Vampiro Zero (37 page)

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Authors: David Wellington

BOOK: Vampiro Zero
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—Sí, claro —replicó Caxton.

—A lo mejor piensa que no podré hacerlo. A lo mejor se cree que me tiene justo donde quiere tenerme, pero su error es precisamente ése: que se cree más lista que nosotros. Mientras estaba en la celda no podía llegar a usted. No tenía armas estaba lejos. Pero ahora esa desventaja ha desaparecido. Ahora estamos a solas. Y aunque me tenga esposado, tarde o temprano me soltaré. Me libraré de estas ataduras y entonces se va a enterar. Le voy a demostrar lo estúpida que ha sido.

Caxton meneó la cabeza con hastío.

—Cállate, anda —le dijo.

—¿No quiere oírme? Es comprensible. ¿A quién le gusta que le digan que está a punto de morir? Pero yo quiero que lo oiga. Quiero que tenga miedo porque así cometerá más errores.

Las personas desesperadas no piensan siguiendo la lógica; se precipitan y no valoran todas sus opciones.

Caxton puso la radio, pero él siguió hablando, gritando por encima de la música para hacerse oír.

—En cuanto te haya matado, a Jameson no le quedará otra opción. Tendrá que respetarme. Verá que he hecho algo que él no fue capaz de hacer y se dará cuenta de que soy digno de él. Entonces me ofrecerá la maldición y yo no esperaré. Sé que hay personas que se resisten. Jameson se resistió durante mucho tiempo antes de darse cuenta del valor de lo que le estaban ofreciendo. Pero yo la aceptaré encantado. Me pegaré un tiro o a lo mejor me cortaré la garganta con un cuchillo para poder unirme a ellos aún más deprisa. Para poder cumplir con mi desti...

Caxton cerró el puño y lo golpeó en la cara. Era difícil asestar un buen golpe mientras conducía, pero le dio lo bastante fuerte para partirle el labio y aplastarle la mejilla contra los dientes. La cabeza de Carboy salió despedida y chocó contra el cristal de la ventana.

—Eso es por tu hermana —le espetó.

Pero no era cierto: lo había hecho por ella misma. Porque cuantas más tonterías decía, más se daba cuenta Caxton de que era tan sólo un niño, un ser humano. Su voz era humana, no el gruñido ronco de un vampiro. Después de golpearlo lo oyó respirar, intentando contener los sollozos. Por lo menos había dejado de hablar.

Caxton esperaba que, cuando llegara el momento, supiera hacerlo hablar otra vez.

No lo llevó demasiado lejos, tan sólo hasta el límite de la sudad, donde las últimas casas que había junto a la carretera desaparecían y el bosque se volvía más espeso y ocultaba los campos cubiertos de nieve. Cogió una carretera secundaria que sabía que desembocaba, al cabo de varios kilómetros, en una zona industrial abandonada. No había una sola casa en todo el camino y en aquella época del año tampoco habría coches de adolescentes aparcados. Cuando apagó las luces del coche, sólo las estrellas y su reflejo encima de la nieve les permitían verse las caras.

Caxton sacó su nueva pistola de la funda y montó la linterna y el puntero láser. Carboy cerró los párpados y se acurrucó contra la puerta cuando ella le enfocó los ojos.

—Tú sabes algo que quiero saber —le dijo—. Sabes dónde se esconde Jameson. Cuando te lo pregunté la otra vez, había delante un funcionario de prisiones y eso me impidió hacer un uso excesivo de la fuerza. Pero ahora estamos solos.

—Pierdes el tiempo —le dijo Carboy.

Caxton lo golpeó de nuevo, en esta ocasión con la culata de la pistola. Le hizo un corte de cinco centímetros en la mejilla, que se puso morado antes incluso de que volviera a enfocarlo con la linterna.

«Secuestro —se dijo Caxton—. Agresión con agravantes. Lesiones. Uso de la fuerza impropio para un agente de policía.»

«Tortura.»

Había torturado a siervos de vampiros con anterioridad. Les había arrancado los dedos uno a uno, hasta que le habían contado lo que quería saber. Pero los siervos eran monstruos, sus cuerpos empezaban a pudrirse en el momento en que volvían de entre los muertos. Tenían el cerebro cuajado y guardaban muy poca relación con los seres humanos que habían sido antes.

Dylan Carboy era un asesino de la peor calaña: un parricida depravado e indiferente que había matado a su propia familia sólo para sentirse más fuerte. Luego había matado a dos empleados del centro de autoalmacenaje para llamar la atención. Y ahora no paraba de amenazarla.

Aún era humano.

—No tengo tiempo para sacártelo a hostias —le dijo. Entonces le quitó las esposas y abrió la puerta del acompañante. El aire frío le bañó la cara. Eso le sentó bien—. Sal de aquí —le dijo.

El se la quedó mirando con los ojos desorbitados.

—Fuera, vamos. No te alejes más de diez pasos del coche. Si intentas correr, te dispararé a las piernas.

Carboy tardó un poco en salir. Una vez fuera, se quedó esperándola, observándola a través de la ventana del coche.

—Quítate las zapatillas y tíralas dentro del coche —le dijo.

Carboy obedeció. Estaba descalzo, con la nieve hasta los tobillos, y empezó a levantar los pies, ahora uno, ahora el otro.

—¿Tienes frío? No me extraña. Pero tranquilo. Dentro de unos minutos dejarás de sentirlo. Y eso es malo —le explicó—. Significará que empiezas a sufrir hipotermia. Sabes lo que es la hipotermia, ¿verdad, Carboy? Los dedos de los pies se te pondrán negros. Las venas y los nervios irán muriendo uno a uno. En cuanto eso suceda, tendrán que amputarte los dedos. A lo mejor también tendrán que amputarte los pies si hay gangrena. Es lo que suele ocurrir. —Caxton cerró la puerta del acompañante—. Ahora daré media vuelta y me marcharé. Tú puedes volver andando.

Carboy frunció los labios.

—Cuando me ofrezcan la maldición, te encontraré, Caxton. Y entonces te devolveré este tormento multiplicado por mil...

Pero ella lo cortó:

—Sabes lo del ojo de Malvern, ¿verdad? Que sólo tiene uno, quiero decir. Perdió el otro antes de convertirse en vampira y ahora, por mucha sangre que beba, por mucho tiempo que pase rejuveneciéndose en su ataúd, sigue teniendo un ojo. Las partes del cuerpo no se regeneran —dijo, encogiéndose de hombros—. Pongamos que sucede lo imposible y que Jameson te transmite la maldición. Pasarás el resto de tu vida sin poder caminar ni cazar. Y recuerda que los vampiros viven eternamente.

—Los vampiros sí, pero tú no, Caxton. Y te juro que me suplicarás que te mate cuando...

Caxton puso el motor en marcha y subió la ventanilla. En el interior del coche hacía un frío de mil demonios. No quería ni imaginar cómo debía de tener Carboy los pies.

«Pues no lo hagas —se dijo—. No te lo imagines. Mejor así.»

Oyó a Carboy maldecirla desde fuera del coche, pero el ruido del motor amortiguaba su voz. Puso la marcha atrás y empezó a retroceder. Él salió corriendo tras ella. Caxton aceleró un poco más frenó, y giró la cabeza.

Había retrocedido unos cien metros. El chico empezó a golpear la ventanilla con los nudillos. Caxton retrocedió cien metros más y entonces bajó la ventanilla.

—¿Y bien? —le preguntó.

Estaba jadeando. Tenía la cara pálida y ya se le habían congelado los pelos de la nariz.

—¡No lo sé! ¡No sé dónde está su guarida!

Caxton empezó a subir la ventanilla de nuevo, pero Carboy golpeó contra el cristal. Caxton se dio cuenta de que el chico estaba llorando.

—Te estoy diciendo la verdad —le prometió—. Él nunca me llevó allí. Yo se lo pedí, pero él me dijo que era como el infierno y que ningún mortal podría sobrevivir allí. Me dijo que me llevaría después de transmitirme la maldición.

—Concéntrate —le dijo Caxton—. Seguro que sabes algo más. Tienes que haber oído o visto algo. ¿Aún te duelen los pies?

El asintió con la cabeza lastimeramente.

—Por favor...

—¡Concéntrate! —repitió ella.

—Flores —murmuró entonces Carboy—. Malvern...

—O dejas de decir tonterías o me largo —le dijo Caxton.

—Nunca he conocido a Malvern, sólo la he visto en sueños. Y a veces supongo que veía lo mismo que ella. Una noche la vi incorporarse en su ataúd. Jameson la había sacado para que le diera el aire. No sé qué significado tiene eso, pero ante ella había flores. Estaba delante de un campo florido, como en verano, pero a su alrededor estaba todo cubierto de nieve. Y recuerdo que pensó: «En esta tumba hay flores.»

—¿Eso es todo? ¿No tienes nada más?

—Por favor —suplicó él—. Ya basta... ¡por favor! ¡Es lo único que sé!

Caxton se agachó, rebuscó debajo del asiento del conductor y encontró las zapatillas. Tenía intención de arrojárselas y dejarlo allí. Pero no, no podía hacerlo. Sabía de qué era capaz, no podía permitir que quedara libre.

—Entra —le dijo y abrió la puerta.

Capítulo 52

Caxton estuvo un rato conduciendo en silencio, con la vista fija en la carretera. Había estado segura de que aquello iba a funcionar, que iba a poder sonsacarle a Carboy la ubicación de la guarida. Pero el chico le había descrito una imagen tan hermosa como inútil.

Estaba tan lejos de la solución como antes.

Fue Carboy quien empezó a hablar. Al parecer, en cuanto Caxton le había bajado los humos no hubo ya forma de controlar su incontinencia verbal. Empezó a hablarle de su infancia, y de las frustraciones y penurias de un sociópata adolescente. Le confesó su deseo de emprenderla a tiros con todo el colegio y, peor aún, de la noche en que había matado a su familia. Caxton no quería oír nada de eso y a punto estuvo de golpearle de nuevo tan sólo para que se callara. Pero entonces empezó a hablar sobre Jameson, y Caxton aguzó el oído.

—Lo encontré, agotado y muerto de hambre, en el patio de mi casa. Saqué la basura y lo vi apoyado en la pared del garaje. En un primer momento me asusté, porque supe inmediatamente qué era. Pensé que iba a matarme, pero no lo hizo. Eso fue hace mucho, en octubre, cuando acababa de aceptar la maldición. Había estado resistiendo la sed de sangre y había llegado tan lejos como había podido. Dormía en el bosque, me dijo, en la bañera de latón de una casa abandonada. El techo se había hundido y el suelo estaba lleno de botellines de cerveza. Yo no entendía por qué alguien tan hermoso tenía que vivir de aquella forma. En cuanto mis padres se durmieron, lo invité a mi casa. Sabía qué necesitaba, de modo que me corté el brazo y le dejé beberse la sangre.

Caxton agarró el volante con rabia e hizo un esfuerzo por no soltar un grito de frustración. Si Jameson se hubiera topado con otra persona, o si los padres de Carboy hubieran echado un vistazo al cuarto de su hijo y hubieran visto lo que tenía durmiendo en el armario, nada de todo aquello habría ocurrido: todas las pesquisas, con sus falsas pistas y sus callejones sin salida, y todas las muertes.

—Estuvo toda la noche hablando conmigo. Por camaradería, creo. Yo le conté lo mucho que lo respetaba, a él y a su fuerza de voluntad: estaba en una casa llena de gente, podía oler nuestra sangre y, aun así, no nos atacó. Porque, además, merecíamos morir.

Aquél era el Jameson que Caxton recordaba. Sintió un acceso de náusea, pues sabía lo que venía a continuación.

—Podrías haberme llamado —le reprochó Caxton—. Podrías haber evitado todo esto.

—Pero no quería. Él era... era mi amigo. Él me entendía, entendía mi rabia. Nadie me había entendido nunca, ni siquiera lo habían intentado. Lo único que querían era que me sometiera a terapia, como si el enfermo fuera yo y no la sociedad, ni el mundo, pensando siempre en el dinero, el sexo y la fama.

Así pues, a partir de aquel momento había dirigido toda esa ira hacia la persona que podía arrebatarle a su amigo: Caxton. Había empezado a llenar libretas con su nombre y sus promesas de destruirla.

Pero Carboy tenía más cosas que contarle.

—Gracias a mi sangre se recuperó enseguida. Al cabo de una noche estaba otra vez en forma. La segunda noche salió. Salió a cazar, pero al regresar me dijo que no había matado a nadie. Supongo que estuvo siguiendo a gente y pensando en cómo sería. Debía de haber estado pensando en lo que se había convertido y en cómo eso nos convertía a los demás en su presa.

Carboy volvió la cabeza y miró a Caxton. El chico estaba llorando.

—Me habló de ti y me contó que lo estabas persiguiendo. Dijo que no podía quedarse en mi casa, de modo que encontramos otra guarida.

—Un silo de cereales en desuso.

—¡Sí! Era un escondrijo perfecto. Trasladó el ataúd de Malvern allí. Dijo que se encerraría allí dentro con ella y que a lo mejor se enterraban los dos en vida. Quería pudrirse allí dentro para no volver a salir. No quería morir, pero estaba dispuesto a pasar el resto de su vida enterrado, incapaz de moverse, de ver o de sentir. Y, no obstante, quería probar la sangre por última vez. Para entonces había empezado a cambiar, se había vuelto más agresivo. Habló de beberse mi sangre, pero sabía que si volvía a abrirme las venas, no iba a poder controlarse y me mataría. Entonces se me ocurrió otra opción.

—Y robaste un banco de sangre.

Carboy sollozaba.

—Pero no funcionó. La sangre estaba fría, no servía. Eso sólo sirvió para darle más hambre. Ojalá... Ojalá no le hubiera contado nada a Cady sobre él...

—Cady Rourke —dijo Caxton—. Tu novia.

A Carboy se le quebró la voz.

—Cady quería verlo. Y, por cierto, no era mi novia. Sólo éramos amigos y sí, de vez en cuando nos enrollábamos. Pero también íbamos con otra gente. O por lo menos Cady lo hacía. Yo no podía soportarlo, era algo que me destrozaba por dentro, pero nunca lograba reunir el valor necesario para romper con ella. Me daba miedo estar solo. Cuando llevé a Cady con Jameson, para que lo viera, él se enfadó. Se puso como una fiera. Dijo que lo estaba poniendo en peligro y que no podía confiar en Cady. Y entonces... entonces...

—La mató. Y se bebió su sangre.

—Creo que en el fondo no quería, pero no le quedó más remedio —dijo Carboy. Hablaba muy rápido, con voz pastosa por culpa de las lágrimas—. Entonces me dejó y no lo he vuelto a ver. Sólo en sueños, aunque creo que quien me los mandaba era Malvern. Ella veía lo que yo sentía, veía mi debilidad. Y yo percibía claramente su desprecio hacia mí. Pensaba: «Si pudiera... si pudiera ser fuerte, tan fuerte como Jameson... no tendría que sentirme así.»

Y se había metido en el cuarto de su hermana, la había agarrad por el cuello y la había estrangulado. Pero al ver que con eso no bastaba, que no lograba sacudirse la sensación de encima, cogió su pistola y mató también a sus padres.

A partir de ahí, lo más fácil había sido disfrazarse de vampiro. Para sentirse como un vampiro, para sentirse fuerte. Cuanto más real era su disfraz, más vampiro se sentía, más depredado. Y un buen día se encontró en un centro de autoalmacenaje con dos cadáveres y la policía en la puerta.

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