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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (18 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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—Roa, ¿quieres contratar a esta gente para que te pasen la aspiradora y te limpien los filtros?

Roa contempló a los alienígenas con sumo interés.

—Para eso tenemos a los androides —dijo el portavoz.

—Entonces vigilaremos la nave. Hay muchos ladrones por aquí.

—Aprecio la oferta —dijo Roa con amabilidad—, pero no, gracias. Quizás en otra ocasión.

Los alienígenas intercambiaron unas palabras en su melódico idioma, saludaron con una inclinación de cabeza a Han y a Roa y se acercaron a la siguiente nave en el hangar, una vieja corbeta clase Merodeador.

—Son como una mezcla imposible entre un gato manka y un woolamandra pasados por una licuadora —dijo Han, contemplando a los alienígenas.

—Ryn —dijo Roa, identificando a la especie—. Solía encontrármelos de vez en cuando en planetas que no están en la ruta del Sector Corporativo. Ession, Ninn, Matra IV. Son nómadas. Bueno, cuando no son perseguidos por cazadores o por tratantes de esclavos, o acosados de un sitio a otro o convertidos en cabezas de turco de los crímenes o delitos de otros. Tienen mala fama, por ladrones y por ser amigos de las tretas, pero yo jamás he tenido un problema con ellos. Trabajan mucho en casi cualquier cosa, desde el robo de piezas en desguaces hasta la fabricación artesanal de joyería. Y te digo una cosa, Han, son los músicos más divertidos que he oído en mi vida. Una música con la que no puedes evitar bailar.

—Estoy seguro de que sí podría —dijo Han.

—No, ni siquiera tú. No estoy hablando de jizz, ni de otra de esas nuevas músicas. Me refiero a una música apasionada y desgarradora. Han les miró de nuevo.

—¿A qué planeta pertenecen?

Roa negó con la cabeza.

—Nadie ha sido capaz de decírmelo nunca.

Han soltó una risilla.

—Y yo que creía haberlo visto todo.

Dejaron a los androides a cargo de la nave y se dirigieron a las aduanas, donde largas filas compuestas por múltiples especies pasaban por el control de documentos y los escáneres de seguridad.

Han mostró sus documentos, que le identificaban como un tal Roaky Laamu, comerciante autónomo de láseres. Había meditado la posibilidad de disfrazarse con sintopiel, prótesis y una barba, pero al final prefirió limitarse a un cambio de peinado y a dejarse crecer la barba. A menudo había empleado la misma estrategia cuando viajaba con Leia y los niños, y normalmente le funcionaba bien. Después de todo, la mayoría de las imágenes suyas que circulaban por ahí mostraban a un joven líder de la Alianza con los ojos luminosos, las sienes canosas y una lustrosa melena de color castaño.

Todo fue bien hasta que llegó a los escáneres.

—Abra su maleta —ordenó el joven agente, en respuesta a un comentario que le hizo su compañero androide.

Han abrió la bolsa y el agente no tardó en encontrar la pistola láser, su largo objetivo y el silenciador cónico almacenado en otra funda.

—¿Esto es un DL-44? —preguntó sin poder creérselo.

—Más o menos —dijo Han—. Le he hecho unas modificaciones especiales…

El agente se rió y llamó a un compañero humano.

—Boz, ¿esto se clasifica como arma o como antigüedad?

—Antigüedad —respondió Boz con una gran sonrisa.

—Reíd cuanto queráis, colegas —dijo Han, aguantándose las ganas de demostrar de lo que era capaz su pistola láser.

El agente echó un vistazo a los documentos de Han.

—Aun así, Laamu, tengo que vaciar el cargador.

Han se mordió la lengua y se encogió de hombros.

—Mientras hayas hecho eso con todas las armas que han pasado por aquí.

—Con todas las que he encontrado —dijo el agente.

—Es un consuelo.

—Estamos buscando el Apostador —dijo Roa mientras el agente enchufaba un vaciador al cargador.

—Si los dos tienen un espectro normal de visión, sigan el camino rojo hasta el tranvía amarillo de Blanco Dos, después es todo recto hasta el Shaft. No tiene pérdida.

—¿Qué le dice a los que no tienen visión cromática? —dijo Han en tono brusco.

El agente colocó la pistola descargada dentro de la maleta y la volvió a cerrar.

—Que se cojan un taxi.

Roa insistió en coger un taxi. El conductor sullustano había sido embajador en Ithor, pero se había quedado atrapado en la
Rueda del Jubileo
a la espera de recibir de su planeta los documentos de tránsito.

—Es una historia muy corriente —dijo Roa a Han cuando el taxi les dejó en Blanco Dos—. Gente que quiere volver a casa, gente que huye de sus casas, gente que ni siquiera tiene casa… Y rara vez hay alguien con los documentos adecuados para salir de la estación, por no hablar de transporte para llegar a su destino. Así que te encuentras con diplomáticos que conducen taxis, camareros que son profesores universitarios, peces gordos de donde sea atendiendo tu mesa o arriesgando sus ahorros en partidas de sabacc… casi todas apañadas.

En el Shaft, se abrieron paso a través de una multitud de seres desesperados pertenecientes a todo tipo de especies —ithorianos, saheelindeelis, brigianos, ruurianos, bimm, dellaltianos—, refugiados de la Vía Hydiana, con sus escasas posesiones apretadas contra el pecho o cogiendo fuertemente a sus hijos, vagando a la deriva en busca de un milagro que los sacara de la
Rueda
, que era como solían llamar a la estación. La gente se apelotonaba en las sombras, hambrienta, atrapada y aterrada. En otras partes acechaban aquellos que se habían beneficiado con la guerra: soldados uniformados, expertos en reclamaciones y saqueos, falsificadores de documentos, chatarreros, granujas, camellos y demás.

Han recordó lo que le había contado Leia sobre la situación de los refugiados, la escasez de comida y de techo, las enfermedades y las familias separadas, y empezó a darse cuenta de que no era el único que lo estaba pasando mal.

Siguió pensando en ello, mientras Roa y él tomaban unas cervezas de Gizer en el Apostador, una cafetería repleta y bastante elegante, con una sala trasera dedicada al sabacc y otros juegos de azar.

—Ya es hora de hacer averiguaciones —anunció Roa cuando se terminó la bebida. Se levantó y estiró los hombros—. No tardaré mucho.

Han le observó acercarse a la barra circular, y centró su atención en la bebida azulada. Pero captó movimiento por el rabillo del ojo, y cuando alzó la vista se encontró con dos ryn de pie frente a su mesa, más oscuros y mejor vestidos que los que había conocido en el muelle.

—Perdone la intrusión —dijo el más alto con voz vibrante—. ¿Es usted el recién llegado del SoroSuub 3000?

Han apoyó los brazos en los respaldos de las sillas de al lado.

—Qué rápido viajan las noticias. ¿Y qué si lo soy?

—Verá, amable señor —intervino el otro—, Cisgat y yo nos preguntábamos si pasará cerca de Rhinnal al salir de aquí, o si podría convencerlo mediante una suma razonable para que llevase unos pasajeros hasta allí.

—Lo siento, chicos, pero no vamos hacia el Núcleo.

Los dos recién llegados se miraron.

—Quizá si se lo explicamos —dijo Cisgat—. Verá, es bastante urgente. Debíamos reunirnos aquí con varios miembros de nuestra amplia familia, pero ha debido pasar algo y no han venido.

—El plan alternativo era reunirnos en Rhinnal —añadió el otro—. Pero, al igual que otros muchos en la
Rueda
, nos hemos quedado aquí atrapados, con pocos recursos y casi ninguna esperanza de conseguir transporte hasta el centro de la galaxia.

—Nos da miedo que el resto del clan se marche de Rhinnal sin poder enviarnos un mensaje.

Han cruzó los brazos.

—Siento que vuestra familia se vea separada, pero ya os he dicho… —Pagaremos bien.

—Y no causaremos ningún problema.

—Vamos a ver —dijo Han subiendo el tono—. He dicho que lo siento, pero no estoy en el negocio del rescate, ¿entendido?

La pareja se quedó en silencio un buen rato.

—Nosotros también sentimos tener que oír eso —comentó el más alto. Han se terminó la bebida, enfadado, mientras los ryn se alejaban. En cuanto dejó el vaso en la mesa, Roa regresó.

—¿Qué querían?

—Que les lleváramos a Rhinnal.

Roa frunció el ceño y se sentó.

—Ya te lo dije; todo el mundo está desesperado.

—¿Te has enterado de algo?

Roa señaló con la barbilla a un viajero espacial pelirrojo y larguirucho que se acercaba desde la barra con una bebida en la mano.

—Roaky Laamu, éste es Fasgo —dijo Roa mientras el hombre cogía una silla y le ofrecía la mano a Han—. Asegúrate de que tienes los cinco dedos cuando termines de dársela.

Fasgo sonrió de oreja a oreja, mostrando unos dientes manchados, y dio un largo trago a la bebida que, obviamente, había pagado Roa.

—Fasgo fue uno de mis mejores hombres en impuestos y aduanas —prosiguió Roa—. Pregúntaselo, él te lo dirá. Desde que no está a mi servicio, ha tenido ocasión de trabajar con Reck Desh.

Han vio que a Fasgo se le borraba la sonrisa.

—¿Tienes idea de dónde podemos encontrar a Reck? —preguntó Roa amablemente.

Fasgo tragó saliva.

—Mira, Roa, agradezco que me invites a una copa, pero…

—Roaky y yo lo sabemos todo sobre los nuevos jefes de Reck —le interrumpió Roa—. Así que no hace falta que nos vengas con cuentos. Fasgo se humedeció los labios y rió sin ganas.

—Ya conoces a Reck, Roa; se mueve por los créditos.

Han puso los codos en la mesa.

—Si el sueldo es tan bueno, ¿por qué no estás con él?

—No es mi rollo —dijo Fasgo, negando con la cabeza—. No soy un traidor.

Han y Roa se miraron.

—¿Entonces qué pasa con Reck? —dijo Roa.

Fasgo negó con la cabeza una vez más.

—No sé dónde se encuentra ahora —ante la mirada de Han, añadió—: Soy sincero con vosotros, tíos —miró a su alrededor y se acercó más a ellos con gesto cómplice—. Hay alguien en la estación que podría informaros. El que dirige el cotarro, los asuntos de los bajos fondos. Lo llaman Jefe B.

—¿Y dónde se puede encontrar al tal Jefe B? —dijo Roa.

Fasgo bajó la voz hasta que fue un susurro.

—Preguntad por ahí y él os encontrará.

Cuando el hombre estaba a punto de levantarse, Han le cogió con fuerza del hombro.

—¿Quién dirige la empresa de Reck? ¿Quién es su superior? Fasgo se quedó pálido.

—No quieres conocerlos, Roaky. Son de lo peor que hay.

—Dame un nombre.

—Yo nunca pregunto nombres. En serio. —Fasgo se tragó lo que le quedaba por decir y posó la mirada en algo que Han tenía detrás.

Han se dio la vuelta y vio a tres trandoshanos acercándose hacia la mesa. Iban armados con pistolas láser Merr-Sonn y BlasTech, y llevaban túnicas térmicas que les llegaban a la rodilla. Dos de ellos se pararon a cada lado de su silla, y el tercer saurio, el mayor en edad en vista de su piel envejecida, rodeó la mesa dos veces sin apartar de Han sus ojos de pupila negra e iris rojo. Por fin se paró ante él.

—Tu cara me suena mucho —dijo con voz ronca. Su larga lengua emergió de entre la boca sin labios y se agitó en el aire un momento—. Y tu sabor me resulta más familiar aún.

Han se obligó a relajarse. Era evidente que el trandoshano lo había reconocido, pero Han no estaba seguro de si se habían conocido alguna vez. Los asquerosos trandoshanos eran nativos de un planeta ubicado en el mismo sistema estelar que Kashyyyk, y habían sido vitales a la hora de convencer al Imperio de que esclavizase a los wookiees, tarea que habían asumido ellos mismos.

—La última vez que vi una lengua así colgaba en un mercado de carne, a modo de cazamoscas —dijo Han.

La trampa mortal que era la boca del trandoshano dibujó una amenazadora sonrisa, y el alienígena plantó en la mesa sus manos de tres garras.

—Lo cierto es que el humano al que te pareces se ha convertido en toda una celebridad, pero cuando yo le conocí no era más que un contrabandista de segunda que traficaba con especias para Jabba
El Hutt
y para cualquier otro lo bastante idiota como para contratarlo.

¿Bossk
?, se preguntó Han. Podría ser que…

—Seguro que en esa época eras un huevito precioso —se burló.

Las conversaciones empezaron a acallarse en las mesas vecinas; los parroquianos intentaban determinar si era mejor quedarse sentados para ver el resto del espectáculo o buscar refugio.

—Entre otros actos deshonrosos, esa escoria humana interfirió en una legítima operación de trata de esclavos en Gandolo IV.

Roa se estremeció en su asiento e intervino:

—Lo pasado, pasado está, chicarrón. ¿O es que ya cazas tan poco que debes molestar a un par de viejos amigos que se toman una copa? El trandoshano miró iracundo a Roa, y luego a Han.

—A este gordo no le conozco, pero a ti sí… Han Solo.

—¿Solo? —dijo Fasgo, atónito.

Han mantuvo la mirada del trandoshano. Tenía que ser Bossk. Deseó con todas sus fuerzas que la E-11A1 que el alienígena llevaba en la cintura hubiera sido vaciada en la aduana.

—Dime, Solo, ¿sigues metiendo las narices donde no te llaman? Han esbozó media sonrisa.

—Sólo cuando tengo la posibilidad de destrozar la nave de alguien, y de paso humillar a su capitán.

El trandoshano se enderezó en toda su estatura.

—He oído que perdiste al wookiee, Solo. Corre el rumor de que permitiste que le cayera una luna encima. Justo lo que yo haría de tener un wookiee siguiéndome a todas partes.

El alienígena se mostró encantado cuando Han se levantó a por él, pero Roa puso un brazo en el pecho a su amigo.

—No tiene sentido, Han. Acabarán regenerando cualquier cosa que les rompamos.

El trandoshano sonrió, malévolo, y prosiguió como si nada.

—Pero qué más da un wookiee pulgoso que otro. ¿Por qué no vas y te consigues otro?

Han lanzó el primer puñetazo que empezó la pelea.

Capítulo 12
BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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