Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (18 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Era en las prácticas con la espada, al igual que en la herrería, donde el hermano Guilbert había descubierto que el niño usaba las dos manos con la misma habilidad. En todas las demás circunstancias del monasterio, los profesores de Arn insistirían, como lo hacían en el
scriptorium
, en que dejase de usar la mano impura. Pero para el hermano Guilbert era otra cosa. Él consultaba con su conciencia y preguntaba a Dios. El padre Henri no quería inmiscuirse en ese problema.

Pronto llegó a la conclusión de que no era zurdo de una manera normal; tales hombres existían y en alguna ocasión en su vida anterior el hermano Guilbert se había enfrentado con un hombre así. Y no era fácil, lo sabía. Era como si todo lo aprendido fuese al revés.

Por eso había entrenado a Arn a usar las dos manos desde el principio, cambiando todos los días o todas las semanas. Pero nunca había notado una clara diferencia en la técnica, excepto que el brazo izquierdo parecía un poco más fuerte que el brazo derecho del niño. Pero eso también significaba que desde el principio se podía introducir un secreto en la técnica del niño, podía cambiar la espada de una mano a la otra y luego empezar a girar alrededor de su adversario en el sentido del sol en lugar de a contrasentido. Si el adversario llevaba ropas pesadas y el piso era inseguro, este cambio de táctica podría tener consecuencias fatales.

El hermano Guilbert bien sabía que probablemente ese tipo de pensamientos eran pecaminosos. También los había confesado al padre Henri, pero había explicado que mientras su tarea sólo consistiese en enseñar al niño, no podía otra cosa que hacerlo lo mejor posible. Puesto que Dios aún no había expresado su deseo sobre el fin con la vida de este niño, por ahora ¿no habría mucha diferencia entre leer a Ovidio en secreto con las mejillas enrojecidas o tomar la espada en la mano izquierda?

Cuando el padre Henri consultó con Dios, obtuvo la respuesta que mientras el niño mostrase el mismo interés ante la lectura como ante los juegos guerreros del hermano Guilbert, todo estaría en orden. Pero sería malo si empezase a preferir las flechas y las espadas a la
Glossa Ordinaria
. Por suerte, Arn no mostraba ninguna tendencia a eso.

Y mientras el padre Henri siempre predicaba trabajo y disciplina, pureza y oración, el hermano Guilbert siempre predicaba agilidad y agilidad, agilidad y trabajo. Igual de importante que era, como en los compases de la música, aprender a sentir cuándo la flecha debía salir hacia un lugar ante el objetivo móvil para que la flecha y el objetivo se encontrasen allí, igual de importante era mover los pies todo el tiempo, no quedarse nunca quieto y esperar el golpe del adversario, estar en otro lado cuando aquel golpe se asestaba para luego asestar un golpe uno mismo.

Trabajo y disciplina. Pureza y oración. Agilidad, agilidad, agilidad y trabajo. Arn seguía todas estas reglas con la misma facilidad que seguía las de obediencia y amar a todos los hermanos, las dos reglas más importantes del monasterio, lo de siempre decir la verdad, la tercera regla, y luego todo lo demás y lo menos importante y a veces incomprensible, como las reglas de las comidas y al acostarse.

Sin embargo, para él no era difícil seguir este orden divino. Al contrario, era una alegría. A veces se preguntaba cómo vivían los otros niños allí fuera en el mundo bajo, tenía un vago recuerdo de deslizarse por la nieve, aros de tonel y otros juegos infantiles. Tal vez echaba de menos algo de eso, al igual que todas las noches, cuando en la última oración rezaba por el alma de su madre y entonces añoraba su aliento, su voz y sus manos, al igual que rezaba por su hermano Eskil y recordaba cómo los habían separado llorando. Pero entendía, se daba cuenta al menos, que la mayor felicidad para un niño debía de ser repartir su tiempo entre todo lo maravilloso que contenían los libros y todo el trabajo con el sudor y a veces las lágrimas de dolor que el hermano Guilbert ofrecía.

Magnus Folkesson había prometido ante Dios cinco años de luto por su esposa Sigrid antes de volver a casarse. Esta decisión había despertado asombro dentro de su linaje, ya que no era común que un hombre todavía ágil y con solamente un hijo legal como heredero rechazase durante tanto tiempo tener nuevos hijos y fortalecer el linaje con nuevos lazos.

Magnus se había consolado un poco con Suom y tenía un hijo ilegítimo con ella. Pero Arnäs se había vuelto un castillo lúgubre donde nada ocurría ni cambiaba. Tras la muerte de Sigrid, Magnus había sentido que tenía la cabeza vacía y no podía encontrar nuevas ideas para su comercio y sus negocios. Todo seguía su camino.

Había construido algo, había acabado los muros y dos leguas de camino hacia Tiveden. Construir caminos era una buena obra a los ojos de Dios y había prometido esta construcción cuando por primera vez visitó la tumba de Sigrid y rezó por ella en Varnhem y le compró unas oraciones.

También pensaría que no haría ningún daño unir lo que era bueno a los ojos de Dios con lo que pudiese ser bueno para los futuros negocios; el día que hubiese camino a través de todo el bosque de Tiveden podría comerciar hacia el Norte con los svear, que ciertamente eran hombres sencillos que no entendían demasiado pero tenían un hierro excelente y representaban un buen comercio de pieles que podría dar mucha plata si se lograba hacerlo llegar por caminos transitables.

Una cosa que aumentaba lo lúgubre de Arnäs era que su madre, Tora Guttormsdotter, había ido desde sus fincas noruegas para encargarse de todas las tareas de la mujer mientras él siguiera soltero. Sin embargo, ella era dura con los esclavos y quería dirigirlo todo según viejas tradiciones noruegas, y a Magnus, como a otros muchos hombres, le costaba poner a su madre en su sitio con dureza. También eso, que debería ser mejor señor de su casa, era una buena razón para encontrar pronto una nueva esposa. Desde el punto de vista de Magnus, sería bueno unirse con el linaje de Pål de Husaby, ya que sus dominios limitaban con los suyos. Una dote adecuada que una de las hijas de Pål podría aportar al hogar sería en ese caso los robledos que crecían hacia la montaña de Kinnekulle. Cierto era que las hijas solteras aún eran poco más que niñas, pero la juventud era una característica que se dejaba atrás rápidamente.

Eskil era tanto su alegría y su pena secreta. Eskil era como él mismo, y en mucho como su madre Sigrid, ya que parecía haber heredado su inteligencia. Eskil prefería hacer viajes de comercio, conocer a comerciantes extranjeros y aprender de sus costumbres y precios y cómo mejor se cambiaban dos barriles de carne contra trigo o pieles o el hierro basto contra la plata. En eso Eskil era hijo de su padre.

Pero todavía, siendo casi un hombre adulto, era incapaz de tirar una lanza o manejar una espada tal y como un hombre de linaje con blasón debía saber a su edad. Sin embargo, en cuanto a eso, era verdad que Magnus mismo se parecía en algo a su hijo mayor.

Solamente una vez, en calidad de señor de Arnäs, Magnus había sido obligado a salir a la guerra. Fue cuando el danés Henriksen se autoproclamó rey de los svear después de cometer la infamia de cortarle la cabeza a Erik Jevardsson arriba en Aros Oriental. Fuese, como afirmaban algunos, justo después de la misa en la iglesia de la Santa Trinidad que Erik Jevardsson había muerto valientemente ante una fuerza superior y un manantial había brotado donde había caído su cabeza.

O fuese, como decían los enemigos de Erik Jevardsson y como decía el rey Karl Sverkersson, que Erik Jevardsson había muerto innecesariamente porque había estado demasiado lleno de cerveza como para defenderse como un hombre.

No importaba mucho cómo había sido asesinado el rey Erik, guerra habría de cualquier manera. Era fácil comprender que los svear se ofendieran porque un danés había llegado y les había asesinado al rey. Rápidamente habían enviado un mensaje hasta Helsingland y a los bosques más oscuros de Svea y pronto un gran ejército estaba marchando hacia Aros Oriental. Pero la cuestión era qué postura tomarían en Götaland Oriental y en Götaland Occidental, si dejarían que los svear saldaran las cuentas a solas con el asesino real danés, o si participarían en la guerra.

Para el rey Karl Sverkersson y sus hombres en Linköping no era una decisión difícil. Debían elegir entre salir a la guerra con la fuerza más grande posible contra el asesino real danés y así ganar la corona de los svear para él, o dejarlos ganar solos y luego elegir un nuevo rey, que podría ser cualquiera entre los jefes o los procuradores de los svear. Para el rey Karl Sverkersson la elección era fácil.

Cuando los Folkung se reunieron en consejo de linaje en Bjälbo en Götaland Oriental, en seguida comprendieron que no había mucho entre lo que elegir. El mismo hermano de Magnus, Birger, al que ahora llamaban Brosa porque siempre sonreía, convenció pronto a los asistentes. Una guerra era inevitable para todos los de Götaland Oriental, había explicado Birger Brosa, y era la guerra contra el asesino real danés. Pero otras guerras que podrían venir después no eran necesarias. Para los godo—occidentales lo único correcto era apoyar al rey Karl en este asunto, pero eso probablemente llevaría a que fuese proclamado rey también en toda Svealand después de la victoria. Ya que ganarían seguro, el ejército que se juntaba en Svealand era suficientemente grande como para ganar a solas. Los días en la vida terrenal del danés Magnus Henriksen estaban contados. Ahora se trataba de ver más allá de su muerte.

Para los Folkung era decisivo no ser divididos y colocados en bandos opuestos en una guerra. Y si el rey Karl ganaba ahora la corona real en Svealand, pronto exigiría que lo reconociesen también en Götaland Occidental. Y ese reconocimiento lo buscaría con la espada en la mano si fuese necesario y entonces los Folkung tendrían que enfrentarse entre ellos, los orientales contra los occidentales.

Mejor sería, entonces, unir todos los problemas en una sola guerra, que tanto godo—occidentales como godo—orientales se agrupasen alrededor del rey Karl en su guerra. Eso sí, la situación llevaría a la unión de los tres países. Pero la alternativa era que lo mismo pasara un poco más tarde de cualquier modo, aunque al alto precio de mucha sangre derramada y, en el peor de los casos, hermanos enfrentándose a hermanos.

Nadie en el consejo pudo oponerse a Birger Brosa en esto. Y a partir de aquel momento la cosa continuó así; generalmente se seguía la voluntad de Birger Brosa.

Magnus había participado en la guerra con su guardia de la manera que él mismo encontró mejor. Él y sus hombres no entraron en la lucha hasta que ésta ya estuvo ganada y cuando de lo que se trataba era de ejecutar a los últimos daneses y apresar a quienes podían ofrecer el rescate. Había vuelto a Arnäs como un vencedor que no había perdido ni un solo hombre en la lucha pero que era cincuenta marcos de plata más rico, y por esa razón fue estimado por las mujeres pero no respetado por los hombres.

Había dejado a Eskil en Arnäs al irse a la campaña, a pesar de la insistencia del niño. Eskil todavía no era hombre al llegar el momento de vengar a Erik Jevardsson y salvar la paz en Götaland Oriental. Además, Eskil era el hijo mayor y heredero y no podría ser sustituido como cualquier guardia caído.

Magnus había intentado olvidar a su segundo hijo, que Dios le había quitado en vida. Pero sabía que Arn era el niño que Sigrid más había amado, por lo que no podía olvidarlo tanto como le convenía para la paz de su alma. Al igual que no podía olvidar a Sigrid durante los cinco largos años con los que se había castigado a sí mismo después de que el Señor se la hubo llevado. En secreto se decía a sí mismo que probablemente Sigrid había sido la persona a la que más había valorado, más que a todos los hombres, incluso más que a un hombre como su hermano Birger Brosa.

Pero esas cosas sólo las podía pensar para sí mismo. Si hubiese dicho algo semejante en voz alta, sería un hombre menospreciado o un hombre considerado loco. Ni siquiera a Eskil podría confesarle esa manera de pensar sobre una mujer que, al fin y al cabo, era la madre de Eskil.

Mientras los hielos todavía soportaban los trineos, llamaron a un nuevo consejo de linaje en Bjälbo y Magnus se fue con una pequeña guardia y con Eskil, que por primera vez participaría en los consejos de los hombres y por tanto había sido advertido de no meterse, no beber demasiado, no decir nada sino escuchar y aprender.

En las altas torres de Bjälbo había varias salas que podían albergar los consejos. Probablemente era uno de los lugares en toda Götaland Oriental donde más se ocupaban con esos asuntos. Se notaba ya en la manera en que los siervos domésticos recibían a los viajeros, cómo los instalaban y los informaban de cómo y cuándo se harían las reuniones. En Bjälbo eso era trabajo habitual. En Bjälbo se hablaba tanto del poder, como en Arnäs se hablaba de la plata.

Birger Brosa recibió a su hermano y a su sobrino con gran cordialidad y desde el primer momento les dedicó más hospitalidad que a otros parientes. Magnus no podía determinar si se trataba de amor fraternal o de los planes de Birger Brosa ante las cuestiones que iban a tratar, discutiendo o mejor poniéndose de acuerdo. Pero le gustaba ser tratado como un hombre digno, a pesar de que en su grupo ahora había varios hombres que eran grandes luchadores con cicatrices de muchas batallas, cosas que en esos tiempos se valoraban más que la plata, ya que el obispo más gordo podría ser propietario de una gran cantidad de plata sin por eso ser un gran hombre.

Los primeros días los dedicaban a las alegrías del festín y hablaban libremente sobre lo que podía haber de chismorreo en cuanto a parientes que no habían podido ir, como por ejemplo los parientes noruegos que en este momento se encontraban en guerra como de costumbre. Así se podía esperar a los que llegaban un poco más tarde a causa de un impenetrable camino nevado o unos oscuros hielos que no eran de fiar. De esa manera nadie llegaría tarde a unas conversaciones ya concluidas en decisiones, mientras uno en la lejanía luchaba renegando y gruñendo sobre un trineo roto o volcado.

Sin embargo, cuando todos estaban reunidos, la reunión se celebraba en la sala más grande de la torre. Lo que podía sorprender a muchos, y también a Magnus y a Eskil, era el hecho de que se reuniesen directamente después de la oración del mediodía en la sala eclesiástica situada debajo de la torre, y eso sin comer. Acababan de girar los asados y tardarían muchas horas en estar listos.

Birger Brosa, quien había introducido esta rara modernidad, decía que las costumbres de los ancestros de comer, beber y celebrar consejo a la vez tenían sus ventajas. A veces era bueno que la cerveza soltase la lengua y nadie se sintiese tímido al hablar de cosas que implicaban a todo el mundo. Pero a veces la lengua se podía soltar tanto por la cerveza que no se decidía nada sensato, y que en cualquier caso no se lograba recordar lo decidido al día siguiente, o que los parientes se separaban, enemistados.

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