13 balas (9 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

BOOK: 13 balas
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—Tú —dijo el vampiro. Tenía una voz grave y pastosa, con un dejo áspero de fondo—. ¿Eres Arkeley?

¿No lo sabía? ¿Había elaborado un plan tan minucioso para cazar al federal pero nadie le había dicho si Arkeley era un hombre o una mujer? Caxton respondió sin pensar.

—Sí, soy Arkeley. —El vampiro le dedicó una mirada escéptica, de modo que intentó convencerlo—. Soy la famosa cazadora de vampiros, chupasangre. Y sí, fui yo quien le arrancó el corazón a tu papá.

Él volvió a mirarla y ella se morí las puntas de los pies. Notaba los ojos del vampiro sobre los hombros, como si dos francotiradores la estuvieran apuntando con las miras láser de sus rifles. Finalmente lo oyó reír; aquella carcajada sonó como el ladrido de un perro al que se le hubiera atragantado un hueso a medio masticar.

—Qué mentirosilla —dijo el vampiro, aún riendo—. Lares no era familiar mío. Tú eres la otra, su compañera. Volveré a por ti —dijo. Y entonces desapareció de su vista.

—Joder —dijo Caxton, que aún no entendía por qué se había querido hacer pasar por Arkeley.

Desde luego, si el vampiro la hubiera creído, habría bajado hasta ella y le habría arrebatado la vida al instante. Sin embargo, tal vez eso le habría dado al verdadero Arkeley la oportunidad de escapar o, por lo menos, de pedir refuerzos. Aquella idea se basaba en la suposición (que carecía de cualquier base fundada) de que el vampiro no había matado ya al federal.

Caxton golpeó las paredes de la zanja con los puños. Aquello sirvió para provocar una lluvia de tierra y de piedras, pero poco más.

—¡Mierda! —gritó.

Como si del eco se tratara, se oyó otro disparo, aunque en esta ocasión provenía de una dirección distinta.

CAPÍTULO 12

—¡Alto ahí! —gritó alguien y se oyó una descarga cerrada—. ¡Policía estatal! —Y entonces se escucharon unos gritos horribles.

La zanja estaba repleta de niveladoras y material de carretera. Caxton revolvió las cajas de herramientas en busca de algo que le sirviera para regresar a la superficie. Los refuerzos que Arkeley había pedido mientras los siervos los perseguían estaban finalmente ahí. Los agentes habían llegado, pero estaban siendo víctimas de una carnicería.

Dos rayos de luz sobrevolaron la cabeza de Caxton; ahí arriba alguien había encendido los faros de un coche. El vampiro debía de estar justo en medio del haz de los focos. Caxton lo oyó gemir de dolor y lo vio aparecer de nuevo en el borde de la zanja. En esta ocasión su silueta se recortaba sobre la luz que acababa de encenderse y se cubría los ojos con el antebrazo izquierdo. Con los dedos crispados de la mano izquierda, el vampiro sostenía por el cabello una cabeza humana degollada y aún pegada a un pedazo de cuello. Caxton rogó en silencio que no se tratara de la cabeza de Arkeley.

El vampiro tenía la espalda perforada por las balas que lo habían atravesado, cientos de agujeros de donde emergían pedazos de tejido translúcido e inerte. Se tambaleó hasta quedar en cuclillas encima de la barricada, aullando de dolor. Caxton apuntó y le disparó en la espalda.

El vampiro soltó la cabeza y bajó el brazo. Entonces cayó de espaldas como un árbol recién talado. Cuando su enorme cuerpo golpeó el fondo de la zanja, el pavimento se resquebrajó.

Caxton recordaba perfectamente el informe de Arkeley. Sabía que si a un vampiro no se le destrozaba el corazón, se levantaría de nuevo. Tan sólo le quedaban unos segundos. Las balas no tendrían ningún efecto; aunque le vaciara el cargador en el pecho no podría estar segura de que le había dado de lleno. Miró a su alrededor, hacia las cajas de herramientas, y encontró lo que buscaba. Alguien se había dejado un montón de estacas en la zanja, los típicos bastones de madera que utilizan los topógrafos para marcar el trayecto de una autopista nueva. Caxton recogió del suelo la angulosa estaca de madera sin pulir y manchada de barro; medía casi dos metros de largo y cuatro centímetros de grosor. Tenía incluso una banda naranja fosforescente en el extremo romo, como la banderola de una lanza. Caxton sujetó la estaca con las dos manos y la alzó por encima de su cabeza para coger impulso.

La descargó con todas sus fuerzas, con el extremo afilado contra la caja torácica, contra aquella piel pálida que parecía mármol pulido. Fue como golpear una roca. La estaca vibró y sus largas astillas se clavaron en el tejido carnoso de la mano de Caxton. La punta afilada se partió por la mitad, retorcida, destrozada.

Caxton retiró los escombros de encima del cuerpo del vampiro pero en su piel había tan sólo un diminuto punto rosa justo en el lugar donde lo había apuñalado.

—Tiene la piel más resistente que el acero —le dijo Arkeley.

Caxton alzó la mirada y vio la cabeza y los hombros de Arkeley asomar por encima de la barricada. Tenía un rasguño de los buenos en la mejilla, pero por lo demás parecía intacto. Caxton se quedó quieta durante unos segundos, anonadada; Arkeley descendió hasta el fondo de la zanja y se acercó a ella. A Caxton no se le ocurrió pedirle que la sacara de allí hasta que fue demasiado tarde.

El vampiro no se movía y tampoco respiraba. Era un pedazo de carne muerta y su aspecto resultaba mucho más natural en esas condiciones. Caxton se llevó la mano a la boca e intentó sacarse una astilla con los dientes.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Caxton al tiempo que la sangre brotaba de la base de su pulgar. En la oscuridad apenas pudo ver cómo goteaba la herida y salpicaba uno de los pies del vampiro.

El efecto, sin embargo, fue inmediato y fugaz. El vampiro se levantó, con la boca muy abierta. Se abrió paso hacia ella por entre la cerrada oscuridad del fondo de la zanja, como una criatura salida de las profundidades marinas capaz de tragársela entera. Caxton empezó a gritar al tiempo que se apartaba de su camino. Aunque daba igual cuánto corriera: el vampiro era mucho más rápido.

Afortunadamente para ella, Arkeley no había bajado la guardia en ningún momento. El agente disparó una de sus balas dum-dum justo en la boca del vampiro y le rompió un buen puñado de dientes. Apenas pareció haber dañado al monstruo, pero sirvió para que éste se desviara ligeramente. El vampiro se abalanzó sobre Caxton, pero no la alcanzó por poco.

—Ayúdeme —le pidió Arkeley. Caxton se levantó lentamente, temblando aún del susto—. No podré aguantarlo mucho tiempo—gritó.

Aquellas palabras despertaron a Caxton, que finalmente pasó a la acción. Arkeley disparó dos balas contra el cuerpo del vampiro. Caxton pensó que su compañero debía de estar a punto de quedarse sin munición.

Al menos había logrado contener al vampiro. El monstruo cayó de rodillas en el barro, con los puños cerrados clavados en el suelo y la cabeza agachada. Cuando empezó a levantarse de nuevo Arkeley le disparó otro tiro. Al principio tenía trece balas en el cargador; ¿Cuántas le quedarían ahora?

Caxton echó un vistazo a las herramientas que había a su alrededor, pero enseguida supo que no les servirían. Corrió hacia el final de la zanja y encontró justo lo que buscaba. Se trataba de un pequeño vehículo compacto con el asiento del conductor al descubierto y un sencillo cambio de marchas con tres posiciones. Servía para trazar estrechos surcos sobre el cemento o el asfalto. Por esa razón, en la parte delantera había una rueda de un metro de ancho ribeteada con unos feroces dientes de acero reluciente. En el lateral del vehículo podía leerse el nombre del fabricante pintado en letras negras: DITCH WITCH. Caxton montó de un salto en el asiento del conductor y pulsó el botón de arranque.

El vehículo no respondió. La agente golpeó el panel de control con un gesto de frustración cuando se dio cuenta de que no había ninguna llave en el contacto. Habían inmovilizado la máquina, probablemente para que los adolescentes no la robaran durante la noche para dar una vuelta y destrozar la carretera.

Arkeley disparó de nuevo pero el vampiro ya estaba de pie. Se tambaleó hacia delante y hacia atrás, y entonces dio un paso hacia el federal. A cualquiera le hubiera resultado imposible recibir tanto daño, sufrir tantos traumatismos, y aun así poder andar; pero su oponente lo estaba haciendo. Estaba a unos dos metros de Arkeley. Recortaría esa distancia en unos segundos.

Caxton agarró la palanca de cambio de la DITCH WITCH y la puso en punto muerto, acto seguido soltó el freno de mano. Saltó del vehículo, se colocó detrás y lo empujó. El suelo tenía un ligero desnivel y la aparatosa máquina de construcción empezó a deslizarse hacia delante lenta e inexorablemente. Caxton desenfundó la pistola y disparó a la cabeza del vampiro, un tiro tras otro; le reventó los ojos, la nariz, las orejas.

El vampiro se rió de ella, de la futilidad de sus disparos. Sus ojos hechos añicos se regeneraban ante la mirada atónita de Caxton, que vio cómo sus cuencas resquebrajadas se iban rellenando. Con todo, durante uno o dos segundos, que fue el tiempo que tardó en curarse, estuvo cegado. No pudo ver la DITCH WITCH deslizarse hacia él hasta que fue demasiado tarde La rueda dentada le perforó el muslo y la ingle. El vampiro cayó de espaldas y la potente máquina se paró con gran estruendo justo encima de él, de modo que quedó inmovilizado en el suelo. Trató de incorporarse, intentó levantar el peso de la máquina, pero no tenía la fuerza necesaria para alzar a plomo un vehículo de media tonelada.

—¡Eh! —gritó alguien. Caxton alzó la mirada y vio a un agente de policía en el borde de la zanja, sobre la tenue luz pudo distinguir la silueta de su sombrero de ala ancha—. ¡Oigan! ¿Se encuentran bien?

—¡Conecte la corriente! —gritó Arkeley—. ¡Por ahí tiene que haber un interruptor principal! ¡Conecte la corriente!

El agente desapareció. Un instante después oyeron el ruido de un generador eléctrico al encenderse, que pronto se convirtió en un rugido vibrante. Caxton no tenía ni la menor idea de lo que Arkeley se traía entre manos. Un agente colocó un foco portátil en la barricada e iluminó la zanja con una potente luz blanca que obligó a Caxton a apartar la mirada. El vampiro, que aún intentaba zafarse de la máquina, aulló como si fuera una bestia herida. No les gustaba la luz, dedujo Caxton. Después de todo eran criaturas nocturnas. Tenía sentido.

Arkeley se dirigió dando tumbos hacia las cajas de herramientas. Encontró lo que necesitaba y lo enchufó en una caja de empalmes. Caxton apenas podía creerlo; Arkeley se acercó al vampiro con un martillo eléctrico en las manos.

Colocó la broca sobre el pecho del vampiro, justo a la derecha de su pezón izquierdo, el mismo lugar donde Caxton lo había golpeado con la estaca de madera. Arkeley puso el martillo en marcha y se apoyó en él con todo su peso. La piel del vampiro ofreció resistencia durante un instante, pero pronto se agrietó y unos fluidos vítreos (nada de sangre, por supuesto) manaron de la herida. Al tiempo que la broca del martillo se hundía por entre las costillas del vampiro, el monstruo comenzó a retorcerse y a temblar, pero Arkeley no retrocedió ni un solo centímetro. De la herida saltaron primero jirones de piel y luego pedazos de tejido muscular que parecían pollo hervido (pues ambos eran carne blanca). El vampiro chilló y, a pesar del traqueteo de la herramienta eléctrica, Caxton distinguió el grito a la perfección. De pronto, todo había terminado. La cabeza del vampiro cayó hacia atrás y se le abrió la boca; estaba muerto. Muerto de verdad. Arkeley dejó el martillo eléctrico en el suelo e introdujo las manos desnudas en la cavidad torácica del vampiro, con el fin de examinar el contenido y asegurarse de que el corazón estaba realmente destruido. Finalmente retiró las manos y se sentó en el suelo. El cuerpo yacía ahí tendido, inerte, convertido en un objeto, como si nunca hubiera sido una persona.

Los agentes los rescataron de la zanja y Caxton vio lo que había sucedido en la superficie durante su ausencia. Dos docenas de agentes de la policía estatal habían acudido a aquel lugar para ayudarla. Cinco de ellos habían muerto, sus cuerpos estaban hechos añicos y la sangre se había consumido. Los conocía a todos de vista, aunque por fortuna pertenecían a una unidad distinta de la suya, a la Unidad H, mientras que ella formaba parte de la Unidad T. Caxton no los llamaría exactamente amigos. Al pasar junto a los cuerpos sintió un mareo y se le encogió el alma; era incapaz de asimilar lo sucedido.

Caxton apenas tenía conciencia del estado de su cuerpo cuando la dejaron en el asiento trasero de un coche patrulla y le preguntaron si necesitaba atención médica. Un enfermero le examinó las heridas y los agentes supervivientes le formularon una infinidad de preguntas sobre lo ocurrido, sobre la persecución en coche, sobre el vampiro y sobre el número de balas que había disparado. Caxton abría la boca y, para su sorpresa, la respuesta salía sola. Se encontraba en estado de shock, una sensación parecida a la que sintió cuando el vampiro la hipnotizó, pensó.

Finalmente la dejaron marcharse a casa.

REYES

Es connatural a los vampiros proliferar y multiplicarse,

aunque siempre según unas reglas determinadas y fantasmales.

Carmilla, JOSEPH SHERIDAN LE FAU

CAPÍTULO 13

Por la mañana, cuando el sol entraba ya por la ventana. Caxton se levantó sin despertar a Deanna y se vistió con lo primero que encontró. Dentro de la casita hacía un frío helado y había escarcha en el jardín. Puso en marcha la cafetera, la dejó hirviendo y silbando, y se fue a darles de comer a los perros. El vaho de la respiración de los animales salía por entre los barrotes de sus jaulas. Cuando Caxton entró en la caseta empezaron a aullar; el antiquísimo aullido del lebrel, un inconfundible trino ahogado y atonal, diferente al de cualquier otro perro. A Caxton le pareció una sinfonía. Se alegraban de verla. Les abrió las jaulas y los dejó corretear un rato por la hierba húmeda, aunque ninguno de los dos parecía interesado en poner a prueba los límites de la Valla Invisible y se conformaban con permanecer dentro del pequeño jardín bordeado por unos árboles tocados por la quietud invernal. Caxton observó cómo jugaban y se mordisqueaban el uno al otro, cómo se perseguían; era el mismo juego con el que los perros llevaban entreteniéndose desde hacía más de cien mil años y en el que ninguno había ganado aún. Caxton se sentía sorprendentemente bien, tan sólo tenía las costillas y los brazos algo entumecidos por la caída de la noche anterior, y varios moretones por todo el cuerpo de cuando el vampiro la había sacado del coche. Pero en general se sentía bien, sana y como si hubiera conseguido algo.

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