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Authors: Brian Lumley

Vampiros (39 page)

BOOK: Vampiros
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Seré breve
, respondió Faethor,
porque tengo la impresión de que esto es sólo parte de lo que quieres saber. Si es así, remonta mentalmente mil años en el pasado

Thibor el Valaco, a quien había llamado hijo, a quien había dado mi nombre y mi blasón, y en cuyas manos había puesto mi castillo, mis tierras y el poder del wamphyri, me injurió terriblemente. ¡Más de lo que él sospechaba, maldito ingrato!

Arrojado al abismo desde los muros de mi castillo en llamas, fui quemado y cegado. Innumerables murciélagos acudieron en mi ayuda mientras caía, ardieron y murieron, pero no apagaron las llamas. Me estrellé contra árboles y arbustos, sufrí mil agonías al rodar por el lado empinado de la garganta, dejé jirones de piel en árboles y piedras, antes de llegar al fondo. Pero la caída fue amortiguada en parte por el follaje, y fui a dar en una charca poco profunda que apagó las llamas que amenazaban con derretir mi carne de wamphyri
.

Aturdido, lo más cerca de la verdadera muerte que podía estar un vampiro que permaneciese no-muerto, llamé a mis fieles gitanos del valle. Sé que comprenderás lo que quiero decir, Harry Keogh. Ambos tenemos la facultad de hablar con otros a distancia. De hablar sólo con la mente, como hacemos ahora. Y los
szgany
vinieron
.

Sacaron mi cuerpo del agua tranquila y salvadora y me cuidaron. Me llevaron hacia el oeste, a través de las montañas, hasta el reino de Hungria. Me protegieron de todo mal, me escondieron de posibles enemigos, me resguardaron de los ardientes rayos del sol, y por fin me llevaron a un lugar de descanso. Y fue un largo descanso: para recuperarme, para recobrar la forma; un tiempo de retiro forzoso
.

»Ya he dicho que Thibor me había hecho daño. ¡Pero qué daño! Estaba destrozado. Todos los huesos rotos: la espalda y el cuello, el cráneo y los miembros. Tenía el pecho hundido, el corazón y los pulmones magullados; la piel, desollada por el fuego, rasgada por las apiladas ramas y las piedras. Incluso lo que había de vampiro en mí que ocupaba la mayor parte de mi ser, estaba magullado, desgarrado, chamuscado. ¿Una semana de curación? ¿Un mes? ¿Un año? No; ¡cien años! ¡Un siglo para mis sueños rojos, o negros, de venganza!

Pasé mi larga convalecencia en un refugio de montaña inaccesible, pero que era más una caverna que un castillo; y durante todo el tiempo fui cuidado por mis
szgany,
por sus hijos y por los hijos de sus hijos. Y también por sus hijas. Poco a poco volví a ser el de antes. El vampiro que llevaba dentro se curó y después me curó a mí; como wamphyri, caminé de nuevo, practiqué mis artes, me hice más prudente, más fuerte, más terrible de lo que había sido jamás. Marché al extranjero desde mi nido de águilas, hice planes para la aventura de mi vida, como si la traición de Thibor se hubiese producido el día anterior y todas mis heridas se hubiesen reducido a una tirantez en las articulaciones
.

Y fue un mundo terrible aquel en el que me encontré, con guerras en todas partes y grandes sufrimientos, y hambre y pestes. Terrible, sí, ¡pero la esencia de la vida para mi! Pues yo era wamphyri

Me construí un pequeño castillo casi inexpugnable en la frontera de Valaquia, y allí me establecí como boyardo de cierta categoría. Formé un cuerpo mixto de
szgany,
húngaros y valacas locales, a los que pagué bien y di alojamiento y comida, y fui aceptado como terrateniente y como jefe. Desde luego, los
szgany
me habrían seguido hasta el fin del mundo… y lo hicieron, lo hicieron…, no por amor, sino por un extraño sentimiento que está en el pecho salvaje de todos los
szgany.
Digamos que yo era una potencia y que ellos se asociaron conmigo. En cuanto a mi nombre, me convertí en Stefan Ferrenczig, bastante corriente en aquellos lugares. Pero éste fue sólo el primero de mis nombres. Treinta años después de mi plena recuperación, fui el «tío» de Stefan, llamado Peter; treinta años más tarde, Karl, y después, Grigor. No debe notarse que un hombre vive demasiado y, por cierto, no durante siglos. ¿Lo comprendes?

En cuanto a Valaquia, evité principalmente cruzar la frontera, pues había uno en Valaquia cuya fuerza y crueldad eran ya famosos: un misterioso
voevod
mercenario llamado Thibor, que mandaba un pequeño ejército al servicio de los pequeños principados valacos. Y no deseaba encontrarme con él, que debía estar por entonces guardando mis tierras y propiedades en el Khorvaty. No; todavía no quería encontrarme con él. Oh, dudaba de que pudiese reconocerme, pues yo había cambiado muchísimo. Pero, si lo veía, tal vez no pudiera contenerme. Y esto habría podido ser fatal, pues, en los años de mi curación, se había mostrado activo y fortalecido mucho; en realidad, era en gran parte el poder detrás del trono de Valaquia. Tenía sus propios
szgany,
pero bien disciplinados, y también mandaba el ejército de un príncipe; mientras que yo sólo contaba con una chusma de gitanos y campesinos sin instrucción. No; mi venganza podía esperar. ¿Qué es el tiempo para un wamphyri?

Durante otros sesenta años esperé, limité mis actividades, estuve a cubierto. Y al cabo había logrado una fuerza de luchadores a sueldo, feroces mercenarios, y consideré la mejor manera de utilizarlos. Tentado estuve de lanzarme contra Thibor y los valacos, pero no me gustaban los combates en igualdad de condiciones. Quería que aquel perro se arrodillase ante mí, y hacer con él lo que se me antojase
. No
quería un enfrentamiento en el campo de batalla, pues sabía de primera mano sus ardides y su fuerza. Posiblemente, él me creía muerto; era mejor que siguiese con esa idea; ya llegaría mi hora
.

Pero, mientras tanto, me sentía inquieto, confinado, encerrado. Allí estaba yo, fuerte, vigoroso, con bastante poder, y no tenía dónde canalizar mis energías. Ya era hora de que conociese nuevos países en un mundo que seguía dando vueltas
.

Entonces me enteré de una gran Cruzada de los francos contra los musulmanes. Era el segundo año del siglo trece cristiano, y una flota navegaba contra Zara. En principio, los cruzados habían pretendido atacar Egipto, a la sazón centro del poder musulmán, pero sus ejércitos habían heredado una larga hostilidad contra Bizancio. El viejo Dux de Venecia, enemigo de Bizancio, aportó su flota que había conducido primero contra Hungria. Zara, sólo recientemente tomada por los húngaros, fue reconquistada y saqueada por los venecianos y los cruzados en noviembre de 1202, cuando yo me dirigí a aquella ciudad clave con una compañía selecta de mis partidarios. El rey húngaro, «mi señor», en la creencia de que yo actuaba a su favor contra los cruzados, no puso el menor obstáculo en mi camino. Sin embargo, cuando llegué a Zara, me vendí como mercenario al servicio de la Cruz, lo cual había sido siempre mi intención
.

Me parecía que la mejor manera de aventurarme en el mundo sería con los cruzados; pero, si había esperado una acción instantánea, mi esperanza había sido vana. Los venecianos y los francos se habían ya repartido el botín de la ciudad (habían discutido y luchado por él, pero sus disputas terminaron pronto) y, luego, el Dux y Bonifacio de Montferrat, que dirigía la expedición, decidieron invernar en Zara
.

Ahora bien, la intención original, el objetivo primordial de la Cuarta Cruzada, había sido, desde luego, derrotar a los musulmanes. Pero muchos cruzados creían que Bizancio había traicionado a la cristiandad en todas las Guerras Santas, y muy pronto Constantinopla estuvo al alcance de la mano de los cruzados vengativos. Más aún, Constantinopla era rica, ¡enormemente rica!, ¡inmensamente rica! La perspectiva de un botín como el que brindaba Constantinopla solucionó la cuestión. Egipto podía esperar, todo el mundo podía esperar, ¡pues ahora el objetivo era la propia capital del Imperio!

Seré breve. Zarpamos hacia Constantinopla en primavera, nos detuvimos en varios lugares, para solucionar varias cosas, y llegamos a finales de junio ante la capital imperial. Supongo que sabes algo de historia. Durante meses que se convirtieron en años, hubo objeciones morales, religiosas y políticas, al saqueo de la ciudad; pero, en definitiva, triunfaron la avaricia y la lascivia. Todos los planes de marchar desde allí contra los infieles fueron al fin abandonados. El papa Inocencio III, que había sido en gran parte responsable de la predicación de la Cruzada, había excomulgado ya a los venecianos por el saqueo de Zara; entonces estaba una vez más horrorizado, pero las noticias, como la intervención, viajaban despacio en aquellos tiempos. Y, a los ojos de los cruzados, Constantinopla se había convertido en una joya, en un fin; todos la codiciábamos. Se llegó a un acuerdo sobre el reparto del botín, y entonces

A primeros de abril de 1204, empezamos el ataque. Todas las intrigas políticas y los discursos piadosos fueron dejados a un lado, porque
aquello
era la causa de que estuviésemos allí
.

¡Ay, cómo se regocijó mi corazón! Temblaron todas las fibras de mi ser. El oro es una cosa, pero la sangre es otra. Sangre derramada, sangre bebida, ¡sangre fluyendo por venas de fuego!

Te diré con qué tuvimos que enfrentarnos. Ante todo, los griegos tenían barcos en el Cuerno de Oro, para impedir que desembarcásemos al pie de las murallas. Lucharon duro, pero en vano; aunque no malgastaron del todo sus esfuerzos. El fuego griego es algo terrible, ¡se enciende y arde en el agua! Sus catapultas lo lanzaban contra nuestros barcos, y los hombres ardían dentro del mar. A mí me escaldó el hombro derecho, el pecho y la espalda, casi hasta los huesos. ¡Sí! Pero yo había sido quemado antes, y por un experto. Aquello no bastaba para apartarme de la refriega. El dolor me espoleaba más. Pues aquél era un día grande para mí
.

Tal vez te preguntarás acerca del sol. ¿Cómo podía yo, un wamphyri, combatir bajo sus ardientes rayos? Llevaba una holgada capa negra, a la manera de los jefes musulmanes, y un casco de cuero y hierro para protegerme la cabeza. Además, siempre que podía, luchaba de espaldas al sol. Cuando no combatía, y puedes creer que también hacía otras cosas, me mantenía a la sombra, desde luego. Pero cuando los cruzados me vieron combatir con mis
szgany,
¡oh, se quedaron pasmados! Considerados hasta entonces como una chusma para llenar las filas y caer como forraje bajo el fuego y las espadas, tanto los francos como los venecianos nos miraron ahora como a demonios, como a soldados del infierno. ¡Cuánto debían de alegrarse de tenernos de su parte! Por consiguiente, pensé

Pero no debo perder el hilo de mi historia. Se abrió una brecha en la muralla de la ciudad que protegía el barrio Blachernae. Simultáneamente, estalló un incendio en aquel mismo barrio. Los defensores estaban confusos; se dejaron llevar por el pánico; los aplastamos y arrollamos en las calles casi vacías, donde la lucha no era digna de mención
.

Pues, a fin de cuentas, ¿contra qué nos enfrentábamos? Griegos desalentados; un ejército indisciplinado, compuesto principalmente de mercenarios, que sufrían todavía los efectos de años de mala dirección. Unidades de eslavos y pechenegi, que sólo estaban dispuestas a luchar si las probabilidades de triunfo eran buenas, y la paga, mejor; unidades francas, cuyos miembros estaban visiblemente divididos; la Guardia Varangiana, una compañía compuesta de daneses e ingleses que sabían que su emperador Alexius III era un usurpador, sin virtudes de guerrero ni de hombre de Estado. Lo único que teníamos que hacer era matar. Los que no estaban dispuestos a morir, huyeron enseguida: no tenían más remedio. Al cabo de pocas horas, el Dux y los caudillos franco y veneciano ocuparon el Gran Palacio
.

Desde allí, dictaron sus órdenes: dijeron a los belicosos cruzados hambrientos de botín que Constantinopla era suya y que podían saquear durante tres días la ciudad. Eran los vencedores; no cometerían ningún delito. Podían hacer lo que quisieran de la capital, de sus moradores y sus bienes. ¿Puedes imaginarte lo que se infería de tales instrucciones?

Durante novecientos años, Constantinopla había sido el centro de la civilización cristiana, y de pronto, durante tres días, ¡se convirtió en el sumidero del infierno! Los venecianos, que apreciaban las grandes realizaciones, se llevaron toneladas de obras maestras griegas y otras manifestaciones artísticas, y tesoros en metales preciosos, hasta casi hacer naufragar sus barcos. En cuanto a los franceses, los flamencos y diversos cruzados mercenarios, entre los que nos hallábamos yo y los míos, sólo ansiábamos destruir. ¡Y destruir fue lo que hicimos!

Si algo, por precioso que fuese, no podía ser levantado o transportado del lugar donde se hallaba, era reducido a escombros en el acto. Alimentábamos nuestra locura en las bodegas de excelente vino, y nos deteníamos sólo para beber, violar o asesinar, y volver de nuevo al saqueo. Nada ni nadie se libraba. Ninguna virgen salió indemne de aquello y pocas salvaron la vida. Si una mujer era demasiado vieja para ser traspasada con carne, lo era con acero, y ninguna hembra era demasiado joven. Saqueamos conventos y tratamos como rameras a las monjas… Imagínate, ¡monjas cristianas!

Los hombres que no habían huido, sino que se habían quedado para proteger sus hogares y sus familias, fueron destripados y dejados agonizantes en las calles. Los jardines y las plazas de la ciudad estaban llenos de sus moradores muertos, principalmente mujeres y niños. Y yo, Faethor Ferenczy, conocido por los francos como el Negro, o Grigor el Negro o el Diablo Húngaro, estaba siempre en el fregado. Donde éste era más fuerte. Durante tres días, me refocilé como si nada pudiese satisfacer mi afán
.

Yo no lo sabía, pero el fin —mi fin, el fin de la gloria, del poder y de la fama— se estaba ya acercando. Pues había olvidado la norma principal del wamphyri: no te hagas ver como demasiado diferente. Sé fuerte, pero no en exceso. Sé libidinoso, pero no como un sátiro de leyenda. Infunde respeto, pero no devoción. Y sobre todo, no hagas nada para que tus iguales, o los que pueden considerarse tus superiores, te tengan miedo
.

Pero a mí me había quemado el fuego griego, y sólo me había enfurecido. ¿Y licencioso? Por cada hombre que había matado, había violado a una mujer, ¡hasta treinta en un día y una noche! Mis
szgany
me consideraban una especie de dios… o de diablo. Y al final… los propios cruzados habían llegado a temerme. Más que todas las cuestiones de «conciencia», más que a todos los asesinatos y violaciones y blasfemias que
ellos
habían cometido
, mis
hazañas les habían inspirado malos sueños
.

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