Una mujer difícil (72 page)

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Authors: John Irving

BOOK: Una mujer difícil
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Claro que se acordaba. Era Chesa.

Después de las exequias tuvo lugar el velatorio acompañado de un refrigerio, pues la anciana señora Bosman, que era quien pagaba, creía en la necesidad de los velatorios, y durante aquellas horas las prostitutas repitieron el nombre de la hija muerta lo suficiente para que la viuda se acercara a Harry, quien trataba torpemente de librarse de un huevo duro que no quería comer, un huevo con una especie de caviar encima.

—¿Quién es Chesa? —le preguntó la anciana señora Bosman. Entonces Harry le contó toda la verdad. El relato conmovió a la señora Bosman hasta hacerla llorar, pero la mujer no era tonta ni mucho menos.

—Como es natural, sabía que mi querido marido visitaba a la prostituta —le confesó a Harry—. Pero, tal como lo veo, ella me hacía un favor… ¡y evitó que se muriese en la calle!

Sólo unos pocos años antes de su asesinato, Rooie Dolores había reducido las vacaciones anuales a unos pocos días en abril o mayo. Pasó las últimas Navidades con los Bosman, cuyos nietos eran tan numerosos que Rooie tuvo que comprar muchos regalos. «Aun así sale más barato que ir a esquiar», le dijo a Harry. Y un oscuro invierno, el último de su vida, le pidió a Harry que fuese con ella de vacaciones y que pagarían los gastos a medias.

—Tú has leído los libros de viajes —le dijo en broma—. Elige el lugar e iré contigo.

El encanto que pudieran haber tenido para Rooie aquellos padres divorciados, siempre de vacaciones con sus hijos alicaídos, había terminado por esfumarse.

Harry había imaginado no pocas veces que emprendía un viaje con Rooie, pero su invitación le sorprendió al tiempo que le dejaba desconcertado. El primer lugar al que pensó llevarla fue París. (¡Ahí era nada, visitar París con una prostituta!) Aquel gran lector de libros de viajes había empezado a hacer anotaciones en los márgenes de las páginas y a subrayar frases esenciales sobre los hoteles apropiados. Uno de los primeros hoteles en que pensó fue el Hótel du Quai Voltaire, el mismo en el que Ted hizo la fotografía de Marion con los pies de Thomas y Timothy. Pero ese hotel no estaba tan recomendado como el Hótel de L'Abbaye o el Duc de Saint-Simon. Harry había decidido buscar alojamiento en algún lugar de Saint-Germain-des-Prés, pero creía que Rooie era quien debería elegir el hotel.

Provisto de sus guías de París, repletas de subrayados y anotaciones marginales, Harry visitó a Rooie en su habitación de la Bergstraat. Tuvo que esperar en la calle hasta que ella terminó con un cliente.

—¡Vaya, Harry! —exclamó—. ¿Quieres llevar a una vieja puta a París? ¡París en abril!

Ninguno de los dos había visitado París. No habría salido bien. Harry imaginaba que a Rooie le gustaría Notre-Dame, las Tullerías y las tiendas de antigüedades sobre las que él había leído, y la veía contenta, de su brazo, paseando por los jardines del Luxemburgo, pero no podía imaginársela en el Louvre. ¡Al fin y al cabo, vivía en Amsterdam y no había ido una sola vez al Rijksmuseum! ¿Cómo podría Harry llevarla a París?

—La verdad es que no creo que pueda marcharme —replicó él, evasivamente—. Hay mucho trabajo en De Wallen durante el mes de abril.

—Entonces iremos en marzo —le dijo Rooie—. ¡O en mayo! ¿Qué te ocurre?

—No creo que me sea posible hacer ese viaje, Rooie, en serio —tuvo que admitir Harry.

Las prostitutas están familiarizadas con el rechazo y lo encajan bastante bien.

Después de recibir el aviso de que Rooie había sido asesinada, Harry buscó en la habitación de la Bergstraat las guías que ella no le había devuelto. Las encontró sobre la mesa estrecha que había en el lavabo.

También observó que el asesino había mordido a Rooie y que, a juzgar por la manera en que el cadáver había sido empujado para que cayera de la cama, parecía que el crimen no obedecía a ningún ritual. Lo más probable era que la hubieran estrangulado, pero no había moretones causados por la presión de los dedos en la garganta de la víctima. Esto indicaba, en opinión del
hoofdagent
, que la habían asfixiado con el antebrazo.

Entonces se fijó en el ropero, con las puntas de los zapatos hacia fuera. Un par de zapatos no estaba alineado con los demás, sino apartados de un puntapié, y en medio de la hilera había un espacio donde habría encajado otro par de zapatos.

Harry no tuvo ninguna duda: ¡había un testigo! Sabía que Rooie era una de las pocas prostitutas que se desvivían por ser complacientes con las novatas. También conocía el procedimiento. Dejaba a las novatas que la observaran cuando estaba con un cliente, sólo para ver cómo se hacía. Había escondido a muchas chicas en su ropero. Sobre el método de Rooie hablaron cierta vez en una de las reuniones de El Hilo Rojo, y Harry estuvo presente. Pero Rooie llevaba bastante tiempo sin asistir a esas reuniones, y Harry ni siquiera estaba seguro de que El Hilo Rojo siguiera celebrando reuniones para las prostitutas novatas.

En el umbral de la puerta que daba acceso a la habitación de Rooie estaba sentada lloriqueando la joven que había descubierto el cadáver de Rooie. Se llamaba Anneke Smeets. Había sido adicta a la heroína y se estaba recuperando, o por lo menos así se lo había hecho creer a Rooie. Anneke Smeets no iba vestida para trabajar detrás del escaparate. Normalmente llevaba un top de cuero, que Harry había visto colgado en el ropero.

Pero aquel día, en el quicio de la puerta, Anneke estaba desgreñada y resultaba poco atractiva. Vestía un suéter negro holgado, con los codos deformados, y unos tejanos desgarrados en ambas rodillas. No llevaba maquillaje, ni siquiera rojo de labios, y tenía el cabello sucio e hirsuto. El único rasgo de extravagancia en su aspecto tan corriente era el tatuaje de un rayo, aunque pequeño, en la parte interior de la muñeca derecha.

—Parece ser que alguien podría haber estado mirando desde el ropero —comentó Harry.

La muchacha, que no cesaba de sollozar, movió afirmativamente la cabeza.

—Eso parece —convino.

—¿Ayudaba a una novata? —inquirió Harry.

—¡Nadie que yo conozca! —respondió la chica llorosa.

Y así, incluso antes de que el testimonio que envió Ruth Cole llegara a la comisaría de la Warmoesstraat, Harry Hoekstra sospechó que debía de haber un testigo.

—¡Dios mío! —exclamó de repente Anneke—. ¡Nadie ha recogido a su hija en la escuela! ¿Quién se lo dirá a la niña?

—Ya la ha recogido alguien —mintió Harry—. Y ya se lo han dicho.

Pero unos días después dijo la verdad; fue cuando su mejor amigo entre los detectives, Nico Jansen, quiso hablar en privado con él. Harry sabía de qué quería hablarle.

Sobre la mesa de trabajo de Jansen estaban las guías turísticas de París. Harry Hoekstra anotaba su nombre en todos sus libros. Nico Jansen abrió una de las guías por la página donde estaba la reseña del Hótel Duc de Saint-Simon. Harry había escrito en el margen: "En pleno Faubourg Saint-Germain, una zona magnífica".

—¿No es ésta tu letra, Harry? —le preguntó Jansen.

—Mi nombre está en la primera página, Nico. ¿Se te ha pasado por alto?

—¿Adónde planeabas ir de viaje con ella? —inquirió el detective Jansen.

Harry trabajaba desde hacía más de tres décadas como policía. Por fin sabía lo que era sentirse sospechoso.

Explicó a su amigo que Rooie viajaba mucho, mientras que él se limitaba a leer libros de viajes. Desde hacía largo tiempo tenía la costumbre de prestarle sus guías. Ella se había acostumbrado a preguntarle cuál era el hotel más apropiado y qué lugares debería visitar.

—Pero no mantenías relaciones con Rooie, ¿verdad, Harry? —le preguntó Nico—. Nunca llegaste a viajar con ella, ¿no es cierto?

—No, nunca viajé con ella —replicó Harry.

En general, decirles la verdad a los policías era una buena idea. Harry no había mantenido relaciones con Rooie ni tampoco había viajado con ella. Eso era del todo cierto. Pero los policías no tenían que saberlo todo. No era necesario que Nico Hansen supiera que Harry se había sentido tentado. ¡Y de qué manera!

El sargento Hoekstra encuentra a su testigo

Por entonces, el sargento Hoekstra sólo vestía de uniforme cuando el barrio chino sufría la invasión de turistas y gentes que no eran de la ciudad. (También se lo puso para asistir al funeral de Rooie.) Y cuando se trataba de enseñar la zona, Harry era el policía más solicitado del segundo distrito, no sólo porque hablaba el inglés y el alemán mejor que ningún otro agente de la comisaría de la Warmoesstraat, sino también porque era el experto reconocido en el distrito y le encantaba llevar allí a la gente.

Una vez mostró De Wallen a un grupo de monjas. No era raro que mostrara «los pequeños muros» a escolares. Las prostitutas, tras el escaparate, no perdían la calma y desviaban la vista cuando veían llegar a los niños, pero en una ocasión una mujer corrió bruscamente la cortina de su escaparate. Más adelante le dijo a Harry que había reconocido a su propio hijo entre los miembros del grupo.

El sargento Hoekstra era también el agente preferido del segundo distrito cuando había que hablar con los medios de comunicación. Puesto que las falsas confesiones eran corrientes, Harry había aprendido enseguida a no facilitar nunca a la prensa todos los detalles de un delito. Por el contrario, a menudo aportaba a los periodistas detalles falsos, lo cual solía provocar las confesiones de ciertos enajenados. En el caso de Dolores la Roja, logró un par de confesiones falsas diciendo a los periodistas que habían estrangulado a Rooie tras un «violento forcejeo».

Las dos confesiones falsas eran de hombres que afirmaban haber matado a Rooie, asfixiándola con sus propias manos. Uno de ellos había persuadido a su esposa para que le arañase la cara y el dorso de las manos; el otro había convencido a su novia para que le diera puntapiés en las espinillas una y otra vez. En ambos casos, daba la impresión de que los hombres habían sostenido un «violento forcejeo».

En cuanto al método empleado para asesinar a Rooie, los detectives no perdieron tiempo manejando los ordenadores. Dieron la información necesaria a la Interpol, con sede en la ciudad alemana de Wiesbaden, y así descubrieron que unos cinco años atrás, en Zurich, habían matado a una prostituta de una manera similar.

Lo único que Rooie había podido hacer era desprenderse de un zapato al sacudir la pierna. La prostituta que trabajaba en la Langstrasse de Zurich había opuesto un poco más de resistencia y se había roto una uña, lo cual demostraba que debía de haberse producido una breve lucha. Unos trocitos de tela, presumiblemente procedente de los pantalones del asesino, habían quedado bajo la uña rota de la prostituta. Era una tela de calidad, pero ¿qué revelaba eso?

La relación más convincente entre el asesinato de Zurich y el de Rooie, en Amsterdam, era que, en el primer caso, también hubo una lámpara de pie a la que quitaron la pantalla y la bombilla sin dañarlas. La policía de Zurich desconocía el hecho de que el asesino había fotografiado a la víctima. Allí no hubo ningún testigo y nadie envió a la policía un tubo de revestimiento Polaroid con una huella perfecta del pulgar derecho del presunto asesino.

Sin embargo, ninguna de las huellas tomadas en la habitación de la prostituta cerca de la Langstrasse de Zurich coincidía con la huella del pulgar obtenida en Amsterdam; y la Interpol tampoco tenía registrada en sus archivos de Wiesbaden ninguna huella que coincidiera. La segunda huella que había en el tubo era una huella pequeña y nítida de un índice derecho, lo cual indicaba que la testigo debía de haber tomado el tubo con el pulgar y el índice en los extremos. (Se había llegado a la conclusión de que debía de ser una testigo, porque la huella dactilar era mucho más pequeña que la huella del pulgar del probable asesino.)

Otra huella pequeña y clara del dedo índice derecho de la testigo procedía de uno de los zapatos con la punta hacia fuera que estaban en el suelo del ropero de Rooie. El mismo dedo índice había tocado el pomo interior de la puerta, sin duda cuando la testigo salió a la calle, después de que el asesino se hubiera ido. Fuera quien fuese, era una mujer diestra y tenía una cicatriz producida por un corte con un cristal, perfectamente centrada en el dedo índice derecho.

Pero la Interpol tampoco tenía una huella que coincidiera con el dedo índice derecho de la testigo. Desde luego, Harry no había esperado que la hubiese. Estaba seguro de que su testigo no era una delincuente, y tras pasarse una semana hablando con las prostitutas de la zona, también tenía la seguridad de que su testigo no era una prostituta. ¡Probablemente se trataba de una puñetera turista sexual!

¡En un breve período de tiempo, menos de una semana, cada prostituta de la Bergstraat había visto a la probable testigo hasta media docena de veces! Y Anneke Smeets incluso había hablado con ella. Una noche la mujer misteriosa había preguntado por Rooie, y Anneke, con su top de cuero y blandiendo un consolador, le había comunicado a la turista la supuesta razón por la que Rooie no trabajaba de noche. Le había dicho que la veterana prostituta estaba con su hija.

Las prostitutas de la Korsjespoortsteeg también habían visto a la mujer misteriosa. Una de las putas más jóvenes le dijo a Harry que su testigo era una lesbiana, pero sus compañeras se mostraron en desacuerdo. Habían sido cautelosas con la mujer porque no sabían qué era lo que quería.

A los hombres que pasaban una y otra vez ante los escaparates de las mujeres, siempre mirando, siempre cachondos, pero sin que nunca acabaran de decidirse, los llamaban
hengsten
(sementales), y las prostitutas que habían visto a Ruth Cole pasar ante sus escaparates la llamaban
hengst
(hembra). Sin embargo, desde luego, no existe un semental hembra, y por ello la mujer misteriosa inquietaba a las prostitutas.

Una de ellas le dijo a Harry que parecía una periodista. (Los periodistas inquietaban mucho a las prostitutas.)

¿Una periodista extranjera? El sargento Hoekstra había rechazado esa posibilidad. A la mayoría de los periodistas extranjeros que iban a Amsterdam con un interés profesional por la prostitución les decían que hablaran con él.

Gracias a las prostitutas de De Wallen, Harry descubrió que la mujer misteriosa no siempre estuvo sola. La había acompañado un joven, tal vez estudiante universitario. Si bien la testigo a la que Harry buscaba era treintañera y sólo hablaba inglés, el muchacho era sin duda holandés.

Esto respondía a un interrogante que se había planteado el sargento Hoekstra: si la testigo desaparecida era una extranjera de habla inglesa, ¿quién había escrito el informe en holandés? Ciertos datos adicionales vertían algo de luz sobre el documento cuidadosamente redactado en letras mayúsculas que la testigo había remitido a Harry. Un tatuador a quien Harry consideraba un experto en caligrafía, examinó la minuciosa escritura y llegó a la conclusión de que el texto había sido copiado.

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