya ideado un invento tan imbécil como la mítica yogurtera.

El peso de la tradición
A
L
C
ÉSAR LO QUE ES DEL
C
ÉSAR

El caso es que, para bien o para mal, la tradición tiene un peso tremendo en el País Vasco. Muchísimo peso. Sin ir más lejos, se están levantando piedras de más de doscientos kilos por seguir con la tradición. Si por un concepto así de abstracto se levantan semejantes pedrolos, parece importante responder a esta pregunta: ¿Por qué la tradición tiene tanta fuerza en el País Vasco? ¿Por qué aquí lo tradicional tiene un peso mayor que en otras regiones?

Una de las teorías más arraigadas data de la época de los romanos, cuando en pleno proceso imperialista se toparon con la resistencia de los vascos, que no se plegaron a sus dominios. Mientras los discípulos del César invadían media Europa extendiendo sus invenciones y costumbres, el País Vasco mantenía imperturbables las tradiciones que hoy en día tiene tanto valor preservar. Veamos qué le ocurrió en el año 200 a.C. a la primera avanzadilla romana que superó los Pirineos y se dio de bruces con un pastor vasco. Basta observar la escena con atención para entender por qué no hizo falta ninguna cruenta batalla para frenar el avance romano:

—Perdone, ¿usted es vasco?

—¿Por qué preguntas pues?

—No sé si habrá oído hablar de nosotros, pero le traemos algo que le va a interesar mucho. Venimos a traerle la civilización.

—Déjate, anda, déjate, que se empieza con la civilización y se acaba con el casco viejo lleno de guardias civiles.

—¿Y qué me dice de la calzada, eh? Es otro de nuestros hallazgos más exitosos, ¿qué opina de la calzada?

—¿De la Calzada? Nada, no me hace ninguna gracia, aquí ya tenemos nuestros propios humoristas, el Moncho Borrajo y… y… en fin, que no.

—No se preocupe, tenemos algo a lo que no se va a resistir. ¿Problemas de riego? ¿Le cuesta esfuerzo mover el agua que necesita? ¿Hay zonas de secano? ¡Pues ya está aquí el acueducto, una manera cómoda y sencilla de…!

—No, mire, mucho antes de que ustedes inventasen el acueducto, los vascos ya habíamos inventado el sirimiri, que reparte el agua igual, igual y sin gastar piedras. Pero eso del acueducto se lo va a agradecer mucho un primo mío de Segovia.

—¿Y qué me dice de las carreras de cuadrigas?

—¿Se pueden hacer apuestas?

—No, el ganador lo decide el emperador.

—¡Hala, a jugar a pala! ¡Venga para Roma,
mangarranes
, que no me traéis más que chuminadas!

Cuando la pareja de romanos ya retrocedía sobre sus pasos, Antxon se quedó intrigado ante el atuendo de los invasores y señaló sus cascos:

—Una cosa sí, el cepillo ese que lleváis en la cabeza le va a interesar a mi Maite para limpiar los techos del caserío. ¿Por cuánto me lo dejáis?

Con razón a los romanos no se les pasó por la cabeza volver al País Vasco. Es más, se lo debieron de comentar a los árabes, porque más de mil años después aún se acordaban de este demencial encuentro, y ellos tampoco se atrevieron a subir para vender la almohada.

E
L CIUDADANO «PRO TRADICIÓN»

Entre los vascos se puede identificar claramente un tipo de ciudadano que es aquel que basa su personalidad en apostar por lo tradicional. Sólo come productos con el
label
vasco de calidad. Practica deportes rurales. Se pasa agosto haciendo agroturismo. Se medica exclusivamente a través de la medicina tradicional. Está en contra de la construcción de la autovía y del tren de alta velocidad. Eso sí, si un día le aparece una mancha en el pecho acude raudo y veloz a la clínica del Opus para que le hagan un escáner de última tecnología en Pamplona. Y no va por Azpiroz, no, sino por autovía y con la sirena puesta. Esto de la tradición es una paradoja, se coja por donde se coja. En el País Vasco llevamos toda la vida presumiendo de haber resistido a las invasiones, y ahora los dos problemas más importantes de los vascos se resumen en que hay quien quiere tener más de un invento romano (el Gobierno) y en que follamos poco porque tenemos el pene del tamaño de una legumbre árabe (la habichuela).

L
A HERENCIA DE LA TRADICIÓN

Hablando de inventos árabes, hay uno que tiene mucho que ver con el País Vasco: la brújula. Curioso artefacto que nadie sabe muy bien cómo funciona (porque todo lo que no va a pilas y no es un salero escapa al alcance del raciocinio vasco, que ya hemos dicho que hace de la lógica su filosofía de vida) y que sirve para indicar, estés donde estés, en qué lugar se encuentra el País Vasco, o sea el Norte, como cada uno quiera llamarlo. Porque para toda la gente, el País Vasco es el Norte. Cuando en Andalucía se refieren a alguien como «del Norte», no es gallego ni catalán, es vasco.

Para todos, el Norte está en el País Vasco, incluso en Inglaterra dicen que el País Vasco es el Norte. Así, con mayúsculas. Incluso se conocen casos de montañistas que vienen al País Vasco sólo para poner su brújula en hora.

Otra cosa curiosa de las tradiciones es cómo se heredan algunos oficios. Así, es común descubrir cocineros que siguen la estela de sus padres y regentan con éxito los restaurantes que fundaron aquéllos. O cantantes cuyos hijos también viven de componer canciones. Aquí, incluso cuando alguien es escultor o conductor de coches, parece que sus hijos tienen que seguir su misma estela. Curioso. Y decimos curioso porque ese mismo compromiso por continuar la labor paterna no se da cuando el padre es fresador, tornero, alicatador o buzoneador. Curioso, repetimos.

Como también es singular que la tradición sea la responsable de que ninguna empresa se haya atrevido a abrir un bufé libre en el País Vasco. Esas marquesinas tan populares en zonas costeras con el sugerente eslogan «Coma tanto como pueda», retando al comensal a repetir tantas veces como le apetezca, nunca se han visto en las calles vascas. ¿Por qué? Porque bastaría un solo vasco para llevar a la quiebra al restaurante y a toda la empresa que lo
franquició
. Por eso, siempre que se retransmite por televisión un concurso de comer perritos calientes, las imágenes son de California o de cualquier otro lugar lo más alejado posible de los vascos.

De hecho, cuando los vascos salen de vacaciones son el terror de los «todo incluido». Un matrimonio vasco en un hotel con bufé libre es más temido que dos árabes sacándose el título de piloto. Por eso se nos tiene miedo en Levante. En cuanto una pareja de vascos se registra en la recepción del hotel y la recepcionista detecta más de dos apellidos acabados en
etxea
, no duda en avisar al comedor para que congelen el rodaballo y saquen durante toda la semana los fritos y las tortillas.

Porque levantar un pedrolo será una tradición, pero también lo es comer hasta reventar. De ahí que se pueda distinguir con claridad, y sin temor a equivocarse, si un botiquín es vasco o del resto del mundo. El botiquín internacional incluirá esparadrapo, Mercromina y algodón. El vasco, para casos de urgencia, lleva Álmax, bicarbonato y antihemorroides.

Dichos, costumbres y tipos tradicionales
E
N EL
P
AÍS
V
ASCO SE VIVE COMO EN NINGÚN OTRO SITIO

Con frecuencia se escucha que en el País Vasco es donde mejor se vive. Por su clima. Por su gastronomía. Por todo eso. En cambio, el vasco viaja alrededor del mundo en cuanto tiene ocasión, ahí están Juan Sebastián Elcano y De la Quadra Salcedo. Viaja como el que más, y cuanto más lejos mejor (incluso hasta Salou o Marina d’Or). Y no lo hace para conocer sitios exóticos, sino para que cuando vuelva al País Vasco pueda afirmar con mayor contundencia aquello de que «en el norte vivimos como en ningún sitio». La relación es directamente proporcional: cuantos más lugares diferentes haya conocido un vasco, tanto más pecho sacará en una cena para soltar: «Como en casa en ningún sitio, te lo digo yo». Esta actitud caracteriza al vasco frente a la postura de otros ciudadanos, aquellos que salen al exterior para decir aquello de «Se está como en casa». Pues han de saber que incluso ellos fueron vascos, en su infancia fueron vascos y hubo una época durante la que se comportaban como si no hubiera ningún lugar comparable a su casa. Fíjense en los juegos infantiles, al escondite vence quien vuelve a casa. O el objetivo del parchís, juego vasco donde los haya, que consiste en llevar todas las fichas hasta su casa comiendo todo lo que se pueda por el camino.

En casa, como en ningún sitio. Que se lo digan a ET, posiblemente el personaje vasco más popular en las taquillas internacionales. Qué bien supo mostrar Steven Spielberg la agonía que supone para el vasco estar fuera de su tierra. ¿Qué hubiera sido de esa película en manos de un Julio Medem? Nunca lo sabremos.

Al vasco le pasa con su tierra lo que al resto de la humanidad con su novia: cuando ve una que no es la suya, no puede evitar comparar para saber cuál es mejor. Incluso a la hora de comprar una casa en Vitoria, Bilbao o San Sebastián, si el vasco descubre que el precio de la vivienda en Euskadi es el segundo más caro de toda la Península, le hace ilusión pagarlo: «Normal. ¡Si es que en el País Vasco se vive como en ningún sitio!».

Está tan arraigada esta idea que no sólo insisten en ella los vascos, sino también mucha gente de fuera, especialmente los que nunca han visitado el País Vasco: «¡Allí sí que se vive bien!». Muestra memorable de esta afirmación fue aquella emisión del
Un, dos, tres
en la que dos concursantes de Orihuela, que no conocían el País Vasco, llegaron hasta el escaparate final y, tras librarse en el último momento de la calabaza Ruperta, pidieron a Mayra Gómez Kemp que leyera la tarjetita con su regalo:

—¡Os ha correspondido… este maravilloso apartamento en Torremolinos! ¡Un lujoso apartamento en primera línea de playa con todas las comodidades!

Todo el público aplaudía a rabiar, excepto los dos concursantes, que se miraban con cara de circunstancias hasta que Antonio replicó:

—Mayra, un momento, ¿has dicho Torremolinos?

—Sí. ¡Este lujoso apartamento en Torremolinos en primera…!

—Espera, espera… ¿Y no nos lo podrías cambiar por un piso en San Sebastián?

—¿Cómo?

—Sí, es que en el norte es donde mejor se vive… ya sabes. Bueno, y quien dice San Sebastián dice Zarautz, Lekeitio, Markina… Anda, pregúntaselo a Chicho, que seguro que lo entiende.

—Pues no, pues no se puede. ¡A Torremolinos!

—Entonces nos quedamos con la calabaza, que por lo menos ella igual es de Tolosa, que salen muy buenas.

Y es que no hace falta ser de aquí para asegurar que no hay otro lugar mejor que éste para vivir. Pasa como con los dinosaurios, nadie ha visto uno pero todos sabemos cómo son. Con el norte igual, a todos les suena que aquí se vive mejor. ¿Por qué? Es un recuerdo de la infancia, les viene de cuando eran niños, sí, porque recuerden que todos hemos nacido vascos. Obviamente, el hecho de que hasta aquellos que nunca han estado en el País Vasco sepan que se vive bien confirma la teoría que da título a este libro.

Entonces, si es tan cierto como parece que en el País Vasco se vive como en ninguna parte, que la calidad de vida del norte es envidiable, ¿por qué siempre que sale en el telediario la persona más vieja del mundo vive en un pueblo de Mallorca o en una aldea de Japón? Poco que ver con lo vasco en ambos casos (al menos a los japoneses les encanta cantar, de ahí el karaoke). Si aquí se vive como en ningún sitio, ¿por qué no se vive más que en cualquier otro? La respuesta es sencilla: el vasco, a partir de los cien años, ya no tiene ganas de andar llamando a la comisión de los récords Guinness. Le da pereza echar mano del teléfono para hablar con esa gente que nadie sabe exactamente de qué país es. Total, para que le manden un delegado sueco y le tenga que enseñar el libro de familia. No, definitivamente eso no va con el carácter de la tierra. Así se explica que aquí haya abuelos de más de doscientos años que no han salido nunca en la última página del periódico. De hecho, se conoce el caso de un abuelo de Amoroto que va a cumplir los doscientos cincuenta años y al que todavía no le ha salido la barba.

¿
P
OR QUÉ EN EL
P
AÍS
V
ASCO LAS ESQUELAS LLEVAN FOTO?

Una de las tradiciones que más llama la atención al visitante primerizo es la costumbre de acompañar las esquelas con una foto de carné del difunto. La primera impresión que suele tener el visitante es que resulta tétrico y hasta tenebroso ver el rostro de alguien que ya no está entre nosotros. Nada más lejos de la realidad.

En primer lugar, la foto elegida no es una fotografía cualquiera. Los familiares se encargan de enviar a la redacción del periódico un retrato claramente favorecedor. Ha habido casos de gente con la mili hecha en cuya esquela salía una estampa de su Primera Comunión. O señoras que nunca acertaron con el empleo de la laca aparecen peinadas para una boda. El caso es que podemos afirmar que nunca un vasco es tan fotogénico como en el día que aparece la foto en su esquela. Y ojo, que eso no lo pueden decir en Astorga.

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