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Authors: Adriana Trigiani

Tags: #Romántico

Valentine, Valentine (31 page)

BOOK: Valentine, Valentine
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Dibujo y borro, borro y dibujo y dibujo de nuevo. No tardo en tomar la goma de borrar y dar una forma nueva al tacón. Es demasiado definitivo, necesita ser más arquitectónico, es decir, moderno. Ahora mismo es demasiado parecido al tacón cuadrado de la abuela en 1948, así que le añado unos centímetros al peso del tacón y lo esculpo hasta que deja de ser el centro de atención y armoniza con el resto del zapato. Entonces comienza a sonar mi móvil y respondo.

—¿Estás conectada? —pregunta Gabriel.

—No, estoy dibujando.

—Bueno, conéctate, sales en el noticiario de
WWD
.

—¡Imposible!

Voy por el ordenador portátil. Women's Wear Daily tiene un tablón de anuncios en línea que da cuenta de los cambios en la industria de la moda, las adquisiciones y las ventas.

—Desplázate hacia «Los escaparates de Rhedd Lewis».

Me desplazo y leo:

Rhedd Lewis ha conmocionado a los estetas de la Quinta Avenida anunciando un concurso entre diseñadores de zapatos escogidos cuidadosamente (por ella), que rivalizarán por tener sus colecciones en los escaparates de Navidad. Los incondicionales incluyen a Dior, Ferragamo, Louboutin, Prada, Blahnik y a los norteamericanos Pliner, Weitzman y Spade. Se dijo que Tory Burch también participa. Y que se contempla la posibilidad de que participe la tienda artesanal del Village, zapatos Angelino.

—¡Lo conseguiste!

—¿Qué conseguí? Está mal escrito, ¿Angelino?

—Quizá creen que eres latina, eso está bien, lo latino está de moda. Ya sabes, te dirán «ValRo», así como llaman «JLo» a JLo. Ahí tienes, ya estás en el ajo.

—Estamos en el ajo, Gabriel —le digo, defendiendo mi incipiente marca.

—Eh, no decapites al mensajero.

Cuelgo y cierro el ordenador. Descanso la cabeza sobre la mesa. Me gustaba más este asunto cuando no sabía quiénes participaban en el concurso. Todas estas enormes corporaciones multimillonarias disponen de todos los recursos del universo y yo estoy aquí sentada, buscando inspiración con mi pegamento, algunos zapatos viejos y una muñeca de croché. ¿En qué estaría pensando? ¿Cómo podemos ganar? Mi hermano Alfred tiene razón, soy una soñadora, y una no muy capaz.

Cojo un lápiz y vuelvo al trabajo. Si empecé este proceso, lo tengo que terminar. Es raro. Mientras pinto el refuerzo, observo el zapato completo en mi cabeza. ¿Esta imagen me hará perseverar? ¿O se trata tan solo de un despropósito?

El timbre de la puerta principal me sobresalta y me levanto para apretar el botón que abre la puerta y dejar pasar a Roman. El reloj del horno dice que son las 3:34 de la madrugada. Escucho los pasos de Roman, que está subiendo las escaleras. Cuando llega al final de la escalera se detiene en la puerta, apoya el cuerpo en el marco con las dos manos y dice:

—Hola, cariño.

Sigo dibujando y digo:

—Ahora voy.

Quiero terminar este tacón antes que olvide lo que imaginé.

Entra en la cocina y abre el grifo, llena un vaso con agua. Se acerca y se detiene detrás de mí. Termino el botón de perla gigante y dejo el papel y el lápiz. Me pongo de pie y le abrazo. Está exhausto, cansado por las horas de trabajo. Ni siquiera tengo que preguntar, pero lo hago de todas maneras:

—¿Cómo ha ido el trabajo?

—Un desastre. Despedí a mi ayudante, porque no trabajaba al máximo y era demasiado temperamental. No puedo tener dos cascarrabias en la cocina. —Se sienta—. No sé cómo lo hicieron mis padres, cómo han estado en el negocio tanto tiempo. Tener un restaurante es imposible.

Roman deja el vaso sobre la mesa y pone la cabeza entre las manos. Le froto el cuello.

—Ya te las apañarás —le susurro al oído.

—A veces lo dudo.

Bajo las manos hasta sus hombros y le digo:

—Tus hombros parecen de cemento.

Continúo masajeándoselos, y noto que me duele la mano derecha de tanto dibujar. Me detengo y me froto la muñeca.

—Vamos a la cama —le digo, y le guío escaleras arriba.

Él se mete en el cuarto de baño mientras yo abro la cama. Atenúo la luz del dormitorio. Roman entra, se desviste y se mete en la cama. Acomodo las mantas alrededor y él se acurruca entre los cojines. De pronto empieza a roncar.

Me recuesto sobre las almohadas y miro el techo, como he hecho cada noche desde que me mudé aquí. Mis ojos recorren la moldura de la cornisa, está aquí desde que el lugar fue construido, su diseño de grecas me recuerda el glaseado de un bizcocho. El centro blanco del techo es como una hoja de papel para dibujar, vacía y a la espera de ser llenada. Lleno el espacio con la vivida imagen de mi abuela llevando el vestido de Rhedd Lewis y los zapatos que inventé. Se mueve a través de la extensión blanca con parsimonia y decisión. Ella lleva los zapatos, los zapatos no la llevan a ella; aunque están adornados y estructurados también son artificiosos y divertidos, como deben ser los zapatos de alta costura.

Suspiro lentamente, como si soplara sobre las imágenes del techo para borrarlas de mi mente. Imagino la rué tal o cual en un día soleado en París y a Christian Louboutin examinando su diseño para Rhedd Lewis, rodeado por un equipo de genios franceses en su enorme, moderno y vanguardista laboratorio de diseño. Los empleados le traen unas láminas de suave piel de cordero, cubren la mesa con telas suntuosas: seda de muaré, tafetán, crespón y terciopelo bordado. Christian apunta algunos aspectos de su genial diseño a los trabajadores. Ellos aplauden. Por supuesto, ellos ganan los escaparates, ¿por qué no lo harían? El aplauso se torna ensordecedor. Jodida, pienso, estoy jodida. Y mi mayor locura fue pensar por un instante que podría realmente competir contra los grandes. La compañía de zapatos
Angelino
. ¿Ganar? Las posibilidades de que eso suceda son tantas como que mi padre aprenda a pronunciar «próstata». Jamás pasará.

Me giro y rodeo con el brazo a Roman, que duerme profundamente. He imaginado para nosotros muchas más cosas.

He soñado con noches románticas en las que bebíamos vino en la terraza mientras distinguíamos los matices y los cambios del río Hudson. He imaginado a Roman preparando la cena en la vieja cocina de la planta baja, y que luego hacíamos el amor en mi habitación, en esta cama. Algunas noches, en las que solo nos relajaríamos, él apoyaría los pies sobre la vieja otomana y yo estaría a su lado mientras mirábamos
La llamada de la selva
, y le enseñaba todo lo que sé sobre Clark Gable. Pero el está fuera todo el día, trabaja a la hora de la cena y toda la noche, llega a casa casi al amanecer, extremadamente cansado, y se duerme. En cuanto sale el sol, y después de una rápida taza de café, se va otra vez.

No tenemos las largas e intensas conversaciones que anhelo; de hecho, apenas hablamos largo y tendido, porque parece que él nunca tenga suficiente tiempo. Los SMS, las llamadas de veinte segundos, aunque numerosas, me hacen sentir querida, pero también abandonada, sobre todo cuando él cuelga en mitad de una frase. En el ajetreo cotidiano, le asigno sentimientos y afectos que quizá no tenga, porque nunca hay tiempo para averiguar qué es lo que siente. Cuando a duras penas nos reunimos una hora aquí o allá, su teléfono no para de sonar y siempre hay una crisis en su cocina que solo él puede resolver y que por lo general necesita atención inmediata. Para ser justos, a mí también me consume el trabajo, los pedidos de la tienda, la búsqueda de financiación para seguir adelante y la competición por los escaparates de Bergdorf. A lo mejor no soy muy divertida porque el trabajo y la vida me ocupan mucho tiempo. Además, estoy preocupada por la salud de mi padre y por mi futuro.

Quizás así sean las relaciones. Quizás este es el trabajo al que se refieren mi madre y mi abuela cuando hablan del matrimonio. Quizá debería aceptar los desengaños porque es prácticamente imposible hacerle un lugar a alguien en una vida abarrotada de ambición, acción y fechas límite. Es el momento de consolidar nuestras carreras, pues tal vez no tengamos otra oportunidad. Roman tuvo una llamada de atención, se mudó a Nueva York y abrió su propio restaurante. Yo tuve la mía cuando supe de la deuda y de la decisión de mi hermano de vender el edificio. Ya no soy una aprendiz, tengo que organizar el futuro para tener un lugar donde trabajar en los años venideros. Roman y yo sabemos hacia dónde van nuestras carreras, pero ¿adónde nos dirigimos en nuestras vidas íntimas? Toco su cara con la mano, abre los ojos.

—¿Qué pasa? —dice medio dormido.

Quiero decirle todo, pero no puedo. Así que murmuro:

—Nada, no es nada, vuelve a dormir.

—Me da igual si es Cuaresma. Un soborno es un soborno y funciona —me dice Tess mientras saca dos bombones Hershey de su bolso—. ¿Charisma? ¿Chiara?

Las niñas bajan las escaleras con bastante escándalo, luego cruzan el umbral del taller a empujones, como dos rosados cohetes. Tess las mira y dice:

—Basta de correr, saltar y hacer ruido, jovencitas, deberíais tener un poco de educación. Parecíais vacas al bajar esas escaleras.

—Bueno, tú nos has llamado —dice Charisma. Está de pie frente a su madre y lleva una brillante camiseta rosada que tiene escrito «princess» y una falda larga de tul que evoca al cisne principal del ballet. Lleva zapatillas
Converse
de lona, negras, sin cordones y dos juegos de calcetines de tres cuartos, enrollados a la altura de los tobillos. A Chiara todavía la viste mi hermana, así que lleva un mono de pana de rayas rosadas, una blusa con un cuello estilo Peter Pan y unas botas
Stride Rite
con cordones.

—Tranquilizaos. Si lo hacéis, os daré un chocolate. Vuestra madre intenta hablar con tía Valentine.

Charisma y Chiara extienden las manos. Tess le da un bombón a cada una.

—¡Guardaré el mío! —grita Chiara mientras sigue a su hermana escaleras arriba.

—Soy una madre malísima. Uso el soborno.

—Hay que hacer lo que sea necesario —le digo.

—¿Cómo van las cosas con Roman?

—No muy bien.

—Bromeas. ¿Qué sucedió con la idea de convertir el 166 de Perry Street en un idílico balneario de amor durante el retiro de la abuela?

—No es un idílico spa. Trabajo todo el día, diseño toda la noche. Él trabaja todo el día y toda la noche, llega a las tres de la madrugada, se duerme, se levanta a la mañana siguiente y se va. Me estoy haciendo una idea de lo que será una relación duradera con él y, digámoslo así, lo único duradero que hay en Roman es que está en movimiento constante.

—Eso podría cambiar si te casas con él.

—¿Casarme con él? Ni siquiera consigo que se comprometa a ir al cine conmigo.

—Tienes que hacer que Roman se fije en ti. Cuando nosotros salíamos, Charlie estaba tan inmerso en su trabajo que me asustaba. Cuando nos casamos, cambiaron sus prioridades. Nuestra familia siempre es lo primero. Ahora va al trabajo y cuando llega a casa empieza la vida —Tess se lleva la mano al corazón—: nosotros. La parte de su vida que importa.

Oímos un fuerte estallido arriba y corremos hacia el vestíbulo. Chiara aparece al final de la escalera con Charisma.

—¿Qué ha sido eso? —grita Tess. La mano de su cariñoso corazón se ha convertido en un puño que sacude en el aire.

—He hecho girar a Charisma en un
pas de deux
, no te preocupes, ha aterrizado en la moqueta.

—Deja de jugar con tu hermana. Sentaos a ver la televisión.

Las niñas van hacia el salón.

Tess me mira y dice:

—No consideres a mis hijas el ejemplo de lo que tendrás algún día. Tú tendrás hijos que se porten bien. —Tess mira su reloj—. Mamá debería llegar ya. Ella sabe cómo controlarlas.

June empuja la puerta con la cadera, lleva dos tiestos de plástico verde repletos de jacintos púrpuras.

—Necesitamos un poco de primavera aquí —dice June, dándole los tiestos a Tess.

—Val va a romper con Roman —dice Tess mientras deja las flores en el fregadero y llena de agua los tiestos.

—No he dicho eso.

—Eso me ha parecido —dice Tess.

—¿A santo de qué piensas darle la patada?

—Casi no nos vemos. Él está ocupado y yo estoy ocupada.

—¿Entonces? —dice June. Se mete las manos en los bolsillos y se da la vuelta para mirarme.

—¿Entonces? Me parece bastante preocupante que casi no nos veamos.

—Todo el mundo está ocupado. ¿Crees que la gente está cada vez menos ocupada conforme pasa el tiempo? Se pone peor. Yo estoy más ocupada ahora que nunca y si me siento y trato de entender por qué, no puedo. Allí fuera no existe lo perfecto, y recibir una dosis de un buen hombre de vez en cuando no está mal.

—Estoy de acuerdo —digo yo.

Cuando todo funciona con Roman es genial. A veces pienso que las cosas buenas me impiden ver la realidad, me convencen de seguir intentándolo. Pero ¿es suficiente? ¿Debería serlo?

—Tenéis una situación inmejorable —dice June, sirviéndose una taza de café—. Os veis, os divertís, luego cada uno se va por su lado. En este momento yo estaría con un hombre si al final no acabara fastidiándome con el deseo de mudarse. No quiero alguien en mi casa veinticuatro horas al día los siete días de la semana. Me gusta mi vida, gracias.

—Mi hermana quiere algún día tener una familia —dice Tess. Lleva los jacintos frente a la ventana, donde el sol pueda alcanzar los grupos de pétalos estrellados—. Es una antigua.

—¿Lo soy? —pregunto en voz muy alta. Nunca me he visto a mí misma como alguien particularmente antiguo. Supongo que pertenezco a mi tribu, pero la verdad es que cada vez que tengo la oportunidad de andar por la línea de la tradición vacilo.

Alguien abre la puerta de entrada.

—¡Hola! —grita mi madre desde el vestíbulo.

—Aquí estamos, mamá —digo yo.

Mi madre entra en la tienda rugiendo como un leopardo en marzo, lleva una trinchera moteada apta para los aguaceros ocasionales de primavera. En realidad es como una leona en marzo, pero el beige sólido la palidece y, además, los estampados de leopardo son su marca personal. Mamá lleva mallas negras, brillantes botines de hule negro y un sombrero de charol, de ala ancha, atado debajo de la barbilla con una cinta.

—¿Están preparadas las niñas?

Tess va al pie de la escalera y llama a sus hijas. Ellas no responden, oímos que grita: «Vale, voy a subir». Tess sube las escaleras.

—En verdad necesita un respiro de esas niñas —dice mi madre en voz baja.

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