Poirot preguntó:
—¿Cómo cree que obtuvo la morfina?
—No tengo la menor idea. Pero créame usted, era una mujer astuta e inteligente, con mucho de ingenuidad y notable determinación.
—¿Pudo conseguirla de alguna de las enfermeras?
Lord movió la cabeza.
—¡Ni pensarlo! ¡Usted no conoce a las enfermeras!
—¿Y de sus familiares?
—Es posible. Tal vez apeló a sus buenos sentimientos.
Hércules Poirot dijo:
—Me ha dicho usted que murió sin testar. ¿Habría hecho testamento si hubiese vivido?
El doctor Lord hizo una mueca de disgusto.
—Quiere usted apretar todos los resortes, ¿eh? Sí. Estaba dispuesta a otorgar testamento, lo deseaba apremiantemente. No podía hablar, pero se hacía entender. Elinor Carlisle fue encargada de telefonear al abogado a la mañana siguiente.
—Luego Elinor sabía perfectamente que su tía quería hacer testamento, ¿eh? Y, al morir sin hacerlo, toda su fortuna iría a parar a Elinor. ¿No es así?
Lord se apresuró a declarar:
—Ella no sabía eso. No tenía la menor idea de que su tía no hubiese hecho testamento.
—Eso, amigo mío, eso es lo que ella dice. Es probable que lo supiese.
—Pero, Poirot..., ¿es usted fiscal?
—En este momento, sí. Debo saber todo lo que la acusa. ¿Pudo Elinor coger la morfina de la cartera de cuero?
—Sí. Pero también pudo hacerlo otro cualquiera. Roderick Welman... La enfermera O'Brien... Uno de los criados...
—¡O el doctor Lord!
Lord abrió los ojos, asombrado. Exclamó:
—¡Cla... ro que sí!... ¿Qué es lo que piensa?
—Tal vez por compasión...
Lord movió la cabeza.
—No... Nada de eso... Debe usted creerme.
Hércules Poirot se arrellanó en su asiento. Dijo:
—Formularemos una hipótesis. Supongamos que Elinor cogió la morfina de la cartera de la Hopkins y la administró a su tía. ¿Se dijo algo de la pérdida de la morfina?
—A los de la casa, no. Las enfermeras lo mantuvieron en secreto.
Poirot preguntó:
—¿Qué cree usted que hará el tribunal?
—¿Quiere usted decir si encontraran morfina en el cuerpo de mistress Welman?
—Precisamente.
Lord declaró, ceñudo:
—Es posible que si Elinor es declarada inocente de este crimen, sea acusada del asesinato de su tía.
Poirot dijo pensativamente:
—Los motivos son muy diferentes; es decir, en el caso de mistress Welman, el móvil era el
lucro
... Mientras que en el de Mary Gerrard se supone que han sido los
celos
.
—Cierto.
Poirot preguntó:
—¿Cómo desarrollará el caso la defensa?
Lord repuso:
—Bulmer se propone fundamentar su tesis en que no pudo existir motivo alguno. Expondrá la teoría de que el enlace proyectado por Roderick y Elinor se debía a instigaciones de la difunta. No existía amor alguno entre ellos, y si aceptaron la idea de la boda fue para complacer a mistress Welman; y deshicieron el proyecto, a la muerte de aquélla, de mutuo acuerdo. Roderick Welman lo declarará así. Creo que casi está convencido de que es la verdad.
—¿No cree que Elinor le haya amado?
—Así es.
—En ese caso —afirmó Poirot—, ella no tenía motivo alguno para envenenar a Mary Gerrard.
—Cierto.
—Entonces, ¿quién la asesinó?
—¿Quién sabe?
Hércules Poirot movió la cabeza, apesadumbrado.
—
C'est difficile
.
Lord expuso en tono vehemente:
—Dígame, Poirot... Si no fue ella,
¿quién lo hizo?
Tenemos el té, pero tanto la enfermera Hopkins como Mary bebieron de él. La defensa sugerirá que Mary Gerrard ingirió la morfina cuando quedó sola en la habitación... Es decir, que se suicidó...
—¿Tenía algún motivo para suicidarse?
—Que yo sepa, no.
—¿Tenía predisposición al suicidio?
—No.
Poirot dijo:
—¡Descríbame a esa Mary Gerrard!
Lord reflexionó un instante.
—Era... una
criatura preciosa
... Eso es, una criatura preciosa.
Poirot suspiró. Dijo en voz que parecía un murmullo:
—¿Se enamoró Roderick de ella porque era una criatura preciosa?
Lord sonrió.
—Ya sé lo que usted piensa... No. Era hermosa de verdad.
—¿Y usted mismo?... ¿No experimentaba usted también la atracción de su belleza?
Lord se le quedó mirando, asombrado.
—¿Yo?... ¡No, por Dios!
Hércules Poirot reflexionó durante varios segundos.
Luego dijo:
—Roderick Welman afirma que no le unía a Elinor más que una buena amistad. ¿Lo cree usted?
—¿Cómo diablos quiere usted que yo lo sepa?
Poirot movió la cabeza.
—Usted me dijo cuando entró aquí que Elinor Carlisle había tenido el mal gusto de enamorarse de un asno narigudo y arrogante. Me parece que ésa es la descripción de Roderick Welman. Luego
le quería
.
Lord exclamó, desesperado:
—¿Y qué?... ¡Sí, le quería!... ¡Le quiere aún!
Poirot aseguró pausadamente:
—Entonces,
había
un motivo...
Peter Lord se aproximó al detective con el rostro congestionado por la ira.
—Bueno,
¿y qué?...
Es posible que lo hiciera ella... Pero
no me importa en absoluto.
Poirot dijo:
—¡Bien!
—Sin embargo, no quiero que la cuelguen. Suponiendo que la desesperación la empujara a cometer ese crimen... El amor puede hacer de un canalla un hombre honrado..., puede llevar a un hombre probo e intachable al patíbulo... Supongamos que
ella
lo hiciese. ¿No quiere usted compadecerse de ella?
Hércules Poirot declaró:
—Yo no apruebo el asesinato.
Lord se quedó mirándolo con fijeza, y desvió la vista; luego le miró otra vez, y, finalmente, prorrumpió en una carcajada.
—¡No he visto en mi vida a nadie tan presuntuoso!... ¿Quién le pide a usted que lo apruebe? ¡No pretendo que usted mienta!... ¡La verdad es verdad siempre! ¿No es así?... Si usted consigue encontrar un indicio favorable a un acusado, ¿lo suprimirá porque lo considere culpable?
—Claro que no.
—Entonces, ¿por qué no puede hacer lo que le pido?
Hércules Poirot afirmó con una sonrisa:
—Amigo mío, estoy dispuesto a hacerlo...
El doctor Lord le miró con fijeza, sacó un pañuelo, con el que enjugó su rostro, y se hundió en una butaca.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Ha terminado usted con mis nervios! ¡No podía imaginar cuáles eran sus propósitos!
Poirot dijo:
—Estaba examinando todo lo que hay en contra de Elinor Carlisle. Ahora ya lo sé. A Mary Gerrard le administraron cierta dosis de morfina y, según todas las apariencias, el medio de que se valieron para dársela fueron los emparedados. Ahora bien: nadie tocó aquellos emparedados a
excepción de Elinor Carlisle
. Elinor Carlisle tenía
un motivo
para asesinar a Mary Gerrard, y, según su opinión, es perfectamente
capaz
de haberla matado. Probablemente
ha sido la autora
del asesinato. No encuentro razón alguna para creer lo contrario.
Hizo una pausa y prosiguió:
—Éste es,
mon ami
, uno de los aspectos de la cuestión. Veamos el otro. Prescindiremos de todas las consideraciones que intente forjarse nuestro cerebro y nos dirigiremos al caso desde el ángulo opuesto: Si
Elinor Carlisle no mató a Mary Gerrard, ¿quién lo hizo?...,
¿o se suicidó Mary Gerrard?
Lord se levantó. Un pliegue surcaba su frente. Dijo, temblándole la voz:
—¡No se ajusta a la realidad de los hechos!
—¿Que no me ajusto?
Poirot parecía ofendido. Lord prosiguió, sin detenerse:
—Dijo que nadie tocó los emparedados, a excepción de Elinor Carlisle. Pues bien: eso no puede saberlo usted.
—No había nadie más en la casa.
—
Que nosotros sepamos, no.
Pero usted excluye cierto período de tiempo.
El transcurrido desde que Elinor abandonó la casa para ir al pabellón y su regreso
. En ese tiempo, los emparedados estuvieron en un plato en la despensa y alguien
pudo
haber manipulado en ellos.
Poirot suspiró profundamente.
Dijo:
—Tiene usted razón, amigo mío. Lo admito. Hubo un lapso en que cualquiera pudo tener acceso al plato de los emparedados. Ahora vamos a intentar formarnos una idea sobre
quién pudo ser...
Es decir,
qué clase de persona...
Hizo una pausa.
—Consideremos en primer lugar a esa Mary Gerrard.
Alguien
que no era Elinor Carlisle deseaba su muerte.
¿Por qué?
¿A quién beneficiaría su muerte? ¿Dejó algún dinero?
El doctor movió la cabeza.
—Ahora, no. Dentro de dos meses habría entrado en posesión de dos mil libras. Elinor Carlisle pensaba dejarle esa suma porque creía que así cumplía los deseos de su tía. Pero todavía no se ha desenredado la cuestión de la herencia.
Poirot dijo:
—Despreciemos entonces el motivo del dinero. Mary Gerrard era hermosa, según dice usted. La belleza trae complicaciones. ¿Tenía admiradores?
—Probablemente, pero no lo puedo asegurar.
—¿Quién estará enterado de ese punto?
Peter Lord hizo una mueca.
—Tal vez la enfermera Hopkins. Ella es la gacetilla del pueblo. Sabe todo lo que sucede en Maidensford.
—¿Querría decirme su opinión sobre las dos enfermeras?
—¿Por qué no? La O'Brien es irlandesa, excelente mujer, competente en su oficio, algo simplona y un tanto embustera, exceso de imaginación que le hace forjarse una historia de un hecho intrascendente.
Poirot asintió.
—La Hopkins es una mujer de edad mediana, sensible, sagaz, bondadosa y competente. Pero demasiado interesada por los asuntos ajenos.
—Si hubiera tenido disgustos con algún joven del pueblo, ¿lo sabría la enfermera Hopkins?
—Apostaría a que sí.
Luego añadió lentamente:
—Sin embargo, no creo que consigamos nada por ese lado. Mary ha estado mucho tiempo fuera de su hogar. Ha residido en Alemania durante dos años.
—¿Tenía veintiuno?
—Sí.
—Tal vez alguna complicación en Alemania.
El rostro de Peter Lord se iluminó.
Dijo apresuradamente:
—¿Quiere usted decir que algún joven alemán fue el que la asesinó?... Tal vez la siguió hasta aquí, esperó la ocasión y, al fin, se salió con la suya.
—Parece algo melodramático —dijo Poirot con aire de duda.
—Pero es
posible
.
—Sin embargo no es muy probable.
El doctor Lord dijo:
—No estoy de acuerdo con usted. Alguien
pudo
requerir de amores a la muchacha y enfurecerse al verse despreciado. Es una idea.
—Es una idea, en efecto —asintió Poirot de mala gana.
El doctor Lord suplicó:
—Continúe usted, monsieur Poirot.
—Usted quiere que yo sea el taumaturgo. He de ir sacando del sombrero vacío conejo tras conejo.
—Piense lo que guste.
—Hay otra posibilidad —dijo Hércules Poirot.
—¿Cuál?
—Alguien extrajo una ampolla de morfina de la cartera de la enfermera Hopkins aquella tarde de junio.
Supongamos que Mary Gerrard vio a la persona que lo cogió.
—Lo habría dicho.
—No, no,
mon cher
. Sea razonable. Si Elinor Carlisle, o Roderick Welman, o la enfermera O'Brien, o cualquiera de los criados hubiesen abierto aquella cartera para extraer una ampollita de vidrio, ¿qué habría pensado el que los hubiese visto? Pues, sencillamente, que la enfermera los habría enviado a recoger algo de allí. Tal vez Mary lo olvidase., pero es probable que más tarde lo
recordara
y casualmente hiciese mención del hecho a la persona en cuestión... Claro que sin sospechar nada anormal. Pero la persona culpable del asesinato de mistress Welman pudo entonces imaginar el efecto de esa observación. ¡Mary lo había visto! ¡Había que obligarla a guardar silencio a cualquier precio! Le aseguro a usted, amigo mío, que la persona que ha cometido un crimen no se detiene ante escrúpulos de conciencia por cometer otro...
El doctor Lord frunció el entrecejo.
—Siempre he creído que mistress Welman tomó la morfina por su propia voluntad... No estaba dispuesta a sufrir.
—Pero estaba paralítica..., incapaz de moverse... Acababa de sufrir un segundo ataque.
—Ya lo sé. Mi idea es que, después de haberse apoderado de la morfina por cualquier medio, la guardó en un receptáculo al alcance de su mano.
—En ese caso tuvo que haberse apoderado de ella antes del segundo ataque, y la enfermera la echó de menos bastante después.
—Hopkins pudo echarla de menos aquella mañana. La anciana pudo cogerla dos días antes, y no haberlo notado.
—¿Y cómo pudo cogerla la enferma?
—¡Yo qué sé!... Tal vez sobornó a una doncella. Si así fue, la muchacha no lo confesará jamás.
—¿Cree usted que fuese posible sobornar a alguna de las enfermeras?
Lord movió la cabeza.
—¡Ni por asomo! En primer lugar, las dos son muy escrupulosas en la observación de su ética profesional... Preferirían la muerte antes de realizar un hecho semejante. Ellas saben bien el peligro a que se exponen.
Poirot asintió:
—Es verdad —y luego añadió, pensativo —: Tenemos que volver a nuestro punto de partida. ¿Quién fue la persona que, según todas las probabilidades, cogió la ampolla de morfina?
Elinor Carlisle
. Podemos decir que quiso asegurarse la herencia. También podemos sentirnos generosos y admitir que fue la compasión lo que la hizo obrar así... Cogió la morfina y la inyectó por deseo expreso de su tía... El caso es que la sustrajo y que Mary la vio. Y ahora volvamos a los emparedados y a la casa vacía... Nos encontramos una vez más con Elinor Carlisle, pero ya con un motivo diferente para salvar su cuello.
El doctor Lord exclamó:
—¡Eso no es más que una fantasía! Le repito que no es capaz de eso. El dinero no significa nada para ella... ni para Roderick. No tendría inconveniente en jurarlo así. Los he oído a los dos más de una vez hablando de ese particular.