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Authors: Follett Ken

Tags: #Novela

Vuelo final (13 page)

BOOK: Vuelo final
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Después de todo, pensó, ¿cuánto había llegado a hacer realmente para contribuir al esfuerzo de guerra? Lo único que estaba haciendo era acumular información que no había sido utilizada jamás. Unos hombres arriesgaban sus vidas para enviarle fotografías del puerto de Copenhague sin que ocurriera gran cosa. Parecía una estupidez.

Pero de hecho Hermia conocía la importancia de aquel laborioso trabajo de rutina. En alguna fecha futura, un avión de reconocimiento fotografiaría el puerto lleno de barcos y los planificadores militares necesitarían saber si aquello representaba el tráfico normal o la súbita concentración de una fuerza invasora, y en ese momento las fotografías de Hermia se volverían cruciales.

Además, la visita de Digby Hoare había conferido una urgencia inmediata a su trabajo. El sistema alemán de detección de aviones podía ser el arma que permitiera ganar la guerra. Cuanto más pensaba Hermia en ello, más probable le parecía que la clave del problema pudiera residir en Dinamarca. La costa oeste danesa parecía la ubicación ideal para una estación de alerta concebida para detectar a los bombarderos que se aproximaran a Alemania.

Y en el MI6 no había nadie que conociera Dinamarca tan de primera mano como Hermia. Conocía personalmente a Poul Kirke y él confiaba en ella. El que un desconocido pasara a ocuparse de su trabajo podía ser desastroso. Hermia tenía que conservar su puesto. Y aquello significaba ser más lista que su jefe.

—Esto son malas noticias —dijo Woodie sentenciosamente mientras ella permanecía de pie delante de su escritorio.

Su despacho era un dormitorio en la vieja mansión de Bletchley Park. Papel de pared floreado y luces murales con pantallas de seda sugerían que antes de la guerra había sido ocupado por una dama. Ahora tenía archivadores en vez de armarios llenos de vestidos y una mesa de acero para mapas donde antes había habido un tocador con esbeltas patas y un espejo de tres lunas. Y en vez de por una hermosa mujer ataviada con una carísima combinación de seda, la habitación estaba ocupada por un hombrecillo muy pagado de sí mismo que llevaba gafas y vestía un traje gris.

Hermia fingió calma.

—Siempre hay peligro cuando un agente es interrogado, claro está —dijo—. No obstante… —Pensó en dos hombres valientes que estaban siendo interrogados y torturados, y por un instante sintió que se le cortaba la respiración. Luego se recuperó—. No obstante, en este caso me parece que el riesgo no es muy grande.

Woodie gruñó escépticamente.

—Quizá tengamos que llevar a cabo una investigación oficial.

Hermia sintió que se le caía el alma a los pies. Aquello significaría un investigador procedente de fuera del departamento. Ese investigador tendría que dar con un chivo expiatorio y ella era la elección obvia. Hermia dio comienzo a la defensa que había preparado.

—Los dos hombres que han sido detenidos no tienen ningún secreto que traicionar —dijo—. Formaban parte del personal de tierra del aeródromo. Uno de los Vigilantes Nocturnos les entregaba periódicos para que los sacaran de contrabando del país, y ellos los escondían dentro de un calce de rueda hueco. — Aun así, Hermia sabía que aquellos hombres podían revelar detalles aparentemente inocentes acerca de cómo habían sido reclutados y utilizados, detalles que un cazados de espías lo bastante astuto podía utilizar para seguir la pista de otros agentes.

—¿Quién les entregaba los periódicos?

—Matthies Hertz, un teniente del ejército. Ha pasado a la clandestinidad. Y los mecánicos no conocen a nadie más en la red.

—Así que nuestras estrictas normas de seguridad han limitado los daños sufridos por la organización.

Hermia supuso que Woodie estaba ensayando una frase que podía pronunciar ante sus superiores, y se obligó a adularlo.

—Exactamente, señor. Esa es una buena manera de expresarlo.

—Pero ¿cómo consiguió llegar la policía danesa hasta su gente tan rápidamente?

Hermia ya había previsto aquella pregunta, y su respuesta estuvo cuidadosamente preparada.

—Creo que el problema radica en el extremo sueco.

—Ah. — El rostro de Woodie se iluminó de alegría. Suecia, siendo un país neutral, no se hallaba bajo su control. Woodie acogería encantado cualquier ocasión de trasladar la culpa a otro departamento—. Tome asiento, señorita Mount.

—Gracias. — Hermia se sintió un poco más animada al ver que Woodie estaba reaccionando tal como ella había esperado que lo hiciera. Cruzó las piernas y siguió hablando—: Creo que el intermediario sueco ha estado pasando ejemplares de los periódicos ilegales al servicio de Reuter en Estocolmo, y eso puede haber alertado a los alemanes. Usted siempre ha aplicado de manera muy estricta la regla de que nuestros agentes deben limitarse a recoger información, y evitar actividades auxiliares como el trabajo de propaganda.

Aquello era más adulación: Hermia nunca le había oído decir nada semejante a Woodie, aunque era una regla generalmente aplicada en todo lo que hacía referencia al espionaje.

Sin embargo, su jefe asintió solemnemente.

—Cierto.

—Les recordé su regla a los suecos tan pronto como descubrí lo que estaba ocurriendo, pero me temo que el daño ya estaba hecho.

Woodie adoptó una expresión pensativa. Se sentiría muy feliz si podía afirmar que sus consejos habían sido olvidados. En realidad no le gustaba nada que la gente hiciera lo que él sugería, porque cuando las cosas iban bien se limitaban a atribuirse el mérito. Prefería que hicieran caso omiso de sus consejos y que las cosas fueran mal, porque de esa manera entonces podía decir: «Ya os lo había dicho».

—¿Quiere que le redacte un memorando, mencionando su regla y citando la señal que le envié a la legación sueca? — preguntó Hermia.

—Buena idea.

Aquello era todavía más del agrado de Woodie. No estaría adjudicando la culpa personalmente, sino que se limitaría a citar a una subordinada que de paso le atribuiría el mérito de haber hecho sonar la alarma.

—Entonces necesitaremos una nueva manera de sacar información de Dinamarca. No podemos utilizar la radio para esa clase de material, porque tarda demasiado en emitir.

Woodie no tenía ni idea de cómo organizar una ruta de contrabando alternativa.

—Ah, eso sí que es un problema —dijo con una sombra de pánico en la voz.

—Afortunadamente disponemos de una opción de reserva, utilizando el transbordador de trenes que va de Elsinor en Dinamarca a Helsingborg en Suecia.

Woodie se mostró muy aliviado.

—Espléndido —dijo.

—Quizá debería decir en mi memorando que usted me autorizó a emprender tal acción.

—Perfecto.

Hermia titubeó.

—¿Y… la investigación oficial?

—Sabe, no estoy seguro de que eso vaya a ser necesario. Su memorando debería servir para responder a cualquier pregunta.

Hermia ocultó su alivio. Después de todo no iba a ser despedida. Sabía que hubiese debido dejarlo mientras llevaba ventaja. Pero había otro problema que ardía en deseos de sacar a relucir ante él, y aquella parecía la ocasión ideal.

—Hay una cosa que podríamos hacer y que mejoraría enormemente nuestro nivel de seguridad, señor.

—¿De veras? — La expresión de Woodie decía que si existiese semejante procedimiento ya se le habría ocurrido pensar en él.

—Podríamos utilizar códigos más avanzados.

—¿Qué tienen de malo nuestros poemas y nuestros libros de códigos? Los agentes del MI6 llevan años utilizándolos.

—Me temo que los alemanes pueden haber encontrado la manera de descifrarlos.

—No lo creo, querida —dijo Woodie, sonriendo como si supiera muy bien de qué estaba hablando.

Hermia decidió correr el riesgo de contradecirlo.

—¿Puedo mostrarle a qué me refiero? — preguntó, y luego siguió hablando sin esperar su respuesta—: Eche una mirada a este mensaje en código —dijo, y escribió rápidamente en su cuaderno:

—La letra que aparece más veces es la f —dijo.

—Obviamente.

—La letra que se utiliza con más frecuencia en el idioma inglés es la e, por lo que lo primero que haría un descifrador es dar por sentado que f representa e, lo cual le da esto.

gsEE cEEs jo uiE dbouEEo

—Seguiría pudiendo significar cualquier cosa —dijo Woodie.

—No del todo. ¿Cuántas palabras de cuatro letras hay en inglés que terminen con una doble e?

—Le aseguro que no tengo ni idea.

—Solo unas cuantas palabras de lo más corriente:
flee
,
free
,
glee
,
thee
y
tree
. Ahora eche una mirada al segundo grupo.

—Señorita Mount, realmente no dispongo de tiempo para…

—Solo unos segundos más, señor. Hay muchas palabras de cuatro letras con una doble e en el centro. ¿Cuál podría ser la primera letra? No a, ciertamente, pero podría ser b. Así que piense en palabras empezando por
bee
que podrían venir a continuación de una manera lógica.
Flee been
no tiene ningún sentido,
free bees
suena bastante raro, aunque
tree bees
podría ser…
[2]

Woodie la interrumpió.

—¡Cerveza gratis! — dijo triunfalmente.
[3]

—Probemos con eso. El siguiente grupo es de dos letras, y no existen muchas palabras de dos letras:
an
,
at
,
in
,
if
,
it
,
on
,
of
,
or
y
up
son las más comunes. El cuarto grupo es una palabra de tres letras que termina con e, de las cuales hay muchas, pero la más común es
the
.

Woodie estaba empezando a sentirse interesado a pesar de sí mismo.

—Cerveza gratis dentro de algo.

—O en el algo. Y ese algo es una palabra de siete letras con una doble e en ella, lo cual quiere decir que termina con
eed
,
eef
,
eek
,
eel
,
eem
,
een
,
eep

—¡Cerveza gratis en la cantina! — volvió a exclamar Woodie triunfalmente.
[4]

—Sí —dijo Hermia. Luego guardó silencio, mirando a Woodie y dejando que las implicaciones de lo que acababa de suceder fueran siendo asimiladas. Pasados unos momentos dijo—: Así de fácil resulta descifrar nuestros códigos, señor. — Consultó su reloj—. Usted ha necesitado tres minutos para hacerlo.

Woodie gruñó.

—Un buen truco de magia para animar las fiestas, señorita Mount, pero le aseguro que los veteranos del MI6 saben más acerca de este tipo de cosas que usted.

Era inútil, pensó Hermia con desesperación. Hoy no habría manera de hacerlo cambiar de parecer acerca de aquella cuestión. Tendría que volver a intentarlo más adelante, así que se obligó a ceder de la manera más elegante posible.

—Muy bien, señor.

—Concéntrese en sus propias responsabilidades. ¿A qué se están dedicando ahora el resto de sus Vigilantes Nocturnos?

—Me disponía a pedirles que mantuvieran los ojos bien abiertos en busca de cualquier indicación de que los alemanes han desarrollado un método de detectar aviones a larga distancia.

—¡Santo Dios, no haga eso!

—¿Por qué no?

—¡Si el enemigo descubre que estamos haciendo esa pregunta, entonces supondrá que disponemos de ese método!

—Pero, señor… ¿Y si el enemigo tiene ese método?

—No lo tiene. Puede estar segura de ello.

—El caballero que vino aquí la semana pasada desde Downing Street no parecía pensar lo mismo.

—Esto debe quedar entre nosotros, señorita Mount. Pero lo cierto es que un comité del MI6 examinó toda la cuestión del radar muy recientemente, y llegó a la conclusión de que transcurrirían dieciocho meses más antes de que el enemigo desarrollara semejante sistema.

Así que se llamaba radar, pensó Hermia. Sonrió.

—Eso es muy tranquilizador —mintió—. Y supongo que usted formó parte del comité, señor.

Woodie asintió.

—De hecho, yo lo presidía.

—Gracias por haberme tranquilizado al respecto. Iré a ocuparme de ese memorando.

—Estupendo.

Hermia salió del despacho. Le dolía la cara de tanto sonreír y estaba agotada por el esfuerzo de inclinarse continuamente ante todo lo que le decía Woodie. Había salvado su trabajo, y se permitió un momento de satisfacción mientras volvía a su despacho. Pero en lo tocante a los códigos había fracasado. Había descubierto el nombre del sistema de detección de aviones a larga distancia, pero estaba claro que Woodie no le permitiría investigar si los alemanes tenían un sistema de esas características en Dinamarca.

Anhelaba hacer algo que tuviera un valor inmediato para el esfuerzo bélico. Todo aquel trabajo de rutina la hacía sentirse impaciente y frustrada, y ver algunos resultados reales habría sido inmensamente satisfactorio. Incluso podía justificar lo que les había ocurrido a aquellos dos pobres mecánicos de aviación en Kastrup.

Hermia podía investigar el radar enemigo sin el permiso de Woodie, claro está. Su jefe podía llegar a descubrirlo, pero ella estaba dispuesta a correr aquel riesgo. Sin embargo, no sabía qué decirles a sus Vigilantes Nocturnos. ¿Qué deberían estar buscando, y dónde? Necesitaba más información antes de que pudiera transmitir sus instrucciones a Poul Kirke. Y Woodie no iba a proporcionársela.

Pero él no era su única esperanza.

Se sentó detrás de su escritorio, descolgó el auricular y dijo:

—Póngame con el número diez de Downing Street, por favor.

Quedó con Digby Hoare en Trafalgar Square. Se puso a esperarlo al pie de la Columna de Nelson, y lo vio cruzar la calzada viniendo desde Whitehall. Hermia sonrió ante la enérgica zancada torcida que ya le parecía característica de él. Se dieron la mano, y luego echaron a andar hacia el Soho.

Era un cálido anochecer de verano y el West End de Londres estaba muy concurrido, con sus aceras llenas de gente que se encaminaba hacia los teatros, los cines, los bares y los restaurantes. Aquella escena de alegre animación sólo se veía enturbiada por los daños de las bombas, la ocasional ruina ennegrecida en una hilera de edificios, resaltando como un diente cariado en una sonrisa.

Hermia había pensado que irían a beber algo en un pub, pero Digby la llevó a un pequeño restaurante francés. Las mesas que había a cada lado de ellos estaban vacías, por lo que podían hablar sin ser oídos.

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