A Natalie le sonaban la mayoría de las cosas. Pero algunas eran nuevas para ella. Dejó que los hombres siguieran hablando. Fingió no saber. Escuchó.
Aprendió.
Terminaron la reunión una hora después.
Se sentía cansada. Mareada. Confusa. El hecho de que le hubieran permitido asistir a esta reunión era una nueva sensación. Al mismo tiempo: la actitud de Stefanovic era extraña.
Göran la acompañó al coche.
Ahora hablaba sueco.
—¿Qué tal estás, mi niña?
—Estoy bien —mintió—. Aprecio que me hayáis dejado participar en esto.
—He sido yo quien pensó que era lo mejor.
—Gracias. Dentro de poco me toca ir a otro interrogatorio con la policía.
—Vale. Entonces quiero que pienses en algunas cosas.
—¿Como qué?
Göran le explicó cómo pensaba que ella debía actuar. No contestar a preguntas innecesarias. No especular sobre teorías propias.
—De todas maneras, no puedes ayudarles a encontrar al asesino del
Kum
.
Luego propuso que de ahora en adelante ella grabara todos los interrogatorios en su iPhone.
A Natalie eso le sonaba raro.
—No, no es raro —dijo Göran—. Si no hacen su trabajo y siguen sin encontrar al asesino de tu padre, tenemos que hacernos cargo nosotros.
Ella prometió considerarlo.
—Ha sido importante que estuvieras hoy. Eres la hija —afirmó Göran.
—¿Qué quieres decir?
—Eres la hija de Rado. Eres la heredera. Oí lo que dijo el
Kum
en el hospital. ¿Lo entiendes? Lo oí.
—Sí, tenemos que hablar de eso en otra ocasión.
—Por supuesto. Por cierto, deberías conseguir un nuevo número de móvil. Y, cuando lo tengas, comunícamelo a través de Patrik. No llames.
—Ya entiendo, no llamaré.
—Y una última cosa.
Natalie se preguntó qué le diría ahora. Estaba tan cansada.
—¿Tu madre y tú tenéis controlado qué bienes hay en la testamentaría?
—No lo tengo del todo claro, pero he oído lo que ha dicho Stefanovic. No he tenido fuerzas para ocuparme de ello. Pero vamos a contratar a un abogado para que lleve lo de Hacienda.
—No lo digo solo por Hacienda. Hay muchas otras manos largas ahí fuera.
Göran se acercó a ella. Las sienes canosas casi parecían blancas a la luz del sol.
La besó en las mejillas.
—Trata de hacerte una idea de lo que hay en la testamentaría. Es un consejo.
Natalie asintió con la cabeza. No tenía fuerzas para preguntarle qué quería decir. Solo quería ir a casa a dormir.
—¿Te arreglarás, entonces? —preguntó él.
Natalie no sabía qué contestar.
H
oy: el preparativo más importante de todos. O, en realidad: ya había pasado la época de los preparativos; ahora arrancaba la cosa.
Hace dos días: Jorge había recibido la fecha y la hora del Finlandés, a quien se lo había pasado su contacto de dentro.
Además: Jorge tenía su propio plan. Había posibilidades profesionales ahí fuera. En breve, un colega saldría del trullo, JW. Un tío que controlaba. Había continuado con sus negocios desde el otro lado de los muros. Cosas avanzadas. Transferencias de dinero, tratamiento de pasta, inversiones millonarias. En resumidas cuentas: blanqueo. JW podría hacer magia con el botín. Una transformación total: en lugar de billetes, números en cuentas. Vinculadas a las tarjetas de crédito más exclusivas. Lejos de los tristes zulos del Finlandés en Södertälje.
Una nueva vida. De verdad.
Estaba disfrutando de sus pensamientos: la entrega del año. Los sueldos de verano más la retribución por vacaciones, el aumento de los reintegros de cara a las vacaciones, la invasión de los turistas que llegaban a la ciudad, todos necesitaban
cash
. Y había que llevar
cash
a los cajeros automáticos de Estocolmo. Además, el contacto había pasado nueva información al Finlandés: han empezado con una nueva rutina de descarga, tienen nuevos GPS, puede que saquen más de la cámara acorazada. El tío parecía ser el director ejecutivo de la empresa de seguridad o algo así.
Ahora empezaba.
Era la hostia, AHORA EMPEZABA.
Jorge, Mahmud, Tom, Sergio: camino de la base de los helicópteros.
Tom: una estrella, pedazo de investigador, planificando el golpe como si fuera un atentado de Al Qaeda.
Tres preguntas.
La valla: Tom había calculado qué hacía falta. Había pedido consejo a gente. Estudiado otros robos. El Finlandés tenía razón: la rotaflex no era una buena idea. Pero, según Tom, se podría reventar la verja con un vehículo lo suficientemente grande y pesado. Propuestas: pala cargadora, dúmper o motoniveladora. Tom incluso había hecho la prueba de atravesar la verja de una zona de construcción con una pala cargadora. No era tan fuerte como la verja corredera de Tomteboda, pero debería funcionar.
Se decidieron. Jorge se lo contó al Finlandés. El tío estaba de acuerdo, era una buena idea. El único problema: probablemente no iban a poder sacar el vehículo de allí; había riesgo de dejar rastros de ADN,
big no no
.
[29]
Jorge pensó: «Ya se le ocurrirá algo a Tom».
En segundo lugar: el tema de los helicópteros. Cuando Jorge pensaba en ello: era sorprendente. La pasma solo tenía seis helicópteros en todo Vikingolandia. Eurocopter EC135, ese era su modelo. Estaban aparcados en helipuertos repartidos por el país. ¿En qué estaban pensando los vikinguillos? No tener más que seis
choppers
en un país entero,
crazy
. Y además deberían haber aprendido la lección tras el robo del helicóptero hace unos años. El Estado sueco se lo había buscado: Jorge, el hombre ATV,
the Heist Guru
,
[30]
les iba a enseñar. Sin cópteros en el aire no había caza. Sin cópteros en el aire, pan comido. El Finlandés ya lo tenía todo estudiado. Y Jorge había planificado su propia versión de los hechos.
Tres preguntas. Dos de ellas resueltas.
La última: la cámara.
El Finlandés seguía sin sacar planos u otra información de cómo era. De la construcción de las paredes. El grosor y los mecanismos de las cerraduras de las puertas de la cámara.
Lo había dejado claro:
—Tengo que saber más para poder volar esa mierda. Pero mi contacto afirma que no puede sacar nada.
Lo más probable: no iban a poder entrar en la cámara.
Pregunta: ¿debería poner a Tom a trabajar en esto también?
La GRAN pregunta: ¿cómo podría evitar que el Finlandés se enterase de todo esto?
Una noche en el quinto pino: casitas de verano, granjas y animales a contraluz. Árboles, campos cultivados y más árboles. El cemento invertido: esto era la verdadera Suecia para la gente que Jorge no conocía.
El ambiente: tenso. Una sensación de mareo en la tripa. Estaba irritado por tener que aguantar la angustia criminal ahora mismo. Mahmud, por otro lado: parecía estar totalmente relajado. Escuchaba su música árabe de siempre. Haifa Wehbe, Ragheb, Alama, los auténticos ritmos del Oriente Medio, como decía él. Fuera de la ventana:
Den blomstertid nu kommer
.
[31]
El ambiente:
shit
,
this was it
.
[32]
Ahora iba en serio. Ahora no se podía fallar. No se podía joder este asunto. Nunca la jodas, ese era un lema por el que merecía la pena vivir.
Porque algunos sí la jodían: el marica de Viktor la había fastidiado con sus mariconadas. Necesitaban ser ocho. Pero Jorge nunca dejaría que el maricón-V participara en esto después del numerito homosexual que había montado en la casa de la vieja de Jimmy. Con sus protestas y bobadas. Así que: solo quedaban siete tíos. No era suficiente.
Puto maricón.
Tom decía que el chorbo estaba cagado de miedo. Que lo estaba pasando mal, que no aguantaba la presión. Parecía que tenía angustia por todo lo que pudiera pasar ahora que se habían cepillado a Radovan. Pero qué hostias, ¿por qué no espabilaba sin más? De todas maneras, ya era tarde, el tío estaba fuera del juego.
¿Y el riesgo de que cantara? Igual a cero. Jorge dejó que Javier y Sergio charlaran un poco con Viktor. Le explicaron con gran detalle cómo se sentiría uno al tener un tubo metido por el culo, por el que se hacía entrar una rata y que después se taponaba. La rata solo tendría un camino de salida.
Mahmud había sacado el tema una noche en la cafetería. Beatrice se había ido a casa; ella ya manejaba el garito como una auténtica líder empresarial.
Mahmud había perdido peso en los últimos meses. Normalmente: el árabe se entrenaba muy a menudo. No como antes de la época de la cafetería —por aquel entonces era como un adicto a los esteroides—, pero aun así entrenaba mucho. Ahora: era incapaz de dedicarse a otra cosa que no fuera el golpe; si uno era un profesional del crimen, había que actuar como tal.
Jorge había intentado pensar en sustitutos. Una lista en la cabeza. Viejos
homies
: contactos de Märsta, compañeros del trullo, criminales de la coca. Eddie estaba en chirona. Elliot y los hermanos con los que Jorge solía quedar para fumar los Sunny Sunday habían sido echados de Vikingolandia; los permisos de residencia no eran lo suyo, según parecía. Vadim y Ashur —amigos de antaño— no eran de fiar: habían pasado de la inofensiva coca a la guarrada de la anfetamina. Del suburbio chulo a la vergüenza del zulo.
Pensó en otros tíos de Chillentuna. Había algunos que él creía que podrían dar la talla, pero eran demasiado chulitos: exigirían una parte demasiado grande del botín.
Pensó en Rolando: el chorbo de la cárcel de Österåker que le había enseñado más cosas sobre coca de lo que sabía un
gaucho
sobre mierda de caballo. Hoy en día: el latino farlopero se había vuelto legal. Tenía familia. Había comprado un adosado. Vendía seguros por teléfono. Vivía como un hombre sin polla.
—Hay que encontrar a otro. Tenéis que ser ocho —insistía el Finlandés.
Jorge tenía que encontrar otro tío.
El árabe sacó el tema.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer con ese Viktor?
—Él ya está fuera. Además, ya han suprimido a Radovan.
—Sí, eso es algo grande. En serio, eso de que el jefe de los yugoslavos esté eliminado significa mucho. ¿Incluso habría que quedarse en Suecia después del golpe?
—Quién será el nuevo, quién será el nuevo. La gente no habla de otra cosa.
—¿Pero a quién vamos a meter para sustituir a Viktor? Necesitamos a otra persona.
—Ya, eso es lo que dice el Finlandés. Hace falta alguien más para una de las comisarías de los maderos, tienen mogollón de salidas de garajes. Dos tipos no serán suficientes. Créeme, he tratado de pensar en gente.
Jorge tomaba café. Mahmud tomaba zumo.
Levantó la botella.
—Dice que es fruta al cien por cien. Pero este zumo sabe a manzana. No a naranja. Luego vas y miras la etiqueta, qué va a ser, la Coca-Cola Company. Y entonces te das cuenta. Esos judíos no hacen más que engañarte todo el tiempo.
—¿De qué hablas? Coca-Cola no es lo mismo que los judíos y ya tenemos que resolver el asunto del Viktor ese.
Mahmud se tomó un sorbo de zumo.
—He preguntado a Babak.
Jorge puso la taza de café sobre la mesa con un golpe. Café negro en la mesa. Gotas que caían del borde de la mesa.
Mahmud echó la silla para atrás.
—¿Qué hostias te pasa, tío?
Jorge trató de decir algo.
No consiguió sacar nada.
Era tan evidente: Babak, el mejor amigo de Mahmud. Claro que el árabe había preguntado a ese hijo de puta. Para Mahmud el asunto era sencillo y natural. Pero Jorge no quería meter al iraní, el tipo que iba tras Jorge en plan
bullying
escolar.
Al mismo tiempo: entendía por qué Mahmud le había preguntado. Babak estaba en el sector de la coca.
No iba a largar nada, fijo. Era de fiar: Jorge no lo podía negar.
Puta mierda.
Solo quería gritar. A pesar de todo, se quedó callado.
—¿Estás mal del coco o qué? —dijo finalmente—. ¿No podrías haberme preguntado primero?
Mahmud sorbió el último zumo que quedaba en la botella.
—¿Qué pasa? Podemos confiar en Babak. Es un tío legal.
—Ya conoces las reglas, colega. No parloteamos con nadie de fuera.
No matter what
.
[33]
—Escucha, para mí Babak no es gente de fuera.
La boca de Mahmud: una línea.
La boca de Jorge: una mueca.
Vaya una mierda.
De vuelta en el quinto pino. Delante de ellos: el helipuerto de Myttinge. Tom y Sergio ya habían salido de su coche. Estaban esperando en la penumbra.
No se veían las estrellas muy bien, el cielo era de verano. Jorge y Mahmud aparcaron al lado del coche de Tom. Salieron.
Un poco más adelante se veía el hangar de los helicópteros. Como una colina gris y redonda en medio del prado. Un poco más allá del hangar, luces azules que mostraban la colocación de las plataformas de los helicópteros.
Se acercaron a Tompa y Sergio.
—Muy bien. Hasta aquí todo va bien. Sergio, ya puedes coger el coche de Tom y llevarlo de vuelta.
Sergio asintió con la cabeza. Todo el mundo sabía qué había que hacer.
—Tú, Tom, baja al agua y ocúpate de tus cosas —continuó Jorge.
Tom bajó medio corriendo por el camino. Desapareció en la oscuridad.
Sergio entró en el primer coche. Arrancó el motor. Salió a la carretera lentamente.
Volvió a la ciudad.
Jorge y Mahmud se quedaron solos. Volvieron al coche robado. Los dos llevaban monos de trabajo. Abrieron el maletero.
Todo estaba tranquilo. El bosque de alrededor, silencioso como una piedra dormida. Jorge pensó en las veces a lo largo de su vida que había estado en un bosque. En una excursión del cole: lo mandaron a casa. De mayor: apaleado por los yugoslavos. Para él: el bosque era lo mismo que malas vibraciones. El bosque era otro mundo. Una selva
scary
[34]
para cualquiera que no lo conociera de antes. Cualquiera que no hubiera nacido para estar a gusto en el bosque. Pero Jorge ya estaba seguro: por fin había tomado el rumbo correcto. Hoy, el bosque era su amigo. Por fin estaba cerca de su éxito definitivo.
El dolor de tripa desapareció. Ahora tocaba entrar en acción a saco.