Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Han apretó los dientes y empezó a examinar los bolsillos y abrir las pequeñas solapas adhesivas del traje de vuelo del capitán. Fue pasando sus descubrimientos a Barth, quien se había quedado detrás de él e intentaba no mirar.
—¿Cuánto tiempo sirvió con él? —preguntó Han.
—Cuatro meses, e hicimos un total de diecinueve saltos.
—¿Fue su primera misión?
—La segunda. Pasé un año con la Tercera Flota como piloto de complemento en un navío auxiliar.
Han extrajo una identificación de la Flota del bolsillo del hombro y se la pasó a Barth.
—¿Qué clase de hombre era?
—Era un oficial de pies a cabeza —dijo Barth—. Exigente, pero justo. No hablaba demasiado... Sé que tenía hijos, pero no sé cómo se llaman.
—Sí, conozco bastante bien a ese tipo de soldado —dijo Han, y después rozó la célula energética de un comunicador con la punta de la lengua—. Agotada —murmuró, y se la entregó a Barth—. ¿Hubo alguna ocasión en que le sorprendiera?
—Coleccionaba animales de vidrio tallado —dijo Barth—. Es algo que nunca hubiese esperado de él. Y recuerdo que una vez me enseñó el holograma de su esposa que siempre llevaba consigo... Estaba sentada en una playa de arenas negras con una sonrisa por única vestimenta. «Es la mujer más hermosa que hay en éste o en el millar de mundos más próximos —me dijo—. Nunca conseguiré entender por qué se enamoró de un tipo tan aburrido como yo.»
—¿Y realmente era tan hermosa?
Barth reflexionó durante unos momentos antes de contestar.
—Bueno, en cierta manera sí... Supongo que cualquier hombre al que le dirigiera esa sonrisa no tendría más remedio que decir que lo era. Todavía espero encontrar a alguien que me mire así algún día.
Han asintió mientras hacía girar delicadamente el cadáver hasta dejarlo acostado sobre la espalda, y después se echó hacia atrás y se apoyó en los talones.
—Bien, no puedo afirmar que las posesiones del capitán Sreas vayan a jugar un papel muy importante en cómo terminará esto —dijo—. Pero no pierda la esperanza, teniente. Volverá a ver Coruscant.
Barth ya se había retirado hasta la pared de enfrente para estar lo más lejos posible del cadáver.
—No lo creo —dijo—. Creo que también moriremos aquí.
Han torció el gesto mientras se incorporaba, pero hizo desaparecer el dolor de su rostro antes de volverse hacia el joven oficial.
—Teniente, nuestros captores han sudado mucho para hacernos prisioneros. Ahora que nos tienen en su poder, no van a arrojarnos al cubo de la basura. Y los chicos de casa no se van a limitar a borrar nuestros nombres de la lista, claro... De una manera o de otra, nuestra gente va a sacarnos de aquí. Hasta entonces, estamos obligados a crear el mayor número de problemas posible y a no cooperar en nada. No puede permitir que le asusten. Si lo hace, estará dándoles exactamente lo que ellos quieren..., una forma de controlarle.
—Pero es que eso es lo que somos para los yevethanos, ¿verdad? Somos su manera de controlar a la presidenta.
Han meneó la cabeza en una firme negativa.
—Si yo pensara aunque sólo fuese por un instante que Leia se pondría en peligro o que pondría en peligro a la Flota o a la Nueva República por el hecho de que nosotros estemos prisioneros aquí, encontraría una manera de morir ahora mismo antes de que eso pudiera llegar a ocurrir.
—Entonces explíqueme algo que no entiendo, comodoro. Si está en lo cierto, ¿qué razón pueden tener los yevethanos para mantenernos con vida en cuanto descubran que no tenemos ningún valor como fichas para regatear con ellas?
—Slatha essach sechel.
—Lo siento, pero ya le he...
Han no había esperado que Barth le entendiera, y había vuelto a introducir el illodiano en la conversación meramente en calidad de recordatorio.
Después señaló el aire por encima de su cabeza para dar más énfasis a sus palabras, y una luz se encendió en los atemorizados ojos de Barth.
—Si descubrieran que hay una plaga de alimañas en su nave —dijo Han—, y lo primero que hiciera el capitán fuera ordenarle que capturase a un par y las metiera en un recipiente de cristal, ¿describiría esa acción como capturar rehenes?
Barth frunció los labios, tragó saliva con un visible esfuerzo y acabó meneando la cabeza.
—Muy bien —dijo Han—. A partir de ahora debe tratar de recordar en todo momento dónde estamos, cuál es nuestro propósito..., y que tenemos un público, y qué es lo que pretende ese público. Teníamos que mantener esta conversación, pero no quiero tener que repetirla. Y en cuanto a ciertas conversaciones, tendrán que esperar a otro momento y lugar.
—Conozco un local nocturno bastante agradable en la Ciudad Imperial —dijo Barth—. La comida es buena, y de vez en cuando tienen alguna danzarina esluviana que se merece que le des más propina de lo habitual. Dejaremos esas conversaciones para cuando estemos allí.
Una afable sonrisa de aprobación iluminó el rostro de Han.
—Trato hecho. Yo pagaré la primera ronda.
Las propiedades que el clan Beruss tenía en la Ciudad Imperial casi eran lo bastante grandes para formar una ciudad por derecho propio. Los muros de Exmoor contenían dos parques, un bosque, una gran pradera; un pequeño lago repleto de peces traídos de Illodia y surcado por gráciles embarcaciones de vela; y veintiuna estructuras, con los cien metros de la Torre Illodia y su escalera de caracol exterior entre ellas.
Situado a más de trescientos kilómetros al suroeste del Palacio Imperial, el recinto era un testamento a la larga presencia del clan Beruss en Coruscant. Un Beruss había representado a Illodia en el Senado durante casi tanto tiempo como había existido un Senado. El primer padre de Doman, su primer y su segundo tío, su sexto abuelo y su novena bisabuela sólo eran una pequeña parte de la larga sucesión de representantes que mantenían unido Exmoor a la historia de Coruscant. Illodia no tenía casa real ni gobernantes hereditarios, pero su oligarquía de cinco clanes había demostrado ser capaz de perdurar más tiempo que muchas dinastías basadas en la sangre. Los Beruss habían sobrevivido a las distintas conspiraciones, crisis y mareas políticas de Illodia, y el que estuvieran dispuestos a convertir Coruscant en su hogar había jugado un papel muy importante en esa supervivencia.
Exmoor también era un monumento a la pasada grandeza de las ambiciones illodianas. Los impuestos pagados por las veinte colonias de Illodia habían costeado la construcción, y las hábiles manos de los artesanos de esos mundos habían adornado y llenado las casas a las que se habían puesto los nombres de sus planetas. Incluso el tamaño y la distribución de las estructuras reflejaban el mapa de los territorios illodianos, y hubo un tiempo en el que cada casa colonial exhibía un abigarrado emblema planetario que sólo podía ser visto desde el salón mirador situado en la cima de la Torre Illodia.
Los emblemas ya no existían, las casas coloniales estaban casi totalmente vacías y las mismas colonias ya sólo eran un recuerdo. Cuando el Emperador se anexionó el Sector Illodiano, ordenó que las colonias fueran «liberadas» de la «tiranía» de la oligarquía..., y después extrajo por la fuerza de las antiguas colonias recursos que ascendían a más del doble de todos los impuestos decretados por Illodia juntos.
Pero las viejas glorias estaban preservadas tanto en el acceso como en la misma fachada de la torre. Los paseos eran muy amplios y estaban flanqueados por plantas de hojas multicolores meticulosamente podadas. El metal y la piedra relucían tal como lo habían hecho cuando Bail Organa traía a su joven hija allí para que jugara con los muchos hijos del clan en el parque mientras él y el senador hablaban de cosas de adultos; y las setenta habitaciones de la torre seguían siendo una curiosa mezcla de museo y comuna del clan, con los once adultos y casi veinte niños que formaban el círculo de Doman compartiendo aquellos espacios y, ocasionalmente, volviéndolos claramente insuficientes.
Doman recibió a Leia en una sala donde nunca había tenido el privilegio de entrar con anterioridad: la sala de consejo del clan situada en el último nivel de la torre, donde los adultos unidos por el vínculo del clan se reunían para discutir las cuestiones familiares y llegar a una decisión sobre ellas. Once sillones idénticos, cada uno de ellos adornado por el emblema de los Beruss trazado en plata y azul, estaban vueltos los unos hacia los otros a lo largo de un círculo. Una claraboya de cristal aumentador iluminaba el círculo con su cálido resplandor desde el centro, La sonrisa con que Doman le dio la bienvenida era tan luminosa y cálida como el resplandor de la claraboya.
—Pequeña princesa... —dijo, levantándose como si esperara que Leia fuese hacia él para darle un abrazo y un beso en la mejilla, tal como hacía en los viejos tiempos—. ¿Hay alguna novedad?
—No —dijo Leia, entrando en el círculo pero sin acercarse ni un paso más—. Los yevethanos siguen sin dar señales de vida. El virrey ha ignorado mis mensajes.
—Quizá no han sido los yevethanos...
—Ya disponemos de los registros de vuelo de varios de los alas-X de reconocimiento que formaban la escolta. El navío de impulsión yevethano es inconfundible, y ha quedado claramente identificado. Además Nylykerka ha identificado el Interdictor que usaron como el
Imperator
, un navío que fue asignado al Mando Espada Negra. La verdad es que no cabe ninguna duda de ello, todo ha sido obra de Nil Spaar.
—Comprendo —dijo Doman, y asintió—. En cualquier caso, me alegra que haya venido a verme antes de la reunión del Consejo. Siempre es preferible resolver estos asuntos en privado.
—Tenía que venir a verle —dijo Leia, sentándose en un sillón situado a un tercio de circunferencia del que ocupaba Doman—. No entiendo por qué ha hecho todo esto, Doman. Me siento traicionada, abandonada por alguien que pensaba era mi amigo y el amigo de mi padre...
—El clan Beruss es y siempre será el leal amigo de la Casa Organa —dijo Doman—. Eso no cambiará ni en mi vida ni en la suya.
—Pues entonces retire la convocatoria.
Doman alzó las manos hacia el techo.
—Me encantará hacerlo..., si me promete que no llevará la guerra hasta N'zoth para rescatar a una persona amada o para vengar una baja. ¿Puede prometérmelo?
—¿Me está pidiendo que dé por perdido a Han? No puedo creer que usted, que se llama mi amigo, me esté pidiendo que haga algo semejante.
Doman se sentó con un movimiento tan fluido como lleno de gracia.
—Otros dos hombres han sufrido el mismo destino que Han, ya sea éste la captura o la muerte. ¿Qué me dice de su regreso? ¿Le importa tanto como el de Han?
—¡Qué pregunta tan absurda! —replicó secamente Leia—. Han es mi esposo, el padre de mis hijos... Siento lo que les ha ocurrido a los demás, y quiero que todos regresen sanos y salvos. Pero no voy a quedarme sentada aquí y fingir que significan tanto para mí como Han.
—Mientras esté aquí no necesita fingir, princesa —dijo Doman—. Pero ¿es capaz de sentarse en el despacho de la presidencia del Senado de la Nueva República y fingir de una manera tan convincente que nada de cuanto haga destruya la ilusión? Porque a menos que esté dispuesta a otorgar el mismo peso a cada una de esas tres vidas, y tanto da que sea un peso muy grande o uno muy pequeño, entonces no creo que deba sentarse en ese despacho.
—Doman, usted no puede comprender el tipo de relación que mantenemos Han y yo —dijo Leia—. Fíjese en esta sala... Usted tal vez tenga sus favoritas, pero no hay ninguna esposa que lo sea todo para usted de la manera en que Han lo es todo para mí.
—Siempre me ha parecido que ése era uno de los grandes defectos de la clase de existencia que han decidido vivir —dijo Doman.
—Podemos discutir eso otro día —dijo Leia—. Ahora lo que realmente me preocupa es que no pueda hacerle entender lo que significaría para mí el perder a Han.
Doman meneó la cabeza y se recostó en su sillón.
—Leia, ahora ya llevo casi cien años observando a su especie y he visto hasta dónde puede llegar a impulsarles la pasión. Un hombre enamorado moverá montañas para proteger a la mujer que se ha convertido en la dueña de su corazón. Una mujer enamorada lo sacrificará todo por el hombre al que ha elegido. A nosotros eso nos parece una inmensa locura..., pero lo entiendo, Leia, porque si no entendiera la pasión que siente por Han entonces no estaría tan asustado.
—¿Qué es lo que teme, Doman?
—Temo que sea capaz de sacrificar aquello que no le pertenece..., y estoy hablando de la paz por la que tanto hemos luchado. Hablo de las vidas de los millares de combatientes que obedecerían su orden de luchar, y de los millones de víctimas a las que podrían matar. Hasta el mismísimo futuro de la Nueva República podría correr peligro... Nada de todo eso se encuentra más allá de los límites de la pasión humana, Leía, y usted lo sabe tan bien como yo.
—¿Acaso piensa que no hay nada que me importe más que Han? ¿Cree que he llegado a perder el control de mí misma hasta tal punto?
—Querida niña, no puedo permanecer sentado, cruzarme de brazos y confiar en la razón cuando la razón pierde tantas batallas ante la pasión —dijo Doman—. Deme la promesa que le he pedido, y retiraré la convocatoria. Sé que no faltará a su palabra.
—Quiere limitar mis opciones cuando todavía ni siquiera sé qué razón ha impulsado a los yevethanos a hacer todo lo que han hecho —dijo Leia con el apasionamiento de la indignación—. No puede pedirme eso. Aún no ha llegado el momento de decidir cómo responderemos a sus acciones.
—¿Y cuándo cree que llegará ese momento?
—Ni siquiera he tenido ocasión de examinar todas las posibilidades; Rieekan aún tardará unas cuantas horas en remitirme su informe, y no espero tener más noticias de Ábaht hasta esta noche, después de que los investigadores hayan enviado los datos obtenidos en el punto donde se produjo la emboscada. Drayson me ha pedido treinta horas, e Inteligencia de la Flota no quiere hacerme ninguna clase de promesas.
—¿Cuándo espera recibir el informe del ministro Falanthas?
Leia le lanzó una mirada llena de perplejidad.
—¿Qué?
—¿Pretende excluir al ministro de todo este asunto? ¿O me está dando a entender que sólo van a tomar en consideración las opciones militares?
—Me parece que los yevethanos ya han fijado las reglas básicas del juego, ¿no? Han, el capitán Sreas y el teniente Barth se han convertido en prisioneros de guerra, ¿verdad?