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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (33 page)

BOOK: Una vida de lujo
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Nippe vació su copa. Hägerström tomó un sorbito de la suya.

Echó más. Pensó: «Bebe, Nippe, bebe».

Nippe se tomó un sorbo.

—JW quería hacer demasiadas cosas. En mi opinión, todo ese asunto de vender droga fue mala suerte sin más. JW se movía demasiado deprisa, ¿sabes? Pero no quería hacer daño a nadie. Así que he querido darle una oportunidad. Es un tío muy listo y tiene buen corazón. Me ha contado que ya ha empezado a prestar dinero a la gente del mundo de la cárcel, chicos que necesitan dinero a corto plazo. Yo pienso que no tendría que andar con esas cosas.

Hägerström siguió interpretando su papel.

—No, es demasiado bueno para eso. La verdad es que me cae muy bien. ¿Ya sabes que trabajé en la cárcel?

—Sí, ya me lo ha dicho JW. ¿Cómo acabaste allí?

A lo largo de los años, a Hägerström le habían hecho la pregunta de por qué había optado por la profesión de policía miles de veces. Tenía una serie de respuestas prefabricadas almacenadas. Ahora, una de ellas era especialmente apropiada.

—Bueno, soy un poco especial, ¿sabes? No me gusta hacer siempre lo que hace todo el mundo. Pienso que cada uno tiene que buscarse su propio camino en esta vida. ¿Verdad?

Sacó una sonrisa socarrona. Echó un vistazo a la reacción de Nippe.

—Tienes toda la razón. Toda la razón.

Hägerström quería volver al tema de JW.

—Pero yo, que conozco lo que es la penitenciaría, tengo que preguntarte: ¿no era peligroso para JW prestar dinero?

—Yo qué sé. Pero estaba en una posición bastante segura, protegido por los muros, por decirlo de alguna manera. Ja, ja. Tienes que entenderlo, nunca he conocido a nadie que tenga tanta hambre como JW. Para el resto de nosotros es apetito. Para JW es supervivencia. ¿Has hablado de negocios con él alguna vez? Echa un vistazo a sus ojos. Arden. Él sabe que para ser alguien en este mundo hay que construir una fortuna. Llegar a ser un hombre acaudalado, por así decirlo. Puede que sea diferente para ti, Martin. Has podido hacer lo que quieres, no has tenido que luchar por ser alguien, porque ya sabes que eres alguien. Todo el mundo sabe quiénes son tus padres. Todo el mundo sabe de dónde viene tu familia. Ese no es el caso de JW.

—Puede que tengas razón.

Hägerström se preguntaba adónde iba a llevar aquella conversación. Nippe hablaba con una seriedad extraña. Tal vez trataba de justificar el hecho de que, de alguna manera, colaborase con JW. Decidió ir más al grano.

—Yo le ayudé un poco en la cárcel, ¿te lo ha contado?

—No. ¿Ayudar cómo?

—Ya sabes, algún que otro favorcillo. Tiene un negocio, como bien has dicho antes.

—Ajá, pues qué bien.

Hägerström era todo oídos. ¿Nippe entendía que él estaba al tanto de todo? ¿Revelaría algo?

—El caso es que JW comprende el sistema mejor de lo que los delincuentes moracos harán jamás —dijo—. Y puede ser mucho más directo y abierto de lo que puedan llegar a ser los abogados o los contables al uso. Eso es necesario. Aunque hayamos cambiado el gobierno de este puto país de sociatas, todavía tenemos los impuestos más altos que en cualquier otro sitio. Cualquier persona con un poco de sentido común se empadrona en Malta o en Andorra. ¿No es así?

Nippe vació la copa otra vez. Balbuceó más que nunca. Hägerström tenía que sacarle algo ya, porque aquel chaval no iba a poder aguantar mucho más.

—Lo único que quiero decir es que me alegro un montón de que quieras ayudar a JW —dijo Hägerström—. Yo mismo voy a tratar de conseguirle algunos clientes.

Nippe se echó más champán. Miró a Hägerström.

Tenía los ojos neblinosos.

—¿Clientes?

—Sí, clientes, o como los llame él.

Nippe tenía pinta de estar mareado. Aun así, a Hägerström le parecía que estaba tomando nota de lo que decía.

—Mmm —dijo Nippe; después guardó silencio.

No iba a funcionar. Nippe estaba demasiado borracho. Murmuró algo de que estaba muy cansado y que tenía que levantarse pronto al día siguiente porque tenía una pista de tenis reservada en el club de Kungliga Tennishallen. Sonaba como una excusa mala. Hägerström se arrepentía de haberle metido tanto alcohol.

En cuanto Nippe Creutz se marchó a casa, Tim el Tarado, Charlie Nowak y los otros se animaron. Parecía como si se hubieran reprimido hasta entonces. La jerga se volvió más cruda. Las miradas a las tías se intensificaron. Pimplaron con más ganas. Pidieron una botella de Dom Pérignon por treinta mil coronas.

No parecía importarles que Hägerström, un exempleado de la prisión, estuviera escuchando. Hablaron de cuánto se podía ganar vendiendo cocaína de mentira, métodos inteligentes para esconder objetos robados, las mejores calles de Berlín para ir de putas. Hablaron de amigos en común que habían sido enchironados, colegas que habían salido, conocidos que habían muerto. JW dijo que estaba pensando en irse a Tailandia, donde conocía gente. Discutieron el robo al almacén de Tomteboda —según ellos, una copia más floja del robo del helicóptero— y el asesinato de Radovan Kranjic, así como las nuevas constelaciones en la selva de Estocolmo.

Hägerström trató de seguirles el rollo como buenamente pudo. Pero no podía ser demasiado exagerado. Los chicos alrededor de la mesa ya sabían que él no había empezado como gánster.

Había dos tipos en la barra del bar que los miraban de manera desafiante. Al menos, eso según Tim el Tarado. Parecían tener la edad de JW, llevaban americanas con pañuelos metidos en la solapa, pantalones con raya.

Eran las dos y media. Tim el Tarado estaba tan borracho que no hacía más que balbucear.

—Esos pringados de ahí llevan toda la puta noche mirándonos. Ahora voy a hablar con ellos.

JW puso la mano sobre su brazo.

—Tranquilízate un poco, joder, Tim. No quiero broncas esta noche.

—Venga ya. Solo voy a ir a preguntar qué quieren.

JW lo sujetó.

Al cabo de media hora, JW se levantó.

—Chicos, yo ya me voy a casa.

Los tíos estaban borrachos como cubas. Aunque Tim el Tarado preguntó a JW si necesitaba que le acompañara.

JW se lo agradeció.

—No, no te preocupes. ¿Pero tal vez puedes acompañarme al taxi, solo para que no haya jaleo?

Se había dirigido a Hägerström.

—Claro.

Un pequeño paso hacia delante.

JW abrazó a Tim el Tarado, a Charlie y a los otros chicos. Él y Hägerström bajaron juntos las escaleras hacia la salida. El sitio todavía estaba lleno a rebosar. Hägerström iba primero, apartaba a la gente con las dos manos. Despejando el camino para JW.

Había sido una buena noche, se había ganado la confianza de JW. Lo de Nippe había resultado interesante. Una de las teorías de Hägerström y Torsfjäll se verificó. Los bancos extranjeros emitían tarjetas que eran usadas por gente de aquí. Además, JW más o menos le había pedido a Hägerström que hiciera de guardaespaldas.

No tenían chaquetas que recoger en el guardarropa. La noche de agosto era fresca pero agradable.

JW se acercó a uno de los porteros. Susurró algo al oído del tío. Sonrió.

Hägerström se puso en el bordillo de la acera. Trató de parar un taxi. Notaba los efectos del alcohol.

Todos los coches estaban ocupados.

Los dos lo intentaron durante cinco minutos, pero no había nada que hacer. Parecía haber una sequía de taxis esa noche.

—Creo que iré andando —dijo JW finalmente—. ¿Te apetece acompañarme hacia mi casa?

No era una pregunta. Era una orden.

Subieron por la calle Humlegårdsgatan. JW tenía un piso alquilado en la calle Narvavägen.

Sin embargo, antes les había dicho a los chicos:

—Dentro de tres meses me compro uno, lo juro. Solo tengo que encontrar uno apropiado.

Tim el Tarado y Charlie Nowak no hicieron más que troncharse; ni siquiera practicaban el mismo deporte que JW.

A la altura de la plaza de Östermalmstorg, JW se detuvo. Señaló a dos tíos un poco más atrás.

—Allí van los pavos a los que Tim el Tarado quería golpear.

Hägerström los vio. Estaban a veinte metros de distancia, mirando a JW. La irritación de Tim el Tarado podría haber estado justificada; las sonrisas de aquellos tipos no eran amables.

—Esa gente me conoce de antes. ¿Lo entiendes? —dijo JW.

Hägerström asintió con la cabeza. Pensó en la anterior doble vida de JW. Se preguntó si en realidad estaba más tranquilo en su interior ahora que todo el mundo sabía que había estado en chirona. Ahora que no se le tomaba por algo que no era.

Los tipos se rieron. El sonido retumbó en la plaza.

JW y Hägerström continuaron caminando.

Llegaron a la calle Storgatan. Pero Hägerström podía oír los pasos de los chicos por detrás continuamente; se acercaron, demasiado rápido para ser normal. Se preguntaba qué era lo que JW esperaba que hiciera.

Al cabo de unos segundos se dio la vuelta.

—¿Queréis algo o qué?

Los tíos solo estaban a diez metros por detrás de ellos. Caminaban despacio hacia delante.

—¿Qué has dicho? ¿Has dicho algo?

Hägerström y JW estaban quietos.

—No pasa nada —dijo JW—, mi colega se ha tomado alguna cerveza de más.

Los tipos se acercaron a ellos. Les bloquearon el paso. Se detuvieron.

—Yo te conozco —balbuceó uno de ellos—. JW. ¿Te acuerdas de mí?

JW comenzó a rodearlos.

—No, no sé quién eres. Que tengas una buena noche.

El tío no se contentó con eso. Dio un paso más hacia JW y lo empujó con el hombro.

JW tropezó. Los tíos se partieron de risa.

Hägerström dio un paso hacia delante. JW se retiró, sacó su móvil.

—Tranquilizaos —dijo Hägerström.

El tío pasó de él, girándose hacia JW.

—No había mucha gente muy normal en tu fiestecilla esta noche, ¿eh?

JW estaba a tres metros, hablando por el móvil en voz baja. Ni siquiera reaccionó ante las provocaciones de los tíos.

—Id a casa. Habéis bebido demasiado —dijo Hägerström.

El primer tipo se giró hacia él. Se puso cerca. Pecho contra pecho. Eran igual de altos.

—¿Y quién hostias eres tú?

Hägerström no contestó, pero tensó el cuerpo.

El tío escupía saliva mientras hablaba.

—¿Qué? ¿Qué clase de payasete eres? ¿Sabes con quién andas haciendo el tonto esta noche?

Hägerström no habló mucho, solo trató de tranquilizar al chico.

—No queremos broncas esta noche.

El tipo no se rindió. Siguieron discutiendo durante un rato.

Había llegado la hora de sacar a JW de allí. Hägerström caminaba hacia atrás. No apartaba la mirada de aquel tipo.

No funcionó. El tío le siguió. Seguía provocando.

—Puto payaso.

Al mismo tiempo, Hägerström vio de reojo cómo el otro tipo cogía carrerrilla. Dio otro empujón a JW con el hombro.

Había que tomar una decisión rápida: o bien se enfrentaba a esos dos tíos o bien JW y él salían corriendo. Lo primero podría degenerar en algo no deseado. Lo segundo podría ser un motivo de vergüenza que JW odiaría.

JW chocó contra una pared. Hägerström elevó la voz.

—Ahora os tranquilizáis.

Trató de establecer contacto visual con JW, ver cómo quería que actuara.

El tipo que estaba junto a Hägerström gritó:

—Maricón de mierda, ¿quién cojones te has creído que eres?

Las palabras provocaban. Hägerström miró a JW otra vez.

Pero ya era demasiado tarde. Oyó los gritos de una tercera persona.

A diez metros de distancia, Tim el Tarado venía corriendo.

Al mismo tiempo, el tío que estaba junto a Hägerström se abalanzó sobre él. La americana ondeaba. El puño del chorbo se cerró. Rozó la oreja de Hägerström.

Tim el Tarado llegó. Hägerström vio que llevaba algo en la mano.

Una porra de goma.

Movió el arma y dio un golpe en el cogote del tío. Cayó al suelo.

El otro hombre volvió a empujar a JW. Después trató de correr hacia su amigo tirado en la acera.

La cabeza de Hägerström echaba humo. Esto no estaba bien, pero, al mismo tiempo, estos jodidos gallitos se comportaban como cerdos.

Hägerström agarró al hombre. Le dio un empujón. Se tambaleó hacia atrás.

Tim el Tarado se lanzó sobre él. Golpeándolo en la cara con la porra.

El que estaba en el suelo comenzó a levantarse. Estaba a cuatro patas.

Hägerström se acercó a él. Lo mantuvo en el suelo con las rodillas y los brazos.

El pringado le miró con ojos neblinosos.

Sangraba por la nariz.

—Estáis mal de la cabeza, joder.

Después trató de liberarse de Hägerström.

Y una mierda. Hägerström notó cómo la adrenalina le subía por el cuerpo.

El tipo trató de ponerse encima de él.

Algo hizo crack en Hägerström. Le golpeó en la cara.

Con fuerza.

Notó cómo la nariz se rompía.

Volvió a golpear.

Notó cómo los labios se desgarraban.

Volvió a golpear.

Al final el tío se quedó quieto. El cuerpo encogido en posición fetal, con los brazos levantados sobre la cabeza.

Hägerström se levantó. Estaba jadeando.

El otro tío también estaba quieto en el suelo.

JW y Tim el Tarado miraban a Hägerström, con caras de aprobación.

Capítulo 30

N
atalie estiró los brazos todo lo que pudo. Trató de sentir los músculos de su espalda.

No siempre era fácil; era difícil sentir la musculatura de la espalda con precisión. Trató de estirarlos, ablandarlos. Estirar como una profesional.

El monitor había puesto una canción tranquila: Michael Jackson,
Heal the World
.

Todos a su alrededor estaban en las colchonetas del suelo, igual que Natalie. Tirando de sus cuerpos. Estirando los músculos. Había chicas de su edad, alguna que otra mujer de mediana edad, pero solo tres chicos. Los tíos no necesitaban las sesiones de gimnasio de la misma manera que las chicas; ya tenían sus clubes de artes marciales, equipos de fútbol de aficionados y torneos de bandy sala. Tenían lugares más naturales donde moverse, en lugar de estar delante de un espejo en una sala sin ventanas. En realidad, todo este asunto del gimnasio era de locos; intentos fingidos de toda una generación de tratar de estar a la altura de unos ideales físicos enfermizos. Una generación de personas que habían aprendido a no estar nunca contentas consigo mismas, tuvieran el aspecto que tuvieran. Que estaban buscando un sentido a sus vidas.

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