—Vaya, Silvia, Raquel, no esperaba veros aquí. ¿No va a venir Ángela? —le pregunto a mala leche.
No hace falta que diga que las dos se quedan petrificadas. Agarro el billete de diez euros que Silvia sostiene en la mano y le devuelvo el cambio.
—Pero no os quedéis ahí, chicas. Entrad, entrad, que la noche es joven y hay que divertirse.
Aún estupefactas, las dos se alejan del mostrador para dejar paso a un nutrido grupo de chicas que viene detrás suyo. Las veo perderse por el pasillo que lleva a la pista. Cuando acabo de cobrar al grupito miro a Pilar y no puedo reprimirme más.
—¡Será hija de puta!
—Esa era la novia de Ángela, ¿no? ¿Es que lo han dejado? —me pregunta Pilar.
—¿Pero no has visto cómo se han quedado? Está claro que no, que la muy zorra le está poniendo unos cuernos de alce… Espero que luego sigan ahí porque voy a coger a Silvia por el pescuezo y le voy a decir cuatro cosas.
—Tal vez no sea buena idea que te metas en medio. Ya sabes cómo son las cosas de pareja.
—¡Joder, Pilar! Ángela es mi amiga. Una cosa es que el día de su cumpleaños vea que está tonteando con otra, pero es que esto ya es pillarlas
in fraganti
… —miro en la dirección por la que han desaparecido—. Será cabrona…
El continuo trasiego de mujeres pagando sus entradas hace que las dos horas de nuestro turno pasen más rápido de lo que yo esperaba y, tras la llegada de las chicas que nos sustituyen, Pilar y yo entramos por fin en la fiesta, la cual, dadas las horas que son, está en pleno apogeo. Lo primero que hacemos es acodarnos en la barra para pedir unas copas con las que refrescarnos la garganta. Mientras esperamos a que nos sirvan, Alicia se nos acerca, sola, para gran alegría de Pilar, a la que se le ilumina la cara como si se le hubiera aparecido la virgen.
—¿Qué tal chicas? ¿Cómo ha ido en la puerta? —nos pregunta.
—Bien, bien —respondo yo—. Aunque lo mejor vendrá ahora…
—¿Ya has encontrado algún objetivo?
—Aún no pero dame quince minutillos y ya verás —le digo dando el primer sorbo a la copa.
—Así me gusta, que os lo paséis bien. Bueno, os dejo, luego nos vemos.
—Adiós.
Pilar la ve marcharse con cierta desolación en el rostro.
—¡Joder! Ni me ha mirado…
—Ya te he dicho que es una estúpida. A ver si te das cuenta ya y te buscas otra que merezca más la pena.
Pilar resopla abatida.
—Pues con la suerte que tengo yo, que en mis relaciones nunca he pasado de la fase anal… —dice con la mirada perdida. Luego me mira a mí y ante mi cara de extrañeza se apresura a añadir—: Chica, es que lo único que he conseguido es que me dieran por culo…
Me echo a reír.
—Mujer, no seas tan derrotista, ya aparecerá alguna normal…
—No sé yo…
—Venga, anda, vamos a dar una vuelta y echamos un vistazo.
Pilar se encoge de hombros, agarra su copa y se viene tras de mí mientras empiezo a abrirme paso entre la gente. Primero bordeamos la pista, de forma rectangular y delimitada por barandillas metálicas, como si se tratara de una pista de patinaje, saludamos a varias conocidas y otras tantas nos salen al paso para darnos un par de besos y contarnos algunos cotilleos. Cuando ya hemos dado una vuelta completa al circuito y vamos a mezclarnos con las chicas que abarrotan la pista de baile, vislumbro una barriga de embarazada que al mirar la cara de su propietaria se convierte en la barriga de embarazada de mi
querida
Olga.
—¡Vaya, Ruth! ¡Qué sorpresa! —exclama dándome dos besos— ¡Cuánto tiempo, Pilar! ¿Qué tal te va?
Pilar me mira contrariada antes de responder con un escueto «Bien, bien».
—¡Menuda barriga! —silbo—. ¿Para cuándo sales de cuentas? —le pregunto por preguntar algo.
—A finales de junio. Estoy deseando verle la cara por fin a mi chiquitína.
—¿Ya sabes que es una niña?
—Sí, en la última ecografía que me hicieron ya estaba bastante claro. A menos que se haya escondido un badajito entre las piernas, claro —se echa a reír divertida por su propia ocurrencia que, la verdad, no tiene nada de graciosa.
En ese momento Eva aparece con las copas de ambas. Le tiende a Olga un vaso de tubo que contiene lo que parece zumo de naranja, mientras ella le da un trago a su gin tonic. En ese momento Olga mira a Eva con extraña complicidad para luego acercarse un poco más a mí y apartarme un tanto de Pilar y de la propia Eva.
—Oye, Ruth… —comienza a decirme—, mira, te quería decir que cuando nazca la niña me gustaría que vinieras algún día a casa a cenar. Ya sé que piensas que soy una bruja pero creo que ha pasado el tiempo suficiente como para empezar a comportarnos como personas adultas, ¿no crees? —me mira condescendientemente—. Fuiste muy importante para mí durante mucho tiempo y me apetecería que tuviéramos una relación más cordial.
La miro de soslayo durante unos segundos antes de responder.
—Oye, Olga, si mal no recuerdo la que convirtió nuestra ruptura en un infierno fuiste tú desde el momento en que me pusiste de patitas en la calle sin darme la más mínima explicación.
Olga asiente y frunce los labios.
—Lo sé, Ruth, por eso quiero, no sé, que las cosas cambien, además de mi novia eras mi mejor amiga y me gustaría poder recuperar a esa Ruth a la que conocía…
Mi estupefacción está llegando a cotas nunca vistas antes por mi persona. Como no es ni el mejor momento ni el mejor lugar para tener una conversación que nunca pensé que tendría con Olga, y que hace mucho que dejé de esperar que tendría, opto por correr un estúpido velo y dejar las cosas como están, al menos de momento.
—Bueno, Olga, ya veremos… cuando tengas a la niña dame un toque, hablamos y ya se verá…
Olga vuelve a asentir frunciendo los labios, me da un apretón en el brazo y vuelve a su anterior posición junto a su novia.
—Pues nada, chicas, lo dicho. Ya nos vemos.
Cuando las dos se han dado la vuelta y se han perdido por los recovecos de la sala, Pilar me mira expectante.
—No sé qué coño te habrá dicho pero me imagino que debe ser muy fuerte…
—¿Fuerte? Te juro que estoy empezando a dudar seriamente de la salud mental de esta tía… No va y me dice que cuando nazca la niña quiere que vaya un día a su casa a cenar. Que he sido muy importante para ella y que ya va siendo hora de que nos comportemos como personas adultas. ¡Tendrá jeta! Si aquí la única que se ha comportado así he sido yo…
—¿Estás segura de que no se ha metido en alguna secta que le haya lavado el cerebro? ¿O de que se ha tomado alguna poción mágica que la haya transformado? ¿Un golpe en la cabeza que la haya convertido en un ser humano?
—No sé, tía, pero te juro que estoy alucinando con esta mujer…
—Ya sabes lo que siempre he dicho yo de las lesbianas, Ruth, cielo…
—¿El qué?
—Que son mujeres indecisas que no saben qué coño quieren y a las pruebas me remito…
—Pues vas a tener razón.
Con la sorpresa aún en el cuerpo seguimos dando una vuelta por el local. Al llegar hacia el pasillo que lleva a la salida vemos a Silvia y a Raquel que parecen a punto de irse. Silvia se percata de ello y me mira con incomodidad y casi diría que con miedo. Estoy tentada de ir hacia ella pero enseguida lo descarto. Con quien tengo que hablar es con Ángela para contarle los quehaceres a los que se dedica su novia.
—¡Hay que joderse! —exclamo—. Mucho poner verde a su Carolina y luego mira cómo se comporta. La única niñata que hay aquí es ella. Pero, vamos, espero que no crea que me voy a estar callada…
—Por cierto, hablando de contar cosas, ¿le dijiste al final a tu hermano que te habías tirado a su novia? —me pregunta Pilar con un tono de lo más mordaz. La miro de reojo.
—Piluca, cielo, no sé cómo lo haces pero siempre das donde más duele.
—O sea que no —apunta con media sonrisa acusadora.
—Pues no. Pero es que tampoco he tenido oportunidad, no le veo desde navidades.
—Hay un aparatito que tienes en el bolso el cual, tras apretar las teclas adecuadas, te comunica con tu hermano y tengo entendido que te sueles pasar las horas colgada a ese aparatito…
Lanzo un suspiro de resignación y culpabilidad.
—Sí, ya lo sé. Pero es que no sé cómo decírselo…
—Pues del mismo modo en que le piensas decir a Ángela que su novia se está dedicando al turismo sexual cada vez que se va de copas: hablando con él.
—Vale, vale —concedo a regañadientes—. A ver si la semana que viene saco un rato…
—Ya, ya… —dice Pilar incrédula meneando la cabeza.
—¿Nos pedimos otra copa? —le pregunto a Pilar con una sonrisa infantil para cambiar el tema de conversación.
—Vale, pero yo necesito ir al servicio.
—Bueno, si quieres vete ahora y yo voy pidiendo.
—Vale.
—Te espero en la barra —le digo señalando la barra hacia la que me dirijo mientras ella se aleja en dirección a los servicios.
A codazos me abro paso entre las mujeres que se aglomeran allí. Pero ponerme en primera línea no significa que me atiendan antes. Las dos camareras que hay están muy ocupadas sirviendo a no menos de media docena de clientas a la vez pese a mis intentos de llamar su atención. En esas estoy cuando una chica se coloca a mi lado en la barra.
—Hola, ¿qué tal? —me dice al oído.
Me giro para mirarla y compruebo, no sin sorpresa, que es la colgada a la que detuvieron por conducir borracha y a la que estuve esperando en vano frente a la comisaría de Legazpi. Pero por su mirada perdida de pupilas dilatadas compruebo que no es que me esté saludando sino que está intentado ligar conmigo.
—Hola, Susana —le digo con una falsa sonrisa. Entonces la cara de la aludida se transforma en todo un poema.
—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunta confundida—. ¿Ya nos conocemos?
—¡Ah! Pero, ¿es que no me estabas saludando? —le pregunto haciéndome la inocente—. Pues sí, bonita, nos conocemos. ¿No me digas que no te acuerdas de mí?
Aprovecho el momento de duda y confusión de la colgada esta para pedir las consumiciones a la camarera.
—Absolut naranja y Ballantines cola —luego me vuelvo a dirigir a la pobre chica que sigue en la luna de Valencia—. ¿Qué? ¿Aún no te acuerdas?
—Pues no, perdona, pero es que no…
Le paso el brazo por los hombros y me acerco para hablarle al oído.
—¿No te acuerdas que hace unas dos o tres semanas te paró la policía, te hizo un control de alcoholemia y te llevo a comisaría?
Ante tan contundentes pistas hasta la menos espabilada se acordaría. Pero a esta pobre parece que aún le cuesta unos instantes traer a su memoria aquella mañana.
—¡Ay, sí! Tú eres… Eres… Sí, hombre, espera… —dice ella intentando recordar mi nombre.
—Ruth —le recuerdo mientras le tiendo a la camarera los pases de las copas. Luego cojo los vasos y los botellines con ambas manos—. Encantada otra vez. Ahora si me disculpas, te voy a dejar, he venido con una amiga.
—No, espera, mujer, venga, te invito a una copa…
—Ya tengo, gracias —le digo alzando las manos para que vea las copas.
La dejo atrás aún hablando y pongo rumbo a los servicios. Antes de llegar hasta ellos veo que Pilar ya viene hacia mí.
—No te lo pierdas, tronca, la colgada a la que detuvo la policía ha intentado volver a ligar conmigo —le cuento al tiempo que le tiendo su copa.
—¡No jodas! ¿Es que no se acordaba de ti o qué?
—Pues se ve que no. Joder, la peña está de un colgado que ni te cuento. —Le doy un sorbo a la copa—. Hablando de colgadas, ahí viene la niña de tus ojos con cara de cabreo.
Pilar mira hacia donde señalo. Alicia viene hablando exaltada con otra tía. Mi amiga la detiene cogiéndole el brazo.
—¿Pero qué te pasa, chica?
Al vernos, se le relaja un tanto la expresión. Pero, lejos de dirigirse a quien le ha formulado la pregunta, se dirige a mí.
—¡No veas la que acabamos de tener fuera, Ruth! Un grupo de varoncitos con pinta de bakalillas se han plantado en la puerta y decían que no se movían de allí hasta que les dejáramos entrar. Y, claro, cuando les hemos dicho que era una fiesta privada para mujeres se han puesto a insultarnos y a agarrarse el paquete y a decirnos que eso es lo que nos hacía falta… ¡Panda de capullos! Yo no necesito probar un sucio pene para saber que no me gusta…
—Mujer, estamos en mitad de Argüelles un sábado por la noche, para ellos es como si hubiéramos invadido su territorio.
—¿¡Qué territorio ni qué leches!? ¡Como si no tuvieran lugares a los que ir! Y luego se extrañarán de que las mujeres hagamos fiestas cerradas. ¡Es la única forma de que nos dejen tranquilas! ¿Te imaginas lo que pasaría si dejáramos entrar a todos los varoncitos que quisieran? Pues que al final las mujeres dejarían de venir.
—No, si estoy de acuerdo contigo pero tampoco te lo tomes tan a pecho. Se les dice que no pueden pasar y asunto arreglado. Y si se ponen farrucos les plantáis delante al armario ropero ese que anda por ahí a ver si tienen huevos de pasar.
—¡Si es lo que hemos hecho! Pero me fastidia que para defenderme de unos tíos tenga que llamar a otro porque se creen que, como soy una mujer, no tengo suficiente autoridad para negarles la entrada.
Le doy un par de palmadas en la espalda.
—Relájate, mujer, que no pasa nada.
—Bueno, chicas, os dejo, que voy a buscar a Sandra —me dice antes de continuar su camino. Pilar se acerca a mí con cara compungida.
—¡Joder, Ruth! ¿Me he vuelto invisible o algo así? Es que ni me ha mirado…
—Ya te he dicho que esta niña es tonta. Tía, pasa de ella. Además, le sacas diez años. Adonde vas tú con un yogurín. Búscate una mujer más hecha, que dan mejor resultado.
—Pues Sandra le saca quince y no parece importarle… —me espeta enfurruñada.
—Es que ya sabes que Sandra siempre ha sido un poco pedófila, corazón. Y así le va, que las novias nunca le duran más de tres meses.
—Pues a ti no es que te duren mucho que digamos…
—Pero porque yo no quiero. Venga, anda, vamos a ver si le echamos el ojo a alguna.
Pilar asiente a regañadientes. Le paso el brazo por los hombros con condescendencia maternal y nos encaminamos a la pista de baile.
—Cariño, te juro que cada día alucino más con las cosas que te pasan…
—Y yo, Juan, y yo… O sea que después de más de cinco años, ahora resulta que soy muy importante para ella. ¡Joder! ¡Pues que no me hubiera echado de su casa como si fuera un perro!