Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
A pesar de la importancia de su puesto, el coronel Gavin era una presencia familiar en las cubiertas de vuelo y los hangares de atraque de la flota.
Afable y tranquilo, no le importaba confesar que se sentía más cómodo recorriendo el territorio de los pilotos que estando sentado detrás de su escritorio u ocupando un sillón en la mesa de reuniones de Ábaht. Gavin odiaba trabajar basándose únicamente en los informes, y nunca juzgaba o ascendía a un piloto o suboficial hasta haber llevado a cabo una evaluación personal sustentada sobre el conocimiento directo.
Los pilotos, a su vez, consideraban que Gavin era uno de los suyos y sabían que siempre sería justo con ellos. Eran conscientes de que Gavin sabía qué sentías cuando estabas sentado en la carlinga de un caza que giraba locamente por el espacio, con los cañones al rojo vivo y el atronar de los motores del enemigo resonando detrás de ti. Normalmente Gavin sólo llevaba el galón de campaña del «sol nuevo» que se había ganado pilotando un ala-B en la batalla de Endor, pero su historial de servicio le daba derecho a llevar puestas la mayoría de las condecoraciones de combate creadas y conferidas por la Alianza y la Nueva República.
El caos administrativo había llegado pisándole los talones a las cinco fuerzas expedicionarias sacadas de otras flotas. Gavin había tenido que suspender su rutina de visitas informales, y se había visto obligado a reducir sus citas al mínimo para no quedar desbordado por la incesante sucesión de informes y reuniones. Llevaba cinco años formando parte de la élite de oficiales superiores de la flota, y desde su ascenso nunca había estado tan cerca de cerrar su puerta al mundo.
No hicieron falta muchos días para que el aire de su despacho se fuese enrareciendo hasta que la presión quedó reducida a una miserable media atmósfera y los mamparos se encogieran hasta adquirir las dimensiones de una celda del bloque de detención. Pero cuando Gavin no pudo aguantarlo por más tiempo y decidió rebelarse y empezar a tramar una escapada temporal, la Quinta Flota ya se había convertido en un conjunto de fuerzas expedicionarias dotadas del doble de los efectivos habituales y se había dispersado por la periferia del Cúmulo de Koornacht, llevándose a la mayoría de los recién llegados a lugares donde resultaba bastante difícil ponerse en contacto con ellos.
Pero la Fuerza Expedicionaria Gema, que había quedado unida a la fuerza expedicionaria insignia, ofrecía veintidós posibles destinos para la clase de escapatoria que estaba planeando Gavin. Dado que una visita al navío del comodoro Poqua, el transporte
Punta Estelar
, sólo serviría para enredarle todavía más en la compleja malla de formalidades del mando, Gavin fue descendiendo por la lista y acabó escogiendo otra nave.
—Avisen a mi piloto y preparen mi esquife —le dijo al oficial de servicio en la cubierta de vuelo número 1 del
Intrépido
—. Voy a ir al
Floren
.
—Entendido, coronel. Se lo notificaremos al control de vuelo.
Con la flota en nivel de alerta uno, incluso el coronel Gavin estaba obligado a ponerse un traje de vuelo de combate si quería abandonar el
Intrépido
a bordo de un navío de las reducidas dimensiones de un esquife.
Aparte del tiempo que se perdía poniéndose y quitándose las cinco secciones que componían el traje presurizado de alta flexibilidad, Gavin no tenía nada que objetar a esa norma..., y normalmente la charla llena de jovialidad y bromas un poco subidas de tono tan típica de la sala de descanso conseguía que el tiempo transcurriera lo bastante deprisa para que no te aburrieras.
Pero la sala estaba vacía porque se encontraban justo a mitad de la rotación del turno, y Gavin tuvo que luchar con el anillo de la cintura del traje sin disponer de una mano extra que le ayudara a ponérselo. Gavin tuvo toda la sala para él solo hasta que se encontraba a punto de terminar la prueba de presión del casco y fue sólo entonces cuando se encontró compartiéndola con otro piloto, un joven alienígena que llevaba un purificador sobre el pecho y lucía el emblema rojo de un oficial de vuelo provisional en el cuello de su uniforme.
En vez de dirigirse hacia uno de los armarios, el piloto fue en línea recta hacia Gavin y se detuvo a dos metros de él, como si estuviera esperándole. Cuando la secuencia de prueba del traje hubo llegado a su fin con un suave pitido de aprobación, Gavin abrió el sello del cuello y se quitó el casco.
—¿Busca a alguien, hijo? —preguntó, notando la ausencia de las insignias de la Quinta Flota en el uniforme del piloto.
El oficial le saludó por fin, reaccionando tan tardíamente como si el saludar a sus superiores fuera un reflejo adquirido hacía poco que aun necesitaba bastante práctica.
—¿Es usted el coronel Gavin, señor?
—Culpable. Y usted es...
—Soy Plat Mallar, señor. Señor... Me han dicho que es usted quien toma todas las decisiones sobre las misiones asignadas a los pilotos.
—¿Quién se lo ha dicho?
—La tripulación del esquife, y el teniente me dijo dónde podía encontrarle. Soy uno de los pilotos enviados por Coruscant.
—Formaba parte de la escolta que acompañaba a la
Tampion
, ¿eh? —dijo Gavin, asintiendo con la cabeza—. Sé que Inteligencia acabó decidiendo que estaban limpios, pero me sorprende un poco enterarme de que alguien puede llegar a dirigirle la palabra. ¿Se le ha ocurrido pensar que quizá no le hayan hecho ningún favor al decirle que viniera a verme?
—Coronel... Usted toma todas las decisiones sobre las misiones de vuelo, ¿verdad?
—Sí.
—¿A quién más podía ir a ver entonces?
Gavin asintió con expresión pensativa.
—Muy bien. ¿De qué quería hablarme?
—Quería hablarle de mis órdenes, señor. Cinco de nosotros seremos enviados de vuelta a Coruscant en la lanzadera de la flota, dado que hay espacio disponible. Esta mañana nos trajeron aquí desde nuestra nave para que esperáramos a la lanzadera.
—Sí, ya lo sé. ¿Y cuál es el problema?
—No quiero que me envíen de vuelta a Coruscant, señor. No puedo volver allí... Quiero quedarme y tomar parte en el combate. Tiene que permitirme hacer algo.
—No, no tengo por qué permitírselo —dijo Gavin, metiéndose el casco debajo del brazo derecho—. Pero le daré una oportunidad de convencerme de que debería hacerlo. Aun así, debo advertirle de que aprobé sus órdenes con mi firma. Voy a serle muy claro: necesitamos pilotos, pero tanto en su caso como en el de los demás... Bien, la verdad es que nadie los quería.
Ninguno de ustedes ha acumulado la experiencia suficiente para que los líderes de los escuadrones que andan escasos de pilotos quieran correr el riesgo que supondría tenerlos a sus órdenes.
—No sé si eso puede hacerle cambiar de parecer, pero además de la misión de escolta he acumulado ciento noventa horas de vuelo a bordo de un interceptor TIE que no figuran en mi historial de servicio.
—¿A bordo de un TIE? —Gavin levantó una ceja en un gesto de interrogación—. Déme su disco de identificación.
El joven piloto obedeció y Gavin estudió los datos mediante un lector portátil. Cuando hubo acabado, alzó la vista hacia Mallar para contemplarle en silencio durante unos momentos antes de volver a hablar.
—¿Quién es usted? —preguntó por fin—. Para empezar, no entiendo qué demonios estaba haciendo aquí. He visto muchos historiales de servicio de pilotos destacados en zonas de combate, y nunca me había encontrado con uno en el que hubiera tantas horas en simuladores y tan pocas horas dentro de una carlinga.
—Me he esforzado al máximo para poder tener una oportunidad, coronel. Invertí todos los minutos que podía dedicarme mi instructor en volar, y luego dediqué todo el tiempo que me quedaba libre a entrenarme en el simulador. Si no me envía de vuelta a Coruscant, trabajaré igual de duro aquí.
—Su instructor, ¿eh? Sí, ya veo... —dijo Gavin, devolviéndole el disco de identificación—. Parece que consiguió hacerle cursar el adiestramiento primario en una tercera parte del período de tiempo habitual, a pesar de que al final sólo acabó aprobándole por los pelos. ¿Cuál es el fragmento que falta en todo este rompecabezas, Mallar?
La pregunta pareció llenar de consternación a Mallar.
—Supongo que tendría que haber permitido que el almirante lo incluyera en mi expediente tal como quería hacer —dijo con voz entristecida—. Incluso quería concederme una victoria confirmada.
—¿Una victoria? ¿De qué está hablando?
—Del caza yevethano que derribé sobre Polneye el día en que los yevethanos destruyeron mi mundo..., el día en que mataron a mi familia —dijo Mallar, y meneó la cabeza—. Yo no quería recibir ningún tratamiento especial... Quería valer lo suficiente por mis propios méritos. Me conformaba con que considerasen que valía lo suficiente para poder echarles una mano. Pero no soy lo bastante bueno..., porque de lo contrario usted no estaría tratando de enviarme de vuelta a Coruscant. Así que ahora lo único que puedo hacer es suplicarle que no lo haga, coronel, no me envíe a Coruscant.
—Ofrézcame una alternativa —dijo Gavin en voz baja y suave.
—Haré lo que sea, ¿entiende? Me da igual de qué se trate —dijo Mallar—. Encuentre algo que pueda hacer para ayudar, cualquier cosa... Encuentre alguna manera de que mi presencia aquí pueda hacer que les resulte más fácil pagar a los yevethanos con su misma moneda. Eso es lo único que le pido. Se lo pido porque lo que nos hicieron fue... Verá, yo... Lo que ellos hicieron en Polneye fue... Bueno, quiero hacer algo porque no tendrían que habernos tratado así. Permita que sea una pequeña parte de la máquina que les hará aprender esa lección. Eso es lo único que me importa ahora. Soy el único que queda..., y debo hablar en nombre de todos ellos.
Gavin le contempló en silencio mientras hablaba, y permaneció en silencio durante unos momentos después de que hubiera terminado de hablar.
—Coja un traje de vuelo —dijo por fin—, y reúnase conmigo en mi esquife dentro de diez minutos. Seguiremos hablando mientras vamos hacia el
Floren
.
—Sí, señor. Pero se supone que la lanzadera está a punto de partir...
—Lo sé —dijo Gavin, dándole una palmadita en el hombro mientras pasaba junto a Mallar—. Me temo que la lanzadera tendrá que irse sin usted.
Cuando salió del hiperespacio para poner rumbo a Utharis, el
Babosa del Fango
sufrió una repentina sobrecarga de energía en la conducción de datos que cortó la comunicación entre los sensores de navegación de babor y el ordenador de navegación. La sobrecarga se había producido en el peor momento posible, justo durante la fase de cascada en la que los sistemas de hiperimpulsión se desconectaban automáticamente para permitir la reinicialización de los sistemas de control del espacio real.
—Y ésta es la razón por la que nunca debes comprar naves estelares a precio de ganga —gruñó Luke mientras salía del compartimento de acceso a los sistemas situado debajo de la cubierta.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Akanah.
—Pues que cuando construyó este trasto la Verpine intentó hacer ahorros a toda costa —dijo Luke, volviendo a poner el panel de acceso en su hueco—. La conducción de energía no puede alimentar todos los sistemas a la vez, por lo que el procesador de cascada siempre tiene que estar haciendo malabarismos y se ve obligado a desconectar un sistema antes de activar otro. Pero para que ese pequeño truco dé resultado, los circuitos de protección tienen que... —Vio que Akanah empezaba a poner cara de no entender nada y se calló—. En fin, básicamente lo que quiero decir es que tendremos que pasar algún tiempo en Utharis.
—¿Cuánto tiempo?
—El suficiente para que reparen las averías —dijo Luke, cerrando la última sujeción del panel de acceso y alzando la mirada hacia Akanah—. Si la Estación Taldaak cuenta con un mecánico que conozca este modelo mejor que yo, tal vez sólo perderemos un día o dos.
—¡Dos días! Dijiste que sólo nos detendríamos el tiempo suficiente para renovar las reservas de consumibles y reinicializar los contadores.
Luke se encogió de hombros.
—Esto me gusta tan poco como a ti —dijo—. Pero es mejor que haya ocurrido ahora, precisamente cuando íbamos hacia un puerto en el que podemos disponer de todos los servicios necesarios, que en algún lugar de Farlax.
—No puedo soportar la idea de que haya más retrasos. No cuando estamos tan cerca del final..., tan cerca del Círculo...
—Lo sé —dijo Luke—. Pero esta nave no volverá a entrar en el hiperespacio hasta que haya pasado por un hangar de mantenimiento. —Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa—. Por lo menos tendré montones de tiempo para poder elegir ese sombrero típico que te había prometido.
Utharis estaba padeciendo un ataque agudo de fiebre bélica. Aunque el Cúmulo de Koornacht se encontraba a más de doscientos años luz de distancia, Utharis reaccionaba a los problemas de la política interplanetaria con esa curiosa sensibilidad peculiarmente aguda tan típica de los mundos fronterizos. No se podía ir a ningún lugar de Taldaak sin oír hablar de las nubes de guerra que se estaban acumulando sobre el Sector de Farlax, y las noticias habían provocado un éxodo discreto pero claramente perceptible tanto en la Estación Taldaak propiamente dicha como en los otros puertos de primera categoría del planeta.
El éxodo todavía no se había extendido más allá de los segmentos más acomodados de la sociedad utharisiana, que también eran los que disponían de mejores conexiones y tenían más facilidades para viajar, pero había alimentado las conversaciones en todo el planeta y ya se había infiltrado en la maquinaria económica y estaba empezando a frenar su funcionamiento normal.
—Por supuesto que podemos atenderle, Stonn —dijo el encargado de Servicios Camino Estelar—. Pero pasarán tres días antes de que podamos empezar a echarle un vistazo a su nave.
—¡Tres días! Bien, qué se le va a hacer... Alquíleme un hangar de mantenimiento —dijo Luke, dirigiendo una inclinación de cabeza a un letrero que ofrecía esa opción.
—Claro —dijo el encargado—. Déjeme echar un vistazo a la lista de reservas. —Sus dedos bailotearon por encima de su cuaderno de datos—. Sí, debería tener uno disponible dentro de cinco o seis días.
—Vamos, querido... Salgamos de aquí —dijo Akanah, tirando del brazo de Luke—. En esta ciudad tiene que haber alguien que sepa tratar correctamente a los visitantes.