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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (22 page)

BOOK: Una vida de lujo
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—Abdi Husseini sigue aquí. Su gente sigue aquí. Tú sigues aquí, pero estás solo. No es una gran combinación que se diga. Como el gato y el ratón. Pero puedo conseguir que lo trasladen a otro sitio.

JW cerró el ordenador. Lenta, atentamente. Era evidente que escuchaba con atención.

Hägerström continuó.

—Bien, tú no me conoces, pero tengo buenos contactos. Buenos amigos en el Servicio Penitenciario. Algunas llamadas por teléfono y asunto arreglado. Abdi Husseini se larga, y fuera problemas. ¿Cuántos meses te quedan?

—No llegan a tres.

—Vale, casi tres meses con Omar. O tres meses relajados y agradables sin ese loco.

—Lo último suena mejor.

—Así que ¿qué eliges?

JW sonrió.

Una sonrisa torcida. Una sonrisa de negocios.

Lo entendía; a fin de cuentas todo es cuestión de dinero. También era la premisa básica de él.

—¿Cuánto va a ser?

La respuesta de Hägerström llegó rápida como una bala rebotada.

—Quince mil.

JW le devolvió la pelota con la misma velocidad:

—Diez mil. ¿Y cuánto tardas en eliminarlo?

Hägerström pudo oír su propio grito de triunfo en la cabeza.

—Creo que me llevaría menos de cuatro días. Pero si eso, quiero quince mil.

JW soltó una risita. Sus dientes eran tan blancos y relucientes como los de Torsfjäll.

—Tenemos un
deal
[28]
—dijo.

Hägerström pensó: «Ya has picado».

Ahora solo queda subirte a bordo.

Capítulo 18

E
l día después del entierro: Natalie estaba en la butaca de su habitación. Viendo su cara reflejada en la pantalla del televisor apagado.

El televisor que su padre le había regalado.

En realidad, debería ir a la ciudad y quedar con alguna amiga. Dar un paseo con su madre. Entrenar. O descargar alguna película. Hacer algo.

Pero no le apetecía hacer nada de eso.

Por la tarde iba a quedar con Stefanovic. La nota que Göran le había pasado tras el entierro: no era una pregunta; era una orden. Pero él no tenía un rango como para mandar sobre Natalie. Nadie mandaba sobre ella; los empleados de su padre deberían callarse la boca y obedecer. Aun así: el caso era que le apetecía ver a Stefanovic ahora mismo. Ver cómo estaba, oír lo que tenía que decir.

Se quedó en la butaca. El mismo reflejo en la pantalla negra de la tele. La misma absurdidad.

La foto de su padre —cuando era joven— en la pared.

Los pendientes de Tiffany’s que su padre le había regalado en la mesilla de noche.

Su padre.

Veía las mismas imágenes pasar volando en su cabeza una y otra vez.

El BMW azul oscuro al otro lado de la calle. La voz de su padre desde el coche. Las llamas. El olor al cuero de los asientos y a piel humana que se estaba quemando.

Después oyó un ruido. Un ruido irritante, persistente, del interior de la casa. Era la señal de alarma de la verja. Alguien estaba acercándose a la casa. Alguien que había optado por no identificarse en el videoportero.

Su madre o Patrik parecía que no oían. La señal seguía zumbando. Solo eran las diez de la mañana.

Durante un breve instante pensó en correr hacia la habitación de seguridad. Pero eso parecía exagerado. Debería poder ver de quién se trataba en la pantalla primero.

Sonó el timbre de la puerta. Fuera quien fuera el que estaba llegando, evidentemente ya estaba en la puerta y quería entrar.

Se levantó. Tenía la camiseta que llevaba puesta desde los catorce años. Se había lavado tantas veces que estaba suave como la seda.

Salió al vestíbulo. Echó un vistazo a la pantalla de vigilancia. Tres hombres que ella no reconocía estaban al otro lado de la puerta. No tenían pinta de ser unos asesinos.

—¿Sabes quiénes son?

Natalie se dio la vuelta. Patrik estaba detrás de ella.

—No, no tengo ni idea. Hay tres personas. ¿Les pregunto?

—No. Yo me ocupo. Sal del vestíbulo, Natalie, hasta que haya comprobado quiénes son.

Natalie entró en la cocina.

Oyó la voz de Patrik.

—¿Y quiénes sois vosotros?

Sonó el ruido del eco que salía del altavoz que estaba junto a la puerta.

—Somos de la policía.

Por lo menos no era alguien que quisiera hacerles daño físicamente.

Oyó cómo Patrik abría la puerta.

Natalie quería salir a saludarles. Se detuvo por un momento antes de entrar en el vestíbulo. Una sensación le atravesó el cuerpo; lo mejor sería andar con cuidado después de todo.

Oyó sus voces.

—Venimos de la Autoridad de Delitos Económicos.

—Bien, ¿y con quién queréis hablar?

—No queremos hablar con nadie. ¿Quién es usted, por favor?

—Me llamo Patrik Sjöquist.

—¿Puede identificarse, por favor?.

Ruidos como de crujidos de papel. Natalie estaba alerta. Estos maderos no parecían haber venido para interrogarla, ni para investigar el asesinato de su padre. Querían otra cosa.

—Vamos a repasar los documentos de Radovan Kranjic —les oyó decir—. Contabilidad y esas cosas. Así que le agradeceríamos que nos enseñara dónde guardaba ese tipo de material, después ya nos arreglaremos solos.

Patrik no hablaba con tanta educación fingida.

—Entonces estáis en el lugar equivocado. Esas cosas no están aquí, ¿sabéis? Los papeles están en los locales de las empresas o en la asesoría. Tenéis que ir allí. Esta es la residencia de la familia. Y está guardando luto.

Natalie trataba de evaluar lo que estaba sucediendo lo más rápido que podía. No sabía si su padre guardaba documentos de contabilidad en casa. Pero sí sabía que fuera lo que fuese lo que querían buscar, ella no quería que lo encontrasen.

Del vestíbulo llegaba la voz de Patrik, que seguía protestando.

Al final, una voz chulesca de poli replicó:

—Oye, tío, cálmate un poco. Nosotros decidiremos si podemos encontrar algo aquí o no. Si no dejas de montar jaleo ahora mismo, vamos a tener que pedir refuerzos.

Natalie había oído suficiente. Salió de la cocina. En el pasillo: trató de escuchar las voces de los maderos. Ya estaba a varias habitaciones de distancia de ellos.

Pasó la habitación de sus padres. Estaba vacía. Dos metros de cabecero, como una cama con dosel pero sin el dosel. La cama de tamaño XXL estaba hecha con una colcha de seda lila, con un emblema de la familia Kranjic bordado en el medio.

La moqueta amortiguaba el ruido de sus pasos.

Pasó el baño de su madre, la sala de televisión, su propia habitación. Una curva. Pasó la habitación de los invitados donde se alojaba Patrik. La puerta de la biblioteca y del despacho de su padre, tres metros más adelante.

Ahora podía oír la irritada voz de Patrik a lo lejos. Bien; seguía contestando a los maderos.

Abrió la puerta del despacho. El escritorio era de madera maciza y por encima tenía un gran cartapacio de cuero. Encima de él había un montón de papeles bajo una prensa de papel con el escudo de los Kranjic, un ordenador portátil cerrado y un portaplumas; muchas plumas llevaban el escudo grabado. En el suelo había una alfombra hecha a mano y jarrones decorativos. En la estantería: libros de economía, montones de papeles, carpetas.

Natalie no tenía tiempo para elegir. Se movió como un perro bien adiestrado hacia su objetivo: la estantería. Cogió tantas carpetas como pudo. Abrió la puerta con el pie. Echó un último vistazo al despacho. Quería llevarse otra cosa más. En el escritorio había una carpeta que estaba abierta. Su padre habría trabajado con ella la última vez que estuvo allí.

Dejó una de las carpetas que llevaba. Cogió rápidamente la carpeta del escritorio. En total: podía llevar siete si las apilaba sobre los dos brazos a la vez. Si tuviera tiempo, volvería a por más.

Salió del despacho. Atravesó el pasillo.

Oyó voces.

Voces de maderos.

Voces de cabrones.

Natalie abrió la puerta de la cocina. Salió por la puerta trasera hasta su coche. Esperando que los putos polis no la vieran.

Puso rumbo a la ciudad. Llamó a Louise para preguntar si podía pasar. Lollo no estaba en casa. Llamó a Tove. Fue hasta su casa con las carpetas.

Estaba otra vez en su coche. Se había echado una siesta. Había hablado con Patrik, que le había garantizado que no había razones para preocuparse. Dijo que todo lo importante debería estar en los locales del contable de su padre, Mischa Bladman, de la asesoría Redovisningskonsulten.

Los maderos habían vaciado la oficina de su padre. Natalie no dijo nada de que se había llevado siete carpetas.

Ahora se dirigía al hospital de Söder, adonde habían trasladado a Stefanovic. Había llegado el momento de hablar.

Tenía mucho tiempo. Atravesó la ciudad. Entró por Norrtull. La rotonda de Vanadis con un montón de pasos de cebra muy molestos donde la gente cruzaba la calle sin mirar. La ciudad todavía no estaba tranquila.

Cruzó la calle Karlbergsvägen. Recorrió la calle Sankt Eriksgatan con la mirada. Se podía ver hasta el otro lado del puente, hasta Kungsholmen, casi hasta la calle Fleminggatan. Abarcaba un tramo inusualmente largo. Un corte que atravesaba la ciudad. Una arteria que bombeaba vida a Estocolmo. El territorio de su padre. Su territorio.

Aparcó el Golf en un aparcamiento para visitantes junto al hospital. Estuvo a punto de olvidarse de cerrar el coche. Apretó el botón de la llave a veinte metros de él. Oyó cómo las cerraduras se activaban.

La entrada principal era grande. Miró a la gente. Viejos con andadores, chavales de siete años con brazos escayolados acompañados de sus madres, mujeres somalíes envueltas en múltiples capas a pesar del sol que abrasaba fuera. Natalie no tenía ni idea de cómo iba a llegar a la sección donde estaba Stefanovic. Tenía miedo de perderse.

Pero no era solo eso. También tenía miedo de no estar a la altura. El encuentro con Stefanovic no era el único asunto. Pasaban cosas todo el tiempo. Antes de ayer: había estado en un interrogatorio en la comisaría acerca del asesinato. Querían saber qué había visto en la calle cuando lo volaron. Ayer: el entierro. Hoy: el rescate apresurado de las carpetas para salvarlas de los putos polis. Y cada día desde el asesinato de su padre: pertinaces periodistas que buscaban un comentario. ¿Qué cojones se pensaban, que ella iba a abrir su corazón ante
ellos
?

Sección 43.

Caminaba por el pasillo. Delante de una de las puertas había un chaval de unos veinticinco años. Natalie no lo reconocía, pero reconocía el estilo: pantalón de chándal, una sudadera con cremallera en la que ponía «Budo Nord», músculos exagerados y mirada recelosa. Tenía que ser uno de los empleados de su padre.

Inclinó la cabeza hacia el chaval. Se levantó para abrir la puerta. Natalie entró.

Una habitación luminosa. Ventanas con vistas a la bahía de Årstaviken. Dibujos floreados en las cortinas y los muebles de colores claros. Papel pintado con textura, suelo de linóleo y ambiente de hospital al cien por cien.

En la cama que estaba contra una de las paredes, Stefanovic estaba sentado, apoyado en unas cuantas almohadas.

Göran, Marko, Milorad, Bogdan ocupaban varias sillas. Quedaba un asiento libre.

La cara de Stefanovic parecía pálida. Por lo demás, ella no vio más rastros de la explosión. Le costaba hasta mirarlo; todo le recordaba demasiado a su padre.

—Dobrodošao
.

Stefanovic se quedó en la cama. Los otros se levantaron, besándola en las mejillas de uno en uno.

Natalie se sentó en la silla que estaba vacía.

Stefanovic se aupó más aún sobre las almohadas y dijo en serbio:

—Bien, ya está aquí todo el mundo. Podemos empezar. —Se giró hacia Natalie—: Si puedes apagar el móvil, mejor.

Natalie miró a sus pálidos ojos.

—Llevo tiempo sin encenderlo. Ya sabéis, los jodidos periodistas.

—Entiendo.

Tenía la cara muy seria.

—Aprecio mucho que hayamos podido quedar tan pronto. En primer lugar, quiero decir que he oído de mucha gente que la de ayer fue una ceremonia realmente digna. Muchas personas importantes estuvieron presentes. Dmitrij Kostic, Ivan Hasdic, Nemanja Ravic. Magnus Berthold, Joakim Sjöström y Diddi Korkis, por mencionar algunos. Me alegro por ti, Natalie.

El discurso de Stefanovic era raro; iba más sobre los invitados que sobre la ceremonia propiamente dicha. Pero Natalie no dijo nada. Dejaría que terminase de hablar.

—Y ahora nos toca enfrentarnos a la realidad. Tenemos dos asuntos pendientes. En primer lugar, tenemos que salvar los bienes del
Kum
. La Autoridad de Delitos Económicos ha visitado a la familia y además ha exigido ver material contable de la asesoría. Si no fuera por mi actual situación, me habría ocupado de las carpetas hacía ya varios días. Las empresas seguramente recibirán cartas desagradables de Hacienda en breve. Natalie, quiero decirte que podéis contar con que irán también a por la testamentaría directamente. Hay cuentas en muchos países que tenemos que investigar y asegurar. Puedo proponeros un buen administrador de testamentarías. —Stefanovic continuó—: Vamos a formarnos para enfrentarnos a todos los follamadres que piensan que estamos al borde de la disolución. Estoy seguro de que los chiquillos ahí fuera se piensan que abandonaremos la carrera solo porque ha desaparecido el
Kum
Rado. Supongo que ya os han interrogado. Al menos han venido por aquí para interrogarme a mí y tuve una sensación muy clara de que no les interesa investigar este asunto a fondo. Ya lo sabéis, la policía no está haciendo nada. No quieren encontrar al asesino. Al revés, están contentos de que el
Kum
haya desaparecido y se toman los interrogatorios como una oportunidad de sacarnos información. Y quieren que haya una guerra en esta ciudad para que todo el mundo se debilite.

Natalie escuchó. Los hombres discutieron las preguntas que Stefanovic había planteado. Göran y los demás aportaron sus opiniones. Hablaron de estrategias. De alianzas. Analizaron: quiénes son los enemigos y quiénes son los amigos.

Al mismo tiempo, Natalie no pudo evitar notarlo: Stefanovic voceaba como un jefecillo desde la cama. Parecía creer que era su padre.

Soltaron nombres de bandas, suburbios y prisiones. Hablaron de entregas de anfetaminas, empresas de servicios de portería y traficantes de armas extranjeros. Hablaron brevemente de las empresas. Delegaron tareas. Esperaban que Mischa Bladman hubiera podido salvar todo el material posible. Ella seguía sin mencionar las carpetas que se había llevado.

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