Authors: Brian Lumley
La segunda condición lo hacía doblemente valioso. Tal vez no era más que una faceta diferente de su primera facultad, pero en ocasiones como ésta, era un verdadero don de Dios. Grieve era telépata, pero con una diferencia. Tenía que «apuntar» su talento: sólo podía leer la mente de una persona cuando estaba cara a cara con ella, o cuando le hablaba, aunque fuese por teléfono, si conocía a la persona en cuestión. No se podía mentir a John Grieve, ni había necesidad de un aparato perturbador mecánico. Por eso Kyle lo había dejado de guardia permanente en la jefatura, mientras él estuviese fuera.
—John —dijo Kyle—, ¿cómo marchan las cosas en casa?
Y también había preguntado:
¿Qué sucede en el rancho, en Devon?
—Bueno, ya sabes…
La respuesta de Grieve sonó dudosa.
—¿Puedes explicarte? —
¿Qué sucede? Pero ten cuidado con tu manera de responder
.
—Mira, se trata del joven YB —fue la respuesta—. Parece más listo de lo que nos imaginábamos. Quiero decir que es inquisitivo, ¿sabes? Ve y oye demasiado para su propio bien.
—Bueno, debemos reconocerle ese mérito.
Kyle trataba de que su voz pareciese casual, mientras añadía mentalmente con urgencia:
¿Quieres decir que tiene facultades? ¿Telepatía?
—Supongo que sí —respondió Grieve, pero quería decir «probablemente».
«Jesús! ¿Se nos va a echar encima?»
—De todas maneras, hemos tenido otros clientes duros —dijo Kyle—. Y nuestros vendedores están bien informados…
¿Cómo están armados?
—Pues, sí, tienen todos los medios ordinarios —dijo Grieve—. Sin embargo, él es un poco suspicaz, te lo aseguro. Lanzó a su perro contra uno de los nuestros. Pero no le hizo daño. En realidad era el viejo DC, y ya sabes lo precavido que es. A ése no puede ocurrirle nada malo.
¿Darcy Clarke? ¡Gracias a Dios!
Kyle respiró. En voz alta, dijo:
—Mira, John, será mejor que leas el historial de nuestro socio silencioso. Ya sabes, desde ocho meses atrás.
La primera manifestación de Keogh
. Nuestros hombres pueden necesitar toda la ayuda que se les pueda prestar. Y en realidad, no creo que sea suficiente el material ordinario en este caso. Es algo que hubiese debido pensar antes, pero no preví la astucia del joven YB.
Las pistolas de 9 mm no lo detendrían, ni a ninguno de los otros de aquella casa. Pero hay una descripción en la ficha de Harry Keogh de algo que creo que podría dar aquel resultado. ¡Armad con ballestas a la pandilla!
—Se hará como tú dices, Alec; cuidaré al instante de ellos —dijo Grieve, sin la menor señal de sorpresa en su voz—. ¿Y cómo te van a ti las cosas?
—Oh, no van mal. Estamos pensando en trasladarnos a la montaña; precisamente esta noche.
Saldremos para Rumania con Krakovitch. Es OK… ¡espero! En cuanto tenga algo definitivo, volveré a hablar contigo. Entonces podrás atacar a Bodescu, tal vez. Pero no hasta que sepamos todo lo que hay que saber sobre aquello a lo que vamos a enfrentarnos
.
—¡Dichoso tú! —dijo Grieve—. La montaña, ¿eh? Preciosa en esta época del año. Bueno, alguno de nosotros tiene que quedarse trabajando. Me enviarás una postal, ¿verdad? Y ten cuidado.
—Lo mismo digo.
Kyle hablaba con fluidez y naturalidad, pero su mente estaba llena de preocupaciones.
Por el amor de Dios, asegúrate de que esos amigos de Devon estén al tanto. Si ocurriese algo, yo
…
—Oh, procuraremos que no tengas dificultades —lo interrumpió Grieve.
Era su manera de decir: «Mira, haremos lo que podamos».
—Está bien. Nos mantendremos en contacto.
Suerte
. Y entonces había cortado la comunicación…
Durante largo rato, permaneció plantado en su habitación, con la mirada dirigida al teléfono y mordiéndose el labio. Las cosas se estaban poniendo al rojo y Alec Kyle lo sabía. Cuando entró Quint desde la habitación contigua, donde había estado echando una siesta… una sola mirada a su cara dijo a Kyle que estaba en lo cierto. Quint tenía de pronto un aspecto algo macilento.
Se golpeó la sien.
—Las cosas empiezan a precipitarse —dijo—. Aquí.
Kyle asintió con la cabeza.
—Lo sé —respondió—. Tengo la impresión de que empiezan a precipitarse en todas partes…
En su pequeña habitación del que antaño había sido el piso de Harry Keogh, en Hartlepool, cuyas ventanas daban a un cementerio, Harry hijo se estaba quedando dormido. Su madre, Brenda Keogh, lo acunaba con unos suaves murmullos. Sólo tenía cinco semanas, pero era muy listo. Ocurrían muchas cosas en el mundo, y quería participar en ellas. Su crianza sería muy difícil, porque quería haber crecido del todo. Ella podía sentirlo en él: su mente era como una esponja que se empapaba en nuevas sensaciones, en nuevas impresiones; sediento de saber, apartaba los ojos de los de su madre y se esforzaba en abarcar todo el ancho mundo.
Oh, sí, sólo podía ser el pequeño de Harry Keogh, y Brenda se alegraba de tenerlo. Lástima que no pudiese tener también a Harry. Pero en cierto modo lo tenía, a través del pequeño Harry. En realidad, lo tenía con una intensidad que jamás había imaginado.
Brenda no sabía cuál había sido el trabajo del padre del pequeño en el Servicio Secreto británico (presumía que era eso). Sólo sabía que lo había pagado con la vida. Nadie había reconocido su sacrificio, al menos de forma oficial. Pero todos los meses llegaban cheques en sobres corrientes, acompañados por breves notas que especificaban que el dinero era un «subsidio de viudedad». Brenda nunca había dejado de sorprenderse: debían de haber tenido a Harry en alta estima. Los cheques eran bastante importantes, equivalentes a más del doble de lo que habría ganado en cualquier trabajo normal. Y esto era maravilloso, pues podía dedicar todo su tiempo a Harry.
—Pobrecillo Harry —lo arrullaba en su suave dialecto norteño, cantando una vieja, viejísima nana que había aprendido de su madre y ésta tal vez de la abuela— «No tiene mamá, no tiene papá, nació en una carbonera».
Bueno, la cosa no había sido tan mala para Harry. Sin embargo, algunas veces, Brenda sentía punzadas de culpa. Hacía menos de nueve meses que lo había visto por última vez, y ya lo había superado. Todo parecía estar mal. Mal que ella ya no llorase y que nunca hubiese llorado demasiado; mal que él hubiese ido a reunirse con esa inmensa mayoría que lo quería tanto. Los muertos, que se estaban pudriendo desde hacía tiempo.
No necesariamente mal, desde el punto de vista moral, pero sí en un sentido conceptual, definitivo. Ella
no sentía
que estuviese muerto. Quizá si hubiese visto el cadáver habría sido diferente. Pero se alegraba de no haberlo visto. Muerto, ya no habría sido Harry.
¡Pero basta de ideas morbosas! Tocó la naricita del pequeño con el nudillo del dedo índice.
—¡Guapo! —dijo, en voz muy baja.
El pequeño Harry Keogh ya estaba dormido…
Harry sintió el torbellino absorbente del niño, sintió que la pequeña mente aflojaba su represión, entró y pasó por una «puerta» transdimensional y se encontró navegando a la deriva en la Oscuridad Última del continuo de Möbius. Mente pura; flotaba en la corriente de lo metafísico, libre de las distorsiones de la masa y de la gravedad, del calor y del frío. Se deleitaba como un nadador en aquel gran océano negro que se extendía desde el nunca al para siempre, desde ningún lugar hasta todas partes, y en el que podía moverse en el pasado con la misma rapidez que en el futuro. Sólo era cuestión de saber la dirección adecuada, de emplear la «puerta» adecuada.
Abrió una puerta del tiempo y vio la luz azul de todos los miles de millones de seres vivos de la tierra dirigiéndose en tropel a unos futuros inconcebibles, siempre en expansión. No, no era ésta. Eligió otra. Esta vez, los innumerables hilos azules de vida se alejaron de él y se contrajeron, se apretaron hasta convertirse en un solo punto azul, lejano, deslumbrador. Era la puerta del pasado y conducía al origen de la vida humana en la tierra. Y tampoco era esto lo que quería. En realidad, había sabido que ninguna de estas puertas era la adecuada; sólo ejercitaba su talento, su poder.
Pues lo cierto era que si no hubiese tenido una misión… Pero la tenía. Era casi idéntica a la que le había costado la vida corpórea y estaba aún por terminar. Apartó a un lado todas las demás ideas y consideraciones, empleó su infalible intuición para marchar en la buena dirección, llamando a aquel que sabía que encontraría allí.
¿Thibor?
Su llamada resonó en el negro vacío.
Sólo respóndeme y te encontraré, y podremos hablar
.
Transcurrió un momento. Un segundo o un millón de años; daba lo mismo en el continuo de Möbius. Y también les daba lo mismo a todos los muertos. Entonces llegó la respuesta:
¡Aaahhh! ¿Eres tú, Haarrry?
La voz mental de la vieja Cosa enterrada fue como un faro para él: se guió por esa voz, llegó a una puerta de Möbius y entró por ella.
Era medianoche en los montes cruciformes y, en más de trescientos kilómetros en todas direcciones, casi toda Rumania dormía. No hacía falta que Harry y su simulacro infantil se materializasen aquí, pues no había nadie para verlos. Pero el hecho de saber que
podía
ser visto aquí, si hubiera habido ojos para ver, daba a Harry una sensación de corporeidad. Aunque sólo fuese como un fuego fatuo, sentía que era alguien, no una mera voz telepática, un fantasma. Se cirnió sobre el claro del bosque inmóvil, sobre las losas volcadas y cerca de la entrada arruinada de lo que había sido la tumba de Thibor Ferenczy, y formó a su alrededor ínfimos nimbos de luz. Entonces volvió la mente hacia fuera, hacia la noche y la oscuridad.
Si hubiese tenido un cuerpo, quizás habría temblado un poco. Habría sentido un escalofrío, pero un escalofrío puramente físico, no del espíritu. Pues el no-muerto maligno que había sido enterrado allí hacía quinientos años se había ido ahora, ya no era un no-muerto, sino un muerto de verdad. Lo cual suscitaba una pregunta: ¿Había sido quitado todo de aquí? ¿Estaba muerto… enteramente? Pues Harry Keogh había aprendido, y estaba aprendiendo aún, la monstruosa tenacidad del vampiro en aferrarse a la vida.
Thibor
, dijo.
Estoy aquí. Contra el consejo de todos los muertos, he venido de nuevo a hablar contigo
.
¡Aaahhh! Haarrry…, amigo mío, eres un consuelo. En verdad eres mi único consuelo. Los muertos murmuran en sus tumbas, hablan de esto y de aquello, pero a mí me rehuyen. Yo soy el único que está… completamente solo. Sin ti, no hay más que olvido
.
¿Completamente solo? Harry lo dudaba. Su sensible PES le advertía que había allí algo más; algo que se escondía, esperando su hora; algo que era todavía peligroso. Pero ocultó sus sospechas a Thibor.
Te hice una promesa
, dijo.
Dime tú lo que quiero saber, y no te olvidaré. Aunque sólo sea por unos momentos, encontraré tiempo, de vez en cuando, para venir a hablar contigo
.
Porque eres bueno, Haarrry
, respondió.
Porque tú eres amable. Mientras que los de mi clase, los muertos, son muy antipáticos. ¡Siguen recordando sus agravios!
Harry conocía las artimañas de la vieja Cosa enterrada: cómo evitaría a toda costa el problema del momento, el objetivo principal de la venida de Harry. Pues los vampiros son parientes y amigos de Satán; hablan con la lengua de éste, especializada en la mentira y el engaño. Thibor intentaría desviar la conversación hacia el «trato injusto» de que lo hacía víctima la gran mayoría. Pero Harry no estaba para historias.
No tienes por qué quejarte
, le dijo.
Ellos te conocen, Thibor. ¿Cuántas vidas abreviaste con el fin de prolongar o mantener la tuya? Los muertos no perdonan, pues han perdido lo que era más precioso para ellos. En tu época, fuiste un gran ladrón de vidas; no sólo llevabas contigo la muerte, sino incluso, en ocasiones, la no-muerte. No debe extrañarte que te rehuyan
.
El soldado mata
, replicó Thibor tras un suspiro.
Pero cuando le toca morir, ¿le rehuyen los otros? ¡Claro que no! Es bien recibido en el redil. El verdugo mata; también el loco furioso, y el cornudo cuando encuentra a otro en su cama. ¿Y les rehuyen? Tal vez en vida, a algunos de ellos, pero no cuando ya no viven. Pues entonces pasan a un nuevo estado. En mi vida hice lo que tenía que hacer, y pagué por ello en la muerte. ¿Debo seguir pagando?
¿Quieres que defienda tu causa?
, dijo Harry, bromeando.
Pero Thibor era perspicaz:
No había pensado en esto. Pero ahora que lo dices
…
¡Ridículo!
, exclamó Harry.
Juegas con las palabras, juegas conmigo, y no he venido para eso. Hay un millón de otros que desean sinceramente hablar conmigo, y pierdo el tiempo contigo. Está bien, he aprendido la lección. No te molestaré más
.
¡Harry, espera!
El pánico se traslucía en la voz de Thibor Ferenczy, que, literalmente, hablaba a Harry desde ultratumba.
¡No te vayas, Harry! ¿Quién querrá hablar conmigo… si no hay otro necroscopia?
Ése es un hecho que deberías recordar
, sentenció Harry.
Aaahhh, ¡no me amenaces, Harry! ¿Qué soy yo…, qué fui yo… sino una vieja criatura enterrada antes de su hora? Si te he parecido impertinente, perdóname. Vamos, dime qué quieres de mí
.
Harry se dejó ablandar.
Está bien. Es esto: tu cuento me pareció muy interesante
.
¿Mi cuento?
, se sorprendió Thibor.
El cuento de cómo llegaste a ser lo que fuiste. Si no recuerdo mal, habías llegado a cuando Faethor te atrapó en su mazmorra y te transfirió o depositó
…
¡Su semilla!
, lo interrumpió Thibor.
¡La semilla perlina de los wamphyri! Tienes buena memoria, Harry Keogh. Y yo también la tengo. Demasiado buena
…
Su voz se volvió súbitamente agria.
¿No quieres continuar con esa historia?
, dijo Harry.
¡Ojalá no la hubiese comenzado! Pero, si es necesario para mantenerte aquí
…
Harry no dijo nada; se limitó a esperar, y al cabo de unos momentos:
Ya veo que es necesario
, gruñó el ex vampiro.
Muy bien
.
Y después de otra pausa malhumorada, Thibor continuó el relato de su historia…