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Authors: Javier Ugarte Perez

Una Discriminacion Universal (29 page)

BOOK: Una Discriminacion Universal
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Este desafortunado periodista trabajó en su momento para los diarios
Clarín
y
La Opinión
así como en la revista
7 Días
y
Visión
. El día 16/4/1977 fue rodeada totalmente la manzana donde se asienta su domicilio por personas fuertemente armadas, a escasos cien metros de la Comisaría Seccional 1
a
de Capital Federal. Obligaron al portero a acompañar a los captores hasta el departamento de su vivienda, ametrallaron la puerta de acceso (causando heridas a Raab), y encapucharon a ambos residentes, Raab, y Daniel Girón, para introducirlos en un vehículo que partió con destino desconocido. Una semana después, Girón fue liberado, sin conocerse aún la situación de Raab.

Indudablemente, si Raab hubiera sido heterosexual y viviera con su pareja, el informe
Nunca más
lo hubiera comentado. Blas Matamoros, uno de los fundadores del FLH, en su libro
Las tres carabelas
(páginas 43 y 44), comenta el secuestro de Raab y de Girón, a quienes conocía. A través de una llamada anónima, aparece documentación de la época de la dictadura que estaba oculta. Se han encontrado expedientes donde, a bolígrafo, en un margen, se escribió «judío»; muy posiblemente, en otros dirá «maricón» o «puto». Se sabe que activistas políticos secuestrados, por ser judíos, recibieron aún peor trato, y si fuera gay no cabe duda que le hubiera sucedido lo mismo. En Argentina todavía hay mucho que investigar. Los edictos homófobos fueron derogados en 1998, cuando hacía ya quince años que el país tenía gobiernos democráticos. Pasaron quince años y en realidad no fueron derogados, simplemente dejaron de existir cuando Buenos Aires, de capital federal argentina, se convirtió en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y en las nuevas ordenanzas, el Código de Convivencia Urbana o Código Contravencional, ley n° 10 de marzo de 1998, la homosexualidad no se menciona.

Alejandro Modarelli me informa de que en 2002, cuando tuvo lugar el debate legislativo en la asamblea de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sobre la Unión Civil, irrumpieron grupos fundamentalistas católicos; el asunto terminó con una bomba de estruendo que no explotó. Estos grupos fueron invitados por el diputado Enríquez, muy relacionado con la policía. En 2006, cuenta Modarelli, en una discoteca se convocó una fiesta gay a la que concurrieron más de cien personas; lo más llamativo era una fuente llena de condones (forros). La policía apareció y puso a todos contra la pared, insultando a la gente; con un móvil avisaron a la CHA, que se presentó con un abogado del movimiento. El policía que dirigía el operativo aseguró que tenían una orden judicial, que buscaban drogas, la presencia de menores. No era cierto: no había orden judicial. ¿Qué pasaba? El dueño del local se había negado a pagar una «coima». La CHA denunció lo sucedido en los medios y se entrevistó con el ministro del Interior. Dos aspectos son destacables: una parte de la policía se niega a respetar el Estado de Derecho, pero ya no puede actuar impunemente. Actualmente no es excepcional que los travestis sean detenidos, por prostitución, o que la policía realice un allanamiento de un local argumentando que hay drogas ilegales o menores, y esto suele pasar cuando el dueño del establecimiento se ha negado a pagar un soborno. En Argentina hoy, legalmente, no se reprime la homosexualidad, pero el rechazo y la discriminación son una constante.

Bibliografía

Acevedo, Zelmar (1985):
Homosexualidad: hacia la destrucción de los mitos.
Ediciones del Ser, Buenos Aires.

Anabitarte, Héctor (1982):
Estrechamente vigilados por la locura.
Hacer, Barcelona.

—(2005):
Nadie olvida nada.
Ediciones Impublicables, Buenos Aires.

Anabitarte, Héctor y Lorenzo, Ricardo (1979):
Homosexualidad: el asunto está caliente.
Queimada Ediciones, Madrid.

Bazán, Osvaldo (2004):
Historia de la homosexualidad en la Argentina.
Marea Editorial, Buenos Aires.

Jáuregui, Carlos Luis (1984):
La homosexualidad en la Argentina.
Tarso, Buenos Aires.

Perlongher, Néstor (1980):
Historia del Frente de Liberación Homosexual de la Argentina.
Editorial Colihue, Buenos Aires.

Rapisardi, Flavio y Modarelli, Alejandro (2001):
Los gays porteños en la última dictadura.
Editorial Sudamericana, Buenos Aires.

Salessi, Jorge (1995):
Médicos, maleantes y maricas.
Beatriz Viterbo, Rosario.

Sebreli, Juan José (1997):
Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades.
Editorial Sudamericana, Buenos Aires. —(2005):
El tiempo de una vida.
Editorial Sudamericana, Buenos Aires.

LA VOZ DE LA MEMORIA

Antonio Gutiérrez Dorado (Vicepresidente de la Asociación Ex-Presos Sociales)

La represión legal de los homosexuales durante la dictadura de Franco ha suscitado un gran interés entre los especialistas del derecho, la historia y, sobre todo, en la opinión publica, al desvelarse para ella uno de los misterios de la represión del franquismo. Esto ha sido posible gracias a los testimonios que las propias víctimas han relatado en estos últimos siete años y que ha dado origen a la «Asociación Ex-Presos Sociales». Lo que a continuación vamos a relatar no es un análisis de la represión homosexual sino la voz de las víctimas, la memoria de los mariquitas.

En los años 40, los homosexuales sufrían una persecución implacable en Europa y América y aquí, en España, no tardaría en manifestarse. El caso más sonado fue el del célebre artista y cantante Miguel de Molina, que sufrió una brutal paliza a manos de unos falangistas; fue clasificado como pervertido y peligroso, así que temiendo por su integridad decidió exiliarse. Ésta fue quizá la señal que encendió la alarma en la comunidad homosexual, cuya visibilidad se reducía al mundo de la cultura, el teatro, el cabaret y núcleos minoritarios en las grandes ciudades del país; el resto constituía un gran sepulcro de hipocresía y armario. En Andalucía, muchos gays buscaron refugio en Gibraltar o saltaron a las ciudades africanas de Orán y Tánger. Estas urbes también recibieron una oleada del levante valenciano-catalán; la base de la pirámide de la comunidad gay pronto comprobó la crueldad y rigores que el destino les tenía preparados en la nueva España que apenas amanecía.

En Algeciras, varios homosexuales fueron sometidos a escarnio publico en un acto que se repetiría a lo largo de la península y causó terror entre ellos: primero se detenía a los homosexuales que fueran adornados con prendas femeninas o maquillados; en las dependencias policiales se les rapaba y despojaba de sus ropas para ceñirles un mono; luego de hacerles beber aceite de ricino, se les subía a un carro y se les paseaba por el centro de la ciudad hasta que eran conducidos a la prisión, en la que ingresaban por orden gubernativa durante un periodo de un mes. En 1954, cuando el régimen se sabe protegido por las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, y a un paso del reconocimiento político del Vaticano y los Estados Unidos, se modifica la Ley de Vagos y Maleantes de 1933 para penalizar a los homosexuales. Esta década de los 50, de autarquía y hambre, se ceba en la población, ya que se carece de casi todo. Se desatan epidemias de sarna, piojos, tifus, polio, pero, por fin, el ingreso de España en las Naciones Unidas constituye un motivo de esperanza para el pueblo, que empieza un largo peregrinaje de emigración a Europa y América. Son muchos los homosexuales que aprovechan esta oportunidad para huir e instalarse en Francia, Bélgica, Suiza, Inglaterra y América. Los que desgraciadamente se quedaron aquí se concentraron en Madrid y Barcelona.

Pero esta España de rosario y novenas, que celebró por todo lo alto el Congreso Eucarístico que tuvo lugar en Barcelona, había inoculado el odio a los homosexuales, a los que se les consideraba unos pervertidos sodomitas que ponían en peligro los valores de la patria y de la familia. Por lo tanto, una vez penalizada la homosexualidad se consideraron medidas de internamiento, tanto en prisiones como en centros de trabajos forzados; ejemplo de ello fue la colonia agrícola penitenciaria de Tefía, en Fuerteventura. Las medidas de seguridad contempladas en la reformada ley eran las siguientes: reclusión durante un período que oscilaba entre un mes y tres años; destierro de un determinado lugar o territorio durante dos años y obligación de declarar durante ese tiempo su domicilio. Finalmente, inclusión en el registro especial de supuestos peligrosos de la dirección general de la policía. La mayoría de los homosexuales eran detenidos en lugares públicos como cines, parques y urinarios, porque éstos eran los únicos sitios donde podían establecer contacto; también se les detenía a consecuencia de la denuncia interpuesta por algún vecino. Este clima de inseguridad dio lugar a la figura del chantajista, un azote que sufrió buena parte de homosexuales.

Los homosexuales crearon mecanismos de protección: casi nunca se iba solo a los sitios de encuentro y todos adoptan apodos para preservar su identidad de posibles delaciones. En las prisiones se habilitan módulos para los invertidos, siendo famosos «el palomar» en Carabanchel, la segunda galería en la Modelo de Barcelona y los pabellones de Málaga y Valencia. El régimen penitenciario que se aplica de momento no implica aislamiento con respecto al resto de los presos, aunque su funcionamiento disciplinario era militar. La enfermería, la cocina y la asistencia moral estaban gobernadas por las Hijas de la Caridad. Las condiciones de salubridad y comidas eran penosas. En las prisiones, que en esos años estaban saturadas de presos políticos, el ingreso de los invertidos despertaba una mezcla de sentimientos que iban desde la desconfianza y el rechazo al sometimiento como esclavo sexual. Muchos homosexuales, al encontrarse lejos de sus lugares de origen, una vez que ingresaban en prisión carecían de ayuda exterior. Por esa razón, fueron víctimas de vejaciones, chantajes, violaciones, palizas, castigos, etc. Podemos afirmar que la posición del homosexual en el mundo carcelario equivalía, para unos, a basura, mientras que para otros era mercancía; así lo hemos experimentado quienes desgraciadamente tuvimos que vivirlo, arrojados junto a malhechores y criminales.

A mediados de los 60, un tufillo liberal otea sobre el régimen franquista a causa del turismo y las remesas de dinero provenientes de la emigración, lo que empieza a hacer mella sobre el armazón ideológico y moral de la España fascista y nacional católica. Para los homosexuales, que estábamos señalados en el centro de la diana represora, se abren ilusorios espacios emblemáticos de tolerancia: Torremolinos, Sitges, Barcelona y los dos archipiélagos. El turismo, ciertamente, fue un balón de oxígeno para la comunidad gay de aquellos momentos porque muchos gays europeos empezaron a frecuentar los centros turísticos y a instalarse en ellos abriendo negocios. Dieron lugar a lo que conocemos como «lugares de ambiente», introdujeron el incipiente movimiento gay de liberación e informaban de las distintas despenalizaciones que empiezan a producirse en Europa, así como sobre la importancia que el movimiento gay adquiere en Norteamérica, y su carga ideológica. Sin embargo, los integristas guardianes del régimen no tardan en reaccionar, endureciendo de modo selectivo la represión; es decir, concentrándose en los efectos perniciosos que para las buenas costumbres, la tradición y la moral producían las zonas turísticas. Para ello potenciaron la denominada «brigadilla social» de la policía y se organizaban redadas, por orden gubernativa, que arrasaban las zonas de ocio. Estos nuevos métodos policiales causaron mucho daño en la comunidad gay y fueron la causa de una gran cantidad de detenciones y encarcelamientos bajo el amparo de la Ley de Vagos y Maleantes.

En junio de 1970, la Ley de Vagos y Maleantes es sustituida por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. La comisión de justicia que discutió la nueva legislación en junio incluyó a los homosexuales, con la pretensión de regenerarlos o curarlos; esto generó un agrio debate en las Cortes franquistas, que dio lugar a un conato de oposición e incluso a cartas de protesta de un activista gay catalán desconocido en aquellos momentos, pero que luego se revelaría como alma del frente de liberación gay catalán y español, Armand de Fluvià. La disputa giraba entre las corrientes de pensamiento psiquiátrico que planteaban una causa psíquica o de la personalidad frente a las conductas hasta ese momento consideradas inmorales o contra natura; esta irracional posición fue la que finalmente logró imponerse por lo que, a tenor de esta ley, a los homosexuales se les consideraba esencialmente enfermos; a la represión de la homosexualidad como delito le sucedió la estigmatización médica. Para ello se habilitaron las prisiones de Huelva y Badajoz como centros de tratamientos para invertidos, que a la postre se convirtieron en verdaderos infiernos para quienes los habitaron. Fueron auténticos centros de experimentación y destrucción. Resultaron más tremendas que la estancia en las grandes prisiones como presos preventivos en espera de una sentencia y clasificación médico-psiquiátrica que te despachara para uno u otro de estos centros.

Pero lo más amenazante de esta ley es que trasladaba la decisión de la represión directamente al ámbito familiar desde el momento en que el juez podía considerar oportuno que el homosexual se sometiera a tratamiento en vez de ser enviado a prisión, en caso de mediar una petición familiar. Este tratamiento se basaba en sesiones de terapias, fundamentalmente de dos tipos, las eméticas y las eléctricas, sin excluir la más radical, la lobotomía: una intervención quirúrgica para modificar el cerebro. Esta última técnica se practicó en clínicas privadas y en la cárcel de Carabanchel.

Esta Ley fue una de las cartas de presentación de Carrero Blanco, entronizado a presidente de gobierno de una dictadura que olía a cadáver; la represión fue brutal en términos globales por lo que las zonas turísticas, que habían sido severamente rastreadas, pero no anuladas, no pudieron resistir los varios estados de excepción que tuvimos que sufrir los españoles por generosidad del delfín del Generalísimo. Fuimos, la generación de los 70, los jóvenes homosexuales del momento, quienes tuvimos que pagar el precio terrible del odio. En mi caso me abrió expediente el juez ponente de la ley, Antonio Sabater, justo al año de su publicación en el BOE. En 1971 se producen, de manera coordinada, redadas en los sitios de ambiente de las grandes capitales del país y se pone en marcha un plan de limpiar España de invertidos o «maricones», y lo mejor de todo es que no se llevan a cabo como represión sino para curarlos. En las cárceles de Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga y Bilbao se van concentrando las víctimas de las redadas policiales. Comienza a funcionar una especie de plan regenerador, ideado por el cuerpo técnico de instituciones penitenciarias.

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