Flemström entró en otro terreno.
—Cuéntame algo sobre tu pasado.
—¿Qué queréis saber?
—¿En qué estás trabajando?
—Estoy en el paro. Antes trabajaba en el penal de Salberga. Y antes de eso, ya sabéis lo que hacía. Me despidieron de la policía esta primavera. Vivo en Estocolmo y tengo un hijo que vive con su madre en Lidingö.
—Bien. ¿Y qué tipo de trabajo estás buscando?
—Trabajo de guardia, de chapas, ese tipo de cosas.
—¿Y cómo te ganas la vida?
—Vivo barato y tengo ahorros.
—¿Dónde vives?
—En Östermalm. Vivo en un piso de cuatro habitaciones de la calle Banérgatan.
Hägerström no apartaba los ojos de los de Flemström. Ella reaccionó de manera visible cuando le dijo dónde vivía. Había visto la misma reacción muchas veces en las caras de otros colegas de la policía. No apuntaba a clase media, precisamente. Pero Flemström seguramente pensaría: ¿cómo puede un expolicía y chapas permitirse un piso en propiedad en Östermalm?
Continuó. Inclinó el cuerpo de cintura para arriba sobre la mesa, hacia Hägerström.
—¿Y a Jorge Salinas Barrio, de qué lo conoces?
—No lo conozco.
—¿Lo has visto en alguna otra ocasión?
—Sí, si te refieres al amigo de Javier, le he visto una vez antes, también en Tailandia.
—¿Conoce bien a Javier?
—Sí, creo que sí. Creo que son buenos amigos. Al menos sé que se conocían desde antes de Tailandia.
La inspectora Flemström volvió a asumir la postura erguida. Contenta con la respuesta. De nuevo: técnica de interrogatorio del nivel más simple. Inclínate sobre el sujeto cuando atacas, retírate cuando hayas sacado lo que querías. Continuó.
—¿Y qué hacía él en la cafetería Koppen?
—No tengo ni idea, no sabía que iba a venir. Le habrá avisado Javier.
Hacía frío en la sala de interrogatorios. Hägerström miró al radiador que colgaba de la pared. Probablemente estaba más muerto que una piedra.
—Babak Behrang, ¿también lo conoces? —continuó Flemström.
—No.
—¿Has oído hablar de él?
—No, ni idea.
—Mahmud al-Askori, ¿te suena ese nombre?
—No, nunca lo he oído, nunca lo he visto.
—No, ¿eh? ¿Y Robert Progat?
—No, lo mismo.
—¿Tom Lehtimäki?
—Tampoco. ¿Quiénes son?
La respuesta de Flemström llegó rápido:
—Somos nosotros los que hacemos las preguntas.
Hägerström pensó una vez más en lo poco profesional que era. La técnica adecuada hubiera consistido en intentar establecer lazos con él, intentar que se sintiera cómodo, hacerle sentir que no tenía nada que temer. No reprenderlo de esa manera. Miró hacia Håkan Nilsson, tratando de ver si él comprendía lo que Hägerström sabía.
Obtuvo más o menos la misma respuesta que del radiador de la pared. La mirada de Nilsson era fría como el hielo.
Volvió a pensar en Javier. Esperaba que la unidad de asalto no le hubiera hecho mucho daño. Hägerström saldría de allí en breve. Javier seguramente se quedaría, esa era la idea de la detención. Se sentía raro.
Se preguntaba qué había hecho.
¿Cómo iba a terminar todo esto? ¿Cómo podría volver a ver a Javier?
* * *
De:
Lennart Torsfjäll [lennart.Torsfjä[email protected]]
Para:
Leif Hammarskiöld [[email protected]]
Enviado:
8 de octubre
Asunto:
Operación Ariel Ultra; el Mariposón.
¡N.B.! ELIMINAR ESTE E-MAIL DESPUÉS
DE LEERLO
Leif,
Te envío este mensaje en esta hora intempestuosa para que los titulares de la prensa no te resulten demasiado chocantes mañana. Esta noche hemos llevado a cabo una operación de detención en la que el agente con el nombre interno de Mariposón estaba involucrado.
Como ya sabes, la misión del Mariposón ha consistido principalmente en la infiltración y la recogida de información relacionada con delitos económicos graves. En este proceso ha conseguido entablar una relación cercana con Johan,
JW
, Westlund, sospechoso de ser uno de los cabecillas de las grandes operaciones de blanqueo de dinero que la autoridad de delitos económicos está investigando en el presente momento, en el marco del Proyecto Pulpo
(vid
. informe adjunto). A lo largo de las últimas semanas, el Mariposón también ha tenido acceso a un grupo de «nuevos suecos» y profesionales del crimen que son sospechosos de estar detrás del atraco de Tomteboda. Yo mismo le he dirigido en este sentido, puesto que considero que de esta manera podremos matar dos pájaros de un tiro.
Durante la operación, que tuvo lugar hace aproximadamente tres horas, uno de los sospechosos fue detenido. Otro sospechoso, Jorge Salinas Barrio, consiguió escapar de un modo espectacular y sigue en libertad, pero se están llevando a cabo intensas acciones en este momento. Debido a la naturaleza del robo de Tomteboda y el pasado policial del Mariposón, es probable que los medios de comunicación den mucho bombo a la fracasada operación de esta noche. Por eso quiero informarte de la razón por la cual el Mariposón estaba presente en el lugar de la detención. Espero encarecidamente que se haya podido detener a Salinas Barrio cuando leas este mensaje, para que no tengamos que vernos aún más arrinconados por nuestra querida prensa de izquierdas.
Por lo demás quiero señalar que la «inclinación» del Mariposón no parece haber afectado a la operación.
Te llamo también mañana a las nueve. No dudes en ponerte en contacto conmigo en la hora del día que sea.
Por último, propongo que sigamos con nuestro acordado código de encriptación para estos
e-mails
.
Lennart
A
Natalie le dolían los pies, las patadas a Marko le habían producido moratones.
Eran las nueve de la noche. No habían pasado ni veinticuatro horas desde que le había dado su merecido a ese traidorcillo. Había transcurrido menos tiempo todavía desde que Mischa Bladman había llamado para decirle que los rusos ya se estaban entrometiendo. Y eso que Bladman todavía no sabía lo que habían hecho con Marko.
Aun así: reaccionó rápido. Cuando ella le devolvió la llamada para decirle que quería quedar con JW, organizó una reunión directamente.
Y ahora estaba allí, esperando en una de las suites ejecutivas del hotel Diplomat. En realidad, Natalie estaba contenta de que Bladman le hubiera llamado para quejarse de lo de Moscú; eso obligaba a JW a quedar con ella otra vez.
La suite estaba situada en la esquina del hotel que daba a la bahía Nybroviken, estaba diseñada por algún arquitecto especial, por lo visto. Dormitorio con una cama de lujo, salón con un sofá de lujo y un cuarto de baño con su propio baño de vapor. Albornoces de la marca Pelle Vävare. Productos de L’Occitane. Colores claros, dibujos sencillos, cortinas traslúcidas que dejaban pasar la luz del otoño. Suelo de parqué que crujía de una manera tradicional, más auténtica que los suelos recién puestos de su casa de Näsbypark. Por todas partes había flores recién cortadas, incluso en el cuarto de baño.
Adam estaba en el sofá, jugando con su móvil. Parecía estar tranquilo. Natalie sabía que llevaba al menos dos armas encima.
Ella había abierto las puertas del balcón. Quinta planta, debería ser seguro. Adam estaba en el salón y había otro tío en el vestíbulo; la verdad es que, desde que el conflicto con Stefanovic había arrancado en serio, solo se sentía segura en el chalé y en las habitaciones de hotel.
Pero el miedo seguía ahí de todas maneras. Como un escalofrío que le recorría la espalda, como una sensación de que estaba siendo vigilada constantemente. Dejó de tomar Red Bull normal y ahora solo tomaba latas de Red Bull Energy Shot; no porque fuera mucho más potente, sino porque le costaba menos tiempo bebérselas. Las tomaba de dos en dos. Tomaba valeriana para bajar de revoluciones. Se preparaba té de camomila para tranquilizarse. No podía decidirse. ¿Quería irse a la cama a dormir o quería quedarse despierta las veinticuatro horas del día?
Pensó en los resultados preliminares de Ulf Bergström, el técnico del Forensic Rapid Research, el laboratorio privado que habían contratado. No había encontrado ADN utilizable. Pero en dos pistolas del Black & White Inn habían encontrado huellas dactilares que estaban lo suficientemente nítidas como para poder efectuar una búsqueda. El que compró la carga plástica, el arma rusa, probablemente una Stetjkin, y la Glock, también había tocado aquellas pistolas. Natalie había pensado en la posibilidad de entregar la información a la pasma para que pudieran buscar en sus propios registros. Thomas se lo desaconsejó. Quería intentarlo por su cuenta; quizá él pudiera tener acceso a los expedientes sin necesidad de meter a la policía de manera oficial. Él pensaba que se enteraría de si era posible o no dentro de unos días.
El teléfono del hotel sonó. Natalie contestó.
—Tiene una visita.
—Pídele que se identifique.
—Johan Westlund. Dice que le llaman JW —dijo la recepcionista, tras un rato de silencio.
—Vale, déjale subir.
Mientras colgaba el teléfono, sonó su móvil. El chico del vestíbulo le informaba de que JW estaba subiendo.
Alguien llamó a la puerta. Adam miró por la mirilla y abrió.
Natalie respiró hondo; JW tenía un aspecto fantástico. El pelo no estaba tan repeinado como la última vez que se habían visto. Su abrigo y la americana parecían una segunda piel por encima de la camisa, que tenía que ser de un algodón de una calidad increíble; resplandecía, a pesar de que la luz que entraba de la calle era débil. Cada uno de los gemelos llevaba una piedra verde incrustada. Hacían juego con el pañuelo que sobresalía de la solapa.
Pero, sobre todo, era su mirada. Los ojos de JW brillaban. Natalie pensó: «Joder, qué bueno está. Y sabe que hoy vamos a negociar».
Se abrazaron. Él no sonrió. Natalie le dijo que no se quitara el abrigo y le llevó al balcón.
Se sentaron. Natalie llevaba una gabardina, y un fular alrededor del cuello.
La situación de hoy era diferente: la intensidad de la guerra contra Stefanovic había subido seriamente. JW se sentiría obligado a actuar. Era como tenía que ser; los juegos de meter-la-cabeza-en-la-arena ya habían terminado.
Ella fue directamente al grano:
—Tu socio dijo que la gente de Moscú se está cansando. Cuéntame más.
JW puso una mano encima de la otra.
—Ya os he dicho que tenéis que dejarlo.
—¿Qué eres, mi jefe o qué?
—No, pero no hablo por mí. Están irritados en Moscú.
—Dime todo lo que sepas, por favor.
—Todas estas tensiones no son buenas para esta ciudad —dijo—. Moscú opina, por ejemplo, que Stefanovic y tú estáis jugando al escondite con la información que ellos necesitan. No conozco los detalles, pero esto no puede seguir así.
Natalie tenía que mantener la calma. No se sentía equilibrada; se sentía excitada, preocupada y totalmente tranquila al mismo tiempo. La situación de esa negociación: había tantas cosas en juego. Al mismo tiempo: se imaginaba a JW desnudo. Se lo imaginaba besándola. Ella era Natalie Kranjic; ella manejaba los hilos. Se apoderaba de lo que le apeteciera.
—Ven conmigo a la habitación —dijo ella.
Vio en sus ojos que comprendía.
Atravesaron el salón. Adam ni levantó la mirada.
Cerraron la puerta del dormitorio tras de sí.
Se puso cerca de JW. Él le sacaba una cabeza. Dio un paso de hormiga hacia delante.
—Tenemos que llegar a un acuerdo, ¿no?
Él bajó la cabeza; ella notó su aliento, olía a menta.
Su cara estaba cerca de la suya. Su barbilla rozó su mejilla.
Ella le agarró del cuello. Le apretó contra ella. Le besó.
Se tiraron a la cama. Ella se puso encima. Él le acariciaba el culo, las caderas, los muslos.
—Dios, qué buena estás —dijo él.
—No te hagas tanto el duro —dijo ella.
Él soltó una risita.
Ella le quitó la americana y comenzó a desabrochar su camisa.
Él le besó el cuello. Luego continuó besándola en los párpados y en la frente.
La cama era aún más cómoda de lo que parecía. Natalie se echó sobre ella. JW fingió morderla en el lóbulo de la oreja y en los labios.
Puso las manos sobre sus pechos.
Ella consiguió quitarle la camisa. JW estaba en forma. Menos que Viktor, aunque tenía unos pectorales marcados y unos abdominales decentes. Le lamió los pezones.
Él gruñó.
Ella le bajó la bragueta y sacó la polla, le lamió el glande, se la metió en la boca, la agarró con una mano y se la tragó por completo.
Gruñó más intensamente.
Ella no quería que llegara. Lo soltó y se acercó a él. Él le desabrochó el pantalón y se lo quitó. Llevaba unas bragas rosas de Hanky Panky.
Ella le llevó la cabeza hacia su entrepierna.
Él la besó en el interior del muslo. En la parte exterior de la braga; su cálido aliento la atravesaba.
Le quitó las bragas. La besó en el coño.
Ella notó cómo él separaba los labios con los dedos.
Su lengua buscaba el camino con movimientos ligeros.
Subió una mano hacia su pecho, apretó uno de sus pezones con cuidado.
Su lengua seguía revoloteando allí abajo. Se acercaba poco a poco al clítoris.
Sintió cómo le masajeaba el coño con los dedos de la otra mano.
Lamía con una lengua ancha, una punta fina, hacia un lado, hacia el otro, alternando. La movió en círculos.
Ella tensó el cuerpo. Casi se retorcía.
Él la lamió cada vez más rápido.
Ella notó cómo las convulsiones le atravesaban el cuerpo.
Su lengua estaba por todas partes.
Gritó. Su cuerpo estaba convulsionado.
Llegó.
Se quedaron quietos. Ella todavía sentía alteradas sus pulsaciones.
Al cabo de unos minutos se sentó encima de él. Estaba húmeda. Su polla entró con facilidad.
Él movió la cadera. Ella le seguía el ritmo.
Natalie lo sintió dentro.
Se inclinó hacia delante. Él le agarró del culo.
Adentro y afuera. Acariciaba sus pechos.
La cama se sacudía al compás de sus movimientos.
Ella vio cómo él comenzaba a respirar más rápido.
Sintió el sudor en su espalda.
Vio el sudor de la frente de JW.