101+19= 120 poemas (3 page)

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Authors: Ángel González

Tags: #poesía

BOOK: 101+19= 120 poemas
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EL CAMPO DE BATALLA

Hoy voy a describir el campo

de batalla

tal como yo lo vi, una vez decidida

la suerte de los hombres que lucharon

muchos hasta morir,

otros

hasta seguir viviendo todavía.

No hubo elección:

murió quien pudo,

quien no pudo morir continuó andando,

los árboles nevaban lentos frutos,

era verano, invierno, todo un año

o más quizá: era la vida

entera

aquel enorme día de combate.

Por el oeste el viento traía sangre,

por el este la tierra era ceniza,

el norte entero estaba

bloqueado

por alambradas secas y por gritos,

y únicamente el sur,

tan sólo

el sur,

se ofrecía ancho y libre a nuestros ojos.

Pero el sur no existía:

ni agua, ni luz, ni sombra, ni ceniza

llenaban su oquedad, su hondo vacío:

el sur era un enorme precipicio,

un abismo sin fin de donde,

lentos,

los poderosos buitres ascendían.

Nadie escuchó la voz del capitán

porque tampoco el capitán hablaba.

Nadie enterró a los muertos.

Nadie dijo:

«dale a mi novia esto si la encuentras

un día».

Tan sólo alguien remató a un caballo

que, con el vientre abierto,

agonizante,

llenaba con su espanto el aire en sombra:

el aire que la noche amenazaba.

Quietos, pegados a la dura

tierra,

cogidos entre el pánico y la nada,

los hombres esperaban el momento

último,

sin oponerse ya,

sin rebeldía.

Algunos se murieron,

como dije,

y los demás, tendidos, derribados,

pegados a la tierra en paz al fin,

esperan

ya no sé qué

—quizá que alguien les diga:

«amigos, podéis iros, el combate...»

Entre tanto,

es verano otra vez,

y crece el trigo

en el que fue ancho campo de batalla.

Esperanza,

araña negra del atardecer.

Te paras

no lejos de mi cuerpo

abandonado, andas

en torno a mí,

tejiendo, rápida,

inconsistentes hilos invisibles,

te acercas, obstinada,

y me acaricias casi con tu sombra

pesada

y leve a un tiempo.

Agazapada

bajo las piedras y las horas,

esperaste, paciente, la llegada

de esta tarde

en la que nada

es ya posible...

Mi corazón:

tu nido.

Muerde en él, esperanza.

REFLEXIÓN PRIMERA

Despertar para encontrarme

esto:

la vida así dispuesta,

el cielo

turbio, la lluvia

que lame los cristales.

Abrir los ojos para ver

lo mismo,

poner el cuerpo en marcha para andar

lo mismo,

comenzar a vivir, pero sabiendo

el fracaso final de la hora última.

Si esto es la vida, Dios,

si éste es tu obsequio,

te doy las gracias —gracias— y te digo:

Guárdalo para ti y para tus ángeles.

Me hace daño la luz con que me alumbras,

me enloquece tu música

de pájaros,

pesa tu cielo demasiado,

oprime,

aplasta, bajo y gris, como una losa.

Todo está bien, lo sé.

Tu orden

se cumple.

Pero alguien

envenenó las fuentes

de mi vida, y mi corazón es

pasión inútil, odio

ciego, amor desorbitado,

crisol donde se funden

contrariedades con contradicciones.

Y mi voluntad sigue,

inútilmente,

empeñada en la lucha más terrible:

vivir lo mismo que si tú existieras.

Trabajé el aire,

se lo entregué al viento:

voló, se deshizo,

se volvió silencio.

Por el ancho mar,

por los altos cielos,

trabajé la nada,

realicé el esfuerzo,

perforé la luz,

ahondé el misterio.

Para nada, ahora,

para nada, luego:

humo son mis obras,

ceniza mis hechos.

... y mi corazón

que se queda en ellos.

AYER

Ayer fue miércoles toda la mañana.

Por la tarde cambió:

se puso casi lunes,

la tristeza invadió los corazones

y hubo un claro

movimiento de pánico hacia los

tranvías

que llevan los bañistas hasta el río.

A eso de las siete cruzó el cielo

una lenta avioneta, y ni los niños

la miraron.

Se desató

el frío,

alguien salió a la calle con sombrero,

ayer, y todo el día

fue igual,

ya veis,

qué divertido,

ayer y siempre ayer y así hasta ahora,

continuamente andando por las calles

gente desconocida,

o bien dentro de casa merendando

pan y café con leche, ¡qué

alegría!

La noche vino pronto y se encendieron

amarillos y cálidos faroles,

y nadie pudo

impedir que al final amaneciese

el día de hoy,

tan parecido

pero

¡tan diferente en luces y en aroma!

Por eso mismo,

porque es como os digo,

dejadme que os hable

de ayer, una vez más

de ayer: el día

incomparable que ya nadie nunca

volverá a ver jamás sobre la tierra.

PORVENIR

Te llaman porvenir

porque no vienes nunca.

Te llaman: porvenir,

y esperan que tú llegues

como un animal manso

a comer en su mano.

Pero tú permaneces

más allá de las horas,

agazapado no se sabe dónde.

... Mañana!

Y mañana será otro día tranquilo

un día como hoy, jueves o martes,

cualquier cosa y no eso

que esperamos aún, todavía, siempre.

CUMPLEAÑOS DE AMOR

¿Cómo seré yo

cuando no sea yo?

Cuando el tiempo

haya modificado mi estructura,

y mi cuerpo sea otro,

otra mi sangre,

otros mis ojos y otros mis cabellos.

Pensaré en ti, tal vez.

Seguramente,

mis sucesivos cuerpos

—prolongándome, vivo, hacia la muerte—

se pasarán de mano en mano,

de corazón a corazón,

de carne a carne,

el elemento misterioso

que determina mi tristeza

cuando te vas,

que me impulsa a buscarte ciegamente,

que me lleva a tu lado

sin remedio:

lo que la gente llama amor, en suma.

Y los ojos

—qué importa que no sean estos ojos—

te seguirán a donde vayas, fieles.

MENSAJE A LAS ESTATUAS

Vosotras, piedras

violentamente deformadas,

rotas

por el golpe preciso del cincel,

exhibiréis aún durante siglos

el último perfil que os dejaron:

senos inconmovibles a un suspiro,

firmes

piernas que desconocen la fatiga,

músculos

tensos

en su esfuerzo inútil,

cabelleras que el viento

no despeina,

ojos abiertos que la luz rechazan.

Pero

vuestra arrogancia

inmóvil, vuestra fría

belleza,

la desdeñosa fe del inmutable

gesto, acabarán

un día.

El tiempo es más tenaz.

La tierra espera

por vosotras también.

En ella caeréis por vuestro peso,

seréis,

si no ceniza,

ruinas,

polvo, y vuestra

soñada eternidad será la nada.

Hacia la piedra regresaréis piedra,

indiferente mineral, hundido

escombro,

después de haber vivido el duro, ilustre,

solemne, victorioso, ecuestre sueño

de una gloria erigida a la memoria

de algo también disperso en el olvido.

DISCURSO A LOS JÓVENES

De vosotros,

los jóvenes,

espero

no menos cosas grandes que las que realizaron

vuestros antepasados.

Os entrego

una herencia grandiosa:

sostenedla.

Amparad ese río

de sangre, sujetad con segura

mano

el tronco de caballos

viejísimos,

pero aún poderosos,

que arrastran con pujanza

el fardo de los siglos

pasados.

Nosotros somos estos

que aquí estamos reunidos,

y los demás no importan.

Tú, Piedra,

hijo de Pedro, nieto

de Piedra

y biznieto de Pedro,

esfuérzate

para ser siempre piedra mientras vivas,

para ser Pedro Petrificado Piedra Blanca,

para no tolerar el movimiento

para asfixiar en moldes apretados

todo lo que respira o que palpita.

A ti,

mi leal amigo,

compañero de armas,

escudero,

sostén de nuestra gloria,

joven alférez de mis escuadrones

de arcángeles vestidos de aceituna,

sé que no es necesario amonestarte:

con seguir siendo fuego y hierro,

basta.

Fuero para quemar lo que florece.

Hierro para aplastar lo que se alza.

Y finalmente,

tú, dueño

del oro y de la tierra

poderoso impulsor de nuestra vida,

no nos faltes jamás.

Sé generoso

con aquellos a los que necesitas,

pero guarda,

expulsa de tu reino,

mantenlos más allá de tus fronteras,

déjalos que se mueran,

si es preciso,

a los que sueñan,

a los que no buscan

más que luz y verdad,

a los que deberían ser humildes

y a veces no lo son, así es la vida.

Si alguno de vosotros

pensase

yo le diría: no pienses.

Pero no es necesario.

Seguid así,

hijos míos,

y yo os prometo

paz y patria feliz,

orden,

silencio.

ENTREACTO

No acaba aquí la historia.

Esto es sólo

una pequeña pausa para que descansemos.

La tensión es tan grande,

la emoción que desprende la trama es tan

intensa,

que todos,

bailarines y actores, acróbatas

y distinguido público,

agradecemos

la convencional tregua del entreacto,

y comprobamos

alegremente que todo era mentira,

mientras los músicos afinan sus violines.

Hasta ahora hemos visto

varias escenas rápidas que preludiaban muerte,

conocemos el rostro de ciertos personajes

y sabemos

algo que incluso muchos de ellos ignoran:

el móvil

de la traición y el nombre

de quien la hizo.

Nada definitivo ocurrió todavía,

pero

la desesperación está nítidamente

dibujada, y los intérpretes

intentan evitar el rigor del destino

poniendo

demasiado calor en sus exuberantes

ademanes, demasiado carmín en sus sonrisas

falsas,

con lo que —es evidente— disimulan

su cobardía, el terror

que dirige

sus movimientos en el escenario.

Aquellos

ineficaces y tortuosos diálogos

refiriéndose a ayer, a un tiempo

ido,

completan, sin embargo,

el panorama roto que tenemos

ante nosotros, y acaso

expliquen luego muchas cosas,

sean la clave que al final lo justifique

todo.

No olvidemos tampoco

las palabras de amor junto al estanque,

el gesto demudado, la violencia

con que alguien dijo:

«no»,

mirando al cielo,

y la sorpresa que produce

el torvo jardinero cuando anuncia:

«Llueve, señores,

llueve

todavía».

Pero tal vez sea pronto para hacer conjeturas:

dejemos

que la tramoya se prepare,

que los que han de morir recuperen su aliento,

y pensemos,

cuando el drama prosiga y el dolor

fingido

se vuelva verdadero en nuestros corazones,

que nada puede hacerse, que está próximo

el final que tenemos de antemano,

que la aventura acabará, sin duda,

como debe acabar, como está escrito,

como es inevitable que suceda.

Pájaro enorme, abres

tus alas silenciosas

y dejas

que el viento

te eleve.

Tú estás quieto, impasible,

y las ciudades

giran bajo tu vientre, pasan

rápidas, desaparecen por el otro extremo

del horizonte,

rayando

con sus veletas y sus altas cruces

el aire enrojecido de la tarde.

Puro y ajeno espectador,

te basta

con cambiar levemente de postura

para

que el continuo rebaño de montañas,

y bosques,

y ciudades,

se pierda en lentas curvas,

dé vueltas al paisaje

como un río

poderoso y tranquilo

en cuyas aguas navegamos todos

los que te contemplamos desde abajo.

Es el mundo el que pasa:

tú te quedas

inmóvil en lo alto.

Y si pliegas

las alas y desciendes, la corriente

te arrastra a ti también,

y compartes así

nuestro fugaz destino un solo instante.

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