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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (25 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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—Bueno, ahí va eso —dijo Han, negando con la cabeza y lleno de asombro.

—Todavía nos queda uno —le recordó el ryn.

—¿Quieres apostar algo?

El transbordador saltó hacia la
Rueda
, pero Han no confiaba en que sus arriesgadas maniobras pudieran dejar atrás al coralita yuuzhan vong que quedaba. En lugar de eso, se dirigió a la porción incompleta del borde exterior, donde las grúas de construcción, las plataformas de flotación y una serie de naves robot inertes creaban una especie de pista de obstáculos.

Agarró los mandos con ambas manos y se lanzó en una caída vertical que le permitiría esquivar una plataforma y luego girar a babor, para que la nave pasara por debajo de la grúa más grande de todas. Pero cuando estaba a medio camino, una descarga de plasma del coralita desestabilizó la grúa, obligando a Han a virar rápidamente en dirección al eje. En el camino, estuvo a punto de perder un ala, ante una antena que se proyectaba desde la parte inferior de uno de los radios, pero el problema real era la nave enemiga, tan hábil empleando las armas como Han el volante.

Han describió con la lanzadera un círculo concéntrico en torno al eje central, con los indicadores silbando y relampagueando, en un ángulo cada vez más cerrado, luego salió fuera de él, acelerando hacia el arco del borde exterior. Colocándose en el asiento, el ryn se aproximó con recelo al ventanal. — ¡No me creo que vayas a hacer eso! —soltó.

Han contempló el borde de la estación carente de piel, con los ejes expuestos y los elementos estructurales a través de los que pensaba dirigir la nave.

—Al otro lado tampoco hay piel —dijo con el tono más tranquilizador que pudo emplear—. Ya lo he comprobado.

—¿Que lo has comprobado? ¿Cuándo?

—Antes —dijo Han, arrogante—. Confía en mí, saldremos al espacio por el otro lado. Tú sólo mira.

Los instrumentos de la nave se volvieron locos, chirriando y parpadeando alarmas de peligro inmediato, pero Han hizo todo lo posible por ignorarlos. Aumentó la velocidad, con el coralita pegado a la cola, y cuando estuvo cerca del borde, hizo como que ascendía, jugueteando con los propulsores de posición delanteros. El piloto del coralita mordió el anzuelo y empezó a ascender. Dándose cuenta de su error, el yuuzhan vong intentó aumentar el ángulo de su subida y ejecutar un bucle hacia atrás, pero ya estaba demasiado cerca del borde. El coralita chocó contra una viga tras otra, perdiendo pedazos en cada impacto, antes de escorar y chocar contra una curva del casco que aún aguantaba en su sitio, entre un radio y el borde de la estación.

Cinco grados a babor, fiel a su plan original, Han llevó la nave directamente al borde, esquivando un bosque de columnas de refuerzo, radios, vigas, andamios y puntales. Pero, tal y como él había imaginado, el otro extremo del borde estaba también al aire y el espacio a un tiro de piedra.

—¿Ves cómo no ha sido tan grave? —comenzó a decir, cuando algo chocó con gran estruendo contra el ventanal de transpariacero.

Han y el ryn se llevaron instintivamente los brazos a la cara. Han estaba seguro de que la nave había sufrido daños mayores, pero cuando miró, sólo vio un androide de protocolo con los brazos abiertos, colgando en una situación de vida o muerte sobre el ventanal.

—Un autoestopista —dijo el ryn.

Se les ocurrieron varias opciones para deshacerse del androide, pero Han no llevó a cabo ninguna de ellas.

—Qué daño hace —dijo.

Mantuvo la lanzadera en rumbo fijo hasta que estuvieron a cierta distancia de la
Rueda
, y después iniciaron una larga curva descendente. En la zona no había coralitas, y la nave de guerra yuuzhan vong ya empezaba a alejarse, con los dovin brial devorando la mayor parte de los ataques del destructor estelar y de un grupo de cazas.

—Introduce una ruta a Ord Mantell —dijo Han al fin. Vio por el rabillo del ojo que el ryn asentía con aprobación.

Han sonrió.

—Yo… —empezó a decir, pero se detuvo.

El ryn se le quedó mirando con gesto interrogante.

—… tengo mis momentos —terminó Han con calma, casi por rutina y carente de toda emoción.

Pero, en nada había sido como en los viejos tiempos. Roa y Fasgo eran prisioneros o habían muerto, y la mano con la que Han rodeaba el mando del transbordador temblaba de forma descontrolada.

El vicealmirante Poinard y el general Sutel contemplaron desde el puente del
Erinnic
cómo una lanzadera con forma de proyectil pasaba entre los restos que rodeaban a la
Rueda del Jubileo
y llegar a Ord Mantell. Más allá de las lunas del planeta, lo que quedaba de la flota de los yuuzhan vong se batía ya en retirada.

—Señores, el mando técnico informa de que los escudos han sufrido daños graves —dijo un técnico desde la cabina de tripulación de estribor—. Y no aconseja, repito, no aconseja emprender la persecución.

—Afirmativo —dijo Poinard—. Dígale al mando técnico que nos quedaremos aquí. A salvo en el cuartel general.

—Quizá sea lo mejor —comentó Sutel—. Ver a los suyos volver a casa con el rabo entre las piernas será un duro golpe para los yuuzhan vong.

Con los ojos fijos en las naves en retirada, Poinard no respondió.

—Señores, nos están llegando los últimos informes —dijo el mismo miembro de la tripulación—. Además del crucero, hemos perdido una fragata de escolta y tres artilleros. —Se detuvo un momento—. Según las estimaciones, las pérdidas del enemigo son considerablemente mayores. La
Rueda del Jubileo
está en mal estado, pero sigue en pie. Ord Mantell informa de daños graves en algunos centros de población, pero añade que los escudos protegieron las ciudades costeras de lo peor, y los incendios están bajo control.

Sutel se giró hacia su camarada.

—Eso debería alegrarle, almirante.

Poinard soltó un gruñido equívoco, y se alejó del puesto de observación.

—Informe al cuartel de que los datos eran correctos —informó a su ayudante—. No sé cómo, pero hemos conseguido echarlos de aquí.

Capítulo 17

Reck Desh, de pelo negro, delgado y recién tatuado, entró en el Nebulosa Orquídea con arrogante seguridad y echó una ojeada al lugar. La clientela del popular restaurante de Ciudad Kuat estaba compuesta por la típica y bulliciosa mezcla de técnicos humanos y no humanos, ingenieros y mecánicos de nave, muchos venidos de los astilleros orbitales de Kuat con permiso de tierra, además de una docena o así de civiles. Entre éstos había tres telbun con velo, que vestían túnicas moradas y rojas y altos sombreros cilíndricos, compañeras pagadas de las hijas mimadas de la élite de Kuat. Por todas partes había camareros androides y de carne y hueso, tomando nota y sirviendo carísimos platos de comida artísticamente dispuesta.

—¿Dónde te han dicho que esperes? —preguntó el más alto de los dos acompañantes de Reck.

Reck señaló la cornisa iluminada situada junto a las cabinas del fondo de la sala.

—En la número seis.

El hombre contó las cabinas en voz alta, ladeando la cabeza mientras pasaba de izquierda a derecha ante los elevados ventanales que daban a la calle.

—La seis está vacía.

—Empezamos bien —comentó Reck—. Lo mejor será que Ven y tú os situéis donde podáis verme. Pero quedaos ahí. No hagáis nada a menos que yo os lo indique.

—Vale —dijo Wotson mientras se dirigía junto a su compañero a una mesa vacía situada en el centro de la estancia.

Reck se subió los abolsados pantalones, cruzó el local y se metió en la cabina número seis. La cinco también estaba vacía, pero en la siete había una telbun sola, cuyo velo le cubría toda la cara salvo los ojos. Reck se apoyó en el respaldo acolchado, a la espera de que apareciese su misterioso contacto. Estaba a punto de llamar a un camarero cuando le habló la telbun, sentada espalda contra espalda con él.

—No te des la vuelta, Reck —ordenó la kuati en un tono neutro típico de una máquina de alta tecnología para alterar la voz.

Reck estuvo a punto de girarse. Intentó recordar a la telbun por el breve vistazo que echó al restaurante, y se reafirmó en las conclusiones que había sacado en un principio. Las ricas vestiduras y el alto sombrero podían ocultar a cualquier ser de cualquier especie, y el alterador de voz le imposibilitaba saber si se trataba de varón o hembra.

—¿Eres el de verdad, o vas a una fiesta de disfraces? —preguntó Reck al cabo de un momento.

El extraño ignoró el sarcasmo.

—Dile a tus compañeros que todo está en orden, Reck.

Reck echó la cabeza hacia atrás y casi llegó a tocar a la telbun.

—¿Qué me impide decirles que vengan y que te arranquen ese velo de la cara?

—Nada. Pero sería una estupidez por tu parte pensar que he venido sin apoyo.

Los ojos castaños de Reck volaron de un lado a otro, buscando el posible apoyo. Fuera o no un farol, tampoco pasaba nada por oír lo que tenía que decir la telbun. Se giró en su asiento e indicó con la mano a Ven y Wotson que todo estaba bien.

—Bien hecho —dijo la telbun—. Como te dije cuando hablamos por el intercomunicador, tengo información para ti.

—Mejor para ti —dijo Reck—. Pero antes quiero que me digas cómo me has encontrado.

—La sencilla explicación es que hay más gente de la que crees al tanto de las actividades y el paradero actual de la Brigada de la Paz.

Reck resopló con fuerza y negó con la cabeza, apesadumbrado.

—Eso quiere decir que estamos trabajando para la misma gente o que tienes acceso a información privilegiada, y como dudo que estemos en el mismo bando, debes de pertenecer a las fuerzas de seguridad del ejército o a las del Servicio de Inteligencia de la Nueva República.

—Eso es algo que de momento no necesitas saber.

—Puede que sí y puede que no, pero he venido desde Nar Shaddaa para esta reunión.

—Seguro que ya echas de menos a los hutts.

—Lo único que digo es que más te vale que tengas algo que merezca la pena.

La telbun tardó un momento en responder.

—Tú operas con la Brigada de la Paz, pero respondes ante agentes de los yuuzhan vong.

Reck también tardó un momento en reaccionar.

—Eso ya lo sabes. Si no, no me habrías pedido que viniera aquí. —Respuesta correcta. Tengo debilidad por la sinceridad.

—Ve al grano —siseó Reck—. ¿Qué información tienes?

—Sé cómo podrías ganarte el favor de tus jefes.

—Sí, eso dijiste al llamarme. Pero ¿qué te hace pensar que no lo tengo ya? —El que hayas venido aquí. Cuando me puse en contacto contigo no tenía clara tu posición, pero ahora la sé. Eres ambicioso y estás intrigado. Reck soltó otra risilla.

—Eso te lo diré cuando termines de contármelo todo.

—La Nueva República tiene prisionera a una desertora yuuzhan vong. Pertenece a la élite, es una especie de Sacerdotisa. Escapó de una nave enemiga que fue destruida en el Sector Meridian. Los yuuzhan vong ya han intentado recuperarla, y seguramente duplicarán sus esfuerzos tras lo sucedido en Ord Mantell.

Reck frunció el ceño.

—¿Qué pasó en Ord Mantell?

—Una flota de la Nueva República venció durante un ataque yuuzhan vong, empleando información proporcionada por la desertora.

Reck dejó escapar un silbido de asombro.

—Así que esa Sacerdotisa se ha convertido en un objeto de valor. —Viaja con una mascota. Ambas están siendo trasladadas del Borde Medio a Coruscant para su custodia. Y yo sé cuál es la ruta que seguirán. Reck contuvo el impulso de darse la vuelta.

—No estoy seguro de entenderte bien.

—Piénsalo. Quien devuelva a la desertora a los yuuzhan vong, les estará haciendo un enorme favor.

—Ya lo entiendo. Así seremos todos felices, y puede que yo me gane una recompensa. ¿Pero qué ganas tú con esto? Querrás un trozo del pastel, ¿no?

—No, te equivocas. A cambio de eso quiero que me mantengas informado de los futuros tratos de la Brigada de la Paz con los yuuzhan vong.

—¿Y si me niego a mantener mi parte del trato?

—Te echaré a todo el mundo encima…, al ejército y al Servicio de Inteligencia de la Nueva República. Con las cosas que has hecho, tendrás suerte si te condenan a cadena perpetua en Fodurant.

—Pones tus cartas sobre la mesa, ¿eh? ¿Y por qué quieres que esa desertora vuelva con los suyos?

La telbun soltó una risilla.

—¿Te pasaste al enemigo sólo por los créditos, Reck?

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