Read Zapatos de caramelo Online
Authors: Joanne Harris
Ese comentario resolvió la cuestión. Sabía que sería así. Esa deliciosa combinación de vanidad, recelo y absoluta confianza en sí mismo... Apenas necesito encantos, ya que él los aporta todos.
Pues sí, casi podría decir que Thierry me agrada. Es muy reconfortante y previsible y carece de bordes aguzados. Lo mejor consiste en que se deja encantar fácilmente; bastan una sonrisa o una palabra para que sea totalmente mío. Eso lo diferencia de Roux, el de la boca fruncida y la mirada de desconfianza permanente ...
¡Maldición!, pensé. ¿Qué me pasa? Me parezco a Vianne, hablo como ella... Ese hombre tendría que haber sido una persona fácil de convencer, pero algunos individuos son más resistentes que otros y, de momento, mis cálculos han fracasado. Claro que puedo esperar..., al menos unos días. Si los encantos no dan resultado apelaré a la química.
Atenta al reloj, hoy aguardé impaciente la hora de cerrar. El día me pareció interminable, pero fue bastante agradable. En la calle, la lluvia se convirtió lentamente en niebla, la gente se movió como los seres que pueblan los sueños y ocasionalmente se detuvo a mirar sin ver demasiado bien el escaparate, montado a medias, que resplandece en Le Rocher de Montmartre como un espectáculo de linterna mágica.
Nunca debemos subestimar el poder de un escaparate. Solemos decir que los ojos son el espejo del alma, y los escaparates deberían ser los ojos de las tiendas y brillar prometedora y deliciosamente. El anterior era bastante bonito gracias a mis zapatos rojos llenos de bombones, pero soy consciente de que la Navidad se acerca a pasos agigantados y debemos encontrar algo más interesante que los tacones para atraer a los clientes.
De modo que nuestro escaparate se ha convertido en un calendario de Adviento, rodeado de retazos de seda e iluminado con un único fanal amarillo. El calendario propiamente dicho está fabricado con una vieja casa de muñecas que compré en el
march
é
aux puces.
Es demasiado antigua para llamar la atención de los niños y está demasiado decrépita para interesar a los coleccionistas; era exactamente lo que buscaba; tiene el tejado despegado y la fachada agrietada y reparada con cinta adhesiva.
Es grande, lo bastante grande como para ocupar el escaparate; el tejado está inclinado y biselado y la fachada, pintada, presenta cuatro paneles que se levantan y permiten ver el interior. De momento, los paneles están cerrados y he colocado postigos en las ventanas, detrás de los cuales vislumbramos la reconfortante luz dorada del interior.
—¡Caramba! —exclamó Vianne cuando vio mi trabajo—. ¿Qué es? ¿Un nacimiento?
Sonreí.
—No exactamente. Se trata de una sorpresa.
Por eso hoy trabajé tan rápido como pude y, con ayuda de un trozo grande de seda de sari roja y dorada, tras el cual tendría lugar la transformación, protegí el escaparate de las miradas de los curiosos.
Comencé por el paisaje. Alrededor de la casa construí un jardín en miniatura, un lago con una tira de seda azul y patitos de chocolate que flotaban encima, un río y un sendero de cristales de azúcar coloreados, bordeado de árboles y arbustos fabricados con papel de seda y limpiapipas; espolvoreé el conjunto con nieve de azúcar en polvo y ratones multicolores, también de azúcar, salían corriendo de la casa de Adviento como seres de un cuento de hadas...
Montar la escena me llevó casi toda la mañana. Poco antes de las doce, Nico se presentó con Alice; parece que se han vuelto inseparables; se detuvo a admirar el escaparate y compró una caja de macarrones mientras, con los ojos abiertos como platos, Alice me veía tapar las reparaciones y las mejoras de la fachada de la casa con una manga de boquilla fina llena de azúcar en polvo.
—¡Es maravilloso! —aseguró Alice—. Ha quedado mejor que el de Galeries Lafayette.
Debo reconocer que se trata de una creación espléndida. En parte casa y otro tanto pastel, con tiras de azúcar en las ventanas, gárgolas de azúcar en el tejado, columnas de azúcar junto a las puertas y una bonita y fina capa de nieve en cada alféizar y en los sombreros biselados de las chimeneas.
A la hora de comer pedí a Vianne que viniese a verlo.
—¿Te gusta? —pregunté—. Todavía no está terminado, pero..., pero me interesa conocer tu opinión.
Durante un rato no dijo nada, si bien sus colores me transmitieron lo que quería saber y se encendieron tanto que casi llenaron el local. ¿Hubo lágrimas en sus ojos? Sí, me pareció que sí.
—Es fabuloso —declaró—, lisa y llanamente fabuloso.
Mostré falsa modestia.
—Bueno, ya está bien...
—Zozie, hablo en serio. No te puedes imaginar lo mucho que me has ayudado.
Me dio la sensación de que estaba perturbada. No podía ser de otra manera; la señal de Ehecatl es poderosa, sobre todo si hablamos de viajes, cambios y viento; seguramente percibe que opera a su alrededor, puede que a esta altura incluso en su interior, ya que mis bizcochitos de harina de almendras son especiales en más de un sentido; las sustancias químicas del signo se mezclan con las suyas, mutan, se tornan volátiles...
—Ni siquiera recibes un sueldo decente.
—Págame en especies —propuse y sonreí—. Por ejemplo, con todos los bombones que sea capaz de comer.
Vianne meneó la cabeza, frunció el ceño y pareció prestar atención a algo del exterior, pero la niebla amortiguó los sonidos.
—Es tanto lo que te debo... —añadió finalmente—. Nunca he hecho nada por ti...
Vianne calló, como enmudecida por un ruido o una idea fantástica. Se quedó fugazmente sin habla. Sin duda, también tiene que ver con los bizcochitos de harina de almendras; son sus preferidos y deben de recordarle épocas más felices...
—¡Ya lo tengo! —gritó y su expresión se animó—. Puedes venirte a vivir aquí, con nosotras. Las habitaciones de madame Poussin están vacías. Ahora nadie las utiliza. No es nada del otro mundo, pero me parece mejor que un hostal. Vivirás con nosotras, comerás con nosotras... Las niñas estarán encantadas... No necesitamos ese espacio... y en Navidad, cuando nos vayamos...
Demudó ligeramente la expresión.
—Solo seré un estorbo —opiné y meneé la cabeza.
—Por supuesto que no, te lo garantizo. Trabajaremos a toda hora. Nos harás un favor...
—¿Qué pasa con Thierry?
—¿Qué pasa con él? —inquirió Vianne con tono desafiante—. Al fin y al cabo, haremos lo que quiere cuando nos mudemos a la rue de la Croix. ¿Por qué no puedes alojarte con nosotras hasta entonces? Cuando nos vayamos te encargarás de la tienda. Te ocuparás de que todo funcione. Además, fue prácticamente lo que aconsejó Thierry, dice que necesito una encargada...
Fingí que lo pensaba.
¿
Thierry comienza a perder la paciencia?,
me pregunté. ¿Ya ha revelado a Vianne su faceta más salvaje? Debo reconocer que lo sospechaba y, como Roux ha vuelto a hacer acto de presencia, Vianne necesita mantenerlos a distancia hasta que tome una decisión...
Una carabina, eso es exactamente lo que Vianne necesita. ¿Existe mejor opción que su amiga Zozie?
—Apenas me conoces —respondí finalmente—. Yo podría ser cualquier...
Vianne rió.
—No, es imposible.
Chica, no te enteras de nada,
pensé y sonreí.
—Está bien —accedí—. Trato hecho.
Volví a estar dentro.
Martes, 4 de diciembre
Ya está arreglado. Se mudará a vivir a la chocolatería. Jean-Loup diría que es genial. Ayer trajo sus pertenencias, mejor dicho, las cuatro cosas que tiene. Nunca había visto a nadie que viajase tan ligero de equipaje, salvo mamá y yo en los tiempos en los que surcábamos los caminos. Dos maletas: una llena de zapatos y la otra con el resto. Tardó diez minutos en deshacer el equipaje y tengo la sensación de que siempre ha estado aquí.
Su habitación sigue ocupada por los anticuados muebles de madame Poussin: mobiliario de vieja, con un armario estrecho que huele a naftalina y una cómoda llena de sábanas que rascan. Las cortinas son en marrón y crema y el estampado es de rosas; hay una cama hundida con cabecero de crin y un espejo manchado que crea la sensación de que quien se mira tiene la peste. Es un cuarto de vieja, aunque confío en que Zozie lo embellecerá en un abrir y cerrar de ojos.
Anoche la ayudé a deshacer el equipaje y le di una de las bolsitas de sándalo de mi armario para ayudar a desvanecer el olor a anciana.
—Te lo agradezco —comentó sonriente mientras colgaba la ropa en el viejo armario—. He traído cosas para alegrar la habitación.
—¿Qué cosas?
—Ya las verás.
Pusimos manos a la obra. Mientras mamá preparaba la cena y yo llevaba a Rosette a visitar el belén por enésima vez, Zozie arregló el cuarto de arriba. Tardó menos de una hora; más tarde, cuando subí a verlo, estaba irreconocible. Las cortinas de vieja, de estampado marrón, habían sido sustituidas por un par de grandes cuadrados de tela de sari, uno rojo y el otro azul. Zozie utilizó otro trozo de seda, en este caso morado y surcado de hilos plateados, para tapar la colcha peluda de vieja y sobre la repisa, en la que había alineado los zapatos como si fuesen adornos colocados encima de la chimenea, colgó una sarta doble de bombillas de colores.
También puso una alfombra de tela y una lámpara, en la parte inferior de cuya pantalla colgó todos sus pendientes; con chinchetas clavó uno de sus sombreros en la pared, en el mismo sitio en el que antes había habido un cuadro; detrás de la puerta colgó una bata de seda china y alrededor del espejo apestado enganchó una sucesión de mariposas adornadas con piedras brillantes, como las que a veces luce en el pelo.
—¡Caray! —exclamé—. Esta habitación me encanta.
También me gustó el olor, un aroma dulzón y a iglesia que, por algún motivo, me recordó Lansquenet.
—Nanou, es incienso —explicó Zozie—. Siempre lo quemo en mi habitación.
Era incienso de verdad, del que se quema sobre las brasas. Mamá y yo solíamos emplearlo, aunque ahora ya no lo hacemos. Tal vez se debe a que ensucia demasiado; de todas maneras, huele muy bien y, por si eso fuera poco, el desorden de Zozie parece tener más sentido que la idea que los demás tenemos del orden.
Zozie extrajo una botella de granadina del fondo de la maleta, bajamos y celebramos una fiesta. Hubo pastel de chocolate y helado para Rosette y cuando llegó la hora de irme a la cama era casi medianoche, Rosette se había dormido en un puf y mamá recogía los platos. En ese momento miré a Zozie, con su pelo largo, la pulsera con los pequeños dijes y los ojos encendidos como luces de colores y fue como volver a ver a mamá tal como había sido en Lansquenet, en los tiempos en los que todavía era Vianne Rocher.
—¿Qué opinas de mi casa de Adviento?
Es el nuevo escaparate, el que compensa la pérdida de los zapatos de caramelo. Se trata de una casa y al principio supuse que se convertiría en un nacimiento, como el que han montado en la place du Tertre, con el niño Jesús, los Reyes, la familia y los amigos del pequeño. En realidad, es aún mejor si cabe. Al igual que en los cuentos, se trata de una casa mágica situada en un bosque encantado. Cada día habrá una escena distinta que se verá al abrir una de las puertas. Hoy le tocó el turno al flautista de Hamelín, y la historia discurre básicamente en el exterior de la casa, con ratones de azúcar rosados, blancos, verdes y azules en lugar de ratas, el flautista construido con una pinza de madera de las que se usan para tender la ropa, el pelo pintado de rojo y en la mano una cerilla que cumple la función de flauta; con la música conduce a los ratones de azúcar hacia un río de seda...
En el interior de la casa, asomado a la ventana de un dormitorio, se encuentra el alcalde de Hamelín, el mismo que no quiso pagar al flautista. También está hecho con una pinza; luce una camisa de dormir fabricada con un pañuelo y un gorro de dormir de papel, la cara está dibujada con rotulador y, a causa de la sorpresa, tiene la boca totalmente abierta.
No sé por qué pero, con el pelo rojo y la ropa raída, el flautista de Hamelín me recuerda a Roux, mientras que el alcalde avaro me hace pensar en Thierry. Llegué a la conclusión de que, al igual que el belén de la place du Tertre, no solo era un escaparate, sino que tenía otro significado...
—Me chifla.
—Deseaba que te gustase.
Rosette emitió un ligero resoplido desde el puf e intentó coger su manta, que se había caído al suelo. Zozie la recuperó, la tapó y dedicó unos instantes a acariciar su cabellera.
En ese momento se me ocurrió una idea extraña; mejor dicho, una inspiración. Supongo que tuvo que ver con la casa de Adviento, aunque yo pensé en el belén y en la forma en la que todos (los animales, los Reyes Magos, los pastores, los ángeles y la estrella) acuden simultáneamente al pesebre, sin que nadie los invite ni nada que se le parezca, como si hubieran sido convocados por medios mágicos...
Estuve en un tris de contárselo a Zozie, pero necesitaba tiempo para aclararme y comprobar que no había cometido una tontería. Veréis, también recordé otra cosa, algo que sucedió hace mucho tiempo, en la época en la que todavía éramos distintas. Tal vez tiene que ver con Rosette. Pobre Rosette, la que lloraba como un gato, que no mamaba y que a veces dejaba de respirar sin motivo durante varios segundos e incluso minutos...
El bebé, el pesebre, los animales...
Los ángeles y los Reyes Magos...