Zombi: Guía de supervivencia (27 page)

BOOK: Zombi: Guía de supervivencia
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Nunca volvió a abrirse la mina. La compañía minera Patterson (propietaria de la mina de la ciudad) pagó 20 dolares en compensación a cada pariente de los residentes de Piedmont a cambio de su silencio. La prueba de esta transacción aparece en los libros de cuentas de la compañía. Esto se descubrío cuando la corporación se declaró en bancarrota en 1931. No hubo investigaciones posteriores.

1888 D. C, HAYWARD, WASHINGTON

Este pasaje describe la aparición del primer cazador de zombis profesional de América del Norte. El incidente comenzó cuando un cazador de pieles llamado Gabriel Allens llegó dando bandazos al pueblo con un corte profundo en el brazo. «Allens habló de un espíritu que deambulaba en forma de hombre poseído, con la piel tan gris como la piedra y los ojos fijos en la nada. Cuando Allens se aproximó al desdichado, este liberó un atroz gemido y mordió al cazador en el antebrazo derecho.» Este pasaje procede del diario de Jonathan Wilkes, el doctor del pueblo que trató a Allens después del ataque. Se sabe muy poco sobre cómo se expandió la infección de la primera víctima al resto de miembros del pueblo. Algunos datos sugieren que la siguiente víctima fue el doctor Wilkes y a continuación tres hombres que intentaron atarlo. Seis días después del ataque inicial, Hayward sufría un asedio. Muchos se escondieron en sus casas y en la iglesia del pueblo mientras los zombis atacaban implacables las barricadas. Aunque había muchas armas de fuego, nadie se dio cuenta de la necesidad de pegarles un tiro en la cabeza. La comida, el agua y la munición se acabaron en seguida. Nadie creía que pudieran aguantar otros seis días. Al amanecer del séptimo día, llegó un lakota llamado Elija Black. A caballo, con un sable del Ejército de Caballería de EEUU, decapitó a doce gules los primeros veinte minutos. Entonces, Black usó un pedazo de madera carbonizado para dibujar un círculo alrededor de la torre de agua del pueblo antes de subir a lo más alto de ella. Entre gritos, una corneta vieja del ejército y su caballo atado como cebo, se las arregló para atraer a todos los muertos andantes que había en el pueblo hacia su posición. El que entraba en el círculo recibía un tiro en la cabeza con un rifle Winchester. De este modo cuidadoso y disciplinado, Black eliminó a la horda al completo, cincuenta y nueve zombis, en seis horas. Para cuando los supervivientes se dieron cuenta de lo que había ocurrido, su salvador se había ido. Los relatos posteriores consiguieron reunir los antecedentes de Elija Black. Cuando tenía quince años, él y su abuelo estaban cazando cuando se encontraron con la masacre de la Partida Knudhansen. Al menos uno de los miembros había sido infectado previamente y, una vez reconvertido, había atacado al resto del grupo. Black y su abuelo acabaron con los otros zombis a golpes de tomahawk en la cabeza, decapitándolos y quemándolos. Uno de los supervivientes, una mujer de treinta años, explicó cómo se extendió la infección y cómo la mitad de la partida ahora resucitada había deambulado por el bosque. Entonces confesó que sus heridas y las de otras personas eran maldiciones incurables. De común acuerdo, suplicaron su muerte. Tras este asesinato en masa por compasión, el viejo lakota le reveló a su nieto que le había ocultado la herida de una mordedura que había sufrido durante la batalla. La última persona a la que dio muerte ese día Elija Black fue su propio abuelo. Desde ese momento, dedicó su vida a cazar el resto de zombis de la Partida Knudhansen. En cada encuentro, aprendía más y conseguía mayor experiencia. Aunque nunca llegó a Piedmont, consiguió eliminar a nueve de los zombis del pueblo que habían deambulado por el bosque. Cuando ocurrió lo de Hayward, Black se había convertido, con toda probabilidad, en el principal estudioso de campo, rastreador y asesino de no muertos del mundo. Se sabe muy poco sobre el resto de su vida o cómo terminó finalmente. En 1939 se publicó su biografía tanto en forma de libro como en una serie de artículos que aparecieron en periódicos ingleses. Como no se conserva ninguna versión, es imposible saber con exactitud en cuántas batallas luchó Black. Hay en marcha una investigación para localizar las copias perdidas de su libro.

1893 D. C, FORT LOUIS PHILIPPE, COLONIA FRANCESA DEL NORTE DE ÁFRICA

El diario de un oficial subalterno en la legión extranjera francesa relata uno de los brotes más serios de la historia:

Llegó tres horas después del amanecer; un árabe solitario a pie, al borde de la muerte por el sol y la sed. [ . . .] Tras un día de reposo, con un tratamiento y agua, relató la historia de una plaga que convirtió a las víctimas en bestias caníbales. [ . . .] Antes de que nuestra expedición pudiera ir a investigar, los vigías de la muralla sur avistaron lo que parecía ser un rebaño de animales al horizonte. [....] A través de mis lentes, pude ver que no se trataba de bestias sino de hombres. Su piel carecía de color, sus ropas estaban raídas y andrajosas. Cuando el viento cambió en nuestra dirección, primero nos trajo un gemido marchito y, a continuación, el hedor de la descomposición de aquellas personas. [ . . .] Supusimos que estos pobres miserables venían pisando los talones a nuestro superviviente. No podemos saber cómo se las arreglaron para cruzar tal distancia, sin comida ni agua. [ . . .] Las llamadas y los avisos no produjeron respuesta alguna. [ . . .] Las explosiones de nuestros cañones no consiguieron dispersarlos. [ . . .] ¡Parecía que los disparos de los rifles de largo alcance no surtían efecto! [ . . .] En seguida, enviamos a caballo al cabo Strom a Bir-El-Ksaib mientras cerrábamos las puertas y nos preparábamos para un ataque.

El ataque pasó a ser el asedio no muerto más largo jamás registrado. Los legionarios fueron incapaces de llegar a entender el hecho de que sus atacantes estuvieran muertos y gastaban la munición propinando disparos al torso. Los tiros que accidentalmente daban a la cabeza no eran suficientes para persuadirles de esta táctica victoriosa. Nunca volvieron a saber nada del cabo Strom, el hombre que enviaron en busca de ayuda. Se ha supuesto que encontró su destino con los árabes hostiles o en el desierto. ¡Sus camaradas en el fuerte permanecieron asediados durante tres años! Por suerte, acababa de llegar una carreta con provisiones. Había agua disponible del pozo que impulsó la construcción del fuerte. Los animales y los caballos al final tuvieron que sacrificarse y los racionaron como último recurso. Durante este tiempo, el ejército de no muertos, algo más de quinientos, continuaban rodeando las murallas. El diario cuenta que, con el tiempo, algunos fueron derribados con explosivos caseros, cócteles Molotov improvisados e incluso arrojaban piedras grandes desde el pretil. Sin embargo, no era suficiente para terminar con el asedio. Los gemidos constantes volvieron locos a algunos hombres e hizo que dos de ellos se suicidaran. Varios intentaron saltar la muralla y correr para salvarse. Todos los que lo intentaron fueron rodeados y despedazados. Un intento de motín redujo aún más sus filas, dejando el número de supervivientes en sólo veintisiete personas. En ese momento, el comandante de la unidad decidió intentar un plan más desesperado:

Todos los hombres se equiparon con todo el agua que pudieron y la poca comida que quedaba. Destruyeron todas las escaleras y escalinatas del pretil. [ . . .] Nos reunimos en la muralla sur y empezamos a llamar a nuestros torturadores, reuniéndolos a casi todos a las puertas. El coronel Drax, con la valentía de un hombre poseído, bajo a la plaza de armas y quitó el cerrojo. De repente, la multitud hedionda entró en tropel en la fortaleza. El coronel se aseguró de proporcionarles el señuelo perfecto y los miserables lo siguieron a través de la plaza de armas, por los barracones y el comedor, por la enfermería [...] estaba a punto de ponerse a salvo cuando una mano, mutilada y podrida se aferró a su bota. Nosotros continuábamos llamando a las criaturas con abucheos y silbidos, saltando como monos salvajes. ¡Llamábamos a aquellas criaturas para que entraran en nuestro fuerte! [ . . .] Dorset y O 'Toóle bajaron a la muralla norte [ . . .] corrieron hacia la puerta y la cerraron. [ . . .] Las criaturas que había dentro, rabiosas e irreflexivas, ¡no pensaron en abrirlas de nuevo! Al empujarse entre ellas hacia las puertas que se abrían hacia el interior, lo único que consiguieron fue quedarse más atrapadas aún.

En aquel momento los legionarios bajaron de un salto al desierto, mataron a los pocos zombis que había a las afueras de las murallas en un combate cuerpo a cuerpo depravado y a continuación recorrieron casi cuatrocientos kilómetros hasta el oasis más cercano, en Bir Ounane. Los registros del ejército no hablan de este asedio. No existe una explicación sobre por qué, cuando los despachos regulares dejaron de llegar de Fort Louis Philippe, no se enviaron equipos de investigación. El único gesto oficial hacia cualquiera de los involucrados en el incidente fue la corte marcial y el encarcelamiento del coronel Drax. La trascripción de su juicio, incluyendo los cargos, no se han revelado. Hubo rumores sobre el brote en la legión, el ejército y la sociedad francesa durante décadas. Se escribieron muchos cuentos sobre «el asedio del Diablo». A pesar del rechazo del incidente, la legión extranjera francesa nunca volvió a enviar otra expedición a Fort Louis Philippe.

1901 D. C, LU SHAN, FORMOSA

Según Bill Wakowski, un marinero americano que servía en la flota asiática, varios campesinos de Lu Shan se levantaron de sus camas y atacaron al pueblo. Debido a la lejanía y a la falta de comunicación por cable (teléfono/telégrafo), en Taipei no pudieron recibir noticias hasta siete días después.

Misioneros estadounidenses, rebaño del pastor Alfred, pensaron que se trataba del castigo de Dios hacia los chinos por no aceptar Su palabra. Sabían que la fe y el Santo Padre sacarían al diablo que llevaban dentro. Nuestro maestro les ordenó no moverse de allí hasta que pudiera reunir una escolta armada. El pastor Alfred no supo de ella. Mientras el viejo hombre enviaba un telegrama para pedir ayuda, se dirigieron al río. [ . . .] Nuestra partida en tierra y un pelotón de tropas nacionalistas llegaron al pueblo a mediodía. [ . . .] Había cuerpos y restos de ellos por todas partes. El suelo estaba pegajoso. Y el olor, por Dios santo, ¡qué olor! [ . . .] Entonces una de esas cosas surgió de entre la niebla, unas criaturas desagradables, unos diablos con forma humana. Les bloqueamos el paso durante al menos noventa metros. No funcionó nada. Ni los rifles Krag, ni el cañón Gatling. [ . . .] Creo que Rilev perdió el juicio. Preparó su bayoneta e intentó ensartar a una de aquellas bestias. A su alrededor se unieron doce más. ¡Con la velocidad del rayo pasó a ser sólo huesos! ¡Resultaba espantoso! [ . . .] Y llegó, como un brujo calvo, un doctor o un monje, como quieras llamarlo [ . . .] balanceando lo que al parecer era una pala lisa con una cuchilla en forma de luna menguante [ . . .] debía de haber diez, tal vez veinte cadáveres a sus pies [ . . .] corría, hablando sin cesar como un loco, señalando a su cabeza y más tarde a la del resto. El viejo hombre, sólo Dios sabe cómo reconoció lo que el chino estaba murmurando: nos ordenó que consiguiéramos todas las cabezas de las bestias. [ . . . ] Les disparamos a quemarropa. [ . . .] Mientras recogíamos los cuerpos, descubrimos entre los chinos unos cuantos hombres blancos, nuestros misioneros. Uno de los nuestros encontró un monstruo con la columna aplastada por las balas. Aún estaba vivo, agitando los brazos, separando sus dientes sangrientos ¡dejando escapar aquel gemido nauseabundo! El viejo hombre lo reconoció: era el pastor Alfred. Rezó un padrenuestro y a continuación le pegó un tiro al padre en la sien.

Wakowski vendió su relato a la revista sobre misterios Cuentos macabros, un acto que le supuso la expulsión de su cargo y el encarcelamiento. Cuando salió de la cárcel, Wakowski se negó a concertar más entrevistas. En la actualidad, la Marina de EEUU niega la historia.

1905 D. C, TABORA, TANGANICA, COLONIA ALEMANA AL ESTE DE ÁFRICA

Las trascripciones del juicio afirman que un guía nativo al que sólo se conocía como «Simón» fue arrestado e imputado por decapitar a un famoso cazador blanco, Kart Seekt. El abogado defensor de Simón, un terrateniente holandés llamado Guy Voorster, explicó que su cliente creía que en realidad había realizado una hazaña heroica. En palabras de Voorster:

El pueblo de Simón cree que existe una enfermedad que arrebata la fuerza de la vida a los hombres. En su lugar queda el cuerpo, muerto aunque aún con vida, sin sentido de uno mismo ni de sus alrededores y cuya única fijación es el canibalismo. [ . . .] Además, las víctimas de este monstruo no muerto se levantan de la tumba para devorar a más víctimas. Este ciclo se repetirá, una y otra vez, hasta que no quede nadie sobre la faz de la Tierra excepto estas abominables criaturas. [ . . .] Mi cliente afirma que la víctima en cuestión regresó a su campamento base con dos días de retraso, deliraba y tenía una herida inexplicable en el brazo. Horas más tarde fallecía. [ . . .] Entonces mi cliente me explicó que Herr Seerkt se levantó de su lecho de muerte para morder al resto de su partida. Mi cliente usó un cuchillo indígena para decapitar a Herr Seerkt y quemó su cabeza en la hoguera.

El señor Voorster añadió rápidamente que no estaba de acuerdo con el testimonio de Simón y lo utilizó para probar que estaba loco y que no debían ejecutarlo. Como la defensa de un demente sólo se aplicaba a los hombres blancos y no a los africanos, Simón fue condenado a morir en la horca. Todos los registros del juicio se conservan todavía, aunque en muy malas condiciones, en Dares Salaam, Tanzania.

1911 D. C, VITRE, LUISIANA

Esta leyenda americana común contada en bares y en vestuarios de instituto por todo el Sur Profundo, tiene sus raíces en un hecho histórico documentado. La noche de Halloween, varios jóvenes cajún tomaron parte en un reto que consistía en quedarse en el pantano desde medianoche hasta el amanecer. En la zona se decía que originariamente los zombis descendían desde la plantación de una familia y merodeaban por la ciénaga, consumiendo o reanimando a cualquier humano que se cruzara en su camino. A las doce de la mañana del día siguiente, ninguno de los adolescentes había regresado de su reto. Se organizó una partida de búsqueda para explorar la ciénaga. Se vieron atacados por al menos treinta gules, entre los que se encontraban los jóvenes. La partida se retiró y sin darse cuenta mostraron el camino de vuelta a Vitre a los no muertos. Mientras los habitantes formaban barricadas en sus casas, un ciudadano, Henri de la Croix, creyó que empapar a los no muertos con melaza atraería a millones de insectos que se encargarían de devorarlos. El plan falló, y De la Croix escapó vivo a duras penas. Empaparon a los no muertos de nuevo, esta vez con queroseno, y les prendieron fuego. Sin percatarse de las consecuencias de este acto, los habitantes de Vitre vieron con horror cómo los gules prendían fuego a todo lo que tocaban.

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