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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (36 page)

BOOK: Una vida de lujo
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Hägerström se toqueteó las heridas de sus nudillos.

Cerró los ojos. Era como si tronase ahí fuera.

Capítulo 33

N
atalie estaba en la mesa de estudio en la Universidad de Estocolmo, tratando de empollar. Habían tenido sus primeras clases esa semana. Metodología y teoría jurídica. Ella sabía que al principio tocaba ver temas poco provechosos.

Delante de ella, sobre la mesa:
Los fundamentos jurídicos
, de Åke Blom, trigésima edición. El profesor era el propio señor Blom, había hablado del libro como si se tratase de un clásico. El viejo sacaba una pasta obligando a los estudiantes a comprar ediciones de su libro. Así iba el mundo.

Tove estaba en la mesa detrás de Natalie. Ella estudiaba economía. Lollo estaba tres mesas más adelante; tenía cuadernos, libros jurídicos, notas post-it, manoplas, marcapáginas, reglas, calculadoras y dieciocho millones de rotuladores en la mesa. Natalie era más selectiva. Subrayaba las cosas en su libro con un lapiz, eso era suficiente.

Habían encontrado su rincón en la biblioteca y se habían puesto de acuerdo: Aquí estaremos, venimos aquí para encontrarnos. Alrededor de ellas había chicas parecidas: bien vestiditas, arregladitas. Todas guapitas como Olivia Palermo. La biblioteca de la Universidad de Estocolmo no era para nada aburrida. Natalie estimaba que a nivel de las últimas tendencias en la moda, la biblioteca tenía clase mundial. A la gente le importaba cómo vestía, sin más; y las que más eran las chicas que estudiaban Derecho.

Hoy en día, la licenciatura de Derecho estaba dominada por chicas. Las más dedicadas, las que mejor se organizaban, las más centradas en sacar buenas notas. Había que empollar intensamente en la licenciatura de Derecho. Natalie contaba con pasar mucho tiempo en ese sitio a lo largo de los próximos años.

Con tal de que pudiera concentrarse.

Los pensamientos se trituraban como en un molinillo de café. Los descubrimientos del verano: las investigaciones de ella, Göran y Thomas. Los pensamientos en su padre.

Después de la carta de amenaza del abogado, Natalie había contactado con uno de los guripas en persona, no había enviado una carta o un correo electrónico; había llamado sin más. Lo presionó como una profesional. Si él no le daba acceso a la investigación preliminar, ella entregaría las grabaciones. Después lo denunciaría ante el Defensor del Pueblo. Habría investigación interna, CU: prevaricación grave, acoso sexual. La decisión de la comisión disciplinaria sería fácil de calcular.

En resumidas cuentas: o el puto madero le enviaba la investigación por mensajería ahora mismo o su carrera como policía había llegado a su fin.

Había sido idea de Göran. Y funcionó. A los dos días llegó un mensajero con los resultados de la investigación preliminar. Era una situación nueva: Natalie ya disponía de quinientas páginas de pistas.

Stefanovic le había llamado cuatro días más tarde. Ella no sabía cómo se había enterado, pero lo sabía.

—Has conseguido apropiarte de algo muy importante. Algo que en realidad no deberías tener. ¿Supongo que lo sabes?

Natalie no iba a avergonzarse.

—En mi opinión me pertenece. Están investigando el asesinato de mi padre.

—Sí, y todos estamos de luto por él. Pero también va de otras cosas. Negocios, relaciones valiosas que siguen vigentes. No es bueno que estas cosas salgan. ¿Eso lo entiendes, verdad?

—Claro que sí. Y no va a salir nada si me llega a mí primero.

—Tu padre fue un hombre de éxito. Construyó algo en esta ciudad. Y el Estado se lo quiere quitar. Están hurgando en cosas en las que no hace falta hurgar. Están buscando cosas que es mejor mantener bajo tierra. Como seguramente has podido comprobar, yo hice lo que pude en mi interrogatorio para que la pasma no me sacara información innecesaria. Espero que todos actuemos de esta manera. No es fácil para ti saber qué es información importante y qué es solo un intento de los guripas de destrozar los negocios de tu padre. ¿Verdad?

Natalie no contestó.

Stefanovic bajó la voz.

—Quiero que me entregues los resultados de la investigación preliminar y que no intentes ir por libre. Quiero que dejes esa investigación preliminar en paz. Tienes que dejar que la policía haga su trabajo y a mí hacer el mío. ¿Lo entiendes? Quiero que abandones tus propios intentos de hurgar en lo que pasó con el
Kum
.

Natalie se negaba a aguantar esto. Dijo que no tenía tiempo para hablar más; cortó la llamada.

Después llamó directamente a Göran.

—Stefanovic está mal de la cabeza.

—No es tu amigo.

—No, eso ya lo sabía. Pero ahora me llama y me dice abiertamente y con toda su jeta que le entregue los resultados de la investigación preliminar. Él, que no dijo ni una mierda a los maderos para ayudar. ¿Qué hago?

Göran gruñó, sonaba como uno de los coches de Viktor.

—Natalie, tú eres la que tienes que elegir tu camino.

Natalie pensó: tenía razón. Ella tenía que elegir. Tenía que elegir vida.

Y ahora: otros dos dolores de cabeza. La economía. Y la situación en casa.

Las últimas semanas. Las predicciones de Stefanovic se habían cumplido. Sobres abiertos. Las cartas estaban extendidas por toda la mesa de la cocina; los logotipos azules y negros de la parte superior de las cartas estaban grabados en el subconsciente de cada sueco. El banco SEB, el Handelsbanken, Hacienda, el Servicio de Ejecución Judicial. Además, había algo de American Express y de Beogradska Banka.

Mierda.

Primero pensó:
Jebi ga, fuck it
. No había tenido fuerzas para sentarse con esas cosas. Pero ahora recogió las cartas, repasándolas una por una.

SEB: cuentas dejadas al descubierto. Pensó: era de esperar, y además le daba igual el SEB; de todas formas, el Servicio de Ejecución Judicial ya había embargado la cuenta de ahorro de la testamentaría en el SEB.

Handelsbanken: el seguro dotal estaba terminado; los últimos valores, vendidos, no quedaba nada en la cuenta. Eso lo sabía; era ella la que había vendido las últimas posesiones para sacar algo de
cash
.

Hacienda: informes sobre fraude fiscal en dos empresas diferentes que habían pertenecido a su padre. A Natalie le daba lo mismo, ya habían contratado los servicios de un abogado para eso. Él tendría que hacer su trabajo. En cualquier caso, Hacienda tardaría años en sacar algo en claro.

El Servicio de Ejecución Judicial: nuevos intentos de embargar los coches y el yate de su padre. Afortunadamente, estaban registrados a nombre de otras personas. Pero el abogado tenía que luchar para que el Estado no ganase.

La situación no había cambiado, Suecia ya no ofrecía nada que mereciera la pena.

Pero había peores noticias. American Express notificaba que habían cancelado las tarjetas tanto de Natalie como de su madre. Los créditos estaban sin pagar desde hacía tres meses.

Y lo último era lo peor de todo. Una sorpresa que sentaba como una patada en el culo. Un golpe mortal. Una amenaza seria contra todo lo que tenían. El Beogradska Banka: proponía vender el inmueble que su padre había tenido en Serbia para cubrir las deudas. Estaba hipotecado. Y las cuentas estaban vacías, dejadas al descubierto, finiquitadas.

Natalie tuvo una sensación de preocupación en la tripa: la casa de Serbia era casi lo último que les quedaba. Aparte del dinero en efectivo que su padre había dejado en la caja fuerte en casa y en la caja de seguridad en Suiza. Natalie estaba contenta de que su madre y ella hubieran vaciado la caja fuerte antes de que vinieran los maderos de delitos económicos.

Después se enfadó: ¿cómo podía ser que las cuentas estuvieran vacías? La última vez que las había controlado tenían una buena cobertura. No era de extrañar que se quejase American Express; el crédito estaba vinculado al Beogradska Banka. Todo se apoyaba en los bienes que había abajo; las cosas que el Servicio de Ejecución Judicial de Suecia desconocía.

De nuevo: ¿quién tenía acceso a las cuentas de Serbia? ¿Por qué llegaban todos estos problemas después de que su padre hubiese sido asesinado? O era una casualidad o la economía de su padre había sido mala todo este tiempo y él lo había ocultado. O, si no, había alguien que hacía que todo esto sucediera justo ahora. Y ese otro tenía que ser alguien que tuviera acceso a las cuentas. Alguien que conociera la economía de su padre, sus soluciones fiscales, sus estrategias financieras.

No había muchos candidatos posibles.

Realmente había muy pocos.

Después de repasar las cartas, Natalie fue a buscar a su madre. Estaba en la sala de televisión, como siempre. Desde lo de su padre parecía necesitar la tele más que las pastillas para dormir.

Mujeres desesperadas
,
Cougar Town
y películas de Hugh Grant las veinticuatro horas del día.

Natalie quería hablar de la economía.

Puso la mano sobre la rodilla de su madre.

—Hola, mamá. ¿Qué tal?

Su madre no se movió. Tenía la mirada desenfocada.

—¿Estás pensando en papá?

—No. No te preocupes.

—Yo no paro de pensar en él.

—Entiendo.

Se quedaron calladas durante un rato. Viendo la falsa sonrisa de Eva Longoria.

Su madre se dio la vuelta. Su mirada ya no era ausente.

—Tienes que tratar de dejar de pensar en él de vez en cuando.

—Quizá. Pero pensar en él también me da fuerzas.

—Eres una ingenua. Solo ves lo que te interesa ver.

Natalie no entendía qué quería decir.

—Anda, déjalo —dijo.

—No. Ahora quiero que me escuches.

Natalie se levantó, dio unos pasos hacia atrás, hacia la puerta de la sala de televisión. No tenía ni pizca de ganas de discutir en aquel momento.

Ya era tarde. Su madre estalló.

—No entiendes nada. Tú idolatrabas a tu padre como si fuera un dios. ¿Pero crees que era un dios?

Natalie se detuvo.

Su madre levantó la voz.

—¿Cómo crees que ha sido para mí? Siempre tratada como un puñetero trofeo. Primero como madre. Y después como niñera. Siempre tenía que adivinar lo que estaba haciendo tu padre. Que yo no era la única. ¿Sabes lo que hacía él? ¿Sabes qué clase de persona era? ¿Eh? ¡Contéstame!

Natalie la miró. Habían tenido muchas discusiones. Cuando ella había llegado cuatro horas tarde después de acompañar a Lollo a una fiesta privada, cuando su madre había encontrado papel de fumar Rizla y una bolsita con cierre automático en su bolsillo interior, cuando había detectado el olor a vómitos en el baño, cuando había descubierto que ella se había gastado más de diez mil euros de la tarjeta de su padre en un fin de semana en París en el último año del bachillerato. Pero todas aquellas batallas ya quedaban lejos en el tiempo. En los últimos años, ella y su madre habían tenido una relación de amigas. Como colegas que quedaban, tomaban café, veían pelis y hablaban de los tres asuntos de siempre: tíos, amigas, ropa. Y ni siquiera en aquellos tiempos, cuando todavía discutían, Natalie había oído algo parecido a eso. Era exagerado. Daba miedo.

Su madre gritaba. Un montón de mierda sobre su padre: el fraude que había sido, cómo se había reído de ella en la cara, cómo la había ignorado. No lloraba, pero era como si los ojos chorreasen desesperación. Estaba fuera de control. Estaba histérica.

—Yo tenía veintiún años cuando tú naciste. ¿Lo entiendes? ¿A ti te gustaría ser madre ahora?

Natalie trató de detenerla.

—Tranquilízate, mamá.

No funcionó.

—No quieres ver quién era él. Eres una inocentona. Una estúpida inocentona.

Su madre escupió.

—Tu padre no era humano. Era un animal.

Ya era suficiente. Natalie salió al vestíbulo. Levantó la voz para que llegara hasta la sala de televisión.

—Ahora, cállate. Si dices una palabra más sobre papá, te echo de casa.

De vuelta a la universidad. Los fundamentos del derecho civil.
Pacta sunt servanda
. Hay que cumplir los tratos. Hay que preservar las alianzas. No se puede mancillar el honor. No hay que dividir las familias. Hay que fortalecer los lazos de amistad. Hay que mantener la lealtad de aquellas personas de las que se pueda esperar lealtad.

Mierda.

Natalie se levantó. Louise y Tove se quedaron en sus sillas; la miraron cuando se marchó hacia los baños.

La cabeza le daba vueltas. Todas las pringadas de alrededor estaban con los ojos clavados en sus libros. Tratando de hacerse las interesantes. ¿Qué importaba? No hacían más que interpretar su papel, fingiendo controlar sus vidas. Eran unas consentidas. No tenían ni puñetera idea de la realidad. Eran princesas que nunca habían tenido que ensuciarse las manos.

El suelo de la biblioteca estaba cubierto de moqueta. Abrió la puerta del baño. Oyó el golpeteo de los tacones de sus zapatos al caminar por el suelo de baldosas.

Se sentó sobre la tapa del inodoro. Dejó su bolso en el suelo. Se abrazó a sí misma. El pánico llegaba en oleadas.

Se inclinó hacia delante.

Diez minutos más tarde las lágrimas brillaban en el suelo. Se levantó. Estaba mejor. Lo conseguiría. Los estudios. Los arrebatos de locura de su madre. El dolor por la muerte de su padre.

La traición de Stefanovic.

Ella tenía el informe de la investigación preliminar. Ella tenía la información. Natalie iba a enterarse de quién había acabado con la vida de su padre, y procuraría que el responsable pagase por ello.

Se miró en el espejo. Se notaba que había llorado. Cogió su bolso.

Pensó en el verano. Era como si Viktor no hubiera sido capaz de manejar los sentimientos de Natalie después de lo de su padre. Ella quería quedarse en casa, él quería salir a tomar cafés o cañas o salir de marcha. Ella quería ver películas o la televisión, él quería ir a demostraciones de artes marciales, fiestas de famosos o al gimnasio. Nunca habían estado demasiado compenetrados, y en las semanas siguientes al asesinato eso se hizo todavía más evidente.

Cuando no estaba pensando en su padre en el pasado, sus pensamientos estaban en el mundo de su padre en el presente. Hablaba con Göran varias veces por semana. Paseaban frecuentemente: iban a la ciudad o daban vueltas por el parque Näsbypark cerca de la casa de Natalie. Se repartían el trabajo. Discutían la nueva actitud de Stefanovic. La actitud de Milorad y Patrik. La lealtad de Thomas. Analizaban la información. Intercambiaban ideas constantemente. Pensaban que deberían asumir el control de la contabilidad de su padre. Especulaban sobre cuánto duraría el dinero en efectivo.

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