Read Todos nacemos vascos Online

Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Diego San José,Kike Díaz de Rada

Tags: #Humor

Todos nacemos vascos (8 page)

BOOK: Todos nacemos vascos
10.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Hay que agradecerle al vasco grandes inventos que han mejorado la calidad de vida de la humanidad. Uno de los primeros y de los más aceptados por el resto de habitantes es la masturbación, ya saben, la posibilidad de darse placer uno mismo. Momento inolvidable en la vida de cualquier vasco es el día en que descubre que tiene toda una Playstation entre las piernas con la que podrá jugar el resto de sus días. Además, no tiene cables, no hace falta leerse un manual para comprender su mecanismo y no se queda desfasada según pasan los años. Bueno, digamos que lo del desfase es discutible…

Otro descubrimiento, menos importante que el onanismo, es el dominio del fuego, la posibilidad de encenderlo sin tener que esperar a que caiga un rayo al lado de la cueva. ¿Por qué decimos que el descubrimiento del fuego es menos importante que el de la masturbación? Muy sencillo, párese a pensar cuántas hogueras ha encendido usted y cuántas pajas se ha hecho. Pues ya está.

Lo que nadie sabe es que tanto el fuego como la masturbación se inventaron el mismo día en la zona conocida como Atapuerca.

A
TAPUERCA, HACE UN MILLÓN DE AÑOS

Un vasco de mediana edad, concretamente un
homo antecesor
, descansaba en su cueva después de una dura jornada de caza sin éxito. «Otra vez a cenar sopas de sobre», pensaba. Seguramente habría estado horas y horas persiguiendo a una potra salvaje y, al final, el olor le habría delatado.

Nuestro hombre vasco y prehistórico reposaba en la gruta cuando descubrió un palo entre sus piernas. El aburrimiento y el frío empujaron a nuestro antecesor a agarrar el palo con las dos manos y a empezar a girarlo hacia un lado y hacia otro. Al principio no pasaba nada pero, poco a poco, la fricción empezó a producir calor. Un calor que iba en aumento y anunciaba algo bueno.

Es muy probable que nuestro
homo antecesor
se pasara horas y horas jugando con el palo, hasta que decidió imprimir más ritmo al movimiento giratorio y generar así la primera chispa de la vida, mucho antes que la de la Coca-Cola. El «hombre-mano» (no sabemos por qué ahora se le llama «hombre-mono») llamó a otros cazadores y les contó lo sucedido, utilizando un palito de madera. Repitió la acción con la pequeña rama y el resultado fue otra chispa, esta vez de fuego, que hizo prender unas hierbas secas en la cueva. Gracias a esas pajas, se había descubierto la manera de prender fuego.

Desde aquel día providencial, el sexo y el fuego van de la mano. Por eso, y no por otra cosa, nos referimos a un buen amante como un amante «fogoso», al estado de excitación como «estar caliente», a las personas apasionadas como «ardientes», y a los que están hartos de hacer el amor siempre con su pareja decimos que están «más quemados que la moto de un
hippie
».

Inconscientemente, todos nosotros, como descendientes de aquel
homo antecesor
que, de alguna manera, sigue presente en algún recoveco de nuestros genes, hemos heredado su invención, y aún hoy nos cuesta diferenciar el sexo del fuego. Por eso, cuando en una discoteca nos gusta alguien y queremos pedirle que se vaya a la cama con nosotros, preguntamos: «¿Tienes fuego?». Ahora ya saben por qué, cosas de Atapuerca. Los de Altamira son más de: «¿Estudias o trabajas?».

El bigote en el fútbol

¿Cuántos futbolistas de la Liga española tienen bigote actualmente? Ninguno. Más bien, todo lo contrario. A lo sumo, perillas recortadas con escuadra y cartabón o flequillos acomodados con fijador. Éste es un signo inconfundible de cómo han cambiado los tiempos en el balompié.

Aquellas Ligas en las que la eficacia de un defensa se medía por el espesor de su mostacho han pasado a mejor vida. ¡Qué tiempos aquellos donde reinaban los zagas con bigote y, entre ellos, los más respetados eran los defensas vascos! ¡Cuánta obediencia infundieron en su día los bigotes de Larrañaga, Olaizola, Idígoras o Zamora! Es más, si recordamos los numerosos bigotes que había en un mismo equipo y lo cortos que eran los pantalones antaño, más que el Athletic de Bilbao o la Real Sociedad, los equipos vascos de fútbol parecían el combinado nacional de Emiratos Árabes.

El ariete Satrústegui, de la Real Sociedad, demostró que el mostacho futbolero no era exclusividad de los defensas, sino que lucir un bigote prominente también acojonaba a los porteros a la hora de disparar a meta. En la primera mitad de la década de los ochenta, tras cuatro temporadas seguidas con títulos de Liga repartidos entre la Real Sociedad y el Athletic, llegó un momento en que el resto de equipos se dio cuenta de que la única manera de contrarrestar el poderío de los equipos vascos era con otros bigotes del mismo espesor. Así surgieron de la nada jugadores como Caldera, Carmelo o Abadía, que no eran ni defensas ni carrileros, sino señores con bigote. Y es que los vascos hicieron del mostacho algo vital en la alineación.

Antes se jugaba al fútbol con tres bigotes en la alineación. Ahora se juega con tres extranjeros. Lo que impera actualmente es la Ley Bosman, cuando lo que hace falta es volver a la Ley Constantino Romero que tantos éxitos le dio a la afición vasca. Ahora, para reforzar la defensa, se somete a los futbolistas a un duro programa de entrenamiento que fortalece su físico y mejora su resistencia. Antes, bastaba con que el entrenador se acercara al defensa central y le dijera: «Oye, nos hace falta una defensa más férrea. El domingo déjate bigote».

Y es que por más que insistan en que al fútbol le vino mal la llegada de los jugadores comunitarios, todos sabemos que lo que realmente le hizo daño fue la Gillette de tres hojas con doble apurado.

Un virus que anda por ahí

De todos es conocida la afición del vasco por los grandes retos y las hazañas. Nuestra historia está plagada de conquistadores, guerreros, santos, trovadores, alpinistas, cocineros, deportistas y periodistas que han llegado a donde otros no han podido. Pero hay una conquista que se le resiste al vasco: el Premio Nobel. Se conocen pocos casos de vascos galardonados con tan preciado reconocimiento. Para ser más exactos, ninguno.

Son muchas las teorías que intentan explicar por qué los vascos, que se han visto atraídos por alcanzar cimas de ocho mil metros, no han sido seducidos por la posibilidad de ganar un Nobel. ¿Será porque la ceremonia de entrega del galardón es tan solemne que no acaba con una opípara cena para cien comensales? No, la opinión generalizada es que el vasco ha pasado tantas décadas entregado al esfuerzo físico y a su espíritu cooperativista, que no ha tenido tiempo de contribuir con demasiados hallazgos al mundo de la ciencia. No ha investigado, no ha descubierto nada, y la comisión del Nobel no ve en los vascos demasiado avance digno de ser premiado.

Preocupados por este hecho, hace años se reunieron las cuatro personas más influyentes del País Vasco (Ibarretxe, Atxaga, Perurena y Arguiñano) para poner solución a este desajuste. Después de varias cenas, llegaron a la conclusión de que había una gran laguna en el terreno de la investigación científica. ¿Cómo se podían explicar a los vascos las nuevas enfermedades que aparecen cada año sin tener el conocimiento científico suficiente? La solución se llamó «un virus que anda por ahí», y tuvo un éxito clamoroso.

La medida fue aceptada y puesta en marcha por todos los vascos y, desde entonces, cada vez que alguien tiene síntomas de una enfermedad, no es necesario hacerse radiografías ni análisis de sangre. El diagnóstico es siempre el mismo: «Eso es un virus que anda por ahí». Y además no hace falta ir al médico a que te lo diga, no, en la propia oficina lo detectan los compañeros. Veamos algunos supuestos prácticos de gran utilidad:

—¿Dolor de cabeza y malestar general? Eso es un virus que anda por ahí.

—¿Náuseas y vómitos repentinos? Eso es un virus que anda por ahí.

—¿El ordenador no arranca y aparece un mensaje en inglés que dice
«I love you»
? Eso es un virus que anda por ahí.

—¿Rotura de ligamento cruzado y fractura de la cadera? ¡No, a ver, eso no puede haberlo hecho un virus! ¡Eso han sido por lo menos dos!

Además, el diagnóstico siempre va acompañado de una referencia que ayuda a sobrellevar el mal del tipo: «Mi cuñado también lo tuvo». Ese «virus que anda por ahí» siempre tiene la misma previsión: «Nada, dos días malos y al tercero ya estás como Dios». ¿Tratamiento? Se suele repetir el mismo: «Comer ligerito y beber mucha agua».

Con este descubrimiento que ha hecho que la sociedad vasca se automedique como ninguna, el Premio Nobel estará a punto de caer, no tenemos ninguna duda. Uno para cada vasco. Lo que no sabemos es si será el Nobel de Medicina o el de Economía, ojo.

El baile «a lo suelto»

El baile se ha usado toda la vida para buscar el roce. Si no es con fines golosos, ¿qué sentido tiene menear la cadera en público? ¿Qué le mueve a un cajero de banca a seguir el compás de una canción con todo su cuerpo? Obviamente, el tener entre sus brazos a una mujer. Pues no, el cajero de banca será extremeño, porque en el País Vasco no es así.

El vasco, cortado como él solo, se sacó de la manga un invento sin sentido ninguno: bailar «a lo suelto». Así evitaba el contacto directo con la mujer, trance para el que no se considera suficientemente preparado hasta que cumple los cuarenta años. No hace falta recordar en estas páginas aquel año en el que la
Lambada
fue la canción del verano. Miles de vascos abandonaron sus posesiones y huyeron a Francia con lo puesto, a la espera de que la calma se restableciera. Y eso por no citar la ola de suicidios que produjo el verano que nos dio
La sopa de caracol
y su roce ya no en pareja, sino en fila india haciendo la conga con el resto del pueblo. Cayeron vascos como palomas.

En los bailes tradicionales vascos es imposible ver un abrazo, ni siquiera un amago de carantoña. Las manos están siempre ocupadas con palos, espadas, cintas o arcos florales. Del defecto hemos hecho virtud, y se organizan campeonatos de baile «a lo suelto», algo impensable en cualquier otra latitud. De ahí la expresión «estás más perdido que un vasco en un salsódromo».

Y llegados a este punto, ya lo podemos decir de una vez por todas. ¡Cuánto daño le ha hecho Sergio Dalma al País Vasco! ¿Qué es eso de explicar que «bailar pegados es bailar»? ¿Acaso alguien le ha explicado a él lo que es un peinado? «Bailar de lejos no es bailar, es como estar bailando solo. Tú bailando en tu volcán, y a dos metros de ti, bailando yo en el Polo». ¿A dos metros, dice? ¡Cómo se nota que Sergio Dalma no se documentó en las fiestas patronales de Gernika antes de escribir la canción! ¿Dos metros? Eso mide Gasol. En Gernika, la gente puede llegar bailar «a lo suelto» desde otro barrio, por favor.

Algunos le tienen miedo a los murciélagos, otros a la oscuridad, incluso los hay que le tienen pánico a los mimos, pero los vascos le tienen pavor a una estrofa de esta canción que dice así: «Abrazadísimos los dos, acariciándonos, sintiéndonos la piel». Hay muchas esperanzas puestas en Internet, que si permite a dos personas conversar por videoconferencia, qué no podrá hacer con los bailes.

Hay un dato que poquísima gente conoce: la elección de este tema como representación española en el Festival de Eurovisión hizo que el voto independentista subiera en las elecciones de aquel año.

En el País Vasco, los mayores son los únicos que pierden la vergüenza a bailar pegados antes que la memoria. Tan pronto como empieza a tocar la orquesta, son los primeros que salen de la mano a bailar en pareja. Aún nadie ha podido explicarlo ni entender por qué lo hacen. Y no sólo es eso, porque llegados a este punto resulta inevitable citar los cuatro misterios sin resolver relacionados con el abuelo vasco, los llamados «encuentros en la tercera edad». Al ya citado «¿por qué a partir de los 65 años les da por bailar pegados todo el santo día en el hogar del jubilado?», se le unen otros tres enigmas fundamentales. ¿Por qué a la gente mayor le crece la ropa interior? ¿Por qué los abuelos tienen las rodillas tan grandes? Y no por último menos enigmático, ¿por qué a ningún abuelo le gustan los espaguetis?

El «a lo tonto, a lo tonto»

El vasco ahorra en hablar a lo largo de su vida todo lo que derrocha en colesterol. Es más, si se pudiera usar toda la saliva que el vasco no gasta en palabras se llenarían catorce pantanos de Monforte y se acabaría con el problema del trasvase. Igual que se acabó en su día con el problema de las explicaciones.

Sí, los vascos inventamos la expresión «a lo tonto, a lo tonto» para no tener que entrar en detalles y que las conversaciones vayan siempre directas al grano, sin pormenores, sin hablar por hablar. Veamos la revolución que supuso para el vasco la invención del «a lo tonto, a lo tonto». A continuación, observemos la explicación que tenía que dar un vasco en aquellos tiempos en que no se había inventado aún el «a lo tonto, a lo tonto»:

«Ayer salí a tomar un vino y me encontré en el bar con Patxi, el que fue compañero mío del instituto hace años, así que fuimos a cenar al bar de su cuñado, que está en la calle Aldapa —ya sabes, donde el asador al que hemos ido algunos domingos—, y nos pusimos morados a base de chuleta y queso con membrillo. Muy rico todo. Pero nada como el purito que nos encendimos luego para tomarnos el último pacharán en la tasca del tío Antonio, de donde ya me volví a casa cuando me dieron las tres».

Ahora veamos cómo resume su noche del día anterior un vasco de hoy en día:

«Ayer salí a tomar un vino y, a lo tonto, a lo tonto, me dieron las tres».

Así es, ni más ni menos. ¿Qué habría pasado si el
Quijote
, en vez de escribirlo Cervantes, hubiera pasado por la pluma de Bernardo Atxaga o de cualquier otro escritor vasco? Pues que se habría quedado más o menos como sigue:

«En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero que, a lo tonto, a lo tonto, se compró un caballo y se enrolló con Dulcinea. Y algo con unos molinos también».

Y pensar que en la versión original se necesitaban más de mil páginas para contar lo mismo… Puede parecer una tontería, pero el «a lo tonto, a lo tonto» requiere mucha destreza para saber usarlo. No todo el mundo sabe hacerlo; usted y yo sí, claro, vale, pero porque somos vascos. A pesar de su aparente sencillez, algunas zonas con ganas de hablar menos han intentado importar el «a lo tonto, a lo tonto», y aún no lo manejan con la pericia del vasco. Veamos un ejemplo de uso incorrecto:

BOOK: Todos nacemos vascos
10.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Pardon by James Grippando
Dead In The Morning by Margaret Yorke
The Spur of the Platypus by Jackie Nacht
A New World: Return by John O'Brien
Room Upstairs by Monica Dickens
Open Pit by Marguerite Pigeon
La lanza sagrada by Craig Smith