—Bueno, me parece que aquí ya casi hemos acabado —le dijo a Daniel, sin hacer ningún caso a Mick—. Joss puede cuidar de Edward. Deja que te acompañe a la casa. Supongo que tienes ganas de ver tu habitación, sacar tus cosas y quizá tomar un baño antes de cenar. Han sido muchas horas de coche. Debes de estar cansado.
—Gracias, pero creo que me quedaré aquí a organizar unas cuantas cosas más —dijo Daniel, preguntándose qué había detrás de toda la hostilidad que percibía; el ambiente parecía cargado de resentimiento—. Es muy amable por tu parte, pero podré volver sin problemas hasta la casa. Está cerca.
—Bueno, está bien… si estás seguro. En realidad, tengo mucho que hacer. —A Lorna no le gustaba dejar a Daniel con Joss y Mick, pero tampoco quería estar allí cuando apareciera Isobel. La posibilidad de que su hermana menor le reprochara lo sucedido, aumentando su humillación delante del recién llegado, era demasiado para ella.
Cuando se hubo marchado, Daniel fue a sentarse al lado de Joss y Edward, que seguía hecho un ovillo. Buscó en el bolsillo y sacó un lápiz y un pequeño cuaderno de apuntes que siempre llevaba encima.
—Me han dicho que Edward cría gallinas —le dijo a Joss, evitando abordar directamente al niño—. ¿Sabes de qué raza son?
—Pues hay algunas Silky, unas pocas Marrans y una Light Sussex, y también hay algunas Bantam, pero la mayoría son una mezcla, ¿no es verdad, Edward? —dijo Joss. No hubo reacción.
—¿Crees que alguna se parece a esto? —Daniel empezó a dibujar—. Estos dos gallitos se están peleando por la misma corteza de beicon —dijo a modo de conversación—, pero ninguno de los dos puede tragársela, porque si abre el pico por un segundo el otro se la quitará y se la tragará él.
—¡Anda! Son clavados a Pecker y Claws cuando se pelean —dijo Joss, animando a Daniel a seguir con un gesto.
Al cabo de unos momentos, Edward apartó cautelosamente el brazo de la cabeza y miró a hurtadillas. Daniel siguió dibujando. Edward miró el papel. Se sacó el dedo de la boca y Joss, automáticamente, le limpió la baba que le caía por la barbilla.
—Pecker y Claws tienen plumas en las patas —dijo Edward.
—¿Así? —preguntó Daniel.
—Las patas de Pecker son muy, muy peludas. Es el gallito con más plumas de todo el norte.
—Entonces, ¿qué tal así?
Edward asintió.
Isobel estaba en la cocina, escuchando a Mozart mientras preparaba el resto del salmón frío para hacer un
kedgeree
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. Había eliminado cuidadosamente toda la piel y las espinas y separado el pescado en láminas —una tarea que detestaba porque siempre acababan escociéndole los dedos—, había hervido y escurrido el arroz y los huevos duros y estaba pochando la cebolla trinchada en mantequilla con un toque de curry en polvo, tarareando alegremente
Voi che sapete
, siguiendo la música, cuando Amy irrumpió en la cocina.
—Mamá, ven, rápido, corre… es Edward.
Unas explicaciones atropelladas le salían a borbotones de la boca; soltaba chispas de indignación, como si fuera una bengala encendida. En cuanto oyó lo que había pasado, Isobel cogió el botiquín de urgencia de Edward y echó a correr por el camino que llevaba al teatro. Cuando Amy y ella entraron a la carrera, Daniel, siguiendo las instrucciones de Edward, estaba muy ocupado dibujando lo que podía ser un apunte para un paisaje con un corral de Edgar Hunt.
Isobel vio de inmediato que el diazepam no sería necesario. Se detuvo en el umbral y miró, con un gesto de interrogación a Joss. Este asintió tranquilizándola y le hizo una señal, con los pulgares arriba, de que todo estaba bien. El alivio inundó a Isobel, como siempre, y el problema evitado la puso más cerca de romper a llorar que la propia crisis. Esperó a que desapareciera la sensación de ahogo que tenía en la garganta y contempló la escena, sin querer interrumpirla. Se dijo que no olvidaría aquel momento.
Amy fue a mirar el dibujo.
—¡Es una pasada! —dijo, llena de admiración.
Edward levantó la mirada.
—Se cayó la pintura —le dijo a su madre.
—Lo sé, cariño. Amy me ha dicho que no fue culpa tuya, pero gracias por decírmelo. ¡Bien hecho!
—Pero la señora araña de las piernas largas está muy, muy enfadada conmigo —dijo Edward mirando al suelo.
—Supongo que se asustó; eso hace que la gente parezca enfadada. Ya no lo estará.
—¿Todo olvidado?
—Sí, cariño. Todo olvidado —respondió Isobel, pero mientras lo decía, deseó que fuera verdad, sabiendo que Lorna tenía una memoria singularmente retentiva y que si, después de su desdichado primer contacto, quedaba cualquier pequeña cantidad de buena voluntad en la cuenta de Edward con ella, ahora ya habría desaparecido por completo—. ¿Todo bien, Joss? —preguntó.
—Nada de que preocuparse —respondió Joss, poniéndose de pie y sonriéndole tranquilizador—. Pero tienes que agradecérselo más a Daniel que a mí. Bueno, Mick y yo nos vamos. Buenas noches a todos. Hasta mañana por la mañana.
—Gracias, Daniel —dijo Isobel, con voz un poco temblorosa—. Muchas, muchísimas gracias. Venga, vamos a cenar algo.
Mientras seguía a Isobel y a los niños de vuelta a la casa, Daniel pensaba que le hubiera gustado haber hecho mucho más que dibujar unas pocas gallinas para ganarse aquella mirada de gratitud en los ojos de su anfitriona.
Lorna no había vuelto directamente a la casa cuando se marchó del teatro. Primero fue a su apartamento para evitar encontrarse con Isobel. Una de las ventanas de la sala daba al patio y, desde allí, vio cómo Isobel y Amy corrían por el sendero hacia el teatro. Lorna esperó hasta que desaparecieron dentro del edificio y luego fue a buscar a Giles. Lo encontró cuando salía por la puerta que llevaba a la bodega, con un par de botellas de Chablis bajo el brazo.
—Tengo que hablar contigo, Giles —dijo.
—Tienes un aire muy solemne. Déjame que ponga las botellas en el frigorífico y luego vamos a tomarnos una copa tranquilamente en la sala. Estoy muy contento de cómo salió la reunión de esta mañana; fuiste una ayuda estupenda. Vamos a analizarlo, quiero intercambiar ideas sobre todo lo que pasó. Dime… ¿qué quieres tomar? ¿Vino blanco como de costumbre?
—Me parece que esta noche prefiero un whisky, por favor.
—Debes de estar mal.
—Sí.
Esperó hasta que estuvieron dentro de la sala y luego cerró la puerta.
—Bien —dijo Giles, tendiéndole un vaso de whisky con agua, mientras miraba por la ventana el conocido paisaje del que nunca se cansaba—. Pareces cargada de malas noticias. Venga, dispara; dime qué te preocupa. Soy todo tuyo.
«Ojalá lo fueras —pensó Lorna—. Desearía tanto que lo fueras.» Tomó un trago de whisky y luego dejó el vaso y se acercó a la ventana, cerca de él, pero sin llegar a tocarlo.
—He hecho algo terrible. Tengo que contártelo. He tenido un disgusto con Edward y todos me echan la culpa. Izzy me matará.
—¿Edward está bien?
—Oh, creo que sí… espero que sí, pero Joss insistió en enviar a Amy a buscar a Izzy, aunque no creo que fuera realmente necesario… Estaba claro que yo sobraba allí. Lo dejaron absolutamente claro.
—Bien, si Joss e Izz están con él, no hay nada que tú puedas hacer —dijo Giles tranquilizándola, aunque Lorna vio que estaba inquieto—. Joss se las arregla tan bien con Ed que tanto Izzy como yo tenemos una confianza total en él.
No obstante esto no era en absoluto lo que Lorna quería oír.
—Pero es que me siento horrible por lo que ha sucedido… responsable en cierto sentido, aunque la verdad es que no creo que pudiera haberlo evitado.
—Seguro que no —dijo Giles, preguntándose qué demonios le iba a contar—. ¿Qué pasó?
—Cuando te fuiste, Edward no paraba de querer trastear con todo y yo traté de impedirle que tocara nada, pero no quiso hacerme caso. Izzy siempre me ha dicho que tiene que ser muy firme con él para hacer que se porte bien, así que, por su propio bien, empecé a enfadarme un poco con él, pero es evidente que no lo suficiente —dijo Lorna, cambiando a su conveniencia el orden de lo sucedido—, porque entonces fue, cogió un bote de pintura y lo dejó caer deliberadamente al suelo y la pintura se esparció por todas partes. Entonces, claro, se alteró mucho y Joss dijo que podía tener un ataque y Mick llegó a decir que todo era culpa mía. Por suerte, no creo que queden señales en el suelo porque Daniel lo limpió todo muy rápido. ¿Sabes?, Daniel no me impresionó mucho a primera vista, pero tengo que decir que he cambiado de opinión. Fue muy violento para él, una manera horrible de empezar su primera noche.
—Oh, estoy seguro de que no habrá pasado nada —dijo Giles, aunque no estaba nada seguro—. Alguien habría venido a buscarme si hubiera un problema de verdad con Edward, pero me parece que será mejor que vaya a ver. Ed no habría dejado caer nada a propósito, ¿sabes?, no sería propio de su carácter. Pero no te preocupes; sabemos que mucha gente lo encuentra desconcertante al principio.
Se dio media vuelta para marcharse, pero Lorna lo detuvo sujetándolo por el brazo.
—Oh, Giles, he empezado con tan mal pie aquí. Deseaba tanto ayudaros a ti y a Izzy y tener otra vez algún propósito en la vida, pero parece que todo lo que hago esté mal. Izz ha cambiado tanto y… hay tanto resentimiento alrededor que no estoy segura de cuánto podré aguantar. Sé que Izzy tiene en mucha estima a Joss y Mick, pero hay cosas en ellos que no acaban de gustarme, cosas de las que quizá tú e Izz no os deis cuenta. Me tratan como si fuera una intrusa y pueden ser muy desagradables. La propia Amy me dijo a la cara que me odiaba, y estoy segura de que eso se debe a ellos. No sé qué hacer. Me parece que ha sido un error venir aquí. Tal vez tendría que marcharme, pero no sé adónde ir. Supongo que podría ir un tiempo con mis padres a Francia, pero ellos opinaban que no debía venir aquí, así que supongo que me veré obligada a admitir que tenían razón y yo estaba equivocada. Por favor, ayúdame.
Miraba a Giles con los ojos llenos de lágrimas. Era más fácil llorar a voluntad de lo que Lorna había imaginado. Era como tener un grifo, con una enorme presión de agua detrás: el embalse que alimentaba el sistema era profundo y estaba lleno… era una acumulación de toda su amargura y sus celos reprimidos. Le dio un cuarto de vuelta al grifo, con cuidado —no quería una violenta inundación— y las lágrimas afloraron al instante, justo con un goteo perfectamente controlado.
Giles sintió una oleada de lástima por ella. La rodeó con el brazo, fraternal y consolador, y ella se volvió hacia él y apoyó la cabeza contra su pecho, estremeciéndose con unos cuantos sollozos bien orquestados. Quizá fue mala suerte que Isobel eligiera aquel momento para abrir la puerta de la sala.
Después de acabar de limpiar y obligar a Mick y a Joss a marcharse al Drochatt Arms, Isobel volvió del teatro con Daniel y los niños. Envió a Amy arriba con Daniel, con instrucciones de que lo acompañara a su habitación.
—¿Puedes hacer de anfitriona por mí, cariño? —le dijo—. Asegúrate de que Daniel tiene todo lo que necesita, que sabe dónde está su cuarto de baño y los interruptores de la luz. Luego te das un baño rápido y puedes bajar en pijama.
Amy se fue enseguida, feliz, sintiéndose importante. Isobel la oyó parlotear con Daniel mientras este la seguía por la elegante escalera que subía, dibujando una curva, desde el vestíbulo. Después de instalar a Edward, con un vídeo, en la habitación de los niños, acabó de preparar una ensalada para acompañar el
kedgeree
y fue a buscar a Giles. Necesitaba contarle lo que había pasado y esperaba tenerlo para ella sola un ratito.
A la vista de las evidentes lágrimas de Lorna, el incidente que Isobel presenció podría haber pasado sin mayor importancia, de no ser porque Lorna se apartó de Giles de un salto, haciendo mucho teatro y soltando un gritito ahogado de culpabilidad. Se llevó la mano a la boca y salió corriendo de la estancia, dejando a esposo y esposa frente a frente.
—¡Qué tierno! —dijo Isobel—. Siento interrumpir.
—No seas tonta, cariño. Lorna está disgustada porque parece creer que ha asustado a Edward sin querer. Solo trataba de tranquilizarla.
—Eso he visto. Muy agradable para los dos.
—¿Edward está bien? —preguntó Giles, ansioso por saberlo, pero también deseoso de desviar la atención de Isobel hacia otros derroteros.
—Por suerte, sí… pero no gracias a Lorna. Joss dice que lo aterrorizó. Estaba convencido de que íbamos a tener problemas de verdad. No toleraré que trastorne a Edward. ¿Cómo se atreve? —preguntó Isobel, furiosa—. Joss y Mick estaban allí para cuidarlo; Lorna no tenía por qué meterse. Gracias a Dios, Edward se ha calmado. Al parecer, Daniel estuvo fantástico con él. Es sorprendente; parece saber instintivamente cómo tratarlo. Debe de tener un talento innato con los niños. Amy también piensa que es maravilloso.
—Parece que Daniel es todo un éxito con las mujeres de mi familia —dijo Giles, secamente—. De todos modos, creo que Amy ha sido muy mal educada con Lorna. Y eso no lo podemos pasar por alto. Hablaré con ella por la mañana.
—Ya lo he hecho yo. Por una vez, será mejor que no intervengas —dijo Isobel, injustamente, porque en realidad había pensado en pedirle a Giles que hablara con la niña—. Y además, en el futuro, mantén las manos lejos de mi hermana —añadió con rabia.
—¿Celosa? —preguntó Giles, provocador.
—¿Tendría que estarlo?
—No, claro que no, tonta. ¿Amigos?
Pero Isobel no estaba dispuesta a dejarse conquistar tan fácilmente como de costumbre y no cogió la mano que él le tendía.
—A lo mejor me gusta que estés un poco celosa, ¿sabes? —dijo Giles enarcando una ceja—. Podría ser gratificante. —Luego, al ver su expresión, continuó con una voz diferente—: No finjas, Izz; en realidad estás mucho más preocupada por Lorna y Edward que por Lorna y yo. Tal vez tendré que probar a consolar a tu hermana un poco más a menudo.
—Entonces estarás jugando con fuego —respondió como un relámpago, aunque la pizca de verdad que había en sus palabras le dejó una sensación inquietante en la mente. Fiona siempre le estaba advirtiendo de los peligros de ser demasiado madre y no suficiente esposa y novia, aunque viniendo de Fiona, Isobel pensaba que era como la sartén diciéndole al cazo que la tiznaba. También sabía que, por muy obsesionado que Giles estuviera con Amy y su música, nunca se le podría acusar de hacer que su esposa se sintiera relegada a un segundo lugar, detrás de su hija. Siguió sin hacer caso de la mano de Giles, pero dijo más sosegadamente—: Te lo advertí, Giles. Lorna siembra cizaña. Vigila lo que haces. Venía a avisarte de que la cena está lista. Vamos a cenar. Voy a llamar a Daniel. —Y salió de la habitación. Giles se quedó mirando cómo se marchaba, pensativo. Era consciente de que, mientras tenía a Lorna entre sus brazos, había sentido un escalofrío de excitación.