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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (21 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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—Que la Fuerza os acompañe —dijo el vicealmirante Ark Poinar por el micrófono a todas las unidades.

Por el rabillo del ojo vio que una sonrisa taimada se dibujaba en el arrugado rostro del general Yald Sutel, antiguo adversario y actual aliado en la guerra contra los yuuzhan vong.

—¿Algún problema, general? —preguntó Poinard, arqueando una poblada ceja canosa mientras se giraba hacia Sutel.

Sutel negó con su enorme cabeza, pero siguió sonriendo.

—Es sólo que sigo sin acostumbrarme a oírte decir eso.

Poinard soltó una risita.

—Lo creas o no, yo me lo decía para mis adentros incluso cuando esta nave sólo llevaba cazas TIE.

—No me lo creo ni por un momento —dijo Sutel.

—Pese a las apariencias, siempre he tenido a la Fuerza en alta estima.

Los dos veteranos siguieron avanzando por la estancia semicircular del puente, frente a los ventanales triangulares y con las manos detrás de la espalda. Para complacer tanto a la Nueva República como al Remanente Imperial, Poinard había conservado su puesto como capitán del buque insignia, y Sutel había sido designado comandante del escuadrón.

De las dieciséis naves que integraban el equipo, algunas volaban como escolta del
Erinnic
, pero la mayoría de ellas, incluyendo un crucero de combate calamariano clase Mediador, dos portacruceros clase Fuego Quasar, tres fragatas de escolta y cinco artilleros clase Ranger, habían tomado posiciones en la cara iluminada del quinto planeta del sistema estelar. Dado que las naves procedentes del espacio ocupado por los yuuzhan vong tendrían que saltar a las inmediaciones del planeta, se esperaba que su ocultamiento aumentase el factor sorpresa.

Poinard se detuvo ante la cabina delantera.

—¿Hay señales de actividad? —preguntó a un técnico sentado ante un monitor.

—Negativo, señor —la mujer observó unas lecturas y luego miró a los dos comandantes—. La avanzadilla informa de que todo está tranquilo.

—Parece que los estrategas del almirante Sovv nos hacen trabajar de balde —comentó Poinard a Sutel en voz baja.

—La información viene directamente del Servicio de Inteligencia —dijo Sutel.

—Mejor me lo pones. Ord Mantell apenas tiene valor estratégico. Sutel dejó de mirar a las estrellas y observó a Poinard.

—¿Lo tenía Ithor? ¿Lo tenía Obroa-Skai? Los yuuzhan vong libran una guerra psicológica con nosotros. Tú deberías saberlo mejor que nadie. ¿No fue tu hermano comandante de una división de AT-AT?

—Los transportes de tierra tenían su efecto.

—Sí, eran armas de terror —dijo Sutel—. Es obvio que los yuuzhan vong quieren aterrorizarnos de la misma manera… Acabarán con nosotros desmoralizándonos.

—Pero Ord Mantell… —dijo Poinard, titubeando—. A los únicos a los que podrán desmoralizar es a jugadores y turistas.

—Almirante Poinard —interrumpió la mujer del monitor—. La avanzadilla informa de que hay naves enemigas emergiendo del hiperespacio y tomando velocidad. Los perfiles confirman que se trata de naves de guerra yuuzhan vong.

Poinard se giró hacia el personal de cabina al otro lado de la pasarela, mientras los evaluadores de peligro empezaban a comunicarse en código informático.

—Entramos en estado de alerta total. Que todo el personal no imprescindible se quede en sus aposentos. Activen motores subluz y pongan rumbo directo a la luna número dos —se giró hacia la técnica de la primera cabina—. ¿Cuántas naves son?

—Señor, los equivalentes a dos corbetas, cinco fragatas, tres cruceros ligeros y una nave de guerra.

Alguien habló desde detrás de Poinard y Sutel.

—Señores, el comandante de escuadrón informa desde el punto de objetivo de que los cazas han completado su formación. Espera autorización para atacar. El puente táctico informa de que todos los sistemas están activados.

Una holoproyección del escenario del combate apareció sobre una mesa luminosa de la cabina delantera. Poinard y Sutel la contemplaron en silencio.

—Parece que por una vez estamos igualados —comentó el general al cabo de un momento.

—Salvo por una cosa —señaló Poinard—. Ellos no saben que nosotros estamos aquí.

Capítulo 14

Han apoyó el hombro derecho contra las rejas del repugnante calabozo y se masajeó suavemente el nudillo herido de su anular izquierdo.

—Buena pelea —dijo—. La disfruté de verdad.

Fasgo y Roa estaban sentados en el asqueroso suelo, con la espalda apoyada contra una pared igualmente sucia. El primero con la oreja derecha cómicamente lesionada, y el segundo llamativamente inmaculado.

—Menudo desastre —dijo Roa con una sonrisa.

Fasgo se tocó suavemente la punta de la nariz.

—Creo que me la han roto —murmuró.

Roa dio una palmadita en el hombro a su ex-agente de impuestos y aduanas.

—La próxima vez recuerda que la mejor defensa suele ser quitarse de en medio.

—Lo único que lamento es que el grandullón no la palmara —dijo Fasgo.

—Dale un poco de tiempo —dijo Han en voz muy alta, clavando la mirada en los tres trandoshanos del calabozo de enfrente.

Fasgo juntó el pulgar y el índice.

—Faltó esto para que le diera la silla.

—Lo siento por el pobre bith de la mesa de al lado —dijo Han.

—Qué suerte que creyera que la silla la tiró uno de los trandoshanos —intervino Roa.

Fasgo asintió.

—Tener a esa panda de cabezas de globo de nuestro lado nos ayudó mucho.

—Baja la voz —aconsejó Roa con un susurro—. Sólo están dos celdas más allá.

Fasgo agitó una mano, quitándole importancia.

—La mitad de los clientes del Apostador están aquí —miró a Han y se rió—. La hemos liado muy gorda.

—Sí, y los de seguridad le pusieron el punto final —rió Han—. Ahora entiendo por qué no se permiten pistolas láser en la
Rueda
.

Una puerta que necesitaba desesperadamente un poco de lubricante se abrió al final del pasillo, y un fornido guardia de seguridad con uniforme gris entró en la estancia poco después.

—Venga, vejestorios —anunció el guardia en tono burlón—. Podéis iros. Han, Roa y Fasgo intercambiaron miradas estupefactas.

—Creí que no se podía pagar fianza antes del juicio previo —dijo Roa.

—No habrá juicio previo —dijo el guardia—. Debéis tener amigos en las altas esferas.

Roa miró a Han.

—Me temo que te han descubierto, «Roaky Laamu». Lo cierto es que el trandoshano te reconoció enseguida.

Han se dio cuenta de que aquello tenía sentido. Ya se había corrido la voz, y alguien había avisado a Leia.

La puerta del calabozo se abrió, y los tres salieron de allí. Han se detuvo ante la celda de los trandoshanos, procurando mantenerse fuera del alcance de las garras enemigas.

—Tenemos que repetir esto lo antes posible —dijo sonriendo.

—Cuenta con ello, Solo —dijo Bossk con voz ronca.

El guardia les guió fuera de la zona de confinamiento, les devolvió sus pertenencias y les indicó la salida.

—Si volvéis por aquí, lo lamentaréis, con amigos o sin ellos —advirtió el hombre.

—Un tipo encantador —murmuró Roa.

Han asintió.

—Seguro que es funcionario en sus días libres.

Un aqualish sorprendentemente bien peinado se acercó a ellos apenas entraron en el pasillo.

—Roa, Fasgo, Roaky Laamu —empezó a decir el alienígena en un Básico algo burdo, cortesía de sus colmillos, curvados hacia dentro—. Mi jefe solicita el placer de su compañía.

—Jefe B —recordó Roa a Han en voz baja—. El tratante de información. Fasgo tragó saliva.

—¿Acaso hemos preguntado por él? —preguntó Han en tono exageradamente teatral—. No recuerdo haber ido preguntando por él.

El aqualish, un quara, mostró las palmas de las manos.

—Vengan conmigo, caballeros. Estoy seguro de que tendrán algo de tiempo para dedicárselo a la persona que les ha sacado de la cárcel. El asombrado trío intercambió miradas de sorpresa.

—Bueno, en ese caso —dijo Han—. Tú delante.

Una limusina con repulsores les llevó a lo largo de noventa grados de la
Rueda
, a veces maniobrando entre los remolinos de refugiados perdidos y desanimados. La ostentosa avenida que conducía a la guarida del Jefe B estaba flanqueada por centinelas gamorreanos de nariz chata, y el lujoso vestíbulo estaba lleno de cobistas, sicofantes y partidarios. Dos hembras twi’lekos con trajes ajustados de mesh se recostaban seductoras en divanes anatómicos y se acariciaban los largos tentáculos. En otra parte, un rodiano, un kubaz, un whiphid y dos weequays jugaban una extraña partida de laro, mientras un aburrido bith hacía sonar escalas en un delgado instrumento de viento.

El aqualish invitó a Han y sus amigos a sentarse en unos mullidos sillones del salón y les ofreció unas bebidas. Han se quedó de pie.

—Guarda las cervezas para el Apostador —sugirió una aguda voz de barítono—. Tomad una copa de reserva de Whyren.

—Ésa es una oferta que no puedo rechazar —dijo Fasgo sonriendo.

—Que sean dos —dijo Roa al aqualish.

—Tres —dijo Han vacilante, intentando averiguar la fuente de la sonora voz. Una pared entera estaba cubierta de pantallas planas que mostraban constantemente vistas de los distintos sectores de la
Rueda
. En un monitor, Han reconoció la estación de inmigración en la que le habían descargado la pistola láser.

—Siéntese, por favor —retumbó la voz.

Han accedió a la petición cuando llegó el whisky corelliano color ámbar.

—Salud —dijo, dejando en el suelo su mochila y alzando el vaso al aire, hacia su anfitrión oculto.

—Lo mismo digo —dijo Roa, uniéndose a Han en el brindis.

—Su reputación les precede, caballeros —dijo la voz.

Fasgo se pasó el dorso de la mano por la boca.

—Si te refieres al altercado del Apostador, los trandoshanos fueron culpables de casi todo…

—Podéis echarme a mí la culpa de ello —interrumpió el Jefe B—. Yo los mandé allí.

—¿Tú? ¿Por qué? —preguntó Han.

—¿Cómo, si no, iba a asegurarme de que aceptaríais mi hospitalidad, si no pagaba vuestra fianza?

—No lo capto —dijo Han.

El Jefe B se rió.

—Se me informa personalmente de la llegada de personajes de buena o mala reputación a la
Rueda del Jubileo
. Eso fue lo que pasó contigo, Roa. Pero imagínate mi sorpresa cuando, tras algo de espionaje por cámara, descubro que tu compañero de viaje no es otro que Han Solo.

Al oír aquel nombre, el bith dejó de trastabillar y la twi’leko y los jugadores de cartas se volvieron al unísono. Han vació el vaso de un trago y lo dejó sobre la mesa con un golpe.

El Jefe B se rió a carcajadas.

—He de decir, Solo, que te creía más joven.

—Ya, bueno, antes lo era.

—Y yo —dijo el Jefe B—. El caso es que al enterarme de que ibais hacia el Apostador, donde sabía que estarían Bossk y sus colegas, me limité a informar al trandoshano de que uno de sus viejos enemigos estaba en la ciudad. No era difícil predecir lo que pasaría a continuación.

—¿Es ésa tu idea de la hospitalidad? —dijo Han.

—Vamos, Solo, tú mismo dijiste que disfrutaste de la pelea.

Han soltó una risilla.

—¿Tienes intención de dar la cara o vamos a tener que jugar al quién es quién?

A menos de tres metros frente a Han, se disipó un campo velado, revelando lo que podría haber sido el resultado del apareamiento entre un hutt y un humano. Aunque el humanoide color lavanda se las arreglaba para moverse sobre dos piernas gruesas como troncos de árboles, muy posiblemente con la ayuda de implantes retropropulsores, tenía la anchura de un hutt y una cabeza demasiado grande como para pasar por una escotilla normal. Su rostro redondo era simétrico y de rasgos humanos, pero cada uno era tan enorme que luchaban unos con otros por tener más prominencia. Los ojos, brillantes y ligeramente protuberantes, eran del tamaño de un puño. La nariz parecía un disco, y un bigote denso y desordenado de color gris le cubría casi toda la boca. El pelo, desaliñado y de color verde oscuro, coronaba su cabeza como si fuera un nido de ave abandonado, y sus enormes orejas rosas ondeaban contra el cráneo como si fueran alas. En sus dedos manchados de rojo llevaba un grueso cigarro de raíz de chak.

Han casi se cae de la silla.

—¿Gran Bunji?

El humanoide gigante soltó una carcajada divertida, riéndose con la boca llena de fragante humo.

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