Vampiros (44 page)

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Authors: Brian Lumley

BOOK: Vampiros
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Fueron seguidos hasta Torquay, pero Yulian no se dio cuenta. Le distraía el sol, que no paraba de filtrarse entre las nubes y reflejarse en los espejos, los cristales de las ventanas y los metales cromados. Todavía llevaba el sombrero de ala ancha y las gafas oscuras, pero su odio contra el sol, y el efecto que éste le producía, eran ahora mucho más fuertes. Los espejos del coche lo irritaban; su propia imagen reflejada en los cristales de las ventanillas y otras superficies brillantes lo inquietaba; su «conciencia» de vampiro le atacaba los nervios. Se sentía cercado. Lo amenazaba un peligro y lo sabía, pero… ¿desde dónde? ¿Y qué clase de peligro?

Mientras Helen esperaba en el coche, en la tercera planta de un aparcamiento municipal, Yulian fue a una agencia de viajes, preguntó y dio instrucciones. Esto le costó algún tiempo, pues las vacaciones que había elegido no eran las que solía organizar la agencia. Quería pasar una semana en Rumania. Yulian habría podido telefonear a uno de los aeropuertos de Londres y hacer una reserva, pero prefirió que una agencia autorizada lo aconsejara sobre restricciones, visados, etcétera. De esta manera no habría errores ni contratiempos en el último momento. Además, no podía estar encerrado para siempre en la casa Harkley House; la excursión en coche a la ciudad había representado al menos desligarse de la rutina, de sus observadores y de la creciente presión de ser una criatura solitaria. Mejor aún, el paseo le había permitido mantener las apariencias: Helen era su linda primita venida de Londres, y los dos habían salido a dar un paseo en coche, disfrutando del buen tiempo que quedaba. Sí, parecería esto.

Después de concertar todo lo referente al viaje (la agencia le telefonearía dentro de cuarenta y ocho horas y le daría todos los detalles), llevó a Helen a almorzar. Mientras ésta comía con indiferencia y trataba desesperadamente de parecer que no le tenía miedo, Yulian sorbió un vaso de vino tinto y fumó un cigarrillo. Habría podido comer un bistec, poco hecho; pero la comida, la comida corriente, ya no le apetecía. En vez de esto se encontró con que estaba observando el cuello de Helen. Sin embargo, se dio cuenta del peligro que entrañaba y concentró su atención en los detalles de su plan para la noche. En realidad, no pretendía estar con hambre mucho tiempo.

A la una y media de la tarde estaban de regreso en Harkley, y entonces Yulian captó brevemente los pensamientos de otro vigilante. Trató de infiltrarse en la mente del desconocido, pero éste la había cerrado de inmediato. ¡Eran listos, aquellos vigilantes! Furioso, rabió por dentro durante toda la tarde y a duras penas pudo dominarse hasta que se hizo de noche.

Peter Keen era un recluta relativamente reciente del equipo de parapsicólogos de INTPES. Telépata esporádico (su facultad, todavía no educada, se manifestaba en impulsos incontrolados e impremeditados, y dejaba de actuar tan rápida y misteriosamente como había aparecido), había sido reclutado después de informar a la policía de un futuro asesinato. Había registrado de forma accidental la mente —las negras intenciones— del presunto violador y asesino. Cuando se perpetró el delito, tal como había anunciado él, un policía de alto rango, amigo de la organización, había comunicado los detalles a INTPES. El trabajo en Devon era la primera misión de Keen, que hasta ahora había pasado todo el tiempo con sus instructores.

Yulian Bodescu estaba ahora bajo vigilancia durante las veinticuatro horas del día, y Keen tenía el turno de las ocho de la mañana a las dos de la tarde. A la una y media, cuando la muchacha hubo conducido a Bodescu a través de la verja de Harkley y hasta la casa, Keen estaba a menos de doscientos metros detrás de ellos, en su Capri rojo. Dejando Harkley atrás, se detuvo ante la primera cabina telefónica y llamó a jefatura, para informar de los detalles de la salida de Bodescu.

En el hotel de Paignton, Darcy Clarke recibió la llamada de Keen y pasó el teléfono al encargado de la operación, un hombre alegre, gordo, de edad mediana y que fumaba en cadena, llamado Guy Roberts. Normalmente, Roberts habría estado en Londres, empleando sus facultades en seguir la pista a submarinos rusos, de terroristas y cosas por el estilo; pero ahora estaba aquí, como jefe de operaciones, sin perder mentalmente de vista a Yulian Bodescu.

Roberts no había encontrado la tarea de su gusto ni fácil en modo alguno. El vampiro es una criatura solitaria y reservada por naturaleza. Hay algo en la constitución mental del vampiro que lo oculta tan eficazmente como esconde la noche su ser físico. Roberts sólo podía ver Harkley como un lugar vago y sombrío, como un escenario visto a través de una densa y ondulante niebla. Cuando Bodescu estaba allí, este miasma mental se hacía mucho más denso, y Roberts encontraba mucho más difícil localizar una persona o un objeto específicos. Pero la práctica es siempre útil y, cuanto más estaba en ello, más claras se hacían las imágenes de Roberts. Ahora estaba seguro, por ejemplo, de que la casa estaba ocupada sólo por cuatro personas: Bodescu, su madre, su tía y la hija de ésta. Pero había algo más. De hecho, dos
algos
. Uno de ellos era el perro de Bodescu, pero oscurecido por la misma aura, que era muy extraña. Y el otro era… simplemente «el Otro». Como el propio Yulian, Roberts pensaba en ello sólo de aquella manera. Pero fuese lo que fuese —probablemente la cosa en el sótano sobre la que había advertido Alec Kyle—, se hallaba sin duda allí y estaba vivo…

—Aquí Roberts —dijo por teléfono—. ¿Qué hay de nuevo, Peter?

Keen transmitió su mensaje.

—¿Una agencia de viajes? —Roberts frunció el entrecejo—. Sí, nos preocuparemos en seguida de esto. ¿Tu relevo? Está en camino. Trevor Jordan, sí. Hasta luego, Peter.

Roberts colgó el teléfono y tomó la guía. Momentos más tarde llamó a la agencia de viajes de Torquay, cuyos nombre y dirección le había dado Keen.

Cuando le respondieron, Roberts sostuvo un pañuelo delante de la boca e imitó la voz de un joven.

—Oiga… oiga.

—Aquí Sunsea Travel —fue la respuesta—. ¿Quién llama, por favor?

Era una voz masculina, grave y suave.

—Parece que la línea funciona mal —dijo Roberts, sin levantar la voz—. ¿Me oye? Estuve ahí, hace cosa de una hora. Soy Bodescu.

—¡Ah, sí, señor! —El agente de viajes habló más fuerte—. Se interesó por un viaje a Rumania. A Bucarest, cualquier día de las dos próximas semanas. ¿No es así?

Roberts dio un respingo y tuvo que esforzarse para que su voz amortiguada sonase igual.

—Pues…, sí, Rumania, exacto. —Pensaba deprisa, terriblemente deprisa—. Escuche, siento molestarlo, pero…

—¿Qué?

—Bueno, he decidido renunciar a ese viaje. Tal vez el año próximo, ¿eh?

—¡Ah! —dijo el otro, en un tono de contrariedad—. Bueno, ¡qué se le va a hacer! Gracias por llamar, señor. ¿Es una cancelación definitiva?

—Sí. —Roberts sacudió un poco el teléfono—. Lamento tener que… ¡Esta línea es un asco! Bueno, algo ha sucedido y…

—Oh, no se preocupe, señor Bodescu —lo interrumpió el agente—. Esto ocurre muchas veces. Y en todo caso, todavía no había tenido tiempo de informarme a fondo. Por consiguiente, nada se ha perdido. Pero, si cambia de nuevo de opinión, me lo hará saber, ¿verdad?

—¡Desde luego! Así lo haré. Ha sido usted muy amable. Disculpe las molestias.

—No hay de qué, señor. Adiós.

—¡Adiós!

Roberts colgó el teléfono.

Darcy Clarke, que había estado escuchando, dijo:

—¡Genial! ¡Magnífico, jefe!

Roberts lo miró, pero no sonrió.

—¡Rumania! —dijo, gravemente—. La cosa está candente, Darcy. Ojalá llame Kyle de una vez. Lleva dos horas de retraso.

En aquel momento volvió a sonar el teléfono.

Clarke asintió con la cabeza.

—Esto es lo que yo llamo talento. Si no ocurre, ¡haz que ocurra!

Roberts se imaginó Rumania (su propia interpretación, pues nunca había estado allí) y después superpuso una imagen de Alec Kyle a un agreste paisaje rumano. Cerró los ojos y vio la cara de Kyle con un detalle fotográfico…, no, como en carne viva.

—Aquí Roberts.

—¿Guy? —dijo la voz de Kyle—. Oye, pretendí enviar esto vía Londres, John Grieve, pero no pude encontrarlo.

Roberts sabía lo que quería decir: evidentemente, habría preferido que la llamada fuese totalmente segura.

—No puedo ayudarte en esto —respondió—. Ahora no hay aquí nadie tan especial. ¿Hay problemas?

—Yo diría que no. —Roberts vio, con los ojos de la mente, que Kyle fruncía el entrecejo—. Nos faltó un poco de reserva en Génova, pero eso se arregló. En cuanto a mi retraso, ¡esto es como tratar de hablar con Marte desde aquí! Para que hablen de sistemas anticuados. Si no tuviese ayuda local… En fin, ¿tienes algo para mí?

—¿Podemos hablar claro?

—Tenemos que hacerlo.

Roberts lo puso rápidamente al corriente, terminando con el frustrado viaje de Bodescu a Rumania. Vio con su mente, y oyó físicamente la exclamación de horror de Kyle. Entonces el jefe de INTPES reprimió sus emociones; aunque los planes de Bodescu para ir allí no hubiesen sido frustrados, habría sido demasiado tarde para él.

—Cuando hayamos terminado aquí —dijo hoscamente a Roberts—, ya no quedará nada para él. Y cuando tú hayas terminado ahí…, ya no podrá ir a parte alguna.

Entonces refirió con todo detalle a Roberts lo que quería que se hiciese. Tardó unos buenos quince minutos en asegurarse de que lo había abarcado todo.

—¿Cuándo? —preguntó Roberts, cuando el otro hubo terminado.

Kyle se mostró cauteloso.

—¿Formas parte del equipo de vigilancia tú? Quiero decir si vas en persona hacia la casa y lo vigilas.

—No. Mi trabajo es de coordinación. Siempre estoy aquí, en la jefatura. Pero quisiera intervenir en la caza.

—Está bien, ya te diré cuándo va a ser —aseguró Kyle—. Pero,
¡no
debes decirlo a los demás! No hasta que estemos lo más cerca posible de la hora cero. No quiero que Bodescu se entere por la mente de alguien.

—Eso está muy bien. Espera… —Roberts envió a Clarke a la habitación contigua, para que no pudiese oírlo—. Bueno, ¿cuándo?

—Mañana, durante el día. Digamos a las cinco de la tarde, hora local. Nosotros habremos hecho nuestro trabajo aproximadamente una hora antes. Hay ciertas razones evidentes para que prefiramos la luz del día. Y, por lo que respecta a vosotros, otro motivo menos palpable. Cuando Harkley vuele por los aires, se producirá un gran incendio. Tienes que asegurarte de que los bomberos no acudirían demasiado pronto para apagarlo. Si fuese de noche, las llamas serían visibles desde una distancia de muchos kilómetros. Bueno, esto queda de tu mano. Pero lo último que debes permitir es una interferencia desde el exterior, ¿de acuerdo?

—Entendido —dijo Roberts.

—Muy bien —dijo Kyle—. Es probable que no volvamos a hablar hasta que esto haya terminado. ¡Que tengas suerte!

—Suerte —respondió Roberts a su vez, dejando que la cara de Kyle se borrase de su mente mientras colgaba el teléfono.

Harry Keogh estuvo la mayor parte del lunes tratando sin éxito de romper la atracción magnética de la psique de su hijo. No había manera. El pequeño luchaba contra él, se aferraba tanto a Harry como al mundo despierto con increíble tenacidad; no quería dormir. Brenda Keogh vio que el niño tenía fiebre, pensó en llamar al médico, pero cambió de idea; sin embargo, decidió que, si el pequeño estaba tan inquieto durante toda la noche y tenía todavía alta la temperatura por la mañana, acudiría al doctor.

No podía saber que la fiebre de Harry se debía a la lucha mental que sostenía con su padre, un combate que el bebé estaba ganando con facilidad. En cambio, Harry padre lo sabía demasiado. La voluntad del pequeño, y su fuerza, ¡eran enormes! La mente del niño era un agujero negro cuya gravedad lo atraía por entero. Y había descubierto algo: que una mente sin cuerpo puede fatigarse y agotarse lo mismo que la carne. Por consiguiente, cuando ya no pudo luchar, se rindió y se retiró dentro de sí mismo, contento de que, por el momento, sus vanos esfuerzos y su lucha hubiesen terminado.

Como un pez en el extremo de un sedal, se dejó arrastrar hasta cerca de la barca. Pero sabía que tendría que luchar de nuevo cuando sintiese que el arpón iba a golpearlo. Sería la última oportunidad del Harry incorpóreo de conservar una identidad individual. Por eso tendría que combatir, por la continuación de su existencia; pero no podía dejar de preguntarse qué significaba todo esto para su hijo.
¿Por qué
lo quería Harry hijo? ¿Era simplemente por la enorme codicia de un niño lleno de salud, o por algo completamente distinto?

En cuanto al propio bebé, comprendió la rendición parcial de su padre, y
aceptó
el hecho de que, por ahora, el combate había terminado. No tenía modo de decirle a aquel fantástico adulto, que no era realmente una lucha, sino sólo un deseo desesperado de saber, de aprender. Padre e hijo, dos mentes en un solo cuerpo pequeño, frágil (¿indefenso?), aprovecharon la agradable oportunidad para dormir. Y a las cinco de la tarde, cuando Brenda Keogh miró a su hijito, se alegró al observar que yacía tranquilo en su cuna y que la temperatura volvía a ser normal…

A eso de las cuatro y media de la tarde de aquel mismo lunes, en Ionesti, Irma Dobresti acababa de responder a una llamada telefónica de Bucarest. La conversación por teléfono fue lo bastante acalorada para que escuchase el resto del grupo. La cara larga que puso Krakovitch dijo a Kyle y a Quint que algo andaba mal. Cuando Irma hubo terminado y colgado el teléfono, Krakovitch habló:

—A pesar de que todo esto debió ponerse en claro, ahora hay un problema con el Ministerio del Interior. Algún idiota está poniendo en duda nuestra autoridad. Recuerden que están en Rumania, ¡no en Rusia! La tierra que queremos quemar es de propiedad común y ha pertenecido al pueblo desde tiempo, ¿cómo lo dicen ustedes?, inmemorial. Si fuese simplemente propiedad de un agricultor, podríamos indemnizarlo, pero… —y se encogió de hombros, impotente.

—Exacto —dijo Irma—. Esta noche vendrán unos hombres del Ministerio, desde Ploiesti, para hablar con nosotros. No sé cómo se habrá filtrado esto, pero aquí estamos bajo su… ¿jurisdicción? Sí. Podría ser un gran problema. Preguntas y respuestas. ¡No todo el mundo cree en los vampiros!

—Pero ¿no es usted del Ministerio? —Kyle estaba alarmado—. ¡Quiero decir que tenemos que realizar este trabajo!

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