Una Discriminacion Universal (30 page)

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Authors: Javier Ugarte Perez

BOOK: Una Discriminacion Universal
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Un nutrido grupo de psicólogos-criminalistas empiezan la tarea de clasificación para, una vez sentenciados, ingresar en las reconvertidas prisiones de Huelva y Badajoz en jaulas para invertidos pasivos, activos y congénitos, según la tabla de medir la homosexualidad —y su peligrosidad social— de este régimen fascista de comunión religiosa diaria. Régimen que, curiosamente, hacía causa común, en este tema, con el otro lado del muro de Berlín. Desde el momento de nuestra detención, una serie de secuencias y emociones, en muchos casos indescriptibles, nos perturban y paralizan. Normalmente, cuando nos detenían los policías nos dispensaban un trato vejatorio físico y psíquico, con notoriedad pública, para avergonzarnos y ellos recibir la aprobación de los testigos. Luego, a empujones, nos introducían en los ZETA, los coches patrulla que usaban los «grises» (así llamados por el color de su uniforme) y nos conducían hasta la jefatura superior de la policía; una vez en los calabozos se nos agrupaba en una celda mientras los policías de guardia, entre risas y bromas, trataban de ganarse nuestra confianza dándonos algunos privilegios como limpiar las letrinas, repartir el rancho y hacer la guardia de noche con ellos. La estancia en las dependencias policiales, en nuestro caso, duraba dos o tres días; para los detenidos políticos podía alargarse según las necesidades —hemos sido testigos, y en algunos casos víctimas, de torturas, violaciones y humillaciones sin número—. En las lecheras (así llamadas por ser furgonetas, en lugar de automóviles) nos trasladaban al Juzgado; a veces, por la saturación de detenidos, permanecíamos un día en sus infestos y terribles calabozos hasta que te llamaban a una especie de vistilla de sala en la que el secretario del Juzgado de Peligrosidad Social, el fiscal y la denuncia de la policía, junto a tu declaración, decidían tu destino a la cárcel en espera de juicio. Con 17 o 18 años no se es muy consciente de la secuencia que en ese momento se está viviendo; bajas de nuevo al calabozo sin saber qué va a ser de ti, pero un aguijón está a punto de herir mortalmente tu juventud. Las horas se hacen interminables esperando la decisión de la sala; el silencio espeso de los calabozos se ve interrumpido por las voces de los funcionarios, acompañados de guardias civiles. Tras golpes de cerrojos abren la puerta de la galería y varios guardias civiles toman posición, mientras un funcionario lee los nombres de los que van a prisión; metódicamente se procede a abrir las celdas y, de uno en uno, vamos saliendo mientras un guardia civil nos esposa hasta formar una cadena humana que es introducida en un furgón celular, que nos lleva hasta la cárcel.

Cuando bajas del furgón y se abre el rastrillo de la prisión, el oficial de la conducción entrega al jefe de servicio de guardia las órdenes de ingreso. Entonces te nombran, te quitan las esposas, se cierra el rastrillo y el mundo se hunde a tus pies. A continuación, una vez concluidas las formalidades del ingreso te conducen a una especie de sala donde te despojas de todas tus ropas y pertenencias, te tallan, pesan, toman huellas dactilares y hacen unas fotografías. Una vez terminado este examen, los funcionarios de la cárcel te llevan a una galería que llaman de ingreso y donde conoces lo que va a ser tu hogar en adelante. Durante cinco días permaneces sin salir de la celda para nada y a cada toque de recuento tienes que estar firme a la puerta. Cualquier negligencia se arregla a golpes y patadas; los demás toques que regulan la vida de la prisión van penetrando poco a poco en tu cabeza. Los enseres que te entregan se reducen a una colchoneta rellena de soga prensada, una manta tiesa y maloliente que no abriga pero pesa como un muerto, plato y cuchara de aluminio y un vaso de plástico. Las celdas son habitáculos de 4 x 6 metros para tres, a veces cuatro personas, en las que un lavabo, un urinario y camas literas constituían el único mobiliario. Estaba absolutamente prohibido tener objetos personales que no fueran los necesarios para la higiene, tabaco o comida, comprada en el economato de la prisión. Si recibías un paquete del exterior te lo registraban; muchas cosas las confiscaban y otras desaparecían. Ninguna foto o póster que rompiera la frialdad de aquella especie de nicho podías permitirte, por temor a los castigos y paliza que eso podía producir. Los cacheos eran continuos, dependiendo del funcionario, y podían realizarse en cualquier momento del día.

La Modelo de Barcelona fue la prisión que más homosexuales registró en situación de preventivos. Esta prisión, en la década de los 70, habilitó un módulo especial para invertidos que estaba simado en la parte de entrada a la prisión; se trataba de un pabellón con dos secciones independientes y un patio interior, aislado del núcleo del edificio. La sección que ocupábamos nosotros tenía su entrada por el patio, mientras la otra la ocupaban presos militares. Este patio se convirtió en la sala de espera antes de trasladarnos a Huelva o Badajoz. En él transcurrían los días con las charlas y las sentencias morales de nuestros guardianes, la más laxa de las cuales era: «yo no os gasearía sino que os mandaría a una isla y allí os extermináis entre vosotros». En esta sección se ubicó la lavandería y la colchonería de la Modelo, junto a unos talleres del PPO, obra social de la Organización Sindical Española (el sindicato vertical) que organizaba cursos de capacitación profesional. Nosotros no trabajábamos porque éramos presos preventivos, así que al margen del trabajo en la lavandería y colchonería, que no ocupaba a más de seis personas, estábamos chapados en las celdas o en el patio, una vez que los presos salían de los talleres.

Allí, solos y aislados del resto, éramos cobayas con las que experimentaban su metáfora de la isla. Y ciertamente se dieron muchas tensiones y peleas entre nosotros debido a este régimen de aislamiento; esto también dio lugar a que las redes clandestinas de los presos, es decir, el gobierno real de la prisión, fijaran sus ojos en nosotros, facilitando la única salida que teníamos para no volvernos locos: vender nuestros favores sexuales, dejarnos violar o que algún capo, al que deberíamos obediencia, nos adoptara. Todo esto con el peligro que suponía para nuestra seguridad y las penalizaciones a las que podíamos ser sometidos si nos descubrían. Si eso ocurría, aparte de las humillaciones y palizas que recibíamos de nuestros guardianes, se nos abría expediente disciplinario y la mayoría de las veces la sanción consistía en el internamiento en una celda de castigo. Ingresar en celda de castigo es de las experiencias más traumáticas que se pueden sufrir en la cárcel. En la Modelo de Barcelona estaba situada en la última planta de la quinta galería, donde estaban los presos por delitos de sangre y fuego. Este inhumano castigo consiste en estar todo el día encerrado en una celda desprovista de cama y lavabo y que sólo tiene una taza de water. La comida consiste en un trozo de carne de membrillo y un jarro de agua que se distribuye a la hora del toque de silencio; a la vez, te daban el colchón y una manta mientras, al toque de diana, te los retiraban. Esto sucedía cada uno de los diez o veinte días que te podían caer.

No podemos dejar sin señalar en este relato la silenciada situación que vivieron los homosexuales ingresados en sanatorios psiquiátricos. La mayoría de los casos se dieron por vía judicial, a petición de la familia, pero en otros se produjo de forma voluntaria, debido a la presión social y a la influencia que como consejeros tenían los curas y religiosos. Curiosamente, la mayoría de los ingresos se efectuaron en clínicas gobernadas por religiosos, aunque también hay casos de ingreso en psiquiátricos penitenciarios; por esta vía también se puede rastrear la represión de las lesbianas. No tenemos palabras para describir los sufrimientos y anulación que sufrieron los homosexuales de ambos sexos. Los pocos testimonios que se han dado a conocer sólo son una muestra de una realidad muy extendida por desarrollarse de la mano de la familia, por lo que habrá que esperar un tiempo para que este aspecto de la represión pueda ser estudiada, aunque eso no nos impide señalar que determinadas corrientes psiquiátricas pueden convertir la Psiquiatría en una herramienta terrible de poder inquisidor. Esta situación perduró hasta 1980, año en el que la judicatura deja de aplicar a los homosexuales la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social atendiendo a la nueva realidad constitucional. También influyó la proposición no de ley presentada por el PCE y el PSOE, en 1979, para que dejara de aplicarse esta ley a los homosexuales, que hasta ese momento no se habían beneficiados de ninguna de las medidas de gracia, libertades y derechos que empezaban a disfrutar los españoles. Ciertamente, en la Transición apareció con fuerza la cuestión homosexual dando lugar a una proliferación de siglas gays, unas de orientación cristianas y otras muy extremadas, que fueron la matriz del cambio que, en la sociedad, se ha producido con respecto a la homosexualidad.

En aquellos años los activistas gay tuvieron que empezar militando en los partidos y sindicatos que emergían; desde esas estructuras comenzaron una labor de denuncia y reivindicación. El resultado de esa tarea fue la campaña por la abolición de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social y la amnistía para los presos homosexuales. Estos hechos dieron lugar a las primeras manifestaciones por los derechos de los gays y lesbianas y al nacimiento oficial del movimiento homosexual de los pueblos y naciones de la Península Ibérica. Desgraciadamente, para quienes padecieron persecución y fueron enviados a la cárcel supuso poco que se dejara de penalizar la homosexualidad pues, como la ley siguió vigente hasta 1995, y al no haber sido beneficiados por la amnistía, las fichas policiales y los expedientes judiciales estuvieron activos tanto en los registros de la Dirección General de la Seguridad como en los juzgados de vigilancia penitenciaria hasta el año 2000; todavía constituye un tema a zanjar. El hecho es que, a partir de los 80, la sociedad española entró en un proceso de cambio que se tradujo en una laxitud moral con respecto a las tradiciones y costumbres, así como tolerancia hacia la homosexualidad y la igualdad de la mujer. Esto no justifica la represión de personas que en democracia estaban legalmente marcadas por su pasado y cuyas historias, y difícil destino posterior, no habían interesado a nadie.

ANEXO 1

1. «Gente de mala calaña, que está traicionando a España»,
Letras,
1939.

2. Viñeta de Summers, «El hijo rana de supermán»,
Hermano Lobo,
28 de octubre de 1972.

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