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Authors: Joanne Harris

Zapatos de caramelo (36 page)

BOOK: Zapatos de caramelo
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—Esta semana apenas te he visto. —Su voz resuena y la oí claramente en el local. Vianne no se percibe con claridad, aunque me llegó un murmullo parecido a una protesta, los sonidos de una disputa y la risa descomunal de Thierry—. Venga ya, un beso. Yanne, te he echado mucho de menos.

De nuevo un murmullo y la voz de Vianne que sube de tono:

—Thierry, ten cuidado, los bombones...

Reprimí una sonrisa. El viejo cabrón se pone cachondo, ¿no? La verdad es que no me sorprende. Es posible que esa fachada de caballero haya engañado a Vianne pero, al igual que los perros, los hombres son previsibles... y Thierry le Tresset más que la mayoría. Bajo la aparente seguridad en sí mismo, Thierry se siente muy inseguro y la llegada de Roux ha agudizado esa sensación. Se ha vuelto territorial, tanto en la rue de la Croix, donde su autoridad sobre Roux le proporciona una emoción extraña y no reconocida, como aquí, en Le Rocher de Montmartre.

Oí débilmente la voz de Vianne al otro lado de la puerta:

—Por favor, Thierry, no es el momento.

Mientras tanto, Anouk estaba atenta a todo. Su cara no reveló la menor expresión, pero sus colores resplandecieron. Le sonreí y no respondió. Se limitó a mirar hacia la puerta e hizo una ligera señal con los dedos. Al resto de los mortales se les habría escapado. Tal vez ni siquiera se dio cuenta de lo que hacía pero, en ese mismo instante, una corriente de aire pareció afectar la puerta del obrador, que se abrió bruscamente y chocó con la pared pintada.

La interrupción fue discreta, pero suficiente. Detecté una llamarada de contrariedad en los colores de Thierry y una especie de alivio en Vianne. Es evidente que esa impaciencia le resulta nueva, pues está muy acostumbrada a considerar a Thierry una especie de tío mayor, fiable y seguro aunque un pelín aburrido. La posesividad del constructor le resulta abrumadora y por primera vez empieza a reparar en un sentimiento que no solo es de alarma, sino de desagrado.

Piensa que se debe a Roux y que las dudas la abandonarán cuando él se vaya. De momento, la incertidumbre la pone nerviosa y la vuelve irracional. Besa a Thierry en la boca (en el lenguaje de los colores, la culpa es verde mar) y le dedica una sonrisa forzadamente entusiasta.

—Te lo compensaré —asegura Vianne.

Anouk hace un diminuto gesto de rechazo con dos dedos de la mano derecha.

Frente a ella, en la sillita, Rosette la observa con la mirada encendida. Copia la señal, que significa «¡Fuera, fuera, lárgate!», y Thierry se palmea la nuca como si acabara de picarlo un insecto. Las campanillas tintinean...

—Tengo que irme.

¡Vaya si tiene que irse! Torpe a causa del abrigo grueso, está a punto de tropezar cuando abre la puerta. Anouk se ha metido la mano en el bolsillo, donde mantiene a salvo el muñeco de pinza. Lo saca, se dirige al escaparate y, con gran cuidado, lo coloca en el exterior de la casa.

—Adiós, Thierry —lo despide Anouk.

Adi
ó
s,
indica Rosette con los dedos.

La puerta se cierra de un portazo. Las niñas sonríen.

Francamente, hoy soplan muchas corrientes de aire.

11

S
á
bado, 8 de diciembre

Bueno, para empezar no está mal. El equilibrio de fuerzas comienza a cambiar. Es posible que Nanou no lo vea, pero yo sí. Son cosillas, al principio benignas, que la volverán mía en un abrir y cerrar de ojos.

Hoy se quedó casi todo el día en el local, jugó con Rosette, ayudó... y aguardó la oportunidad de usar sus nuevos muñecos de pinza. Se presentó con madame Luzeron que, pese a que no era el día habitual, hizo acto de presencia a media mañana, con el perrillo peludo a rastras.

—¿De nuevo por aquí? —pregunté y sonreí—. Por lo visto, estamos haciendo las cosas bien.

Vi que el rostro de madame estaba tenso y que vestía el abrigo de ir al cementerio, lo que significaba que seguramente lo había visitado. Supuse que se trataba de una fecha señalada, el nacimiento o el aniversario de la muerte; sea como fuere, parecía cansada y frágil y sus manos enguantadas temblaban de frío.

—Siéntese —propuse—. Le traeré una taza de chocolate caliente.

Madame titubeó y musitó:

—No debería.

Anouk me dirigió una mirada furtiva y la vi sacar el muñeco de pinza de madame, marcado con el signo seductor de la señora de la Luna de Sangre. Un trozo de arcilla de modelar sirve de base y en un santiamén madame Luzeron o mejor dicho, su doble, se encuentra en el interior de la casa de Adviento y contempla el lago, en el que están los patinadores y los patitos de chocolate.

Durante unos segundos madame no se percató de nada y enseguida desvió la mirada, tal vez hacia la niña de cara alegre y sonrosada, quizá hacia el objeto colocado en el escaparate, que brillaba con una luz peculiar.

Su boca desaprobadora se suavizó.

—Ahora que me acuerdo, de niña tuve una casa de muñecas —comentó, y estudió el escaparate.

—¿De verdad? —pregunté y sonreí a Anouk.

Es muy poco habitual que madame ofrezca espontáneamente información.

Madame Luzeron bebió un sorbo de chocolate.

—Así es. Perteneció a mi abuela y, aunque supuestamente pasó a ser mía cuando murió, nunca me permitieron jugar con ella.

—¿Por qué? —intervino Anouk, sujetando firmemente el perrillo de algodón al vestido del muñeco de pinza.

—Bueno, porque era demasiado valiosa... Cierta vez un anticuario me ofreció cien mil francos por la casa... Además, se trataba de una herencia, no era un juguete.

—De modo que nunca pudo jugar con esa casa. Me parece injusto —opinó Anouk y, con gran cuidado, depositó un ratón de azúcar verde bajo el árbol de papel de seda.

—Era pequeña —prosiguió madame Luzeron—. Podría haberla roto o... —Calló, levantó la cabeza y vi que estaba paralizada—. ¡Qué curioso! Hacía años que no pensaba en esa casa. Cuando Robert quiso jugar con ella... —Dejó la taza con un movimiento súbito, brusco y mecánico—. Claro que fue injusto, ¿no?

—Madame, ¿se encuentra bien? —pregunté.

Su rostro delgado había adquirido el color del azúcar en polvo y formaba arruguillas, como el glaseado de un pastel.

—Estoy bien, gracias por preguntar. —Su voz sonó fría.

—¿Quiere un trozo de pastel de chocolate? —terció Anouk, con cara de preocupación y siempre dispuesta a ofrecer un regalo.

—Gracias, querida, encantada.

Anouk cortó un trozo generoso de pastel.

—¿Robert era su hijo? —quiso saber. Madame asintió en silencio—. ¿Cuántos años tenía cuando falleció?

—Trece —respondió madame—. Seguramente era un poco mayor que tú. Nunca averiguaron qué ocurrió. Fue un niño tan sano..., nunca le permití comer golosinas... y de pronto falleció. Parece imposible, ¿no? —Anouk meneó la cabeza con los ojos desmesuradamente abiertos—. Perdió la vida tal día como hoy, el ocho de diciembre de 1979. Sucedió mucho antes de que nacieras. En aquellos tiempos todavía podías comprar una parcela en el cementerio grande, siempre y cuando estuvieses dispuesta a pagar lo que pedían. He vivido siempre aquí y mi familia tiene dinero. Si hubiese querido, lo habría dejado jugar con la casa de muñecas. Dime, ¿alguna vez has tenido una casa de muñecas? —Anouk volvió a negar con la cabeza—. Aún la conservo, está en el desván. Incluso tengo las muñecas originales y los pequeños muebles. Todo está hecho a mano con materiales auténticos: espejos venecianos en las paredes, realizados antes de la Revolución. Me gustaría saber si algún niño jugó alguna vez con la condenada casa. —Madame Luzeron se ruborizó ligeramente, como si el empleo de una palabra malsonante hubiese dotado su rostro exangüe de algo parecido a la animación—. ¿Te gustaría jugar con ella?

La mirada de Anouk se iluminó en el acto.

—¡Genial!

—Cuando quieras, pequeña. —Madame frunció el
ce
ñ
o
—. ¿Sabéis una cosa? No conozco vuestros nombres. Yo soy Isabelle... y mi perrita se llama Salambó. Si te apetece puedes acariciarla, no muerde.

Anouk se agachó para mimarla y la perra saltó y le lamió las manos con entusiasmo.

—Es una delicia, me encantan los perros.

—Me parece increíble que, después de tantos años, jamás haya preguntado vuestros nombres.

Anouk sonrió y repuso:

—Yo soy Anouk y esta es mi buena amiga Zozie!

La niña se concentró tanto en la perra que no se percató de que había dado a madame el nombre que no correspondía ni de que el signo de la señora de la Luna de Sangre brillaba desde la casa de Adviento con una intensidad que se transmitió a toda la chocolatería.

12

Domingo, 9 de diciembre

El hombre del tiempo mintió. Dijo que nevaría e insistió en que se produciría una ola de frío pero, de momento, solo hemos tenido lluvia y niebla. En la casa de Adviento las cosas van mejor, allí es Navidad propiamente dicha, y el exterior está cubierto de hielo y escarcha, como en un cuento, a la vez que los carámbanos penden del tejado y una nueva espolvoreada de nieve de azúcar cubre el lago. Protegidos por gorros y abrigos, algunos muñecos de pinza patinan en el lago y varios niños (se supone que somos Rosette, Jean-Loup y yo) construyen un iglú con terrones de azúcar, mientras alguien (vamos, Nico) transporta el árbol de Navidad a la casa con ayuda de un trineo construido con una caja de cerillas.

Esta semana he hecho muchos muñecos de pinza. Los pongo alrededor de la casa de Adviento, donde cualquiera puede verlos sin saber realmente para qué sirven. Fabricarlos es genial, dibujo las caras con rotulador y Zozie me ha traído una caja con restos de cintas y retales para confeccionar la ropa y otras prendas. Por ahora tengo a Nico, a Alice, a madame Luzeron, a Rosette, a Roux, a Thierry, a Jean-Loup, a mamá y a mí.

Algunos no están acabados. Hay que rematarlos con algo que les pertenezca: un mechón de pelo, una uña o algo que hayan tocado o se hayan puesto. No siempre es fácil conseguirlo. Finalmente tienes que atribuirles un nombre y un signo y musitarles un secreto al oído.

En algunos casos resulta sencillo. Es fácil deducir ciertos secretos, como el de madame Luzeron, que sigue apenada por la muerte de su hijo pese a que hace muchísimo que falleció; como el de Nico, que quiere adelgazar pero no puede, o el de Alice, que puede aunque en realidad no debería.

En lo que se refiere a los nombres y los símbolos que empleamos, Zozie dice que son mexicanos. Supongo que podrían proceder de cualquier parte, pero los utilizamos porque son interesantes y no es muy difícil recordar los signos.

Claro que hay muchas señales y aprenderlas todas puede llevar bastante tiempo. Por si eso fuera poco, debido a que son muy largos y complicados no siempre recuerdo los nombres que hay que emplear y, por añadidura, no conozco el idioma. Zozie dice que no hay problemas siempre y cuando recuerde el significado de los símbolos.

Está la Mazorca de Maíz, para la buena suerte; el Dos Conejo, que preparó aguardiente a partir del maguey; la Serpiente del Águila, que concede poder; el Siete Ara, para el éxito; el Uno Mono, el timador; el Espejo Humeante, que te muestra aquello que la gente corriente no siempre ve; la señora de la Falda de Verde Jade, que cuida de las madres y los hijos; el Uno Jaguar, para tener valor y protegerte de las cosas malas, y la señora de la Luna del Conejo, que es mi signo, para el amor.

Zozie dice que cada uno tiene su signo específico. El suyo es el Uno Jaguar. A mamá le corresponde Ehecatl, el Viento del Cambio. Supongo que son como los tótems que teníamos en la época anterior al nacimiento de Rosette. Según Zozie, el signo de Rosette es Tezcatlipoca Rojo, el Mono. Se trata de un dios travieso y poderoso, que puede cambiar su forma por la de cualquier animal.

Me gustan las viejas historias que Zozie narra, aunque a veces me ponen nerviosa. Ya sé que dice que no le hacemos daño a nadie, pero... ¿y si se equivoca? ¿Y si se produce un Accidente? ¿Y si utilizo la señal errónea y, sin proponérmelo, provoco algún mal?

El r
í
o, el viento, las Ben
é
volas...

Esas palabras se repiten constantemente en mi mente. De alguna manera se relacionan con el belén de la place du Tertre (con los ángeles, los animales y los Reyes Magos), pese a que todavía no sé qué hacen allí. A veces pienso que casi puedo verlo, aunque nunca lo suficiente como para estar segura, como uno de esos sueños que tiene todo el sentido del mundo hasta el instante en el que despiertas y se disuelve en la nada.

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