Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Como quieran. Pero no tendrán más suerte en ningún otro sitio —replicó el encargado.
—¿Y a qué es debido eso? —preguntó Luke.
—Tengo un supervisor y tres mecánicos que han decidido que éste sería un buen momento para irse de vacaciones con la familia. La mayoría de talleres andan todavía más escasos de personal que el mío —dijo el encargado—. Y veintiocho de mis clientes habituales me han llamado para decirme que querían adelantar la revisión anual o hacer reparaciones que habían estado dejando para otro momento. Si no estuviera manteniendo un hangar abierto para atender las urgencias y a los turistas, tendrían que esperar una semana.
—Li, querido... Leí un artículo sobre esta clase de estafa en Turismo espacial —intervino Akanah—. Los astilleros y servicios de reparaciones reciben comisiones de los hoteles para que mantengan retenidos a los viajeros durante el mayor tiempo posible.
Luke percibió el repentino destello de irritación que acababa de aparecer en los ojos del encargado, e intentó tranquilizar a Akanah dándole unas palmaditas en la mano.
—Vamos, vamos, querida... No insultemos a este caballero meramente porque nuestros planes acaban de verse trastornados —dijo—. ¿Y por qué tiene tanto trabajo? —preguntó, volviéndose nuevamente hacia el encargado.
—Por la guerra, naturalmente —dijo el encargado.
Akanah entrecerró los ojos.
—¿La guerra? ¿De qué está hablando?
—¿Es que no escuchan nunca los informativos de las redes? La Nueva República y la Liga de Duskhan llevan meses intercambiando gruñidos y fintas.
Akanah se volvió hacia Luke.
—¿Lo sabías?
—Oí algunos rumores en Talos —dijo Luke—. No quería que te preocuparas, y además por aquel entonces sólo eran rumores. Si algunas personas están empezando a huir hacia el otro extremo de la galaxia... Bueno, supongo que eso quiere decir que ahora hay algo más que rumores.
—El Cúmulo de Koornacht se encuentra tan cerca de aquí que de noche puedes ver cómo brilla en el cielo —dijo el encargado—. Saber que hay mil navíos de combate preparados para entrar en acción en algún lugar por encima de sus cabezas pone muy nerviosa a la gente.
—¿Mil navíos de combate? —murmuró Akanah, visiblemente impresionada.
—Eso es lo que están diciendo. —El encargado se encogió de hombros—. Bueno, por lo menos eso es lo que dicen algunos porque el caso es que siempre estás oyendo un montón de historias distintas. Y volviendo a su problema, ¿qué es lo que van a hacer?
—Dejaremos nuestra nave en su hangar —dijo Luke, empujando la tarjeta de registro por encima del mostrador—. Pero ¿podría decirme cuánto tardarán en repararla una vez que hayan empezado a trabajar en ella? ¿Disponen de un suministrador de repuestos?
—¿Para una Aventurera Verpine? —preguntó el encargado, bajando la vista hacia su cuaderno de datos—. Oh, claro. Si quiero encontrar repuestos para ese modelo, me basta con ir a nuestro almacén. Llámenos dentro de tres días.
Que el encargado aceptara con tanta calma la inminente llegada de la guerra había hecho todavía más intensa la gélida mordedura del escalofrío de temor que se adueñó de Akanah en cuanto se enteró de las noticias. «Es demasiado pronto... Luke no está preparado para esto —pensó desesperadamente mientras salía del servicio de reparaciones detrás de él—. Le estoy llevando precisamente al sitio al que no quiero que vaya..., directamente al corazón de la tentación. Luke sigue tratando de dirigir el curso de la Corriente. No está preparado para ver luchar a otros sin alzar la mano....»
—No podemos quedarnos aquí —dijo Akanah en un susurro lleno de preocupación cuando hubieron salido del local—. Este sitio no es seguro... No sé de qué se trata exactamente, pero es como si estuviéramos rodeados de sombras.
—No veo que haya muchas alternativas —dijo Luke, echando a andar hacia la calzada móvil que iba en dirección norte—. Si quieres viajar por el hiperespacio tienes que estar en condiciones de decirle al hiperimpulsor hacia qué coordenadas ha de saltar, y en estos momentos el hiperimpulsor del
Babosa del Fango
es incapaz de recibir ese tipo de instrucciones.
—Sí, ya lo he entendido —dijo Akanah, agarrándose a su brazo—. Pero tal vez tengamos que pasar una semana o más tiempo aquí. ¿No hay nada más que podamos hacer? ¿No podrías comprarle los repuestos y reparar la avería tú mismo?
—¿Es que no has oído lo que nos dijo? Nos dirigimos hacia una zona de guerra —dijo Luke, deteniéndose—. A juzgar por lo poco que sabemos sobre lo que está ocurriendo, J't'p'tan puede haberse convertido en uno de los campos de batalla. Dadas las circunstancias, ¿no te parece que sería buena idea poder contar con nuestro hiperimpulsor?
Akanah estaba haciendo desesperados intentos para encontrar un miedo que fuera capaz de impresionar a Luke.
—Si pasamos demasiado tiempo aquí, podemos estar seguros de que uno o más agentes imperiales acabarán encontrándonos —dijo—. No podemos permitir que eso ocurra, Luke. Ni siquiera podemos permitir que nos sigan.
—Gracias a tus trucos, ahora ni siquiera la Nueva República puede localizarnos —replicó Luke—. Oye, lo único que tenemos que hacer es encontrar un lugar tranquilo donde alojarnos y jugar a los turistas durante unos cuantos días. Además, quiero averiguar todo lo posible sobre lo que nos espera..., y quizá necesite un poco de tiempo para separar las verdades de los rumores.
—¿Realmente crees que es tan importante saber con qué vamos a encontrarnos? —preguntó la joven—. ¿Serías capaz de pensar en volverte atrás? Tu madre, mi madre... Estamos muy cerca de ellas.
—¿Con el
Babosa del Fango
en su estado actual? —replicó Luke—. Ni lo sueñes, Akanah; antes tenemos que conseguir que pueda andar sin muletas.
—Pues entonces tenemos que conseguir otra nave.
Luke soltó un bufido.
—¿Cómo? —preguntó después.
Akanah le miró fijamente, visiblemente sorprendida.
—¿No te parece que con nuestros talentos combinados podríamos adueñarnos de cualquiera de las naves que hay en este puerto?
—Ni se te ocurra pensar en ello —replicó secamente Luke. Miró a su alrededor para ver si alguien había podido oírla y después la agarró por el codo, tiró de ella y la llevó, casi a rastras, desde la entrada del servicio de mantenimiento y reparaciones hasta la calzada móvil—. Sí, probablemente podríamos hacerlo —siguió diciendo en un susurro cargado de tensión mientras la superficie móvil empezaba a llevarlos hacia el norte—. Pero no sin despertar justo el tipo de interés que no nos conviene. ¿Realmente quieres que una patrullera utharisiana nos siga hasta J't'p'tan? ¿Quieres que todas las naves inscritas en el registro de licencias de la Nueva República sean puestas en estado de alerta para que empiecen a buscarnos?
—Puedo encontrar donde escondernos.
—Ya estamos escondidos. Ahora lo único que tenemos que hacer es esperar. Has conseguido llegar hasta aquí sabiendo tener paciencia y esperando el momento adecuado, ¿no? Bien, pues éste es el momento menos adecuado para sucumbir a la impaciencia.
—Pero es que ahora un retraso puede ser fatal —dijo Akanah, que seguía buscando algún resorte emocional que le permitiera ejercer presión sobre Luke—. Cuanto más oscuras son las nubes, más importante es que nos movamos con rapidez.
—La guerra ya ha empezado —replicó Luke con expresión sombría—. Los yevethanos atacaron más de una docena de mundos poco después de que saliéramos de Coruscant. No podemos llegar antes que la tormenta, Akanah, y lo único que podemos hacer es esperar que no afecte a J't'p'tan.
—No es el Círculo quien corre peligro, Luke —insistió Akanah—. El peligro que nos amenaza es el de perder el contacto con ellos. Si el caos se adueña de la Corriente ningún adepto podrá usar sus conocimientos, y cuando la Corriente transporta tanto dolor seguir conectado a ella resulta tan difícil como desagradable. No temo por el Círculo, porque sé que el Círculo es fuerte. Lo que temo es que ya puedan haberse ido de J't'p'tan. Y cualquier señal que puedan haber dejado para guiarme podría ser destruida tan fácilmente como fue destruida la casa de Norika en Griann...
—Puedo pedir otro informe de seguimiento sobre el
Estrella de la Mañana
para averiguar adonde fue después de haber estado en Vulvarch. Eso debería decirnos algo sobre los planes del Círculo.
—¿Y a bordo de qué vamos a seguir su pista? ¿A bordo del
Babosa del Fango
, quizá? Tenías razón, Luke. No podemos confiar en nuestra nave. Deberíamos tener una nave más rápida y fiable..., y quizá necesitemos espacio para más pasajeros. Por favor, Luke... Tenemos que salir de aquí ahora mismo.
—No voy a ayudarte a robar una nave estelar, Akanah.
Akanah ya había comprendido su error incluso antes de que Luke hablara.
Compartían una meta, pero Luke seguía respetando ciertos límites en lo concerniente a los métodos que se permitiría emplear para perseguir esa meta. Akanah había invertido cuanto tenía en aquella empresa, mientras que Luke tenía una vida a la que regresar si la búsqueda terminaba en un fracaso..., y un momento de nervioso egoísmo había hecho que Akanah olvidara la existencia de aquella diferencia que se interponía entre ellos.
—Tienes razón... Oh, sí, tienes razón. No entiendo qué me ha pasado. Es sólo que estar tan cerca después de tanto tiempo resulta muy difícil de soportar —dijo Akanah, apresurándose a tapar la grieta que acababa de abrirse en su fachada—. Si no los encontramos...
—Los encontraremos —dijo Luke.
—Quiero creerlo con todo mi corazón, y al mismo tiempo no me atrevo a creerlo porque no sé si podré soportar otra decepción —dijo Akanah. Las lágrimas que brillaban en las comisuras de sus ojos eran reales—. Perdóname. No creas que te tengo por un ladrón...
—Lo sé —dijo Luke—. Está olvidado.
Akanah le dirigió una sonrisa llena de gratitud y permitió que la rodeara con el brazo.
—Si debemos quedarnos aquí durante un tiempo, entonces por lo menos alejémonos de Taldaak —le apremió después, poniendo fin a un corto silencio—. Busquemos algún sitio donde podamos estar alejados de todos estos ojos. Utilizaré ese tiempo para seguir enseñándote nuestras disciplinas.
—Eso tendrá que esperar, Akanah —dijo Luke—. Antes hay cosas más importantes que hacer. Quiero volver a la nave y solicitar algunos informes, y después echaré un vistazo a los bancos de datos locales. Te repito que quiero saber todo lo posible sobre con qué podemos encontrarnos en el Cúmulo de Koornacht..., y también quiero saber todo lo posible sobre la amenaza a la que se está enfrentando nuestra gente.
Aquello era lo último que deseaba Akanah. De todos los impulsos capaces de dirigir la mano de Luke hacia su espada de luz, el poder de su lealtad hacia su hermana era el que resultaba más temible para la joven. Llena de frustración, Akanah se apartó de él y fue hacia el lado opuesto de la calzada móvil.
—¿Qué pasa? —preguntó Luke, muy sorprendido—. ¿Qué te ocurre?
Akanah percibió su confusión y su incertidumbre, y dirigió sus palabras hacia ese blanco.
—Me estaba preguntando si quizá no habremos llegado tan lejos como podíamos hacerlo estando juntos —dijo—. Quizá cometí un error al hacer que formaras parte de todo esto. Si no tienes la confianza o la capacidad de comprometerte...
—Akanah...
—He de pensar en qué debo hacer a partir de ahora —dijo la joven, y salió de la calzada móvil con un movimiento lleno de fluida agilidad.
Luke giró sobre sus talones pero no la siguió, y permitió que la calzada móvil siguiera llevándolo hacia el puerto. Sus miradas se encontraron durante un momento, y después la joven le dio la espalda.
Akanah, que había cerrado los ojos, estudió el flujo de la Corriente que avanzaba a través de Luke y a su alrededor y leyó sus meandros y circunvoluciones. Había exasperación, desde luego, pero también vio una nueva y todavía no muy definida preocupación. «Excelente —pensó—. Hazte preguntas sobre mí. Preocúpate pensando que puedo decidir robar una nave por mi cuenta y dejarte abandonado aquí. Entonces quizá no pensarás tanto en las guerras de otras personas o en tomar parte en ellas. Tu sitio está a mi lado, Luke Skywalker... Todavía tengo muchas lecciones que enseñarte.»
Han había perdido la noción del tiempo. La potente iluminación constante de la celda yevethana eliminaba el ciclo del día y de la noche, y tampoco había comidas regulares que pudieran servir para marcar los intervalos.
Han dormitó, hizo ejercicio, caminó de un lado a otro, jugó interminables partidas de solitario de las rocas sobre el suelo lleno de polvo y volvió a dormitar. Tenía la boca reseca, y su cabeza y su estómago vacío habían sido invadidos por dolores continuos tan agudos que resultaba sencillamente imposible ignorarlos.
Al comienzo Barth también tomó parte en lo que Han había decidido llamar el campeonato planetario del solitario de las rocas a dos manos, pero el paso del tiempo había hecho que los dos acabaran estando demasiado tensos para los juegos competitivos. Habían agotado sus repertorios de chistes subidos de tono en otra competición de la que Barth había acabado emergiendo como el vencedor indiscutible tanto en lo referente a la variedad como en la forma de contarlos. Como venganza, Han le había enseñado las sesenta y ocho estrofas de una canción que mantuvo sus cerebros muy ocupados cantando durante un buen rato después de que sus voces hubieran dejado de hacerlo.
Han ya llevaba algún tiempo dirigiendo largos discursos al techo y a sus carceleros invisibles. Había adornado sus monólogos con insultos crecientemente salvajes, esperando así provocar una respuesta —cualquier clase de respuesta— que hiciera abrirse la puerta de la celda y les proporcionara una oportunidad de hacer algo para mejorar sus circunstancias actuales. Cuando se le acabaron las palabras, ejercitó su mente repasando posibles maneras de dejar sin conocimiento hasta a un máximo de cinco guardias yevethanos.
Pero lo único que había conseguido era que tanto él como Barth acabaran hartándose de oírle hablar todo el rato. Cuando la puerta de la celda se abrió por fin, los dos estaban tan debilitados por el hambre y la deshidratación que apenas podían mantenerse en pie.
Uno de los tres guardias yevethanos señaló el uniforme de Han con una mano y le arrojó un holgado par de pantalones blancos.
—Vestirás lo que te hemos dado —ordenó, y arrojó a Barth otro par de aquellos pantalones que parecían formar parte de un pijama.