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Authors: Javier Ugarte Perez

Una Discriminacion Universal (13 page)

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Introducción: la medicalización de la homosexualidad

Durante las últimas décadas del siglo XIX, la homosexualidad se configuró como un trastorno psicopatológico a través de un largo y complejo proceso de medicalización. Tal proceso, más que una simple reinterpretación de una realidad preexistente, supuso una redefinición en términos de enfermedad mental de algunos aspectos morales, legales o religiosos relacionados anteriormente con la sodomía en general y el pecado nefando en particular. Asimismo, la medicalización de la homosexualidad no puede desmarcarse del nacimiento de las especialidades médicas ni de los nuevos valores de la sociedad burguesa surgida de la revolución industrial.

Durante la centuria que media entre 1869, año en que se acuñó el término «homosexual» y la primera desclasificación de la homosexualidad como enfermedad mental, en diciembre de 1973, los médicos, y entre ellos los psiquiatras, conquistaron un territorio que había pertenecido primordialmente a los juristas y a los moralistas, hasta lograr un dominio social y cultural que les permitía gestionar y mantener el discurso público sobre la homosexualidad desde la suprema objetividad e imparcialidad de la ciencia (Bayer, 1987). Los médicos y los psiquiatras no se limitaron a un simple cambio de etiquetas, transformando un pecador (el sodomita) en un enfermo (el homosexual); más bien se trató de «una metamorfosis de la realidad social y psicológica, en gran parte por obra de la medicina, que transformó un tipo determinado de conducta sexual en una condición o manera de ser» (Hansen, 1990, p. 107). Desde las instituciones docentes y asistenciales, y a través del periodismo médico y de la literatura de divulgación, los médicos construyeron algo más que una simple etiqueta diagnóstica; contribuyeron decisivamente a definir una manera de ser, a crear un nuevo sujeto que era consciente de su identidad. Los médicos, y en particular los psiquiatras, ayudaron a modelar experiencias, construyendo no solamente una nueva enfermedad —la homosexualidad— sino también un nuevo tipo de personalidad: la del homosexual moderno.

El paradigma médico en torno a la homosexualidad cristalizó en la obra
Psychopatbia Sexualis
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, de Richard von Krafft-Ebing, neuropsiquiatra alemán y uno de los principales protagonistas de la escuela vienesa de medicina, que destacó por sus trabajos en neurología, patología sexual y medicina legal y forense. En
Psychopatbia Sexualis
se recogían unos doscientos historiales clínicos procedentes de ficheros policiales, de registros de manicomios y de los pacientes atendidos por el propio autor o por algunos de sus colegas. Con estos registros se ilustraban y se clasificaban las distintas manifestaciones psicopatológicas de la vida sexual dentro del amplio capítulo de las perversiones. Krafft-Ebing consideraba la homosexualidad «como un estigma funcional de las degeneraciones y como un fenómeno parcial de un estado neuro-psico-patológico cuya causa más frecuente se encontraba en la herencia» (Krafft-Ebing, 1950, p. 434). Del mismo modo, postulaba la idea de que la única práctica sexual 'natural', y por tanto admisible, era la procreativa, reforzando los prejuicios populares y religiosos de la época.

Sobre la base del concepto de degeneración formulado por August Morel a mediados del siglo XIX y a partir de un número limitado de casos, Krafft-Ebing inventarió todas las perversiones sexuales imaginables, y estableció el perfil personal de un estereotipo de homosexual masculino: hipersexual, emocionalmente inmaduro, contaminado neuropáticamente, de hábito físico asténico, etc.; en otras palabras, aquello que se ha venido denominando 'personalidad homosexual', tipificada por estos rasgos y vigente a lo largo del siglo XX. En su obra, Krafft-Ebing también sentó las bases de las medidas terapéuticas y preventivas que posteriormente se aplicarían a los homosexuales, incluyendo los programas eugenésicos de higiene sexual. Es necesario advertir que un elemento esencial de este libro fue la inclusión, en las sucesivas ediciones, de nuevos relatos que narraban, incluso en primera persona, las experiencias de muchos de sus lectores, algunos de los cuales eran médicos y estudiantes de medicina. Así, se encuentran testimonios de personas que, aun identificándose con los casos clínicos descritos, discrepaban abiertamente tanto del supuesto carácter patológico o aberrante de todos los homosexuales, como de las causas, de las tipologías y de las manifestaciones que en torno a la homosexualidad había descrito Krafft-Ebing (Oosterhuis, 1997).

Los lectores/autores de estos relatos se percibían a sí mismos como sujeto y objeto a la vez de las aportaciones de la medicina. Su interés por la
Psychopathia Sexualis
derivaba, en parte, de su convicción íntima de que la atracción entre personas del mismo sexo no era intrínsicamente perversa, sino 'natural' y digna. En este sentido, la ciencia era, para muchos de ellos, el camino ideal que les conduciría a la verdad y a la libertad. Por este motivo, muchas personas que se identificaban como homosexuales confiaban sus experiencias a los médicos y a los psiquiatras, al tiempo que leían la literatura profesional sobre sexología médica con el fin de encontrar una explicación para la peculiaridad de sus experiencias afectivo-sexuales, explicación que fuera científicamente rigurosa, a la vez que estuviera libre de prejuicios morales y religiosos. Dichos lectores/autores, que reivindicaban su sexualidad y cuestionaban los presupuestos de la ciencia, eran a menudo profesionales —médicos, abogados, profesores universitarios— con un nivel de formación elevado que pertenecían a las clases sociales acomodadas. Esta interrelación entre médicos y pacientes fue una constante a lo largo del siglo XX, y uno de los rasgos más característicos del proceso de medicalización de la homosexualidad. Supone, pues, un claro ejemplo de que los límites entre los expertos y los profanos no son tan nítidos como la historiografía tradicional concibe los procesos de popularización científica, y explica en buena medida el protagonismo y la participación de los propios homosexuales en el largo y complejo proceso de desmedicalización de la homosexualidad (Bayer, 1987; Adam Donat, Martínez Vidal, 2002).

La homosexualidad en la medicina española previa a la Guerra Civil: Gregorio Marañón

La psicopatología de las perversiones fue acogida con bastante retraso en la España de la Restauración. Esta tardía recepción tuvo lugar, primero, a través de los textos de medicina legal y forense, y sólo con el tiempo las nuevas teorías sobre las perversiones sexuales —teorías que no se limitaban a la descripción de los actos sexuales, sino que también describían el perfil social e incluso anatómico del individuo perverso— serían reconocidas por la psiquiatría (Vázquez García, 2001). A diferencia de otros países europeos, la psiquiatría no existía como disciplina académica en la universidad española de la época. No se enseñaba como tal en la licenciatura de medicina y ni siquiera contaba con un cuerpo doctrinal propio y consolidado. En las primeras décadas del siglo XX, la incipiente especialidad precisaba ampliar los conocimientos sobre la enfermedad mental en general, y sobre las perversiones sexuales en particular. Por entonces, los neuropsiquiatras españoles seguían las corrientes de la pujante psiquiatría alemana, como anteriormente se habían acogido a la frenopatía francesa (Adam Donat, Martínez Vidal, 2004).

Si la psiquiatría española, en general, precisó de las contribuciones foráneas para su conformación como especialidad, en el terreno específico de la sexología el núcleo central de las teorías y los conocimientos fueron elaborados por una figura que alcanzó muy pronto una considerable audiencia e influjo internacional: Gregorio Marañón (1887-1960), médico endocrinólogo y escritor de renombre, cuya obra mantuvo una amplia vigencia a lo largo de varias décadas (Glick, 2005). En su libro sobre los estadios evolutivos de la sexualidad, Marañón dedicaba un amplio capítulo a la homosexualidad, que concebía como un «estado intersexual» de carácter atávico. Abordaba la evolución del concepto de homosexualidad, la constitución somática del homosexual y las causas del supuesto trastorno. Refiriéndose a la homosexualidad como una fase en la evolución y desarrollo de las especies, afirmaba:

puede asegurarse que el homosexualismo, producto aún de la insuficiente diferenciación sexual, es menos frecuente a medida que, en la vida de las especies, nos acercamos al hombre. Y en el hombre tal vez hubiera desaparecido ya si influencias psicológicas y pedagógicas desgraciadas no lo hubiesen dificultado. De todos modos, ésta, como todas las demás manifestaciones aberrantes del amor, disminuye cada día (Marañón, 1969, p. 156)
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.

Marañón postulaba que «todo ser es, en sus principios, bisexuado, y que sólo posteriormente, en el curso de su desarrollo, se decide el sexo definitivo a que pertenecerá durante toda su existencia» (1969, pp. 144-145). A diferencia de Freud, entendía esta bisexualidad como la presencia, en ambos sexos, de características somáticas y funcionales del otro sexo, características que no residían en la imaginación sino que estaban «circulando en su sangre» (1969, p. 142). Desde una concepción marcadamente endocrinológica, Marañón elaboró una teoría de la diferenciación sexual varón-hembra basada en la evolución de los caracteres sexuales secundarios, tanto los anatómicos como los funcionales, desde el nacimiento a la senectud (1969, p. 28)
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. Basaba sus observaciones en la aparición de caracteres sexuales propios del otro sexo, bien en condiciones fisiológicas (el climaterio en las mujeres), bien en estados patológicos (alteraciones hormonales, tumores de las glándulas suprarrenales, lesiones testículares, etc.). También afirmaba que entre el varón perfecto y la hembra perfecta existían tipos intermedios con caracteres sexuales menos netos, hasta llegar a «una zona de conjunción intersexual en la que la pureza y la diferenciación de los dpos extremos se torna en ambigüedad y confusión» (1969, pp. 142-143).

En su elaboración personal acerca de la homosexualidad, Marañón integraba las teorías endocrinológicas con las teorías referidas al desarrollo del individuo y de la especie (ontogenéticas y filogenéticas), sin olvidar las contribuciones de las autoridades de la sexología (Krafft-Ebing, Ellis, Hirschfield, Bloch o Freud). Basándose en todos estos criterios, explicaba la homosexualidad como una enfermedad subsidiaria de recibir diferentes tratamientos: desde la opoterapia
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e injertos testiculares, hasta los ejercicios «viriles» o lo que él denominaba «ambiente psíquico» (1969, pp. 164-167). Con todo, imbuido de una visión marcadamente procreativa de la sexualidad y fiel a sus convicciones católicas, apuntaba que la contención, esto es, la castidad, sería el mejor remedio para esta perturbación sexual:

[refiriéndose a la persona homosexual que opta por la castidad] ... la fe y la disciplina religiosa suelen ser la razón suprema de que la conducta se haya mantenido limpia y el alma en paz. En ésta, como en todas las tempestades del espíritu, la ayuda de Dios es, claro, lo esencial (...), lo demás, lo que intentamos los médicos, es muchas veces útil, pero, por ahora, secundario (1969, p. 158).

-En la edición de 1929, Marañón llegó a considerar un «progreso no solamente científico, sino social y moral» el hecho de incluir la homosexualidad entre los estados intersexuales (Marañón, 1929, p. 125). De ahí que defendiera su eliminación del código penal, pues considerarla un delito «no sólo se trata de una insensatez en el terreno científico, sino, socialmente, de una táctica, a más de inhumana, notoriamente contraproducente, dada la peculiar psicología de los homosexuales» (1929, pp. 125-126)
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. Dentro de esta visión despenalizadora, llegaba a plantear que «el invertido es, pues, tan responsable de su anormalidad como pudiera serlo el diabético de su glucosuria y que cada cual, en este mundo, no ama lo que quiere, sino lo que puede» (1929, p. 127). Esta propuesta, que para la época se consideraba avanzada e innovadora, fue aceptada incluso por médicos de orientación anarquista como Félix Martí Ibáñez (Cleminson, 2004) y su influencia sirvió como base científica a la medicina legal y la criminología en otros países (Feria, 2004). Sin embargo, en las ediciones de
Los ensayos sobre la vida sexual
publicadas durante el franquismo (1951, 1969) se omiten todas estas reflexiones y se desvanece su postura abiertamente contraria a la penalización de la homosexualidad.

Durante la II República, Marañón y su obra gozaron de un prestigio extraordinario que rebasó ampliamente el ámbito académico
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. Sus estudios sobre la figura de Amiel, el superhombre, y la de su opuesto, el don Juan, eran objeto de los debates más encendidos en la prensa diaria y en las tertulias de la capital. Católico y liberal, se distanció de la causa republicana y, de hecho, mientras duró la contienda civil su vida transcurrió en el exilio. Su vuelta a España, después de acabada la guerra, significó el acatamiento del régimen militar, sin que por ello consiguiera la plena aceptación de quienes entonces detentaban el poder en los estamentos culturales, universitarios y profesionales. Así, mientras se le reconocían sus méritos como clínico, endocrinólogo y ensayista, sus aportaciones a la sexología médica serían poco menos que ignoradas por aquellos que protagonizaron la docencia de la medicina y, en particular, por los titulares de la cátedra de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid (Adam Donat, Martínez Vidal, 2004).

La homosexualidad en la psiquiatría del franquismo
Valentín Pérez Argilés: una enfermedad contagiosa

En términos generales, la psiquiatría de los primeros años del franquismo soslayaba la homosexualidad; solamente la abordaba de forma tangencial, más para condenarla que para estudiarla, y situaba al homosexual más cerca de la figura del delincuente que de la del enfermo. La medicina legal, por el contrario, dedicaba a la homosexualidad un tratamiento mucho más amplio, aunque, eso sí, la relegaba al ámbito estricto de lo delictivo, incluyéndola entre las perversiones o desviaciones del instinto sexual, junto a las violaciones, los estupros y los atentados contra la moral y las buenas costumbres. Aunque paulatinamente la psiquiatría se consolida como disciplina académica en la universidad y como especialidad médica diferenciada, la mayor parte de los contenidos concernientes a la psicopatología de las perversiones se mantienen en el campo de la medicina legal y forense. El hecho de que la homosexualidad fuera tratada en los textos docentes de medicina legal podría explicar su relativa ausencia en los de psiquiatría. En cualquier caso, entre una y otra disciplina existían amplias áreas de solapamiento.

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