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Authors: John Varley

Trueno Rojo (27 page)

BOOK: Trueno Rojo
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Pero eso no era algo que se pudiera compartir con todo el mundo.

—Lo sé, es horrible —dijo—. Unas personas tienen tanto y otras tan poco. No puedo hacer nada al respecto. No es fácil tener dinero cuando tus tres mejores amigos no lo tienen y no dejan que los ayudes cuando lo necesitan. Me duele ver que la familia de Manny tiene que luchar tanto... pero nunca me han pedido nada y nunca me han dado la espalda por mi dinero.

»Vale, sí, tengo dinero. Casi un millón de dólares. Y he estado divagando desde la universidad. He estado buscando algo que hacer con mi vida. He probado muchas cosas. Conocí a Alicia cuando trabajaba como voluntaria en el viejo refugio de mujeres.

—Hizo algo más que eso —dijo Alicia—. Les dio dinero en un par de ocasiones y una vez impidió que lo cerraran.

—No me costó demasiado —dijo Kelly—. Y descubrí que esa clase de trabajo no es para mí. La desesperación que se ve allí acabaría por deprimirme si tratara de hacer de ello el trabajo de mi vida.

»Hoy he aprendido algunas cosas sobre gente que quería ir a la Luna y lo hizo. Nunca ha sido mi sueño y puede que nunca lo sea, pero es un comienzo. —Miró a Travis—. ¿Qué me dices, señor ex astronauta? ¿Quieres ir a Marte o vas a dejar pasar la ocasión? Yo apuesto un millón de dólares a que podemos conseguirlo.

Travis sacudió la cabeza y, poco a poco, esbozó una sonrisa.

—No acepto la apuesta. Si salto, lo haré con los dos pies. Así que voy a apostar contra mí mismo.

—Qué pena, Kelly —dijo Jubal.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Travis.

—Podría apostarle ese millón de dólares a que no lo conseguíamos. De ese modo, si gano yo, le devolvería el millón que había perdido por creer en mí. Y si gana ella, íbamos a Marte y ella se quedaba con mi millón.

—Jubal, odio decir tener que recordarte esto, pero...

—Lo sé. Eres mi loco pariente. Siempre pensé que un solo pariente loco era más que suficiente. —Sonrió y yo traté de devolverle la sonrisa pero costaba hacerlo al pensar en Avery Broussard y lo que le había hecho a su brillante hijo.

—In loco parentis —dijo Travis con voz cansina—. Significa que soy tu custodio legal.

Acababa de enterarme, pero no me sorprendía. Una persona como Jubal tenía que tener a alguien que cuidara de sus asuntos.

Travis había mencionado una vez, antes de que todo aquel asunto empezara, que Jubal y él vivían del dinero generado por las patentes de sus inventos. Jubal era el creador. Tenía las visiones asombrosas y construía los artefactos maravillosos. Travis representaba la parte práctica. Aunque no era ningún genio de las finanzas, se le daban mil veces mejor que a su primo y de hecho, sin Travis o alguien como él para dar forma a las posibilidades prácticas de sus inventos y descubrimientos, Jubal no hubiera tenido nada.

—No podemos quejamos —había dicho Travis—. A Jubal nunca le faltará de nada.

¿Ah, no? Pues ahora el pequeño Jubal quiere un juguete, Travis.

Y ahora Jubal estaba frunciendo el ceño.

—Siempre has dicho que era para protegerme —dijo—. De la gente mala que nos quitaría el dinero si no teníamos cuidado.

Travis parecía incómodo. Miré a Kelly, quien estaba siguiendo la escena con gran interés. Enarcó una ceja y sacudió la cabeza. No interrumpas.

—Pero lo único que yo compro son Krispy Kremes —dijo Jubal. Alicia se echó a reír y le dio unas palmaditas en la mano.

—¿Es mi dinero, Travis? ¿Es mi dinero?

—Es tu dinero, Jubal. Bueno, al menos la mitad.

—¿Y tengo un millón de dólares?

—Sí, lo tienes. Y más aún. Te enseñaré los libros si no me crees. —Nos miró a todos y pareció enfurecerse—. Os enseñaré a todos los putos libros si queréis. Nunca le he estafado ni un penique a Jubal. Perdona mi lenguaje, Jubal.

—Nadie ha creído eso nunca, Travis —dijo Kelly—. Pero puede que... lo hayas protegido demasiado. No te estoy criticando, no es asunto mío, pero Gracia me dijo que les gustaría ver a Jubal más a menudo. Y creo que a él también.

Travis bajó la cabeza y entonces asintió, todavía sin mirarnos.

—Soy un borracho, ¿vale? He pasado la mayor parte de los últimos cinco años embriagado, tanto como la noche que casi me matáis. Fui a aquella playa para ver cómo despegaba mi ex-mujer rumbo a Marte... ¡Porque se suponía que yo debía ir en aquella nave!

»Siempre he sabido, desde que era un niño, que sería el primer hombre en poner el pie en Marte. Lo planifiqué y trabajé muy duro para conseguirlo. Me convertí en el mejor piloto del programa espacial para que no tuvieran más remedio que escogerme, para que no hubiera nadie más.

»Y entonces lo eché todo por la borda por culpa del alcohol.

Todo el mundo guardó silencio durante un rato. Yo miraba una gaviota que parecía estar construyendo un nido en lo alto de uno de los viejos cohetes que nos rodeaban.

—Sabía que no estaba haciendo lo que debía con Jubal, pero la mayor parte del tiempo estaba demasiado borracho para preocuparme por ello. Desde que nos conocimos, chicos, he estado sobrio... al menos la mayor parte del tiempo, y quiero daros las gracias por ello.

—El mérito es tuyo, Travis —dijo Alicia.

—Ya lo sé.

—No ha pasado nada, cher —dijo Jubal—. Estaba preocupado por ti, sí, pero me has cuidado bien, ya lo creo.

Travis levantó la mirada y abrió las manos, en un gesto de rendición.

—Muy bien. Construiremos esa nave.

Nadie dijo nada. La excitación se mascaba en el aire, pero no hubo celebraciones.

Tanto mejor.

—En cuanto consiga el permiso de vuestros padres.

Travis era un maestro. Creo que hasta mamá y la tía María hubieran accedido, aunque no había nada en sus caras o en sus gestos que lo revelase. Sam Sinclair se limitó a permanecer allí sentado, neutral, sin aceptar ni rechazar las palabras de Travis. Sam Sinclair es un hombre prudente.

Yo sabía que una terrible pregunta estaba creciendo en la mente de mi madre: ¿por qué les estaba contando Travis todo aquello? Solo había una forma de afrontar el problema, ¿no? Pero tenía miedo de reconocerlo, porque entonces se enfrentaría a un dilema imposible: ¿Cómo le digo a Manny que no puede ir... si no puedo decirle que no puede ir?

Travis les explicó la actual situación en el espacio, con los chinos por delante en la carrera por llegar a Marte y los americanos probando una tecnología nueva y radical que no les permitiría llegar antes... y que podía provocar su muerte.

Su exposición solo se resintió un poco cuando Jubal trató de ayudarlo a explicar los problemas que había encontrado en el motor "Pie". No estaba capacitado para ello. Hasta el momento, lo mejor que había conseguido había sido llamar "Estrujador" a la máquina que generaba las burbujas e incluso en eso, su torpeza gramatical le había jugado una mala pasada y había escrito "Estrojador".

—Da igual, Travis —dijo finalmente mi madre—. Si Jubal dice que va a explotar, creeré que va a explotar.

—Para mí también es suficiente —dijo Sam.

Así que Travis pasó a la Segunda Parte. Hizo bien. La Segunda Parte era la que encantaba al público. En ella se hacía una demostración del funcionamiento del Estrujador.

Sam Sinclair se puso en guardia desde el mismo instante en que Travis hizo aparecer una burbuja plateada de la nada. Mamá y la tía María pusieron cara de perplejidad. Saltaba a la vista que comprendían que aquello era algo que se salía de lo normal, pero que no sabían muy bien cómo. Travis hizo desaparecer dos burbujas, una llena de vacío y otra de aire comprimido, con sendas detonaciones ruidosas. A continuación introdujo una en un pequeño aparato preparado por Jubal. Con este a los mandos, dejaron salir el aire comprimido por un agujero minúsculo, lo que Jubal llamaba una "dis-continual-idad" y la mayoría de los físicos hubieran llamado "discontinuidad". Dejó que sintieran cómo salía el aire y experimentaran la presión que la pequeña máquina ejercía sobre sus manos.

—Eso es lo que le da el impulso. Es lo mismo que ocurre cuando sale todo ese humo y ese fuego de la parte trasera de un VStar. Después de unos pocos minutos, puede alcanzar una velocidad muy alta, y luego flotar hasta llegar a Marte. O puede acelerar continuamente, como hace la Ares Siete. Así se gana velocidad muy despacio, pero al final acaba por irse más deprisa que la nave china.

—Todo esto no tiene demasiado sentido para mí —admitió la tía María.

—Lo sé, lo sé —dijo Travis—. No es fácil comprenderlo a la primera — continuó—, al menos sin haber estudiado varios años de física. Porque va contra todo lo que uno conoce. Es imposible que funcione así, ¿verdad?

Mamá lanzó una pregunta:

—Pero con esa máquina que ha creado Jubal... —creo que yo fui el único que se dio cuenta de lo mucho que le estaba costando aquello, formular una pregunta que podía parecer estúpida. La falta de educación de mamá era una constante fuente de frustración para ella y no reaccionaba bien a la frustración— con ese Estrujador, ¿podéis mantener el motor encendido hasta llegar a Marte sin quedaros nunca sin combustible?

—Exacto. Con el Estrujador tenemos lo mejor de ambos sistemas. Contamos con un cohete tan potente como el más potente jamás construido... ¡y podemos mantenerlo encendido hasta llegar allí!

Una pausa corta para que todos los presentes digirieran sus palabras, yo incluido. Aún me cuesta creerlo. Energía gratuita. El mundo nunca había visto nada parecido. Y cuanto más pensaba, más me asustaba.

Lo mismo que Sam Sinclair.

—No me gusta lo que estoy oyendo aquí —dijo.

—¿Cómo es eso, Sam?

—Como has dicho, es un montón de potencia. En mi experiencia, la potencia es peligrosa si no se controla bien.

—No podría estar más de acuerdo.

—¿De qué tamaño pueden hacerse esas cosas?

Travis hizo una pausa y miró a su primo. Es posible que también él rezase un poco.

—¿Qué me dices, Jubal? ¿De qué tamaño?

Los nervios llevaban una hora carcomiendo a Jubal por dentro. Detestaba que mamá, la tía María y Sam, sus amigos, estuvieran actuando con tanta hostilidad, y detestaba más aún el hecho de que fuera por su causa. O por causa de la máquina que él había creado, que para el caso era lo mismo.

—No sé. Muy grandes, seguro.

—¿Qué tal si nos das una respuesta aproximada? —preguntó Sam.

Travis lo sopesó y Jubal se relajó un poco.

—Podemos conseguir potencia suficiente para garantizar una aceleración constante de 1 g hasta Marte y todo el camino de vuelta —dijo Travis—. Eso es lo único que necesitamos para construir la nave.

—Bien. Pero hay potencia y potencia. ¿Sabes lo que quiero decir?

—Creo que sí.

—¿Por qué vosotros? ¿Por qué tenéis que ser Jubal y tú los que controléis toda esa potencia? ¿No debería ponerse en manos de...? No sé. De la gente que manda.

Dak estaba mirando a su padre con admiración en los ojos... y pánico en el resto del cuerpo. Orgulloso de su viejo por haber captado el meollo de la cuestión, la parte de la que apenas habíamos hablado, y asustado por la posibilidad de que el gato fuera a escaparse de la bolsa.

—¿Tanto confías en el gobierno, Sam?

—Soy americano.

—También yo, que Dios bendiga a América por siempre. Pero no es eso lo que te he preguntado.

Sam no dijo nada pero asintió ligeramente, como admitiendo que comprendía su argumento.

—¿Por qué yo? —dijo Travis—. Di más bien, ¿por qué nosotros? Porque ahora estamos todos metidos. No solo Jubal y yo, y no solo vuestros hijos y Kelly y Alicia. También vosotros tres. Los nueve que estamos aquí somos las únicas personas del mundo que saben que esto existe... y si hubiera un modo de mantener a vuestros hijos fuera del asunto, no estarían aquí. Pero, para bien o para mal, Jubal lo descubrió, y no sabía la importancia que tenía... Lo siento, Jubal.

—No pasa nada, cher. Lo mío no es la práctica.

—Quiere decir que nunca ve los aspectos prácticos de las cosas que crea. Ese es mi trabajo. En todo caso, Manny se enteró, así que ahora somos todos responsables.

Suspiró y sacudió la cabeza.

—Al empezar os he pedido que mantuvierais el asunto en secreto, que no se lo contarais a nadie. Ahora me doy cuenta de que no puedo obligaros a cumplir esa promesa. Es demasiado pedir. Sam, María, Betty, si cualquiera de vosotros piensa que lo que debemos hacer es recurrir al gobierno, solo tenéis que decirlo y llamaré inmediatamente a Washington.

Espero que consiguiera disimular mi horror mejor que Dak. Parecía que acababan de empalarlo con un atizador candente. Alicia también tenía cara de preocupación, pero se daba palmaditas en la rodilla. Kelly estaba impasible. No dejes que nadie vea tus cartas, me había dicho en una ocasión, y ahora eso significaba no demostrar abiertamente sus sentimientos.

—Me reservaré la decisión por el momento —dijo Sam.

Mamá y María se miraron y luego se volvieron hacia Travis.

—Continúa —dijo mamá.

—Gracias. Os prometo una cosa. Si alguna vez le damos esto a alguien, será a los Estados Unidos.

—¿Si? ¿Cuál es la alternativa? —preguntó mamá. Se había inclinado hacia delante, mucho más interesada en las cuestiones prácticas que en la ingeniería espacial—. Presumo que hablas de venderlo, no de regalarlo. ¿O quieres decir que podrías mantenerlo en secreto sin más?

—¿Para siempre? Esa podría ser una alternativa si solo Jubal y yo estuviéramos al corriente. No quiero que nadie se ofenda, pero cuando más de una persona conoce un secreto, siempre acaba por filtrarse. Hay gente que podría recurrir a métodos bastante drásticos para conseguir la información. Sin embargo, no creo que tratase de guardármela aunque fuera el único que la conociera. Porque algún día, alguien más lo descubrirá y... bueno, se me ocurren muchas posibilidades, ninguna de ellas demasiado halagüeña.

—Entonces, ¿qué crees que deberíamos hacer? —preguntó Sam.

—Por ahora... guardar el secreto. —Se reclinó en su asiento y exhaló el aire con lentitud—. Todavía no he hablado de esto con nadie. Ni con los chicos ni con Jubal.

»Esta es una tecnología muy poderosa y podría hacer mucho bien. Se acabaron las crisis energéticas, la energía es gratuita. Adiós a las presas hidroeléctricas, a las centrales nucleares y a la explotación de carbón, gas y petróleo. Hasta podríamos acabar con el problema de los residuos. No más depósitos de residuos, no más incendios. Solo habría que comprimir aire hasta que alcanzara la densidad de una estrella de neutrones y luego liberar poco a poco la energía.

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